ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

Palabras del presidente.

Ecos de la Asociación.

Don Joseph Rebolledo de Palafox y Melci.

1958: Palafox en Zaragoza.

Uniformes y distintivos de los sitios (I). La escarapela roja.

Queridos amigos:

Uno de los objetivos que nos habíamos señalado hace ya algún tiempo era desarrollar alguna forma de comunicación periódica que nos permitiese una mejor relación entre todos los asociados.

De ese modo podríamos estar en contacto con mayor frecuencia y difundir así más fácilmente cuantas novedades y acontecimientos relacionados con nuestro tema común, Los Sitios de Zaragoza, hubiesen podido producirse: la publicación del último libro, el hallazgo de un archivo perdido, una entrevista importante…. En definitiva, todo aquello que pudiese ser noticia.

Este primer número de nuestro Boletín, que esperamos sea de su agrado, viene a responder a algunas de tales expectativas. Sepan que sus páginas están abiertas a todos cuantos deseen participar. Muchas gracias por su acogida y apoyo.

Carlos Melús Abós

Presidente de la Asociación

ECOS DE LA ASOCIACIÓN

Estamos de enhorabuena. Nuestra antigua Tesorera, entusiasta colaboradora y buena amiga, Blanca Blasco Nogués, ha sido nombrada Consejera de Cultura de la D.G.A. Le deseamos toda clase de éxitos en su nueva gestión.

Como sabéis está en marcha la VII convocatoria del Premio de los Sitios de Zaragoza. La participación cada vez más interesante. Agradecemos a todos su colaboración y animamos a continuar en la misma línea.

El día 20 de febrero, nuestro día «de gala» se acerca. Para este año una importante novedad: No sólo se llevará a cabo la magna celebración solemne (en el Paraninfo de la antigua Facultad de Medicina), con la entrega de premios, sino que los dos días anteriores tendrán lugar unas Jornadas (minijornadas en realidad) sobre los Sitios. En efecto, una feliz gestión con el Departamento de Promoción de la CAI (dirigido nada menos que por un García Mercadal, hijo de aquél que fuera el recuperador para Zaragoza del magnífico archivo de Palafox), así lo ha propiciado. En su salón de conferencias (Pº de la Independencia), dos ilustres ponentes versarán sobre sendos temas relacionados con la Guerra de la Independencia y sus repercusiones en Aragón.

Hacía ya tiempo que veníamos comentándolo, y este año por fin se puso en marcha «Ia ruta de los Sitios». Nutrida participación (nos ayudaron mucho las llamadas desde la radio), ambiente cordial, y feliz idea, que se ha de repetir en años póximos. Se terminó con una comida de hermandad en agradable convivencia, que también de pan vive el hombre…

Meritoria y muy encomiable la labor de recuperación de lugares, fechas y ambientes, que están llevando a cabo al unísono desde Leciñena y Perdiguera. Todo el valle, al pie de la ermita de la Virgen, fue escenario de una cruenta batalla entre tropas de Perena y Suchet. Felicitamos a los organizadores, especialmente a D. José Marcén, Presidente de la Asociación de Amigos del Santuario de Ntra Sra. de Magallón, Leciñena, Perdiguera y Robres.

El pasado 2 de noviembre, y aprovechando la circunstancia de que en tal fecha permanece abierta la cripta de la Basílica del Pilar, la Asociación depositó una corona de laurel en recuerdo y homenaje ante la tumba del General Palafox. La instantánea recoge el momento en que nuestro Presidente D. Carlos Melús dedica unas palabras tanto a la gesta y a sus héroes, como al ilustre acompañante y testigo, D. Luis Gómez Laguna, quien siendo Alcalde de Zaragoza gestionó la definitiva venida de los restos de Palafox a la ciudad.

DON JOSEPH REBOLLEDO DE PALAFOX Y MELZI,

ex-alumno ilustre de las Escuelas Pías, Capitán General de los Exércitos de Aragón,

descansa al fin en su más anhelado lugar, el Pilar, en su querida Zaragoza,

a los pies de la Virgen a la que tanto amó

Por una feliz circunstancia ha llegado a nuestras manos un ejemplar de la revista «Vínculo» que edita, como órgano de comunicación interna, la Asociación de Ex-alumnos de las Escuelas Pías. En una de sus secciones fijas, «¿Dónde están ahora?» suelen seguir la trayectoria de algún antiguo alumno que por distintas razones haya podido obtener cierta notoriedad, o constituir alguna clase de noticia.

Pues bien, en su número 140 dicha sección estaba dedicada al General Palafox, discípulo que fue del entonces muy afamado colegio de Santo Tomás (los escolapios de la calle Conde de Aranda). Por su reducida tirada, imaginamos que dicho artículo será desconocido para la mayoría de ustedes, por lo que hemos decidido dárselo a conocer, dado su interés gráfico y documental.

La deuda que Zaragoza tenía, de ingratitud y de olvido, desde 1908, Primer Centenario de Los Sitios, estaba a punto de ser saldada. Recordemos las amargas palabras de reproche con las que García Mercadal, el recuperador para nuestra ciudad del ingente y valiosísimo archivo del General, se lamenta de tal situación:

“Zaragoza misma, que tanto debía a Palafox, no sólo no ha reclamado aún al cabo de un siglo sus cenizas, habiendo podido celebrar el Centenario de Los Sitios sin reclamarlas, que ni siquiera alzó en su recinto un monumento a Palafox en esa ocasión, y eso que hubo allí entonces monumentos hasta para los vivos. Al muerto más ilustre lo dejaron en su olvidada tumba”.

Muy cierto. Sin embargo, en un día de gala, el lunes 9 de Junio de 1958 (CL aniversario de Los Sitios), el pueblo de Zaragoza, con su entusiasmo y sus vítores, iba a desmentir la acusación de olvido e ingratitud. El fervor y la emoción populares, desbordados, acogerían, y esta vez para siempre, a su Héroe.

Llega Palafox

Era el sábado 7 de junio. En Madrid, en el Panteón de Hombres Ilustres iba a tener lugar una emotiva ceremonia, la exhumación del féretro del General Palafox. Desde el año 1902 ocupaba Palafox este lugar de honor, junto a militares igualmente afamados. Entre otros, Castaños, el vencedor de Bailén, y Alvarez de Castro, defensor de Gerona. Era su segundo enterramiento. Al fallecer Palafox en 1847, había sido inhumado con grande pompa militar, en la iglesia del cuartel de Atocha, sede del Establecimiento de Inválidos, del que era Presidente y Director al morir.

Transcribimos literalmente el documento que, con el número 1.541 y con el título «Acta de la entrega de los restos del GENERAL PALAFOX, Héroe de la Independencia», levantó a requerimiento del «Excelentísimo Señor Don Luis Gómez Laguna, Alcalde del Excelentísimo Ayuntamiento de la Inmortal Ciudad de Zaragoza», D. Enrique Giménez-Arnau y Gran, Notario de «esta Capital»:

Doy fe: De que a la hora indicada (las diez horas del día siete de junio de mil novecientos cincuenta y ocho)… en el ala Noroeste del edificio hay, adosado al muro del Norte, un mausoleo de mármol con la indicación PALAFOX y una lápida funeraria que dice: D.O.M. /Aquí yace/ el Excmo. Sr. Capitán General de Egército (sic) / D. José Rebolledo de Palafox y Melzi / Primer Duque de Zaragoza. /Falleció el 15 de febrero de 1847, a los 71 años de edad. / El Duque su hijo, le dedica esta memoria.

Esta placa de mármol es levantada con maceta y cortafrío, separándola del mortero en que está sólidamente apoyada, por el Maestro Albañil Don Rafael Luque Donquiles y los Oficiales Don José Fernández Manso y Don Leoncio Sal García.

Bajo la lápida hay una capa de ladrillo, que picada y levantada también, deja al descubierto un ataúd de madera, en buen estado de conservación. Esta arca sirve de cubierta a otra de plomo que, abierta con cortafrío, deja el descubierto los restos del General.

Los restos del General. Cierto grado de momificación permite distinguir los rasgos del rostro. El uniforme se encuentra en admirable estado: rojo el cuello de la casaca, impecable el azul de paño. En los botones metálicos, apenas enmohecidos, destacan bajo la corona las iniciales RGA (Reales Guardias Alabarderos). Cruzándole el pecho, la Banda de la Orden de San Fernando. Sólo las piernas presentan una extraña postura, como si hubieran sido forzadas en exceso para acomodar mejor el cadáver.

Se le traslada, y con mayor delicadeza, a un nuevo féretro de caoba. Testigos de la operación, además del Excmo. Sr. Alcalde de Zaragoza y miembros del concejo, el Muy Rvdo. P. Fray Agustín Martín, Prior del Real Convento de Atocha (a cuya comunidad se halla encomendado el cuidado del Ilustre Panteón). Como familiares más próximos (1), pues eran descendientes del hermano mayor del General Palafox, el llmo. Sr. Conde de Villapaterna, D. José Alvarez de Toledo y Mencos, Samaniego y Rebolledo de Palafox, Teniente Coronel de Infantería, y sus dos sobrinos, D. Iñigo y D. Manuel Alvarez de Toledo y Mencos, hijos del Marqués de Miraflores, D. Alfonso. Este, a la sazón embajador de España en Berna, será quien representará a la familia en el sepelio definitivo en la cripta del Pilar.

El furgón que contiene los restos mortales sale para Zaragoza acompañado de varios coches de escolta con las personalidades cesaraugustanas. Tras un viaje no excesivamente agradable, pues además de ser bajo la lluvia, la lenta marcha del furgón ha obligado a continuas detenciones, se llega a Zaragoza con casi dos horas de retraso sobre lo previsto.

No importa. La gente ha esperado incansable a Palafox en la calle, Junto a su casa solariega, a espaldas de La Seo. El entusiasmo se desata. Los vítores se suceden, a pesar de la hora: son las diez de la noche.

Duelo y entierro solemne

Durante todo el domingo, día 8 de junio, el túmulo es visitado por el pueblo de Zaragoza en interminable desfile. Todo el mundo quiere rendir homenaje al General Palafox, cuyo ataúd, envuelto en la bandera de España, descansa en el patio de su casa natal, flanqueado por los guiones de las Compañías de Voluntarios que él mandara. Su espada a los pies, en cojín de terciopelo.

Se había dispuesto a la derecha un pequeño altar, en el que se oficiaron por su eterno descanso, tres misas: la primera, por «un sacerdote escolapio», la segunda por D. Leandro Aína, la tercera por el Rector del Colegio de las Escuelas Pías, P. Valentín Aísa.

Llega por fin el gran día, lunes 9 de junio. Amanece lluvioso, pero no es ésa la causa del tronar que se escucha al toque de diana. Son las salvas de artillería con las que se le saludará cada hora. Al mando del general Fernández Cuevas, cinco batallones del Ejército (Infantería, Caballería, Artillería, Ingenieros y Aire) esperan en la explanada del Pilar la llegada de la comitiva. Tropas de gala cubren la carrera desde la casa de Palafox.

A las 10,30 ha llegado a la Plaza y revistado tropas, el Ministro del Ejército, general Barroso y Sánchez Guerra. Acompañan numerosas personalidades, el Capitán General Baturone Colombo, y el Embajador de Francia en España, entre otros.

A la misma hora, las 10,30, salía a pie la comitiva mortuoria desde el Palacio de los Palafox. Abre, desmontada, la Policía Municipal de Caballería de gran gala, seguida de la Cruz del Cabildo y de los timbales y clarineros de la ciudad. A continuación marcha el Excmo. Cabildo. Detrás, el féretro envuelto en la bandera española y llevado a hombros por seis ujieres municipales de gran gala con calzón corto; detrás, otro ujier porta el sable del General sobre cojín de terciopelo y raso. Custodian ocho Caballeros Cadetes, con el arma terciada en duelo. Y cierra la marcha el Excmo. Ayuntamiento en corporación, presidido por su Alcalde.

Tras los honores militares, impresionante silencio, roto sólo por el tañido fúnebre de las campanas del pilar. En la Cruz de los Caídos, misa «de corpore insepulto», concelebrada por el Obispo de Tarbes-Lourdes y por el Arzobispo de Zaragoza, Monseñor Morcillo. Toda Zaragoza en la Plaza. Se ha decretado cierre del comercio y fiesta en las escuelas.

El último acto, el desfile de fuerzas ante el «Capitán General de los Exércitos de Aragón». Palafox es finalmente entrado por la Puerta Alta a los sones del Himno Nacional, saludado por descarga de fusilería, y tras ser conducido por el claustro derecho, desciende a la cripta. El Orfeón de Huesca entona, «Libera me domine». Allí, bajo la Santa Columna, a los pies de la Virgen, queda inhumado definitivamente el Caudillo de los Sitios.

Y allí, junto a la tumba de Rigoberto Domenech y rodeado de otros fallecidos ilustres, el Tte. Coronel Valenzuela entre otros, puede ser visitado los días 1 y 2 de noviembre, cuando se abre la cripta al público por ser los días de Difuntos.

LAUDEMUS VIROS GLORIOSOS

(1) Aunque tuvo varios hijos, sólo se logró D. Francisco Pilar Mariano, segundo Duque de Zaragoza, que al fallecer en 1883 sin sucesión legítima, permitió heredar el ducado a D. José Mencos y Rebolledo de Palafox, biznieto de su hermano Luis. Este, vivía todavía en el momento descrito, pero su avanzada edad y su delicado estado de salud, le aconsejaron delegar en sus sobrinos ya mencionados, el Marqués de Miraflores y el Conde de Villapaterna.

PALAFOX EN ZARAGOZA.

UN TESTIGO DE EXCEPCIÓN: LUIS GÓMEZ LAGUNA, ALCALDE DE LA CIUDAD.

Sabemos de muy buena tinta que el artículo aparecido en la revista de los exalumnos de escolapios, y que hemos reproducido en páginas anteriores, no fue extraído del frío marco, dormido y un tanto polvoriento, de una cortés hemeroteca. Ni mucho menos. El pulso del recuerdo, la solemnidad que se trasluce, la emoción revivida, el auténtico testimonio, vivo y actual, pudo lograrse gracias a la extraordinaria amabilidad de D. Luis Gómez Laguna, Socio de Honor de nuestra Asociación. D. Luis que era en aquel, no tan lejano 1958, testigo excepcional y privilegiado en su calidad de Alcalde de nuestra ciudad. De su magnífico archivo de efemérides locales proceden imágenes y documentos. Y de sus lúcidos recuerdos, los detalles.

Hombre de reconocida cordialidad, accesible en grado sumo, abierto siempre a la conversación, de una llaneza que le honra sobremanera, campechano y con un divertido gracejo muy peculiar a la hora de referir las anécdotas, no ha tenido inconveniente en rememorar de nuevo para nosotros todos aquellos extraordinarios acontecimientos.

Por la generosidad con las que nos ha dedicado su tiempo, y sobre todo por su talante, reciba

D. Luis nuestro respeto, nuestro agradecimiento y nuestro afecto. Incondicionalmente.

– Retrocedamos a aquel luminoso 9 de junio de 1958, día de gloria y exaltación para Zaragoza. Dentro de las celebraciones del CL Aniversario de los Sitios, recibe oficialmente nuestra ciudada su Caudillo, al tan querido General Palafox, el Héroe de los Asedios. ¡Cuánto tiempo transcurrido, D. Luis … !

Mucho, ya lo creo que sí. Y aunque la vida vivida es ya muy larga, hay ocasiones que se recuerdan de un modo muy especial, y ésta es una de ellas. Fue un día, en efecto, glorioso para Zaragoza. Pero he de deciros que de luminoso tuvo poco, porque llovió bastante. No de forma continua, pero de cuando en cuando nos caía algún que otro chaparrón bastante latoso. Aunque como bien dijo D. Casimiro Morcillo, que era entonces el Arzobispo de Zaragoza, «si todos aquellos héroes derramaron su sangre, lo menos que podemos hacer nosotros en este día en su memoria, es soportar un poco de lluvia».

– Gracias a ustedes, aquel día Zaragoza recibía al fin, y con los honores debidos, a tan ilustre y popular personaje. Gracias a los esfuerzos de muchos, seguramente. Pero ¿cómo se gestó la idea de recuperarlo para la ciudad?

Bueno, hacía tiempo que D. José Sinués había lanzado la idea de celebrar con solemnidad el CL Aniversario de Los Sitios. Y dentro de los miles de sugerencias que se hicieron para preparar debidamente tal conmemoración, el Ayuntamiento propuso recuperar a Palafox para su inhumación definitiva en Zaragoza. La idea, como es natural, fue inmediatamente acogida y entusiasmó a todos desde el primer momento. Y nos pusimos a ello con una ilusión muy grande.

La verdad es que la ciudad tenía esa «asignatura pendiente» desde hacía mucho tiempo, y bueno, pues había llegado la hora y la oportunidad de subsanar tal situación.

– ¿El proyecto tuvo una gestión laboriosa?

Hombre, estas cosas nunca son fáciles ¿verdad?, pero bueno, se pudo hacer. Tramitamos oficialmente la petición al Patrimonio Artístico Nacional, del que dependía la custodia del Panteón de Hombres Ilustres, y empezaron a ponerse las cosas en marcha. Un cierto papeleo sí que hubo de hacerse, naturalmente; pero justo es decir que no encontramos por todas partes más que facilidades.

– Palafox se hallaba entonces enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres. Anteriormente habían reposado sus restos en otros lugares. ¿Recuerda usted la ceremonia de la exhumación? Sería sin duda un momento de gran emoción, ¿no, Don Luis?

Sí, enorme. Fue uno de esos momentos que se viven con tal intensidad que nunca se olvidan. Lo recuerdo perfectamente. Parece que estoy oyendo ahora mismo los golpes de piqueta de los operarios que sonaban en aquel recinto de un modo tremendo. Fue trabajoso, pero al fin cayeron los ladrillos que daban acceso definitivamente al nicho, y se vio ya asomar el féretro.

– Y allí estaba Palafox..

Sí, allí estaba Palafox en su ataúd, que en realidad eran dos, uno dentro de otro. El exterior, de madera, estaba carcomido por algunos puntos, pero en bastante buen estado a pesar de todo. Y dentro estaba el de plomo, que costó bastante más abrir. Recuerdo que tenía una mirilla de cristal, que naturalmente no inspeccionamos pues en seguida abrimos el féretro.

– El cuerpo de Palafox estaba momificado. ¿Podría por favor, describirnos qué sintió ante sus restos, qué impresión le produjo estar ante él?

Yo creo que nos embargó a todos fundamentalmente una sensación de respeto. Un enorme respeto. Por un momento allí no se oyó ni palabra. Ni respirar siquiera. Recuerdo que en el momento de abrir el ataúd, el Conde de Villapaterna -que por ser descendiente de Palafox, ostentaba la representación familiar-, dio un paso atrás, quizá un poco impresionado. Lo cierto es que el cadáver presentaba una postura tremendamente forzada, muy doblado, con las piernas casi pasadas por encima de la cabeza, imagino que para acomodarlo a un féretro tan pequeño. Tened en cuenta que éste no era el primer enterramiento de Palafox. Os leo textualmente lo que dice el acta levantada por Jiménez Arnau: «El cadáver está momificado, aunque dividido en dos trozos, como si las extremidades inferiores hubieran sido cortadas para introducirlas en la caja. Está en muy buen estado de conservación: se distingue perfectamente la banda que cruza el uniforme, y algunos botones de metal conservan un color fresco, ligeramente enmohecido». Y así era en efecto. El alzacuellos de la casaca por ejemplo, conservaba perfectamente su color y su apresto, así mantenía la cabeza erguida; las solapas rojas, el cuerpo azul… se distinguía perfectamente. Asombrosamente conservado, la verdad. Bueno, y luego había allí documentos del primer sepelio y certificados de la anterior exhumación. En fin, esas cosas más o menos habituales con personajes de cierta notoriedad.

– Gracias por recordarlo para nosotros, Don Luis. Dejamos ya a Palafox instalado en su nuevo féretro de caoba. Se le traslada a Zaragoza ese mismo día, ¿no es así?

Sí, aunque con algunas peripecias pues el furgón que había dispuesto Pompas Fúnebres de Zaragoza (que por cierto se portó admirablemente bien pues regaló todo el servicio, incluido el ataúd de caoba) tenía algún problema y eso nos ocasionó algún retraso. Y la lluvia, que caía sin parar. Y nuestro propio coche, que estaba en rodaje. Pero en fin, se consiguió llegar. Con mucho retraso, pero llegamos.

– Toda la prensa de Zaragoza dio cumplida informacion de la llegada de Palafox, los vítores, la expectación, la fila interminable de gente que visitó el túmulo que se dispuso en la propia casa de Palafox. ¿Qué recuerdos destacaría usted especialmente de entre tantos y tan singulares acontecimientos?

La verdad es que fue todo aquello un suceso tan extraordinario que resulta difícil destacar algo en especial. Pero por deciros algún detalle, recuerdo la homilía por ejemplo, del Obispo de Tarbes -que era uno de los que concelebraban- y que fue una magnífica reflexión sobre la paz. Que dicho por un francés, y en aquella particular ocasión, tuvo un sentido muy entrañable. En el desfile, por deciros otro ejemplo, ante los restos de Palafox, el Ministro del Ejército, el Tte. General Barroso, que había venido en representación del jefe del Estado, viendo el protocolo que se disponía hacia su persona para la parada, declinó el puesto y nos dijo: «Hoy no hay honores más que para Palafox » .

De todos modos, si hubiera que señalar un momento particularmente emocionante, sería éste la entrada del féretro bajo la Puerta Alta del Pilar. Con todas las campanas al vuelo, sonando a la vez el Himno Nacional, las salvas de artillería como telón de fondo, y las descargas de honores que dispararon las secciones de cadetes al paso del General, formaba todo ello desde luego una imagen tremendamente emotiva. Tremendamente.

Fue de verdad un acontecimiento memorable. En fin, salpicado luego de otras anécdotas menores, por ejemplo que en el momento de entonar el Orfeón de Huesca el solemne «Libera me Domine» con el que se despedía ya a Palafox definitivamente antes de su enterramiento, pues al director se le cayeron las gafas, y por un momento hubo como un cierto relámpago de desconcierto.

En fin, la verdad es que podíamos estar contándonos anécdotas sin parar, pero no quiero aburriros.

– Eso nunca, don Luis. Prometemos en una próxima ocasión volver a traerlo a estas páginas para seguir recordando estas y otras efemérides y ampliando detalles. Muchas gracias por su amabilidad.

Al contrario, gracias a vosotros. Enviad de mi parte un saludo a toda la Asociación.

– Hecho queda. Hasta siempre, don Luis.

UNIFORMES Y DISTINTIVOS DE LOS SITIOS (I)

LA ESCARAPELA ROJA

Luis Sorando Muzas

Fue éste el distintivo adoptado desde el primer momento por los sublevados de Zaragoza. Era desde 1707 la escarapela nacional –lo será hasta 1871-

y como tal usada por el ejército y altos funcionarios del Estado.

En la mañana del 24 de mayo de 1808 y según nos cuenta A. Ibieca (1) «el practicante de cirujano D. Carlos González fue uno de los primeros que fijaron su escarapela roja en el sombrero, cuya operación imitaron muchos que iban prevenidos». Otro autor anónimo dice, refiriéndose a lo mismo (2) «de improviso comparecieron un sin número de gentes con su escarapela encarnada, divisa nacional que todos abrazaron sin titubear y en aquella tarde desde el niño hasta el anciano todos quedaron hechos militares».

Estos paisanos armados se autodenominaron «defensores» y su número fue aumentando tan rápidamente que al día siguiente «… hubo ya tantos.. que se pusieron guardias en todos los parajes…, no viéndose otros en las calles que con escarapela y gente armada» (3) y el 27, según la misma fuente, «siguieron aumentando los patricios y no quedó uno que no se pusiese escarapela».

La escarapela fue igualmente adoptada en el resto de Aragón y en Navarra, como podemos ver en las siguientes citas: En Ejea el 2 de junio «… se acordó por los S.S. que todos salgan con cucardas en los sombreros y se hagan abundantes de un pedazo de grana que trajo el Sr. Panadés; y que si se las quieren poner los eclesiásticos se las den esta tarde» (4). En Alcañiz la noche del 29 de mayo «… se repartieron cintas que tomaron hasta los viejos, clérigos y frailes» (5 y 6). En Puente y Caseda (Navarra) los días 4 y 5 de junio respectivamente, influenciados por las noticias de Zaragoza, «convocaron los alborotadores a los vecinos para que se pusiesen escarapelas» y «… por la mañana comenzó el bullicio, poniéndose muchos la escarapela o cucarda» (7).

En los días siguientes estos voluntarios, encuadrados improvisadamente en Tercios y Compañías, fueron derrotados en distintos encuentros: el 8 de junio en Tudela, localidad a la que fue llevada noticia del levantamiento el día 1 desde Zaragoza por un oficial de correos «escoltado por seis paisanos armados y con sus insignias de escarapela»(8) y sucesivamente en Mallén el 13 y en Alagón al día siguiente. Pero, finalmente, el 15 y ante las puertas de Zaragoza lograron ser detenidos en la llamada «batalla de las Eras o del Campo del Sepulcro», iniciándose el primer Sitio.

De entonces es este cantar:

«En el campo del sepulcro

ya no crecen amapolas,

lo que salen de la tierra

son escarapelas rojas» (9)

Estas escarapelas, ante las dificultades existentes para uniformar a los voluntarios, constituyeron en muchos casos durante el primer Sitio su único distintivo, y aún en el segundo, pese a haberse logrado ya una relativa uniformidad merced, a los esfuerzos realizados por Palafox en el período intermedio.

No todas fueron simplemente rojas, ya que los walones a nuestro servicio las usaban con un ribete negro y los suizos blanco, siendo además relativamente frecuente el que luciesen en su centro efigies de Fernando VII o lemas tales como «Vivir o Morir por Fernando VII» o «Por la Religión, el Rey y la Patria», escritos sobre un círculo de cartón blanco a cuyo alrededor se cosía fruncida una cinta roja formando la escarapela; en los retratos de D. Felipe Sanclemente y de D. Mariano Cerezo, de la serie «Las Ruinas de Zaragoza», parecen apreciarse escarapelas de este tipo.

Dos testimonios nos confirman, no obstante, el uso en Zaragoza de escarapelas con lemas; el primero es del inglés Vaughan que en septiembre de 1808 conoció a Palafox describiéndonoslo así: «el uniforme era una guerrera azul sin adornos, bordada en plata; tenía un bonito cinto y llevaba en el gorro una escarapela que era en parte inglesa pues llevaba en ella los nombres de los reyes Jorge y Fernando» (10). Sin duda se trató de una delicadeza del General hacia su visitante Doyle. El otro es de un veterano que en 1815 y desde Francia cuenta a Palafox que luchó en las cias. del Arrabal y que «todavía llevo mi escarapela encarnada con un letrero que dice Viva Fernando VII, Rey de España» (11).

En el momento de la capitulación (21-II-1809) y en el relato del polaco Brandt, que formaba parte del ejército sitiador, se nos vuelve a hablar de «cierto número de jóvenes de edades comprendidas entre los 16 y los 18 años, sin uniformes, luciendo capas grises y escarapelas rojas, fumando indiferentes». A partir de esa fecha los ocupantes, si bien reconocieron el uso de la escarapela roja a fin de intentar dar una apariencia de legalidad al reinado de José I, restringieron su uso por el siguiente decreto del 27-II: Art. 7.º «Que nadie lleve escarapela sino los individuos de la Junta suprema y los militares que continuarán con la española» (12). El 18-VII, por un Real Decreto, José I declaraba como propia de su ejército la escarapela roja, al tiempo que, curiosamente, en el bando borbónico iba extendiéndose el uso de escarapelas rojas y negras en señal de su alianza con Inglaterra, pero esto excede ya el período que nos ocupa.

Tipo popular de Los Sitios, con escarapela en su sombrero (D. Mariano Cerezo)

1) y 2) escarapelas patrióticas, 3) la común roja

y 4) roja y negra usada por los Guardias Walones (Walonas de Aragón)

Notas:

1.             ALCAIDE YBIECA, Agustín, «Historia de los dos Sitios que pusieron a Zaragoza en los años 1808 y 1809 las tropas de Napoleón» Madrid, 1830. T. 1, pág. 6.

2.             ANONIMO, «Memoria de lo más interesante que ha ocurrido en la ciudad de Zaragoza con motivo de haberla atacado el exercito francés», Madrid, 1808.

3.             CASAMAYOR ZEBALLOS, Faustino, «Diario de los Sitios de Zaragoza, con prólogo y notas de D. José Valenzuela de la Flosa», Zaragoza, 1908, págs. 14-16.

4.             Libro de Actas del Ayto. de Ejea de los Caballeros, 1808, manuscrito, fol. 225.

5.             Archivo Municipal de Zaragoza, Fondo Palafox, lég. 7-4-1.

6.             El Corregidor de Barbastro, Santolaria, pagó de su bolsillo las escarapelas de cinta roja para sus voluntarios, según datos aportados en el último momento por L. A. Arcarazo.

7.             Archivo General de Navarra, sección de Guerra, lég. 14, cap. 58 y 63,

8.             «Estudios de la Guerra de la Independencia» Zaragoza, 1967, T. 111, pág. 309.

9.             GADEA, Santiago, «El intendente del Primer Sitio de Zaragoza, Calvo de Rozas y otros soldados y patriotas» Madrid, 1909, pág. 8.

10.         BRANDT, Heinrich von, «Souvenirs d’un officier polonais… 1808-1812», París, 1877, citado por RUDORFF, Raymond, «Los Sitios de Zaragoza», Barcelona, 1977,pág.357.

11.         A.M.Z. fondo Palafox, Lég. 81. Lamberto Gracia a Palafox (Montpellier, 22VIM815).

12.         CASAMAYOR ZEBALLOS, Faustino, «Años políticos e históricos». Biblioteca Universitaria Zaragoza, Manuscrito 125.

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