Palabras del presidente.
Cal y arena
Uniformes y distintivos de los Sitios (II). Las divisas de graduación
Inhumación de los restos de nuestras heroínas en la iglesia del Portillo
Un carretero en los Sitios: La historia de Francisco Riera
Por segunda vez acudimos a esta cita de amigos de un tema tan querido: los Sitios de, Zaragoza. Por segunda vez en estas hojas, porque en otros ámbitos han sido numerosas las ocasiones en que nos hemos ido encontrando, y de muy diferentes maneras: -publicaciones, conferencias, certámenes diversos…,
Llevamos ya ocho años trabajando en nuestra ciudad y fuera de ella, para dar conocer la extraordinaria gesta que supuso la resistencia del pueblo de Zaragoza. Desde aquellos primeros encuentros hasta hoy, hemos crecido, nos hemos conocido, hemos batallado y seguimos batallando. Con verdadera ilusión’. Y todo entusiasmo.
Nuestro compromiso –bien lo sabéis- es mantener vivo el rescoldo de cara al Bicentenario, que hemos de celebrar «si el tiempo no lo impide» en el año 2008, ya no tan lejano.
Con el mejor deseo de emular el ejemplo que nos brindó la Junta del 1er Centenario y con el reto de ser capaces de igualar la extraordinaria labor que se realizó entonces para gloria de Zaragoza, invitamos a colaborar a cuantos sientan alguna inquietud o puedan aportar cualquier iniciativa. Nuestras puertas siempre estarán abiertas.
Un afectuoso saludo para todos,
Carlos Melús Abós
Presidente de la Asociación
CAL Y ARENA
¡QUE NOS LOS LLEVAN! Con aquel grito patriótico se inició la sublevación del pueblo de Madrid, el 2 de mayo. ¡QUE SE NOS CAE! Debería ser nuestro grito hoy, ante el imparable destino que, mucho nos tememos, le aguarda a la desafortunada mansión de los Palafox. El abandono, la desidia, la ruina. ¿Qué le queda aún por padecer: la venta, el derribo? Nunca entenderemos la apatía y el desinterés de Zaragoza ante semejante situación. Como decía aquel conocido humorista: ¡País!.
ENHORABUENA a nuestros paisanos de Leciñena y Perdiguera, por el éxito de su espectacular cabalgada en conmemoración de la batalla del Santuario de Ntra. Sra. de Magallón. La idea nació el año pasado y con buen ánimo repitieron en éste. Nutrida participación de jinetes. Magníficas las vistosas reproducciones de uniformes de época que por allí se vieron. Felicitaciones al amigo Marcén, alma de la idea.
DESPACIO se mueve el proyecto de la estatua de Palafox para Zaragoza. Compromisos (y serios) los hubo. Y muchas buenas palabras. Pero la última no acaba de darse por quienes deberían. Lamentamos que la magnífica obra de escultor Iñaki, premio «Los Sitios de Zaragoza» en nuestra VI convocatoria, corra nuevo riesgo. Aquí, en nuestra querida Zaragoza, siempre estamos igual. La magnífica maqueta que hemos podido contemplar, habla por sí sola. ¿Pero habla suficientemente alto?
HUBO, parece ser, problemas de difusión, en la convocatoria de la «Ruta de los SItios», segunda parte. Como consecuencia estuvimos menos que el año pasado, pero el entusiasmo idéntico. Un poquito de frío ya pasamos, que este año el día 1 de noviembre vino con niebla espesa y vientecillo desagradable. Estudiaremos para la próxima ocasión una fecha menos desapacible. Lo del día de Todos los Santos era por visitar la cripta de Palafox, pero los elementos son los elementos. Moncayo incluido.
FELICITACIONES y parabienes para todos los aficionados al tema, por la publicación de una nueva biografía de Palafox, editada por la D.G.A. Su autor, Herminio Lafoz Rabaza, ilustre investigador y veterano en estas lides cesaraugustanas. Brillante presentación la que se le hizo en la sala Zurita del Edificio Pignatelli. Y merecida. Magnífico libro, muy documentado, muy trabajado. La impresión, primorosa (hecha por Cometa, nuestros buenos amigos, que editan también este boletín). De lectura obligada, no lo olviden. Enhorabuena a nuestro buen amigo, Herminio Lafoz.
Hacía ya tiempo que veníamos comentándolo, y este año por fin se puso en marcha «Ia ruta de los Sitios». Nutrida participación (nos ayudaron mucho las llamadas desde la radio), ambiente cordial, y feliz idea, que se ha de repetir en años póximos. Se terminó con una comida de hermandad en agradable convivencia, que también de pan vive el hombre…
Meritoria y muy encomiable la labor de recuperación de lugares, fechas y ambientes, que están llevando a cabo al unísono desde Leciñena y Perdiguera. Todo el valle, al pie de la ermita de la Virgen, fue escenario de una cruenta batalla entre tropas de Perena y Suchet. Felicitamos a los organizadores, especialmente a D. José Marcén, Presidente de la Asociación de Amigos del Santuario de Ntra Sra. de Magallón, Leciñena, Perdiguera y Robres.
El pasado 2 de noviembre, y aprovechando la circunstancia de que en tal fecha permanece abierta la cripta de la Basílica del Pilar, la Asociación depositó una corona de laurel en recuerdo y homenaje ante la tumba del General Palafox. La instantánea recoge el momento en que nuestro Presidente D. Carlos Melús dedica unas palabras tanto a la gesta y a sus héroes, como al ilustre acompañante y testigo, D. Luis Gómez Laguna, quien siendo Alcalde de Zaragoza gestionó la definitiva venida de los restos de Palafox a la ciudad.
UNIFORMES Y DISTINTIVOS DE LOS SITIOS (II). LAS DIVISAS DE GRADUACIÓN
Luis Sorando Muzas
Al comenzar la Guerra de la Independencia se hallaba vigente en España el Regñlamento de divisas aprobado por Carlos III en 1768, que con sólo pequeñas modificaciones seguiría en uso hasta 1860.
La adopción de las divisas por parte de Ejército regular en toda España era ya un hecho, pero en las nuevas unidades creadas en Aragón se encontraron inicialmente algunas reticencias. Dos órdenes de Palafox acabaron rápidamente con el problema:
Orden del día (Zaragoza, ¿IX?-1808): «Ha notado el General Jefe que muchos oficiales no usan de su uso distintivo y hace responsables a los jefes para que manden los lleven, y los sargentos sus jinetas que les pertenecen a fin de que todos sean conocidos y respetados” (1).
Orden del día (Zaragoza, 27-XI-1808): «Todo oficial de paisano o sin insignias hallado en la ciudad perderá su empleo y si es fuera, será considerado traidor».
Las divisas correspondientes a cada categoría eran:
· Generales: Capitán General, Teniente General y Mariscal de Campo, 3, 2 y 1 entorchados de oro -respectivamente- en las vueltas de sus casacas y una faja roja con igual número de entorchados bordados en el centro de su parte delantera.
· Brigadieres: Un entorchado de plata en las vueltas, colocado por encima de los galones del Coronel en el caso de que mande un cuerpo.
· Jefes: Coronel, Teniente Coronel y Sargento Mayor, 3, 2 y 1 galón -respectivamente- de oro o plata, según el botón, de 5 hilos de anchura cada uno y con una separación entre sí de igual ancho, colocados en las vueltas. En actos de servicio usan gola y los que están al mando de un cuerpo, bastón largo.
· Oficiales: Capitán: dos charreteras de oro o plata, según el botón; Teniente: una charretera de oro o plata en el hombro derecho, y Subteniente o Alférez: una charretera de oro o plata en el hombro izquierdo (2). En actos de servicio usan gola (3) y los Ayudantes bastón largo.
· Cadetes: Un cordón de oro o plata, según el botón, pendiente del hombro derecho.
· Clases de Tropa: Sargento 1º: dos charreteras (jinetas) de estambre del color de la divisa; Sargento 2º: una charretera de estambre del color de la divisa en el hombro derecho (2); Cabo 1º: 2 galones de estambre blanco o amarillo, según el botón, en las vueltas; y Cabo 2º: un galón de estambre blanco o amarillo en las vueltas.
Todos aquellos que alcanzaron un grado militar adoptaron estas divisas, aunque careciesen de uniformes: sirva como ejemplo D. Jorge lbor «el Tío Jorge», siempre representado con sus ropas de labrador y un trabuco y que en realidad y según varios testimonios (4) lucía sus dos charreteras de Capitán y un sable al cinto, e incluso más adelante adoptó los galones de Teniente Coronel.
Son curiosos los casos de varios religiosos que fueron nombrados Coroneles: Fray Theobaldo -Abad Perpetuo de San lsidoro de León- descrito por Pedro Mª Ric «con el escudo de Defensor bordado en su manga y con los galones de Coronel» (5) y Fray Policarpo Romea -Capellán Mayor de Sto. Domingo de Silos- ascendido en febrero de 1809, luciendo en la manga de su casaca (6) los galones de Coronel y «tres o más escudos de distinción” (7).
Ligeramente distintas eran las divisas utilizadas por los cuerpos de la Guardia Real, de la cual concurrieron bastantes hombres a los Sitios; esto se debía a que sus grados equivalían a otros superiores en el Ejército, así sus Capitanes usaban galones de Coronel del Ejército, los Ttes. de Tte. Coronel, los Subtenientes charreteras de Capitán (8), los Sargentos las de Teniente, y los cabos 1º y 2º lucían 4 ó 3 ojales blancos sobre las vueltas. Los Exemtos de Guardias de Corps equivalían a Capitán de Guardias de Infantería, es decir, a Coronel del Ejército.
Pese a la creación de gran cantidad de nuevas unidades, quedó un elevado número de paisanos que, por su edad, talla u otras circunstancias, no quedaron encuadrados en ellas, pero no por ello renunciaron a colaborar «de por libre» en la defensa de la ciudad. Con el fin de intentar coordinar los esfuerzos de todos ellos eligió Palafox a una serie de individuos que los encabezasen.
En el Primer Sitio fueron: Felipe Sanclemente, Bernardo Segura y Santiago Sas y utilizaron como distintivo una «banda o faja encarnada para apaciguar al pueblo y conducirlos a la victoria» (9).
En el Segundo, a finales de enero, nombró en cada barrio Comandantes de paisano, concediéndoles como distintivo una banda azul, pendiente del hombro derecho al costado izquierdo, que en palabras del propio Palafox «era distintivo momentáneo para hacer conocer a los paisanos sus jefes en medio del fuego” (10). Estos eran también citados como «cabos principales» y en su mayoría eran eclesiásticos (11).
Notas:
(1) Libro de Ordenes del Día para la Plaza de Zaragoza, Archivo Municipal de Zaragoza, fondo Palafox, Caj. 1, Lég. 1 5-5.
(2) Los Tenientes, Subtenientes y Sargentos 2º, por la ordenanza de 1802 deberían llevar una capona -charretera sin flecos- en el hombro carente de charretera, pero la iconografía demuestra que en la realidad casi nunca la llevaban, no luciendo ningún adorno en ese hombro.
(3) Gola: media luna de metal convexa que se llevaba al cuello. Palafox -según su hijo (J.G. Mercadal «Palafox» Madrid, 1948, pág. 475)- conservó toda su vida “una gola de un oficial abanderado que, en la defensa de Zaragoza, habiéndole cortado el brazo derecho, en su presencia cogió la bandera con el izquierdo, y habiéndole cortado enseguida éste también, murió sosteniéndola con los muñones, de cuya sangre aún había señales en la gola», y el 16-XII-1851 la donó al Museo del Colegio de Cadetes de Infantería.
(4) A.M.Z., fondo Palafox, caj. 20, lég. 4: Piedrafita y los Hermanos Torres lo certifican.
(5) A.M.Z., fondo Palafox, caj. 13, lég. 8-1, Certificación dada por P. M . ª Ric.
(6) Al parecer estos religiosos vestían ropas no eclesiásticas, como lo prueba el que se hable de «casaca», o el que a Fray Domingo Comín se le admita en la Cía. del Arrabal «pudiendo ir de paisano, sólo con el escapulario» (A.M.Z. fondo Palafox, Caj. 11, lég. 9).
(7) Archivo Diputación Provincial de Zaragoza, «Actas de la Junta Suprema de Aragón y parte de Castilla». Acta del 23-V-1810 en la que Fray Policarpo pide se le reconozca jefe de la «Legión exterminadora».
(8) A.M.Z., fondo Palafox, caj. 12, leg.10-2: El 1-IX-1808 Palafox ascendió a dieciséis Carabineros Reales, que eran su escolta desde junio, al grado de Alféreces (de la Guardia) y ordenó a sus Edecanes (Ayudantes) «quitarse las charreteras para que los carabineros se las pusieran, pues no tenían dinero para comprarlas».
(9) A.M.Z., fondo Palafox, caj. 32: Bernardo Segura a Palafox, abril 1814, “acompaño a V.E. la citada banda, suplicándole la presente a S.M. para que la honre…». El 3-IX-1808 ya se le había querido entregar a Palafox, pero éste se la devolvió llamándole «salvador de Zaragoza y defensor del pueblo» y diciéndole que «a mejor tiempo la volviese a presentar».
(10) A. M.Z., fondo Palafox, caj. 12, lég 10-1: nombrados por Luciano Tornos, comandante general de todos los paisanos; en San Pablo fueron Santiago Sas, Mariano Cerezo, José Zamoray y Antonio Lacasa.
(11) A. Ibieca, »Historia de los dos Sitios…» T. II, pág. 148 dice que su banda era blanca, pero parece incurrir en un error, pues el expediente de Fray Antonio Lacasa (fondo Palafox) afirma era azul. Blanca era la usada por el Tribunal de Seguridad Pública.
INHUMACIÓN DE LOS RESTOS DE NUESTRAS HEROÍNAS EN LA IGLESIA DEL PORTILLO
Miguel PLOU GASCON
AGUSTINA DE ARAGÓN
Agustina de Aragón, había fallecido en Ceuta en 29 de mayo de 1857 y enterrada en dicha ciudad. Merced a las gestiones del Ayuntamiento cesaraugustano, en 14 de julio de 1870, se trasladan sus restos a Zaragoza y se entierran en la cripta de la Basílica del Pilar, en espera de que se hiciese un monumento a su memoria y recibiese en él definitiva sepultura.
El día 10 de junio de 1909, fueron exhumados para su traslado al mausoleo. El sarcófago en donde estaban tenía una lápida con la inscripción siguiente: «Agustina Zaragoza, falleció en Ceuta en 1857. Trasladada a S.H. en junio de 1870. R.l.P.» Y dice la crónica: «…la caja que contenía los restos se encontraba en estado tan deplorable que salió hecha pedazos. Estos fueron depositados en otra pequeña, de madera, forrada de negro, hecha ad hoc por el Sr. Alfonso y trasladados a la sala capitular, siendo colocados sobre una mesa junto a los de Manuela Sancho y Casta Alvarez».
MANUELA SANCHO
Había fallecido el día 7 de abril de 1863, a los ochenta años de edad, y enterrada en el cementerio de la Ciudad, en el nicho número 603, manzana llamada de restos.
El mismo día 10 de junio de 1909, como primer acto del Centenario, igual que a sus compañeras, tiene lugar la exhumación de sus restos y trasladados al templo del Pilar. La lápida tenía la siguiente inscripción: «Manuela Sancho, heroína de Íos Sitios de Zaragoza, falleció en la misma ciudad en 7 de abril de 1863. El Excelentísimo Ayuntamiento Constitucional de la S.H. tributa el más honroso recuerdo a su gloriosa memoria. R.l.P.».
En estos actos, además de la representación de la Ciudad, compuesta por el alcalde señor Fleta y vocales don Alfredo de Ojeda, vizconde de Espés y don Francisco Javier Aznárez, están presentes doña Felisa Escribano y su hija, familiares próximos, venidas de Barcelona. También las autoridades de Plenas, pueblo de donde era nacida.
CASTA ALVAREZ
Cabañas es el pueblo donde murió Casta y allí se dirigió, el día 9 de junio de 1909, una comisión de la Ejecutiva del Centenario formada por los vocales señores Pano, Lasierra, Fabiani y Oliver para hacerse cargo, al día siguiente, de sus restos y trasladarlos a la Ciudad. A tal efecto, llevaron consigo, un sarcófago, igual a los de las otras heroínas, de madera de cedro con chapas de metal blanco.
Como a su fallecimiento fue enterrada envuelta simplemente en una sábana, su pobreza no permitió otra cosa, sus huesos estaban dispersos entre los escombros de la fosa, los que recogidos y colocados en el sarcófago fueron trasladados a la iglesia parroquial donde se celebró una misa por su alma, con la presencia de todo el pueblo. Acto seguido, se descubrió una lápida conmemorativa en la casa en que había vivido y seguidamente emprendieron viaje por ferrocarril, a Zaragoza, y dichos restos se depositaron en la sala capitular del Pilar, junto a los de Manuela.
TRASLADO DE LOS RESTOS A LA IGLESIA DEL PORTILLO
Día 15 de junio de 1908. Por la mañana se celebró la misa de réquiem, con la presencia del Rey, don Alfonso XIII, miembros del Gobierno, Embajador de Francia y presidente del Comité Francés de la Exposición, Cabildo y autoridades locales.
Sobre las cinco de la tarde, desde la basílica del Pilar, se pone en marcha la comitiva, en un día de cielo encapotado que ya antes había obsequiado con algunos chaparrones. Salen los armones de artillería, cubiertos de paños negros, sobre los cuales iban los féretros de las tres heroínas, llenos de flores y banderas. De cada uno de ellos penden varias cintas que son llevadas por representantes de todas las clases sociales. La ornamentación del armón donde iba Agustina había sido costeada por los generales, jefes y oficiales del arma de artillería y las flores por la acaudalada señorita Teresa Covarrubias. En cabeza, en dos hileras, iban formadas las niñas de las escuelas municipales cantando el himno a los Sitios, que acompañaba la música del Hospicio. El Rey preside la comitiva y como al salir del templo llueve torrencialmente, alguien hace ver al monarca lo peligroso de recorrer una ruta tan larga en estas condiciones, pero él sigue adelante recibiendo impasible el agua, actitud que hizo aumentar los aplausos que el pueblo zaragozano le venía dispensando, y así con lluvia más o menos intensa se llega a la plaza del Portillo, momento en que cesa de llover. La Guardia Civil de caballería trata de mantener el orden, un tanto alterado por la abigarrada muchedumbre. Los féretros son portados al interior de la iglesia.
Al llegar el Rey, se le saluda con un inmenso clamor y entre los acordes de la marcha real, pasando por debajo de las banderas de los estudiantes cruzadas en su honor, penetra en el templo.
Entre una muchedumbre enfervorizada, se procedió a la inhumación de los restos de las tres heroicas defensoras de Zaragoza en su definitivo enterramiento. Desde los túmulos a los nichos fueron conducidos: los de Agustina de Aragón, por los oficiales de artillería Sres. Royo y Fons; los de Manuela Sancho, por el doctor Fatás, concejal del Ayuntamiento de Madrid y don Alfredo Ojeda; y el de Casta Alvarez, por los Sres Alvarez y Lasierra.
Iglesia y capilla, repletas de público, estaban muy bien iluminadas, y en su adorno se habían colocado una gran cantidad de plantas y ramajes. La capilla, construida por el arquitecto Magdalena, aunque todavía sin acabar, tenía sus paredes cubiertas de tapices.
Con este acto, que los cronistas refieren como de una extraordinaria grandiosidad, el pueblo de Zaragoza rendía tributo a estas tres mujeres, símbolo del temple y valentía con que las zaragozanas vivieron los dos famosos Sitios.
UN CARRETERO EN LOS SITIOS
LA HISTORIA DE FRANCISCO RIERA
Tomás Gómez de Valenzuela
Hace ya unos meses, mientras buscaba entre los documentos del Archivo de Palafox, hubo uno que llamó mi atención y quizá por su propia sencillez me resultó interesante y seguí «tirando del hilo». Aparecieron nuevos documentos relacionados con nuestro personaje y, con todos ellos, podemos acercarnos a uno de los millares de héroes desconocidos y anónimos. La que hoy me atrevo a escribir es la historia de Francisco Riera. Un carretero.
El documento inicial es una solicitud de nuestro protagonista al General Palafox en la que le recuerda los méritos por él contraídos durante los dos asedios y a efectos, supongo, pues esto no acaba de quedar claro, de solicitar las medallas de ambos Sitios.
Francisco Riera, vecino del Vendrell, en la provincia de Tarragona, llegó a Zaragoza unos días antes de la acción de Alagón. Venía procedente de Madrid con un carro cargado de algodón. Al hombre, nada más aparecer, le embargaron el contenido y el continente. El primero fue destinado a la fabricación de parapetos, y el segundo, junto con su persona, como agregado a la Artillería, encomendándole del transporte de víveres y municiones.
De inmediato y ya con su nuevo cargamento salió hacia Alagón, donde como él mismo dice “sufrimos la desastrosa retirada» y añade, y es un dato que no he podido confirmar, que de resultas de esa acción fue pasado por las armas el jefe de los Dragones del Rey al abandonar su puesto durante el combate.
En el desorden de la retirada nuestro protagonista pudo guiar su carro y con ello salvar a catorce paisanos que eran «cuantos podía contener mi carruaje». Llegó a Zaragoza justo antes de que los franceses le pusieran sitio, dejando a los viajeros en la ciudad
Dentro de la misma, Francisco continuó abasteciendo de víveres y municiones las distintas baterías de la ciudad, y así llegó el día de mayor gloria para nuestro personaje. Fue el 2 de julio de 1808: la famosa acción del Portillo y de Agustina Zaragoza con aquel cañonazo con nombre propio. Pero dejemos que sea el mismo Riera quien nos cuente su participación y su versión de aquellos hechos:
«Tan luego como llegó a mi aviso el fuego que sostenían los valientes en la dicha batería, me determiné impávido con el carro de mi mando, provisto de municiones que cargué en San Juan de los Panetes, bajando por el arco de la cárcel entré en tropel, hombres, mujeres, ancianos y niños, y me dijeron:
– Catalán, dónde va V. M.
– Al Portillo.
– No vaya V. M. que han volado la batería y la gente que la defendía no resiste.
Aún más me decían y repetían que la caballería e infantería enemiga van degollando toda la gente, por lo cual se retiraban a la orilla del Ebro a salvar sus vidas, cerca del Puente de Piedra. Y yo solo, sin arredrarme tal imponente insinuación, me atrevía a costa de mi vida esponerla, a seguir hacia aquel punto sin más escucharles, por ver si podía salbar aún los que quedaban, como lo verifiqué sin haber encontrado un alma desde la plaza del Mercado hasta el Portillo, tomando la dirección que me pareció conveniente para salbar las municiones y burlar la vigilancia enemiga: así sucedió llegando tan a tiempo el fuego de una granada, que no encontré mas defensores que un Teniente Coronel, dos paisanos y una muger; puse las municiones a disposición del primero, pues no tenían ningún cartucho, con valor serenidad y prontitud todos cinco, yo a cargar, los paisanos a atacar, y la heroica muger (de un sargento que murió al volar la batería, cuyo nombre no conservo en la memoria) dio fuego al cañon de a 24 (que estaba a mano izquierda, saliendo por la Puerta del Portillo, que había llegado de Jaca) cargado con balas de fusil, contuvo al enemigo que a mi llegada se encontraban ya en el foso y escalando. Se redobló el valor se aumentó el ánimo mientras van llegando los paisanos armados y sin armar que estaban diseminados; los disparos consecutivos que tuvieron que dejar el campo por aquel punto en precipitada retirada, dejando el campo cubierto de cadáveres enemigos, los cuales se quemaron.»
Hasta aquí el meollo de la historia de nuestro personaje; los lectores de nuestro boletín sabrán mejor que yo valorar los curiosos datos que nos refiere el carretero a propósito de su acción.
Siguiendo con el documento, cuenta cómo fue invitado, tras rechazar el ataque, a comparecer ante Palafox para recibir la recompensa a la que se había hecho acreedor llegando justo a tiempo con sus municiones. El se negó, pues «no había echo mas que mi dever a la patria».
Continuó el primer sitio y continuó el ir y venir de carro y carretero a las puertas y baterías. Tras el levantamiento del asedio por el ejército francés salió casi en pos de los invasores junto con dos paisanos resueltos en dirección al puente de la Muela para recuperar todo cuanto fuera útil de lo que los franceses abandonaban en su precipitada huída. Así se topó con un carro enemigo roto y abandonado. El carro estaba cargado de «cajones de balas de fusil con tres serones de cuerdas de tirantes»; dicho botín fue presentado a Palafox al día siguiente en su propio palacio. Aún hizo otro viaje, esta vez a por comestibles que el enemigo abandonó en un corral cercano al punto donde encontró el carro.
Posteriormente, y ya cercano al segundo Sitio, salió con su vehículo hasta llegar a Caparroso, desde donde volvió a Zaragoza. Allí, dice, permaneció hasta la capitulación sirviendo incansable a las baterías. No da detalle del segundo sitio.
Nuestro carretero, supongo que sin su carro, llegó por fin a su tierra y aún participó en el sitio de Tarragona. Al parecer llevaba consigo un documento que acreditaba su participación en los zaragozanos, pero lo entregó a la Junta de Tarragona y ésta lo extravió en el laberinto burocrático. El hombre quiere ahora otro igual «para legar a mis hijos e inflamar en sus tiernos pechos la llama del amor patrio e imiten con estímulo el valor y mérito que contrajo su anciano como desgraciado padre”.
Hasta aquí el primer documento. Posteriormente encontré otro emitido por la Alcaldía Constitucional de Zaragoza en el que cuatro testigos bajo juramento y ante notario dicen ser ciertos los hechos que cuenta Francisco Riera. Los cuatro testigos son: Telesforo Peromarta, labrador zaragozano de 74 años; Magin Guimerá, músico, natural del Vendrell, de 54 años; José Canfrán, cordonero, zaragozano, de 60 años; Pedro Ferrer, comerciante barcelonés de 55 años.
Los cuatro están en ese momento afincados en Zaragoza y recuerdan, como queda dicho, los hechos tal y como los cuenta el protagonista; no añaden más datos de interés salvo quizás el último, Pedro Ferrer, quien dice conocer desde antes de los sitios a Francisco Riera «con el motivo de que el carro y las cinco caballerías que llevaba en dichos sitios y con las que prestó los servicios que refieren eran propios y de la pertenencia de Antonio Sol, natural de Barcelona, que era tío carnal de la esposa del testigo».
Así como el primer documento no aparece fechado, el expediente informativo lleva la fecha de 14 de mayo de 1842. Palafox recibió toda la documentación anteriormente citada, pues el cuatro de junio de 1842, apenas veinte días después, certifica que «fuí testigo de los generosos y valientes servicios que rindió a la causa Santa de la libertad e independencia nacional, Francisco Riera, vecino del Vendrell, del Principado de Cataluña… con particularidad en el incendio y destrucción de la brillante batería de/ Portillo, en que fue uno de los muchos que señalaron aquel día de gloria para los Españoles en la obstinada defensa de tan importante punto”.
Conforme a lo solicitado, Palafox reproduce algunos artículos del Real Decreto de S.M. dado en Sevilla a 9 de marzo de 1809.
He consultado en la bibliografía todos lo hechos relatados por Francisco Riera y no he encontrado ninguna cita concreta de nuestro hombre. Sin embargo tanto Casamayor como Alcalde Ibieca aluden a que antes de salir para Alagón se cargaron carros con víveres para la salida. Casamayor, dice también que tras levantar el primer sitio salió «mucha parte de nuestras tropas a alcanzar al enemigo» (pág. 147) y también que «en este día se fueron trayendo a la ciudad muchos de los repuestos de artillería y bombas que habían dejado los enemigos».
Mariano de Pano y Ruata en su libro «La Condesa de Bureta», señala entre los numerosos méritos de la Condesa la entrega de una galera (un carro de cuatro ruedas dedicado a la agricultura y tirado por dos o cuatro mulas). Como dato curioso puede señalarse que en 1800 dicha galera había costado 2.200 reales de vellón (pág. 143). El carro de Riera estaba tirado, como hemos visto, por cinco mulas y podía llevar además de su conductor a catorce personas. Era, para la época, un verdadero vehículo pesado.
Hay un último documento, una carta de nuestro protagonista al Duque de Zaragoza; en ella se hace alusión a otras cartas que no he podido localizar. En este documento pide a Palafox que investigue «si existe en el Ministerio la esposición o solicitud que hize y se remitió al gobierno en 26 de noviembre de 1842… o si se ha de hacer otra para la presente legislatura”. La carta lleva fecha de 1 de febrero de 1845.
Al parecer, y a pesar de sus esfuerzos, Riera aún no había conseguido lo que tanto buscaba, que deduzco que serían las medallas de los Sitios. No hay más noticias del asunto. No sé si por fin consiguió nuestro carretero su merecida distinción. Sirvan estas líneas como reconocimiento a su valor.
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