ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

Palabras del presidente.

Ecos de la Asociación.

Uniformes y distintivos de los Sitios de Zaragoza (IV). El General Palafox.

El Armamento de chispa (III).

Carta a la Condesa de Bureta. 

Queridos amigos:

Felicidades. A todos los miembros de la Asociación y a cuantos simpatizantes y amigos habéis ido animándonos día a día. Felicidades, porque con el esfuerzo y el aliento de todos, seguimos creciendo.

Desde la primera vez en que nos asomamos a estas páginas, os he invitado a serviros de ellas como cauce de participación y de charla entre amigos de un grato tema común, los Sitios de Zaragoza. Vuelvo a hacerlo una vez más. Seréis acogidos con el mejor entusiasmo y el mayor afecto. Os agradezco de antemano vuestra colaboración, vuestro estímulo y vuestras sugerencias. Es este pulso vivo el que nos mantiene.

También desde la primera vez os he hablado de una fecha importante: el Bicentenario de la extraordinaria gesta que vivió nuestra ciudad. Fecha importante, que está ya más cerca. Tenemos la grave responsabilidad de mantener el «fuego sagrado» para que nuestro rescoldo hoy, sea hoguera en el año 2008. Con la esperanza y la ilusión de conseguir que Zaragoza sepa quedar a la altura de nuestros antecesores en aquellas memorables jornadas del Primer Centenario. Difícil reto.

Gracias de nuevo a todos por vuestra colaboración y vuestro apoyo, que sentimos cálido y cercano. Un afectuoso saludo,

Carlos Melús Abós

Presidente de la Asociación

ECOS DE LA ASOCIACIÓN

Fue noticia en toda la prensa local. En nuestra «ruta de los Sitios» (Vª edición) del pasado 1 de noviembre, tuvimos un acompañante de excepción. Don Alberto Alvarez de Toledo y Mencos, descendiente de Palafox, actual Duque de Zaragoza y Marqués de Lazán, nos hizo el honor de compartir nuestro itinerario. En la fotografía aparece flanqueado por nuestro Presidente, D. Carlos Melús, y por el escultor Iñaki, en la casa estudio de éste. El motivo fue la presentación «en sociedad» de la magnífica escultura ecuestre del General, de la que nos hemos ocupado ya en ocasión anterior. Don Alberto Alvarez de Toledo había venido expresamente a Zaragoza en fecha tan particular (acompañado de su hermana) para depositar junto a nosotros, una ofrenda floral en la tumba de su ilustre antepasado, en la cripta del Pilar. Hombre de talante extraordinariamente cordial, y con una llaneza (a la aragonesa) que le honra, tuvo la gentileza de invitarnos a cuantos hicimos con él la “ruta», a visitar la casa natal de Palafox su casa actualmente en remodelación. Entre tan ilustres muros y ante tantos amigos, renovó su compromiso desinteresado de ceder mil metros cuadrados al futuro Museo de los Sitios. La parte más noble de la señorial mansión, su entrada principal con patio porticado, escalinata y salón, acogerán un día los recuerdos imperecederos de la gesta zaragozana, que se hará aún más viva si cabe, en la memoria colectiva de la ciudad.

Bello gesto. En recuerdo de los defensores de Zaragoza que en aquel 21 de febrero de 1809, tras la capitulación, rindieron sus armas en la explanada de la Aljafería ante tropa francesa formada, la Asociación organizó el mismo día 21 un emotivo y simbólico homenaje. Saliendo por la «puerta del Portillo» se dirigieron al olivar situado frente al Castillo de la Aljafería, y prendieron entre sus ramas unos claveles rojos en memoria de los valientes defensores, que iniciaron en tan aciaga fecha un amargo cautiverio en el exilio, que para muchos terminó en la muerte.

En el Cháteau Vieux de la ciudad de Bayona, en su muro nordeste y colocada en lugar preeminente, se encuentra una hermosa placa con una interesante inscripción: «Construido sobre el emplazamiento del Castellum romano/ por Bertrand, Vizconde de Bayonne/ ha sido habitado/ por Don Alfonso el Batallador, rey de Navarra (1130)/ el Príncipe Negro Duguesclin/ Don Pedro el cruel, rey de Castilla (1367)/ Luis XI (1463), Francisco IV (1526)/ Carlos IX (1565), Luis XIV (1660)/ Marie Anne de Neubourg, reina de España (1706)/ y el General Palafox, defensor de Zaragoza (1809)». Habilitado actualmente como cuartel por el ejército francés, conservará probablemente copioso archivo, sin duda repleto de secretos por descubrir. Sugerido queda a cuantos estudiosos del tema pudiese interesarles.

UNIFORMES Y DISTINTIVOS DE LOS SITIOS DE ZARAGOZA (IV)

EL GENERAL PALAFOX

Luis SORANDO MUZAS

Cabeza más visible de la resistencia aragonesa, son varios los testimonios que poseemos sobre su aspecto externo en este periodo. D. Joseph Rebolledo de Palafox y Melzi llegó disfrazado a su ciudad natal, Zaragoza, el 12 de Mayo de 1808, huyendo desde Irún tras haber sido descubierto por los franceses un plan para permitir a Fernando VII escapar de Bayona.

Palafox tenía entonces 32 años de edad, de mediana estatura, piel clara y pelo negro «au coup de vent», es decir, corto por detrás pero por delante largo hasta encima de los ojos y con grandes y anchas patillas. Era Teniente 2º de la compañía española (1) de las Reales Guardias de Corps, lo que equivalía a Brigadier del Ejército.


Dadas las circunstancias de su llegada no trajo uniforme alguno (2), pero en los días siguientes uno de sus criados logró traerle desde Irún parte del equipo, y con él sus uniformes (3).

El primero de ellos era el muy vistoso uniforme de Brigadier, con grado de Tte. 2º de los Gdas. de Corps, azul con divisa roja y galones de plata (4). Debió quedar destrozado cuando el 26 de Mayo, tras haber aceptado el empleo de Capitán General simbolizado en un bastón de mando que le entregó Mori, «con dificultad pudo llegar a su casa con su uniforme hecho pedazos porque le quitaban trozos de él con el entusiasmo más original, pues luego los presentaban como reliquias» (5).

Tal vez fuera restaurado por el sastre D. Joaquín (6) «del que S.E. se sirve en las actuales circunstancias para sus uniformes y vestidos, y para este Exto. su oficialidad toda”, esto no podemos asegurarlo. Pero sí, que el segundo uniforme, mucho más sencillo, y todavía con los bordados de Brigadier (pese a que desde el 6 de Junio se le había ascendido a Mariscal de Campo) fue el utilizado por Palafox hasta finales de Noviembre, y con él le retrataron y describieron cuantos visitantes pasaron por Zaragoza en Septiembre y Octubre de ese año (7).

Consistía éste en bicornio negro con escarapela roja viveada de blanco, con algún lema patriótico, como el que describe el inglés Doyle, que al visitar Zaragoza en Octubre de 1808 vio que eran «los nombres de los Reyes Jorge y Fernando». Llevaba además presilla plata y plumero rojo.

Casaca azul turquí con solapas cruzadas y cuello doblado abierto que deja ver el corbatín blanco‑ sin otro adorno que dos hileras de botones plateados en su delantero y el entorchado de Brigadier en sus vueltas y cuello, y la cruz roja de Calatrava, que logró en 1804. Calzón ajustado blanco y botas cortas negras, de las usadas por la caballería ligera. Completaban su equipo «un bonito cinto rojo» con bordados de plata, del que pendía su sable curvo (8), dos veneras de las órdenes de Calatrava y San Juan de Jerusalén (9), pendientes del cuello por una cinta roja, y a la cintura la faja roja con un entorchado dorado como único testimonio de su nuevo grado de Mariscal.

Tuvo además una levita azul de paisano con entorchado plata añadido en sus vueltas. Todo esto fue confirmado ante la Junta Suprema por Calvo de Rozas: «el General no ha tenido hasta Septiembre (fecha en que Calvo fue a Madrid) más vestidos que dos de Brigadier que se llevó cuando salió de Madrid para Bayona, y una levita de paisano; ni aun se podía, ni quiso hacer otro, por no distraer los sastres de que hiciesen chaquetas para los paisanos» (3).

Ascendido por la Junta Central a Teniente General, por decreto dado en Aranjuez el día 11 de Octubre, recibió Palafox la noticia el 2 de Noviembre.

Sustituyó entonces los entorchados de plata de sus uniformes por otros de oro, y añadió un segundo entorchado a las vueltas y a la faja. Igualmente y aprovechando el período de relativa calma que duró hasta mediados de Noviembre, mandó construirse un uniforme reglamentario de gala, azul, con cuello, vueltas, solapas y forros rojos, con bordados de oro, plumín negro en el bicomio y calzón rojo (10).

Notas:

(1)     «Estado Militar de España, Año de 1808» Imprenta Real, p. 39.

(2)     “Nos fugamos al abrigo de la noche, dejando en la posada nuestros equipajes». Fdo. Butron al Redactor General, Ceuta 1 III 1814. (A.P. Leg. 1 3 4).

(3)     Representación de Calvo de Rozas a la Junta Suprema. Sevilla 14 IV 1814, en «La representación aragonesa en la Junta Central Suprema», por Pedro Longás Barlibás. Zaragoza 1912, p. 87 89.

(4)     Su divisa de grado consistía en un entorchado de plata, colocado entre dos galones de plata con lises en las vueltas rojas. Los oficiales no usaban la famosa bandolera plata con cuadretes, típica de los Gdas. de Corps. Un maniquí en Museo del Ejército, nº 40827.

(5)     Memorias de Palafox (A.P. Caj. 44 19 4).

(6)     D. Joaquín a Palafox. Zaragoza 24 VIII 1808 (A.P. Caj. 43), pidiendo licencie a los oficiales de sastre Ml. Lorenzo y Ml. García «pues si no, no dará abasto para los encargos».

(7)     Vaughan, Charles Richard, lo ve y lo describe a finales de Octubre. Gálvez y Brambila tomaron apuntes del natural, basándose en ellos para un grabado de la serie «Las Ruinas de Zaragoza” y otro grabado por R. Estebe. En la colec. Saridakis existía otro retrato, atribuido a Goya, pero que más bien parece obra del mismo Brambila, y en el Museo Zuloaga existe otro retrato atribuido también a Goya, pero que según algunos expertos es en realidad una buena falsificación. Sabemos que Dordal realizó otro retrato, que salvado de manos de los franceses en febrero de 1809, fue a Inglaterra,

(8)     Este sable, junto a un par de pistolas se conservan en el Museo del Ejército.

(9)     Construidas en Madrid por Sebastian Nickel y Beck, por 600 reales; en 1816 aún no habían logrado cobrarlas. (A.P. 41 1/3238).

(10)    Con él aparece en un grabado de 1809, de rodillas a los pies del Pilar, y en una estampa de la imprenta valenciana de Miguel Domingo (1809), aunque en ésta le coloca erróneamente tres entorchados.

EL ARMAMENTO DE CHISPA (II)

Coronel Julio FERRER SEQUERA

El arma de fuego democratizó el combate y la lucha individual­:

«Desde que se inventó la pólvora se acabaron los chulos» (Anónimo).

Como ya se indicó en el breve artículo sobre las armas de pedemal aparecido en el Boletín nº 4 de nuestra Asociación, lo continuamos hoy con una muestra de las características y capacidades generales del fusil militar de infantería de aquella época, que eran muy similares en los modelos usados por todos los ejércitos participantes en las guerras napoleónicas.

4. PRECISION

El cañón liso y lo rudimentario de los órganos de puntería no permitían obtener una gran precisión. Por ello el fuego se hacía en formaciones compactas y siempre sobre grupos numerosos de modo que la descarga basaba su eficacia en enviar sobre el enemigo una verdadera nube de plomo. No eran por consiguiente frecuentes los disparos sobre elementos aislados. Fue “vox populi» en los Sitios que Palafox, tomando el fusil de un soldado, derribó a un jefe enemigo; pero nosotros ponemos “en cuarentena» esta conseja.

No obstante, estas armas eran capaces de colocar 26 balas de cada 100 en un blanco de 2 x 2 m., tirando a 150 metros. Y 4 balas tirando a 300 metros, distancia ya respetable.

Para obtener mayor efecto se recomendaba a los soldados apuntar hasta los 100 metros al pecho del enemigo, hasta 180 a la cabeza, hasta 200 a la parte alta del chacó y más allá de esa distancia, por encima de dicha prenda, a estima. A distancias mayores de 400 metros no era rentable el tiro de fusil. No obstante, una bala perdida mantenía su poder vulnerante hasta casi los 1000 metros.

5. PODER DE DETENCION (P.D. o S.P.)*

Se entiende por poder de detención (P.D.) o «stopping power» que así lo escriben muchos españoles “cultos», la capacidad de un proyectil para dejar fuera de combate a un enemigo (lo cual en modo alguno significa inevitablemente su muerte), o hacer cobrable una pieza de caza. Así pues, el proyectil más «humano» será el de mayor P.D. pues el enemigo, por sus efectos, perderá al momento todo interés por la discusión, aunque la herida no tenga graves consecuencias. Y en asunto de caza, el pobre animal herido por el sádico cazador quedará en el sitio y no morirá en la espesura inútilmente después de una larga y dolorosa agonía.

Aunque la velocidad del proyectil era pequeña (Vo = 350 m/s.), su gran masa de 30’5 grs. de plomo puro que presentaba una sección frontal de 2,27 cm2 le proporcionaba un poder de detención casi ocho veces superior a una potente pistola de calibre 45″ con el agravante de que al entrar en el organismo de la víctima introducía en la herida trozos de ropa, piel, pelos y otros materiales que, junto con la mugre normal del soldado en campaña, aseguraban una rápida infección. Y los deficientes medios de evacuación primero y de desinfección después, hacían que en las guerras del siglo XIX el número de fallecimientos por cada cien heridos fuese superior a ochenta.

6. PODER DE PERFORACION

Aunque contra todo tipo de blindajes, de obra o de tierra, los pesados proyectiles esféricos nada podían, su penetración en madera de pino a 80 metros de distancia era de 85 milímetros que quedaban reducidos a 10 mm. cuando se tiraba a 400 metros.

Esto significaba que puertas y ventanas, los petos y cascos de los coraceros y gran número de protecciones de todo tipo eran fácilmente atravesados.

7. VELOCIDAD DE TIRO

La cadencia de tiro de los fusileros era menos lenta de lo que el profano actual se imagina; un soldado instruido podía efectuar tres disparos por minuto en condiciones normales de combate e incluso ciertos tratadistas de la época aseguraban que la Infantería Ligera, tropa muy selecta, llegaba a efectuar cinco disparos en el mismo tiempo. Nos permitimos considerar más razonable para un soldado instruido los tres disparos por minuto.

8. OTRAS ARMAS DE FUEGO

Completaban el armamento individual otras armas de fuego como eran los mosquetones, tercerolas, carabinas y pistolas. Los primeros y las segundas eran similares al fusil, pero más cortos, para facilitar el manejo en   sus cometidos peculiares. Su calibre solía ser el mismo pero el alcance y precisión menores. Las carabinas, por el contrario, al tener el cañón estriado gozaban de una precisión comparable a la de un arma moderna, siendo su alcance también notable. Sólo la usaban muy contadas unidades.

Las pistolas eran principalmente armas para la defensa personal de jefes y oficiales, siendo de dotación solamente para algunas tropas especiales de Caballería.

Entre las numerosas armas civiles empleadas por los españoles se encontraba todo tipo de escopetas de caza, retacos y trabucos, armas que sólo en el combate callejero tenían cierto valor militar.

 Esperamos y deseamos que estos escuetos datos, además de dar a nuestros lectores una somera idea de este interesante tipo de armas, les animen a profundizar en su conocimiento, para cuyo logro siempre podrán contar con la ayuda del autor, que desde este momento se pone a su disposición para cualquier consulta.


                               Aspecto y componentes del fusil militar de infantería que, con ligeras

diferencias, usaron en las guerras napoleónicas

todos los ejércitos contendientes.

(Lámina tomada de la «Enciclopaedie Française» (Diderot)

CARTA A LA CONDESA DE BURETA

Nuria MARIN ARRUEGO

Con motivo de la presencia entre nosotros de la actual Condesa de Bureta,

Doña María del Carmen Izquierdo, Viuda de López Fernández de Heredia,

quien ha tenido a bien aceptar el pequeño homenaje que en este día

tiene el honor de ofrecerle la Asociación Cultural «Los Sitios de Zaragoza”.

Querida y admirada Dª Mª de la Consolación:

Permítame que en los albores del siglo XX, importune su descanso tan torpe mano.

Es mucho lo que ha llovido desde que Ud. nos dejó aquel 23 de Diciembre de 1814. Sin embargo, Zaragoza la recuerda entrañablemente, en parte gracias a la labor de excelentes cronistas que se ocuparon en mantener viva su memoria.

Señora, difícilmente reconocería Ud. hoy la fisonomía de la ciudad que tanto amó. Créame, si le digo que desaparecieron sus famosas puertas (a excepción de la del Carmen), la mayor parte de los antiguos y vetustos conventos, su magnífica universidad y los hermosos palacios que la embellecían. Mas esto no va a parecerle nada cuando (y siento disgustarla) le diga que también cayó la Torre Nueva. ¡Cosas de estos tiempos modernos! o mejor, dicho sin tapujos, atrocidades que todavía no alcanzo a entender en nombre de qué se cometieron.

Pese a los cambios experimentados en tan largo tiempo, no resulta tarea difícil para la imaginación de quien escribe, verla entre Junio y Agosto de 1808 (periodo del Primer Sitio) organizando las diversas y humanas funciones de aquel llamado «batallón volante», compuesto por mujeres acogidas a su generosidad, y que con su persona a la cabeza avituallaban a los defensores, atendían a los heridos y daban grandes dosis de ánimo a pie de trinchera a los desfallecidos combatientes. Siempre con gran desprecio del peligro, Ud. querida señora, se hizo presente en todos los puntos, poniendo a disposición de la ciudad su vida y hacienda.

El fatídico 3 de Agosto, cuando expiraba en llamas el Real Hospital General de Nuestra Señora de Gracia, allí se la vio, entre el fuego y las bombas, auxiliando a los enfermos que inmovilizados en sus lechos hubieran perecido de la forma más cruel sin la ayuda de manos piadosas como las suyas.

¿Y qué me dice del día 4? ¡Menudos apuros! Decidida y audaz tomó las armas por primera vez dispuesta a batirse con quien se le pusiera por delante. No en vano tal despliegue de valor y energía le valió al término del Primer Sitio, el sobrenombre de «La Espartana».

Durante la corta tregua dada por el ejército imperial, su corazón de mujer tuvo tiempo para el amor, contrayendo matrimonio con D. Pedro Mª Ric. Sí, las circunstancias revestían cierta gravedad, pero convendrá conmigo en que la lucha y la vida siempre van unidas. En su querido Perico (como acostumbraba a llamarle) encontró sin duda un buen compañero y excelente padre para sus dos hijos: Marianito y Mª Dolores.

Llegó Diciembre, y también los franceses, decididos en su segundo intento a alzarse con la victoria.

Llegado este punto, me he preguntado con frecuencia el por qué no se puso a salvo, cogió a los niños y se instaló en Fonz. Si no me equivoco, Ud. estaba embarazada y su salud dejaba bastante que desear. La respuesta la encuentro únicamente en su acendrado sentido del deber para con la Patria.

Muy poco gozaron los defensores de la ciudad de su presencia durante el Segundo Sitio. Todos sabían que «la de Bureta» se hallaba en cama. Aquel embarazo que terminó en aborto, la privó de recorrer las calles, mas no de trabajar día y noche cosiendo sacos y vendas para los heridos.

Todo terminó un amargo 20 de Febrero ¡Zaragoza capituló!

De los pocos días que Ud. convivió con los franceses circula una anécdota, sin duda cierta, que me fascinó por cuanto en sí, revela su personalidad y temperamento:

Viéndose en la obligación de recibir en su propia casa al Mariscal Lannes, lo hizo en uno de los salones donde presidía la estancia un gran retrato de Fernando VIl. Ante la arrogancia de la condesa, éste le increpó diciéndole (mirando el retrato):

  ¿Para qué han mantenido esta guerra puesto que él se ha ido? poniendo como ejemplo, que si él se iba de su casa ¿por qué habían de exponerse sus criados para conservar sus cosas? A lo que la condesa respondió:

  Bien que se alegraría de tener criados tan fieles.

¡Qué chispa en la contestación!

Los franceses la detestaban, y me consta que Ud. pagaba con idéntica moneda ¿me equivoco?

Ello motivó un largo peregrinaje que culminó en Cádíz, donde su familia llegó con un miembro más: la pequeña Pilar, nacida en Valencia.

Bien sé, Doña Consolación, las penalidades que soportó en tan bella ciudad. Allí padeció una grave enfermedad que casi le cuesta la vida, y los apuros económicos fueron de tal calibre que corto quedaba su ingenio a la hora de proporcionarse algo que echar a la olla.

Liberada Zaragoza, tuvo la dicha de regresar a la amada ciudad y ver libre al Rey por quien tanto había penado. Durante la estancia del monarca en Zaragoza, me es bien notorio que fue Ud. el artífice de las fiestas con que los zaragozanos le recibieron.

Reconocido por Fernando su enorme patriotismo y agasajada con las muestras de amistad con que la distinguió, su dicha sin duda tocó el zenit, viendo ante sí una vida tranquila y feliz junto a su familia, que por cierto esperaba verse aumentada.

Sin remotamente sospecharlo, su destino iba a ser otro.

Un durísimo parto segó la incipiente vida del niño que llevaba en sus entrañas. Días después tras un complicado postparto, Zaragoza entera, de riguroso luto, lloraba a “la de Bureta».

Querida Condesa, permita que me despida de Ud. con el gran sentimiento de no haberla conocido, esperanza que no pierdo pues si es cierto que hay otra vida, en ella la buscaré y dispondré de la Eternidad para oir de sus propios labios mil relatos y anécdotas de los memorables Sitios de Zaragoza.

Hasta entonces, quede con Dios, llma. Sra.

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