Francisco Escribano
Artículo publicado en la revista
FUNDACIÓN 2008, N° 1. JUNIO 2004
Un amigo navarro me decía hace unas semanas que le llamaba mucho la atención el interés y el orgullo de los zaragozanos por lo que sus antepasados habían hecho durante Los Sitios. Lo que demostraba con esa afirmación era su desconocimiento de la desidia, y en algunos casos hasta menosprecio, que nuestra ciudadanía muestra hacia el que quizá sea el episodio más importante de la historia de Zaragoza. No en vano, el propio Napoleón llegó a decir que “aquella desdichada guerra de España me perdió” y uno de los puntos principales de la resistencia contra el dominador de Europa fue nuestra ciudad.
Hasta ahora, sólo la Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza” ha mantenido encendida la llama del recuerdo y el homenaje a quienes dieron su vida por defender sus ideales frente al invasor. Pero parece que la inminencia del Bicentenario de la Guerra de la Independencia, y por consiguiente de Los Sitios, está empezando a movilizar algunas conciencias para rescatar del olvido muchas de las gestas llevadas a cabo durante los nueve meses que Zaragoza fue un símbolo de resistencia y lealtad. Un buen ejemplo es esta nueva revista 2008, con la que se pretende difundir lo que entonces ocurrió. Y lo mejor es empezar por el principio de los asaltos a la ciudad: el 15 de junio de 1808.
La Batalla de las Eras
Tras el estallido del 2 de mayo en Madrid, toda España se había alzado en armas contra el invasor napoleónico, por lo que el ejército francés se ve obligado a ocupar militarmente las plazas más importantes. A principios de junio y tras la toma de Pamplona, se dirigen hacia Zaragoza, su próximo objetivo, por tratarse de un nudo de comunicaciones vital para el control del Valle del Ebro.

Los franceses se presentan ante la ciudad en la mañana del 15 de Junio. Habían fracasado los intentos de detener su progresión desde Pamplona, pues los hombres del general Lefebvre habían derrotado a los del Marqués de Lazán, hermano mayor de Palafox, en Tudela (8 de junio) y Mallén (el día 13). El propio José Palafox había hecho un intento de detención en Alagón el 14 con una columna salida de la capital ese mismo día. El desorden e indisciplina de la fuerza, escasamente instruida y armada, hicieron que fuera derrotado y se produjera un inmenso éxodo de refugiados hacia la ciudad.
Y es que Zaragoza apenas contaba con unos 50.000 habitantes, en un pequeño casco urbano delimitado por las tapias de varios grandes conventos y cuarteles, pero carente casi por completo de murallas y fortificaciones, si exceptuamos el viejo castillo de la Aljafería. La guarnición militar inicialmente sólo contaba con 1.463 hombres. Tras la revuelta del 25 de mayo, en la que se había proclamado a Palafox como nuevo Capitán General, éste había comenzado a preparar la defensa, decretando la movilización, organizando unidades y fortificaciones, reuniendo aprovisionamientos y municiones, y dictando intensas proclamas que extendieron la rebelión por todo el Valle del Ebro y llegaron a hacerse famosas en toda Europa. Pero a pesar de la respuesta, más voluntariosa que eficaz, de miles de aragoneses, poco pudo hacerse en campo abierto frente al mejor ejército del momento.Cosa muy distinta fue la lucha por la ciudad.
Tras algunos escarceos en el barrio de Casablanca y en los puentes sobre el Canal Imperial, los franceses lanzan un gran asalto simultáneo contra tres puntos, el Portillo, la Puerta del Carmen y la de Santa Engracia (actual Plaza de Aragón). Es la una de la tarde de un día muy caluroso, pero las columnas avanzan con rapidez y resolución. Consiguen penetrar por las puertas y ventanas del cuartel de Caballería del Portillo, pero son rechazados dos veces en una cruel lucha en los pasillos y salas, en la que se distingue el sacerdote Santiago Sas, párroco de San Pablo, al frente de dos compañías de escopeteros de su barrio.
Tampoco por la Puerta del Carmen consiguen penetrar. Pero la Puerta de Santa Engracia queda desguarnecida ante el desorden de los defensores, permitiendo la entrada de la Caballería polaca, que penetra hasta la Plaza del Portillo. Allí es masacrada por la reacción popular, que lanza tejas y ladrillos y acuchilla a los caballos, en una escena similar a la pintada por Goya en «La carga de los mamelucos». El agricultor José Zamoray impide que la Infantería enemiga ocupe la puerta.



Mientras tanto, el coronel de Caballería Mariano Renovales había salido con 150 hombres por la puerta del Ángel (Puente de Piedra) y tras bordear toda la ribera del Huerva había conseguido unas posiciones de tiro muy favorables contra el flanco derecho francés. Posteriormente incluso lanza un furioso contraataque junto al Huerva, consiguiendo hacer retroceder las avanzadillas enemigas hasta el monasterio de los Capuchinos (actual biblioteca de la calle Doctor Cerrada), y que abandonen cuatro banderas y cinco cañones.
Los franceses se reorganizan y lanzan nuevos ataques contra la Aljafería, el Portillo (donde por tercera vez son rechazados en los pasillos del cuartel de Caballería), la Puerta del Carmen (donde ocupan temporalmente algunas casas) y Santa Engracia (donde vuelven a penetrar los lanceros polacos), siendo finalmente rechazados en todos los puntos por el entusiasmo popular y la llegada de los 1.100 hombres traídos por el Coronel Marcó del Pont desde el pueblo de San Gregorio.
Al final de la jornada, los franceses se ven obligados a retirarse hasta más allá de Casablanca y sobre la actual carretera de Logroño, donde montan sus campamentos e intentan reponerse, tras haber sufrido 700 muertos (sobre un total de 6.000 hombres), frente a los 300 de los defensores. Ha sido la llamada Batalla de Eras, por haber tenido lugar en las llamadas Eras del Rey, una explanada coincidente con el actual Paseo de María Agustín.
Las dificultades para Zaragoza, no obstante, no habían hecho más que comenzar. Con la llegada de refuerzos, el ejército francés reanudó sus intentos de tomar la ciudad, dando lugar a lo que conocemos como el Primer Sitio, que duró hasta el 13 de agosto. En esa fecha se vieron obligados a levantar el cerco a consecuencia de la situación general provocada por el hundimiento de Dupont y su Ejército de Andalucía en Bailén.
Los escenarios, hoy
¿Qué podemos encontrar de aquellos hechos? Si comenzamos nuestro paseo por la Plaza del Portillo podremos admirar el impresionante monumento esculpido por Mariano Benlliure en recuerdo de Agustina Zaragoza, quien en ese punto frenó el avance francés del 2 de julio. Los bronces laterales nos ilustran sobre otras mujeres destacadas en la lucha contra el invasor. Muy próximo, en los soportales de la Plaza de Toros, está el lugar donde las «bravas mujeres zaragozanas» protagonizaron la resistencia, al arrojarse al paso de los caballos y acuchillar a los jinetes caídos, abortando así la peligrosa incursión del escuadrón de lanceros polacos que había penetrado por Santa Engracia.
En la vecina iglesia de Nuestra Señora del Portillo podemos admirar la Capilla-Mausoleo de las Heroínas, donde se conjugan historia y arte en sus frisos y medallones. Parada obligatoria son las tumbas de Agustina de Aragón, Casta Álvarez y Manuela Sancho, tres de las mujeres que tan fieramente lucharon contra los franceses, que reconocieron asombrados estar asistiendo a una forma de combatir inusitada para ellos. Hay una cuarta tumba vacía, que bien podría haber acogido los restos de María Agustín. Ésta era una muchacha del barrio de San Pablo que se distinguió en esa zona, apoyando a los combatientes de primera línea. Resultó herida en el cuello, por lo que aparece siempre representada con una venda rodeándole la cabeza. Muerta en el olvido, fue enterrada en la fosa común de la iglesia de su barrio.
Junto a la Plaza de Toros podremos contemplar uno de los últimos lienzos de fachada del Cuartel de Caballería que tan feroces combates presenció ese 15 de junio. Y al otro lado, frente al arranque de la autopista, algunas de las ventanas por las que entraron los franceses para encontrarse a los parroquianos del padre Sas haciéndoles frente en pasillos y salas. Delante, el escenario de la Batalla de las Eras se encuentra muy alterado por la construcción de las sucesivas estaciones de ferrocarril de Campo Sepulcro y Portillo y de la autopista, por lo que sólo con la imaginación podremos hacernos una idea de los olivares que ocultaron el avance de los infantes franceses o de las pilas de cadáveres que dejaron atrás en su retirada.

Llegamos al actual Edificio Pignatelli, sede la D.G.A., recuperación de la enorme obra levantada por Ramón de Pignatelli como Casa de Misericordia y que se mantenía con los beneficios de la vecina plaza de toros (cuyas maderas fueron empleadas para levantar barricadas contra los franceses). Las salas y pasillos en que actualmente trabajan políticos y funcionarios se vieron atestadas de heridos y enfermos durante los largos meses del invierno de 1808-9, cuando los continuos ataques franceses se unieron a la epidemia de tifus para eliminar la resistencia de los defensores durante el segundo asedio.
Llegamos a la Puerta del Carmen, sin duda el símbolo más conocido de Los Sitios. Las vicisitudes y tribulaciones por las que atravesaron la Puerta y sus defensores quedan patentes en la extraordinaria profusión de huellas de proyectiles que presenta a uno y otro lado. En la cara exterior pueden apreciarse algunos orificios de bala de fusil, junto a abundantes señales de cañonazos: el invasor pretendía quebrar su firmeza. Algunos de los bloques exteriores de piedra han sido restaurados, por lo que resultan mucho más llamativas las postales o fotografías de hace unas décadas. Mirando la cara interior, en cambio, el acribillamiento -más feroz si cabe- es sólo de fusilería, detalle éste muy significativo: desde calles, ventanas y tejados, los aragoneses intentaban reconquistar la puerta, temporalmente en poder de los franceses.

Poco más podemos encontrar en este recorrido por el comienzo del Primer Sitio, pues todo el entorno de la Puerta de Santa Engracia está completamente transformado. Otra cosa sería penetrar por calles vecinas donde encontraríamos la estatua ecuestre del General Palafox, la tumba de la Beata Madre Rafols, la iglesia-cementerio de los Escolapios y tantos otros puntos donde hoy ni siquiera hay una placa en recuerdo de quienes allí vivieron, combatieron y dieron su vida. Esperemos que iniciativas como esta nueva publicación contribuyan a sacarlos del olvido.
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Más información
· A.C. “Los Sitios de Zaragoza” 976 22 80 42 / 976 23 56 61
Lecturas recomendadas
· Historia de los dos Sitios que pusieron a Zaragoza en los años de 1808 y 1809 las tropas de Napoleón. Alcalde Ibieca, Agustín, Madrid 1830, ed. facsímil Zaragoza 1988.
· Los Sitios de Zaragoza 1808-1809: Guerra a muerte. Rudorff, Raymond, Barcelona, 1976.
· Zaragoza. Episodio Nacional nº 6. Pérez Galdós, Benito.
· Diario de Los Sitios de Zaragoza. Casamayor, Faustino. Ed. Comuniter, Zaragoza, 2000.
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