Palabras del presidente.
Ecos de la Asociación.
Capitulación de Zaragoza.
¿Qué conserva Zaragoza de la época de los Sitios?.
Los Voluntarios de Aragón en la batalla de la Coruña.
La caballería en los Sitios.
Queridos amigos:
Este año nuestra Asociación celebra el decimoquinto Premio Los Sitios, una meta para muchos impensable, haber llegado hasta aquí, con un premio que cada año se consolida dentro del panorama cultural de nuesta ciudad.
Todo ello posible gracias a la ayuda moral y económica de los socios que la forman y de instituciones que desde el primer momento nos han apoyado en nuestra singladura.
Recientemente han comenzado a manifestarse algunos grupos particulares y políticos para la creación de entes, fundaciones y asociaciones- con el loable ánimo de conmemorar el próximo Bicentenario de Los Sitios; bienvenidas todas las iniciativas y proyectos que sirvan para coadyuvar la gesta histórica de nuestros antepasados, de la que Zaragoza no debe olvidarse nunca.
Nosotros como Asociación, y desde su inicio, hemos venido recordando y reclamando aquéllos hechos. Si bien es cierto que con modestia de medios, no lo es menos que con un profundo respeto a tan bella página de la historia y a sus gentes, evocando las fechas más memorables a lo largo de quince años, siendo así, prácticamente los únicos que hemos mantenido viva la memoria de Los Sitios de Zaragoza.
Acabaré diciendo que el año anterior es digno de mantener en la memoria. ¡Al fin!, se firmó el convenio para la realización de la estatua del General Palafox, encargo del Exmo. Ayuntamiento a nuestra Asociociación. Esperamos que en breve pueda inaugurarse el monumento, dando así cumplida satisfacción al deseo de los defensores de Zaragoza para con su Jefe, expresado hace 200 años (14 de Septiembre de 1808).
Esperando reunirnos todos el día de la inauguración, os envio mi más afectuoso saludo.
Carlos Melús Abós
Presidente de la Asociación
ECOS DE LA ASOCIACIÓN
Luisa Fernanda Rudi, descubrió la placa conmemorativa del 190 aniversario de la capitulación de los Sitios de Zaragoza. Dicha placa fue instalada en las Casas del Canal, ubicadas en el barrio de Casablanca. Al acto asistieron el representante militar de la embajada de Francia en España, y la cónsul Mme. Ledesma entre otras autoridades.
Despertó un gran interés el Curso Monográfico que sobre Los Sitios de Zaragoza impartió nuestra asociación en el Centro Cultural CAI. En tan solo un día se completó el cupo de matrículas. Los asistentes demostraron ganas de saber, y a nuestro juicio se colmaron las espectativas.
Estimamos en muy interesante la información que nos dá un quirido asociado sobre la forma de hacerse con aquéllos títulos de los Premios Los Sitios que a muchos de nosotros nos faltan. Para ello: dirigirse a la Librería General, Ediciones Logi ( Publicaciones Ayuntamiento).
Nos consideramos privilegiados al poder presentar en los suntuosos salones de la Real Maestranza el X Premio Los Sitios de Zaragoza ,“La Condesa de Bureta”, editado por Comúniter. Privilegio que debemos, y desde aquí agradecemos a los Exms. señores Maestrantes, en la persona de su Teniente de Hermano Mayor D. Mariano Caro, Marqués de Huarte.
Unánimemente, sentimos los fallecimientos: del Rvdo. D. Agustín Gil Domingo, autor de “El Clero En Los Sitios De Zaragoza”, VI premio. Del Dr. J. Sarramón, Accesit en el mismo número con el trabajo: La Suerte de las Guarniciones Abandonadas en el Antiguo Reino de Aragón por los Ejércitos Franceses en su Retirada 11813-1814. Y de D. Antonio Serrano Montalbo, Medalla de Honor de nuestra Asociación. Siempre les recordaremos con cariño por el importante legado cultural que nos han dejado, fruto de infinitas horas de estudio e investigación.
CAPITULACIÓN DE ZARAGOZA.
Miguel Plou Gascón
En la Casa Blanca, junto al Canal Imperial. Cuartel General del mariscal Lannes, jefe del ejército sitiador.
Los franceses se apoderan de los conventos de Jesús, de San Lázaro y de todo el Arrabal; el general O´Neille, segundo jefe de nuestras tropas, postrado en cama aquejado de la epidemia reinante; nuestros combatientes extenuados, muchos rostros macilentos por el tifus incubado en sus organismos, queman sus últimos cartuchos; nuestras mujeres lloran de rabia y de dolor, mientras el estruendo de las bombas, minas y cañonazos convierten la ciudad en un infierno
A finales de la segunda decena del mes de febrero de 1809 los franceses están librando con gran furia la batalla final del 2º Sitio puesto a la Ciudad de Zaragoza; sus cañones disparan del otro lado del Ebro hacia nuestros últimos baluartes defensivos; el Barón de Warsage, que en durísimo combate se había internado en el puente de Piedra para frenar el avance del invasor, cae mortalmente herido, es el día 18 de febrero 1809, y muere al día siguiente..
Palafox, también enfermo, envía a su ayudante de Campo capitán Casellas a la Casa Blanca, cuartel general del ejército sitiador, con una carta al mariscal Lannes instándole a que, con arreglo a su anterior propuesta, hecha días antes, suspendiera los combates por tres días a fin de que algunos de los oficiales españoles pudieran salir a cerciorarse del estado y progreso de las tropas francesas, para formarse un juicio aproximado de la situación, añadiendo que si se llegaba a capitular la guarnición debería incorporarse a los ejércitos españoles que luchaban por otros territorios del país.
Lannes recibió estas proposiciones con no disimulada irritación que muestra en el escrito con que contesta, firmado en la “Trinchera abierta delante de Zaragoza el 19 de febrero de 1809”, negando toda posibilidad a la defensa, sólo ofreciendo un perdón a los habitantes de Zaragoza y el respeto para sus vidas y haciendas.
Todavía se insistió con otro enviado mal recibido por el mariscal y sin que atendiera las demandas de Palafox. Éste, ante un agravamiento de su enfermedad, y con el enemigo ya a las puertas de su Capitanía general establecida en el palacio arzobispal, es trasladado a un edificio de la calle de Predicadores anexo al palacio de los duques de Villahermosa.
A tenor de los informes rendidos por los comandantes y mandos de los distintos puntos a la Junta Suprema de Gobierno, creada en la noche del día 18 al 19 de febrero bajo la presidencia de don Pedro María Ric, se llega al conocimiento de que la situación es desesperada en todos los sectores en los que todavía se resiste. Por falta de tropas, sólo quedaban dos mil ochocientos hombres aptos para la lucha y doscientos sesenta caballos; por falta de pólvora, únicamente se contaba con los seis quintales que se fabricaban cada treinta horas; por la peste, que estaba matando tantos defensores como los que nos producía el invasor.
Pese a ello, no hubo unanimidad en la capitulación, de los cuarenta miembros que componían la mencionada Junta ocho votaron en contra. El propio primer jefe de la defensa en ese momento, general Saint Marcq; el duque de Villahermosa, ayudante de Palafox; el brigadier, Antonio de Torres; el padre José de la Consolación… quieren continuar la lucha hasta el último extremo, y cuando todo esté perdido intentar romper el cerco y unirse a los otros ejércitos españoles que luchan por distintos puntos de nuestra geografía.
Pero la mayoría impuso la realidad, trágica y triste realidad de que nada más se podía hacer, y una comisión de la Junta, con su presidente Pedro María Ric, barón de Valdeolivos y regente de la Audiencia; el marqués de Fuente Olivar, don Mariano Domínguez, el barón de Purroy, don Mariano Cerezo y don Miguel Dolz (éstos, juntos y en la presencia del mariscal Lannes, son los que firmaron inicialmente el acta) resolvieron acudir a la Casa Blanca dando un rodeo en el camino para evitar que la gente combatiente, que no aceptaba la idea de rendición, percibiera este movimiento y con violencia no controlada pudieran echar al traste las determinaciones tomadas, yendo en primer lugar a la Aljafería y de allí a la presencia del mariscal. Y su regreso lo hacen al mismo castillo donde pasan la noche y desde allí, por miedo a entrar en la Ciudad, comunicaron a los demás el resultado de la entrevista. Temían las iras de aquellos defensores que con la entrega se consideraban traicionados.
Lannes, en ello coinciden casi todos los historiadores, los recibió de mal talante, reprochándoles el haber llevado la defensa a términos tan extremos, a la vez que desplegando un mapa de la Ciudad les mostró las cargas de explosivos que tenía preparadas para un ataque inmediato, las minas colocadas en la calle del Coso y las voladuras de edificios de primer orden a ejecutar, si no se plegaban a una rendición sin condiciones.
La discreción y mucha ponderación de Pedro María Ric se vio alterada por exigencias tan brutales y replicó diciendo que si el mariscal insistía en esa manera de hacer siguiese atacando a la Ciudad, adonde él se volvería con sus compañeros y seguirían defendiéndose, “pues aún había armas, municiones y puños”.
Rebajando el tono de la conversación, reprimiendo cada uno la tensión del momento como pudo, se empezaron a tratar las condiciones de la capitulación con la urgencia que el caso requería, las cuales, atenuadas las exigencias del vencedor, fueron las siguientes:
“Artº. 1º. La guarnición de Zaragoza saldrá mañana 21 a mediodía de la Ciudad con sus armas por la puerta del Portillo, y las dejará a cien pasos de dicha puerta.
Artº. 2º. Todos los oficiales y soldados de las tropas españolas harán juramento de fidelidad a S.M.C el rey José Napoleón primero.
.Artº. 3º. Todos los oficiales y soldados que habrán prestado el juramento de fidelidad quedarán en libertad de entrar en el servicio de S.M.C.
Artº 4º. Los que de entre ellos no quisieren entrar en el servicio irán prisioneros de guerra a Francia.
Artº. 5º. Todos los habitantes de Zaragoza y los extranjeros, si los hubiere, serán desarmados por los alcaldes, y las armas puestas en la Puerta del Portillo el 21 al medio día.
Artº. 6º. Las personas y las propiedades serán respetadas por las tropas del emperador y rey.
Artº. 7º. La religión y sus ministros serán respetados, y serán puestos centinelas en las puertas de los principales templos.
Artº. 8º. Las tropas francesas ocuparán mañana al medio día todas las puertas de la Ciudad, el Castillo y el Coso.
Artº. 9º. Toda la artillería y las municiones de toda especie serán puestas en poder de las tropas de S.M. el Emperador y Rey mañana al medio día.
Artº. 10. Todas las cajas militares y civiles (es decir las tesorerías y cajas de regimiento) serán puestas a la disposición de S.M.C. Todas las administraciones civiles y toda especie de empleados harán juramento de fidelidad a S.M.C.
Artº. 11. La justicia se distribuirá del mismo modo, y se hará a nombre de S.M.C. el rey José Napoleón primero. Cuartel general delante de Zaragoza a 20 de febrero de 1809.”
Por exigencias de Lannes, al pie de este documento, con fecha del día siguiente 21, se añade: Vista la precedente capitulación por la Junta Suprema de Gobierno la aprueba, confirma y ratifica. Zaragoza 21 de Febrero de 1809, con las firmas de: Juan de Butler, El Duque de Villahermosa, Felipe de Saint Marcq, Joaquín Ignacio Escala, Alejandro Borgas, Joaquín Gómez, Isidro Ezquerra, José de Larrumbide, Santiago Piñuela, Pedro Ruiz, Pedro Atanasio Pardo, arcediano de Zaragoza; Francisco Beruete y Urquía, arcediano de Belchite; Cristóbal López Ucenda, Nicolás García, cura de San Lorenzo; Santiago Sas, Juan Francisco de Inurrigarro, José Zamoray, Pedro Manuel Garcés, cura de San Gil; Miguel Marraco, Francisco Javier de Garde, luminero de Santiago; José Royo, luminero de San Pedro; Gregorio Sánchez, Manuel Irañeta, Domingo Estrada, Fray José de la Consolación, Vicente Alonso, Basilio de Santiago, Mariano Castillón, luminero de San Juan; Felipe Sanclemente, Francº Barber, Vicente de Marcellano y Miguel Dolz, secretario.
¿QUÉ CONSERVA ZARAGOZA DE LA ÉPOCA DE LOS SITIOS? (III)
José Luis Perla
Con este capítulo, cerramos el interesante paseo que venimos dando de la mano del autor. Gracias a su prosa, seremos capaces de escuchar a nuestro paso la ilustre historia que nos susurran sus centenarias piedras, edificios y monumentos.
Santo Cristo de la Cama:
Se conserva actualmente en la iglesia de Santa Isabel, conocida también como de San Cayetano. Tras las obras de restauración el templo ha recobrado todo su antiguo esplendor, quedando el Santo Cristo expuesto a la devoción de los visitantes. Atrás quedan también aquéllos años en los que sólo podía verse la imagen durante la procecesión del Santo Entierro que recorre la ciudad el Viernes Santo.
Ya en las postrimerías del siglo XIII se tiene noticia de que la Hermandad de la Preciosísima Sangre de Cristo se establece en el Convento de San Francisco, extramuros de la ciudad. Tras sucesos internos que no vienen al caso, en la época los Sitios volvía a tener la Sangre de Cristo su Capilla en el Convento de San Francisco ( en la hoy Plaza de España ), que fue volado por una mina y asaltado por los franceses el 10 de febrero de 1809. El día 17 una mujer del pueblo, María Bánquez ( la del Santo Cristo, como figura en la inscripción de la Capilla de las Heroinas de la iglesia del Portillo ) dándose cuenta del riesgo que corría la venerada imagen, la sacó por una brecha, siendo ayudada por algunos mozos que con gran riesgo de sus vidas la depositaron en el Palacio Arzobispal, de donde, por orden del General Palafox fue trasladada a la Santa Capilla del Pilar, lugar en el que permaneció hasta el fin del asedio.
En el traslado recibió la imagen algunos impactos de bala, por lo que como mutilado de guerra, tiene concedida la medalla de oro del Centenario de los Sitios. Más recientemente, en 1998, la Hermandad recibió la merecida Medalla de Honor de la Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza”.
Puente de Piedra:
Es naturalmente otro importante símbolo de los Sitios, aunque en estos momentos no queda huella ninguna de los numerosos combates librados en él o en sus inmediaciones. Al final de la ocupación francesa, el 9 de julio de 1813, el General París, comandante militar francés de Zaragoza, que la abandonaba por el Arrabal y la carretera de Huesca ante la presión de los ejércitos españoles, ordenó a sus zapadores la voladura del puente, no dándoles tiempo afortunadamente más que para volar la última arcada, la más proxima al Arrabal. Restablecido el paso al poco tiempo por los zapadores españoles y reconstruido el puente poco después. Tras las sucesivas obras y remiendos, incluida la resstauración a fondo llevada a cabo hace pocos años, no queda ninguna huella de su histórico pasado.
Casas de la calle Palomar:
En esta calle llamada así durante los Sitios, y hoy del Dr. Palomar, existen varias casas iguales. La primera de ellas, el nº 8, que hace esquina con la Calle del Pozo, aparte del interés como muestra de la arquitectura zaragozana del siglo XVIII, tiene para nosotros y para la historia el de ser el único edificio de carácter civil que conserva profundas cicatrices de impactos de cañón y fusilería. La citada esquina precisamente por hacer saliente con el resto de la calle fue un blanco perfecto, por lo que hoy podemos apreciar claramente la violencia de los combates. Los impactos no son de armas francesas, sino zaragozanas, pues avanzando el enemigo desde el convento de San Agustín, conquistado el 31 de enero de 1809, hacia el Coso y la Magdalena, recibían el intenso fuego los aragoneses les hacían desde la torre de dicha iglesia y desde el Arco de Valencia, hoy desaparecido, que cerraba la Plaza de la Magdalena en su salida al Coso.
Convento y Torre de San Agustín:
Al final de la calle del Dr. Palomar se llega a la Plaza de San Agustín, precioso recinto enmarcado por el convento y la iglesia, que todavía conserva, la fachada y la torre. Allí se desarrollaron, desde el 26 de enero que se abrió brecha en la tapia de la Calle del Asalto hasta el 18 de febrero, violentos combates casa por casa, inmortalizados en el célebre cuadro de Santos Dumont sobre la defensa del púlpito de su iglesia.
El edificio pedía a gritos una intervención urgente si no queríamos ver una vez más un importante retazo de nuestra historia convertido en solar. En esta ocasión el Exmo. Ayuntamiento de Zaragoza, ha recogido la llamada, y parece que haciéndose cargo de la rehabilitación del antiguo convento, tiene para él el ambicioso proyecto de adecuarlo como Centro de Historia de Zaragoza.
Convento de Las Mónicas:
Inmediato al de San Agustín, hoy día sólo queda de 1808 la iglesia, habiendo sido construido un convento nuevo más pequeño junto a ella sobre parte del antiguo solar.
Tapia del Asalto:
En la Calle del Asalto, llamada así por se el lugar por el que el 26 de enero de 1809 abrió brecha el ataque francés. Sigue el curso del río Huerva por su orilla izquierda, y conserva un buen trozo de la “ muralla“ defensiva que rodeaba Zaragoza durante los Sitios. Como puede verse se trata de una simple tapia de ladrillo de escasa fortaleza. El trozo conservado va desde el nº 55 al 63, y pasada la Calle Cantín y Camboa, se conservan algunos metros más. Sobre la primera parte pueden verse aún dos cañoneras de la llamada “Batería alta de Palafox”, en la que encontró heróica muerte el día 12 de enero el Jefe de Ingenieros de la defensa de Zaragoza Coronel Sangenís, como se indica en la lápida que le recuerda.
Es de agradecer a los arquitectos que construyeron los edificios que actualmente existen detrás de la Tapia, la forma técnica y artística de resolver el problema; no sólo conservando la tapia histórica, sino dando a su vez entrada a los edificios.
Creemos que el resultado es francamente digno, y ha salvado los restos históricos.
Molino de aceite de Goicoechea:
Frente a esta empalizada y antes de cruzar el Huerva se encuentran en los jardines del Parque Bruil los restos, formados por grandes piedras y una larga viga de madera de lo que fue una antigua prensa o molino de aceite. Recolocados hace unos años más o menos en su forma original falta, a nuestro parecer, una leyenda que explique que aquéllo fue el famoso Molino de aceite de Goicoechea, pieza clave para la alimentación de defensores y sitiadores de Zaragoza y por cuya posesión se luchó encarnizadamente con resusltados contradictorios que permitían abastecerse de aceite a unos o a otros durante los días que lo mantenían en su poder.
La Alfranca:
Cerca del pueblo de Pastriz se conservan en la finca de la Alfranca la iglesia y el palacio de los Marqueses de Ayerbe, donde vivió Palafox al regreso de Bayona, terminada la misión que le había sido encomendada.
La actitud pasiva del Capitán General de Zaragoza ante los sucesos del 2 de mayo en Madrid y el posterior alzamiento del día 24 en Zaragoza, hicieron que se trasladaran hasta la finca un nutrido grupo de labradores en busca de D. José de Palafox y Melci, con el ruego de que aceptara el nombramiento de Capitán General de Aragón. El actual estado de ruina y decadencia en que se encuentran estos edificios, nos hace solicitar a quién corresponda que se tomen las medidas oportunas para evitar su total hundimiento.
Con ésto se termina la relación de símbolos que sufrieron la epopeya de los Sitios y han conseguido sobrevivir hasta nuestros días. Posteriormente, sobre todo con motivo del I Centenario, se han colocado monumentos, lápidas e incluso construido edificios conmemorativos, pero éstos no han sido citados aquí porque no vivieron ni sufrieron los horrores de la guerra
LOS VOLUNTARIOS DE ARAGON EN LA BATALLA DE LA CORUÑA
Luis Sorando Muzas
En Febrero de 1999 un pequeño grupo de amigos, miembros de nuestra asociación, emprendimos la aventura de reconstruir los uniformes, equipo y armamento de uno de los cuerpos que más se habían distinguido en la defensa de Zaragoza durante los Sitios: el Batallón de Infantería Ligera 1º de Voluntarios de Aragón.
La tarea fue lenta y difícil, pues desde el inicio nos impusimos mantener el máximo rigor posible hasta en los detalles más pequeños del uniforme, como son los botones, para lo cual fue necesario tallar réplicas fieles de los originales, hacer moldes y fundirlos después de uno en uno.
Quiso la casualidad que, cuando a mediados de Julio tuvimos ya terminados nuestros dos primeros uniformes, llegase a nuestros oídos la noticia de que en La Coruña iba a celebrarse, entre el 29 de Julio y el 1 de Agosto, la primera reunión internacional de “reen-actors napoleónicos” en España, con motivo de la conmemoración de la batalla de Elviña , en la cual murió heroicamente el General inglés Sir John Moore, Jefe del Cuerpo Expedicionario Inglés, al que sucedería el más famoso Lord Wellingtom.
Puestos en contacto con los organizadores, “la sección del 3 er. Rgto. del Real Cuerpo de Artillería”, todo fueron facilidades, pues junto a ellos somos- por el momento- los únicos reen-actors existentes en España, frente a un número muy elevado de extranjeros que tenían confirmada su asistencia. Las normas muy sencillas, cada uno se pagaba su viaje, y el organizador, como es lo usual en estos actos, proporcionaba alojamiento, comida, caballos y pólvora.
Iniciada la aventura salimos en tren, rumbo a La Coruña Manolo Baile y mi hijo Luis, vestidos de fusileros, y yo de oficial, y tras un largo viaje que duró toda la noche llegamos a nuestro destino a eso de las 10 de la mañana del viernes día 30.
Nuestro alojamiento era un antiguo cuartel habilitado como residencia, y la primera impresión que tuvimos nada mas entrar no pudo ser mejor: en la puerta los artilleros, con sus casacas azules y rojas se hallaban montando uno de sus antiguos cañones, mientras que en la terraza del patio varios Cazadores a Caballo de la Guardia Imperial bebían sus jarras de cerveza, y sobre el cesped unos infantes ingleses, vestidos con sus casacas rojas, desmontaban y limpiaban sus fusiles de chispa, preparándolos para el desfile de la tarde.
A lo largo de la mañana no cesaron de llegar nuevos grupos, y así cuando a las 8 se inició la parada éramos ya un total de casi 500 “soldados”, distribuidos del siguiente modo:
Ingleses: -en realidad británicos, escoceses, norteamericanos y hasta australianos- unos 300, con su Estado Mayor a caballo, pelotón de húsares, artilleros, escoceses y los famosos casacas rojas.
Franceses: -en realidad franceses, rusos, alemanes, etc..- unos 150, a los que nos unimos los aproximadamente 40 españoles a fín de nivelar un poco más los dos ejércitos .
Tras el largo desfile por las principales calles de la ciudad, al son de tambores de caja de madera y de las gaitas de los escoceses, el Alcalde de la ciudad nos pasó revista en la plaza de María Pita, escoltado por los dobles del General Moore y del Mariscal Soult, ambos perfectamente equipados y encarnados respectivamente por un inglés que hablaba español con acento argentino, y por un ruso profesor de historia en San Petersburgo.
Por la noche, y como era de imaginar, la típica fiestecilla en el campamento, con damas vestidas al estilo imperio, cantos guerreros y brindis por parte de uno y otro ejército, y para que no faltara de nada, hubo hasta un duelo a sable entre un oficial español y otro inglés.
En la mañana del sábado 31 se instaló el campamento museo inglés en la explanada de la torre de Hércules, y por la tarde se celebró el plato fuerte de la concentración: la batalla.
Ante la masiva asistencia de un público que rondaría las 25000 personas, y en un incomparable marco, a lo largo de casi 3 horas se escenificaron los movimientos, desplieges y formaciones típicos de la época: avances por lineas, cargas de caballería, formación del cuadro, contrataques, salvas de artillería, y al final muerte del General Moore.
Dada nuestra inexperiencia tanto mis dos fusileros como quien esto suscribe acudimos al combate armados con piezas de atrezo, que ni siquiera disparaban, lo que resultó un poco frustrante, ya que mientras nuestros aliados realizaban ruidosas salvas, nosotros tan sólo haciamos ¡¡PUM!! con la boca. A mí me mataron dos veces y una formación de escoceses nos enseñó el postquam levantándose las faldas a modo de provocación, mientras que un coracero francés, auténtico gigante a caballo, sufría una aparatosa caida al soltársele las cinchas en plena carga. Ni siquiera el Mariscal Soult se libró de que su caballo le propinara un doloroso pisotón , cuando para colmo era un servidor quien le sujetaba las riendas. En fin, como esta paqueña muestra mil anécdotas más que ocuparían hojas y hojas.
En resumen, fue una inolvidable experiencia, que deseamos se repita, y que sobretodo supone un ejemplo para nosotros, cara al ya no tan lejano Zaragoza 2008.
LA CABALLERÍA EN LOS SITIOS
Francisco Escribano
“En un trasvase enloquecedor, y lógicamente poco favorable para la moral de las tropas, los jinetes se utilizan para defender plazas, como Badajoz, Cádiz, Valencia o Zaragoza, transformándolas bien en artilleros, bien en infantes de preferencia” (Albi)
1. El Primer Sitio
En Mayo de 1808 no había en Aragón unidad de Caballería alguna. Sin embargo, tras el Dos de Mayo, el Regimiento de Dragones del Rey, de guarnición en Madrid, “el día veinte emprende la marcha para Aragón, y al llegar a Sigüenza recibe la noticia del alzamiento de Zaragoza, pero en el mismo momento se comunica a su Coronel estrecha orden del generalísimo para retroceder a Madrid a marchas forzadas; reúne inmediatamente toda la oficialidad, lee la orden, exigiendo su obediencia en el acto, pero halló una oposición tan general que no tuvo más remedio que tocar botasilla, y formado el cuerpo, continúa su marcha a Zaragoza” (Clonard, p.237). De tal forma, a principios de Junio, Palafox podía contar con unos 300 dragones, aunque sólo 90 de ellos montados.
Al mismo tiempo, dentro de la ciudad se organizaba frenéticamente la defensa, gracias a la llegada de soldados fugados. “El Coronel don Bernardo Acuña, encargado de formar uno (cuerpo) de Caballería de Aragón, logró perfeccionarlo algún tanto, y arregló el plan, fijándolo en tres escuadrones de cuatro compañías, cada una de doscientas veinte y seis plazas montadas y cuarenta desmontadas” (Alcaide, I, p.146). De este párrafo resulta una fuerza montada descomunal (12 compañías de 266 hombres: más de 3.000 jinetes), lo que es completamente absurdo. En realidad, el cronista había cometido una errata, pues en la Caballería española de la época cada Escuadrón se componía de dos Compañías, cada una con 71 hombres (57 a caballo más un pelotón de servicios a pie, que incluía el equipo de herraje)(Stampa, p.121). Por tanto, en el párrafo realmente nos dice que Palafox contaba con unos 700 jinetes.
Sin embargo, gran parte de lo organizado en Mayo y Junio queda desbaratado en los combates de Mallén y Alagón (11 y 14 de Junio). Los de Rey se distinguen en Mallén al rescatar la artillería que había sido capturada por lanceros polacos y se merecen los vítores del ejército (Clonard, p.238). Cuando comienza el Primer Sitio (15 de Junio) Zaragoza apenas cuenta con 170 jinetes. Se producen frecuentes asaltos a los muros de la ciudad y combates callejeros, en los que una fuerza montada tenía poca cabida. Así describe el cronista sus intervenciones del 1 de Julio: “delante del cuartel formaron ciento cincuenta caballos de guardias, dragones y húsares (…)desde allí los destacaban, según la urgencia, a los puntos, y por la ciudad, para reunir gente y hacer que acudiesen a las puertas” (Alcaide, I, p.123).
Durante todo Julio tienen lugar diversas escaramuzas y salidas en la ribera izquierda, especialmente tras el establecimiento por parte de los franceses de un puente sobre el Ebro. Comienzan a actuar en esa parte dos batallones franceses y unos doscientos lanceros polacos, contra los que se oponen columnas con participación de pequeñas fuerzas de Caballería, como el escuadrón de Cazadores de Fernando VII. Esta última unidad había sido organizada por el Marqués de Lazán, dentro del ejército de Cataluña, y “que en simbólico número de 21 jinetes marcaría la pauta de lo que sería luego la proliferación de unidades montadas, nacidas a golpe de entusiasmo, pero tan poco efectivas como numerosas” (Albi, p.124). Se suceden así una serie de choques de escasa entidad, pero muy importantes para la moral de los sitiados y el buen nombre de los jinetes. El 10 de Julio, ante el temor de un envolvimiento francés, “la caballería que estaba organizándose salió a despejar el camino para que la infantería ocupase la torre del Arzobispo; lo que se verificó, partiendo sesenta ó setenta caballos (…) después de haber perecido veinte y cuatro hombres y algunos caballos, una bala hirió gravemente al coronel Acuña, con cuyo motivo tomó el mando el coronel don Antonio Torrecini.(…) dando espuelas a los caballos partieron todos a galope tras ellos; y visto aquel arrojo por los enemigos, y la superioridad de fuerzas, (…) y habiendo colocado una gran guardia, y guarnecido las torres de Lapuyade y del Arzobispo, se retiraron llenos de gloria a recibir los aplausos del pueblo, que estaba esperando con impaciencia el resultado de aquella salida.” (Alcaide, I, p.180).
Y el 29 de Julio “una salida de la caballería (…) hizo alejarse a un destacamento francés, apartándolo del barrio del Arrabal en dirección a las colinas del noroeste, e infligiendo unas cuantas bajas al enemigo en fuga, amén de regresar a la ciudad con varios mosquetes, cartucheras y mochilas francesas. Al día siguiente se desató otro combate en mayor escala, cerca del referido barrio. Cuando Butrón frenaba el avance de una columna francesa, secundada por la caballería, que había atravesado el puente de tablones tendido sobre el Ebro por los ingenieros franceses, el jefe hispano se vio asaltado por dos fuertes columnas enemigas, que avanzaban sobre él desde los cerros inmediatos, y amenazaban con envolverlo por el flanco izquierdo. Butrón replegó a sus hombres y, con ayuda de una compañía de soldados regulares del regimiento de Extremadura, que se había precipitado a través del puente de piedra hasta el Arrabal, se pudo retirar finalmente sin daños. La acción fue celebrada como una victoria.” (Alcaide, I, p.195).
Tras el momento crítico vivido el 4 de Agosto, la lucha se encarniza en las calles zaragozanas, sin intervención destacable de nuestras unidades. Al replegarse los franceses, salen tras ellos varias columnas españolas, en las que se integran los Dragones del Rey y un Escuadrón de Dragones de Numancia, que había llegado a Zaragoza el 13 de Julio procedente de Valencia. El resto de Numancia va incorporándose al ejército de Aragón durante el mes de Septiembre, quedando reunido el día 29 en Ejea de los Caballeros (Clonard, p.468). También provenientes de Valencia, los Cazadores de Olivenza participan en los combates que se desarrollan en la Rioja a finales de Septiembre.
2. El Segundo Sitio
Durante los meses de Octubre y Noviembre de 1808, el frente queda establecido en la Rioja. El ejército español cuenta con 45.000 hombres, provenientes de Andalucía (gran parte de ellos vencedores en Bailén), Valencia y Aragón, bajo el mando de Castaños y Palafox. Ante el avance francés, los generales españoles disponen una línea defensiva entre Tudela y Tarazona, que es arrasada el 23 de Noviembre. La Caballería española estaba representada por escuadrones de los regimientos Farnesio, Montesa, Dragones de la Reina, Olivenza, Borbón, España, Calatrava, Santiago, Sagunto, Príncipe, Pavía, Alcántara y Numancia, pero tuvo escasa intervención. Sin embargo, “batido y disperso todo el ejército, pudo el jefe principal reunir a los Dragones del Rey, decidir con su ejemplo y exhortación a que otros escuadrones se reorganizaran a su retaguardia para contener la caballería enemiga, y salvar algunos millares de infantes, dando y recibiendo varias cargas. Testigo de su heroísmo el Teniente General D. Felipe de Saint-March, que veía a su División en derrota, se une a los dragones, y en sus filas pelea con admirable modestia como simple soldado” (Clonard, p.238). En tal acción queda muy dañado el Regimiento de Borbón, que se sacrifica para salvar al Regimiento de Infantería de África. Tras la derrota, el Ejército del Centro se dirigió a Guadalajara, el de Valencia a esta ciudad y el de Aragón se encerró en Zaragoza. En los días siguientes entran en la capital aragonesa los Regimientos de Dragones del Rey y Numancia, así como restos de Santiago, Lusitania, Olivenza, Borbón, Reina , Pavía y de otras unidades de nueva creación, con lo que al comienzo del asedio había unos 2.000 jinetes.
El 21 de Diciembre se producen los primeros combates en el Arrabal, en los que Rey “hace prodigios de valor”. Durante las primeras semanas del asedio se suceden pequeñas salidas, entre las que destaca la del 31 de Diciembre, narrada por Pérez Galdós: “mientras los voluntarios de Huesca, los granaderos de Palafox y las guardias walonas arrollaban la infantería francesa, aparecieron los escuadrones de caballería de Numancia y Olivenza, cautelosamente salidos por la puerta de Sancho, y que describiendo una gran vuelta habían venido a ocupar el camino de Alagón por una puerta y el de La Muela por otra, precisamente cuando los franceses retrocedían de la izquierda al centro, en demanda de mayores fuerzas que les auxiliaran. Hallándose en su elemento aquellos briosos caballos, lanzáronse por el arrecife, destruyendo cuanto encontraban al paso, y allí fue el caer y el atropellarse de los desgraciados infantes que huían hacia Torrero”. La realidad fue mucho más modesta de lo que parece por el relato, pues no más de 1.500 infantes y 300 jinetes -”de los Regimientos de Fuensanta, Dragones del Rey, Numancia, Cazadores de Olivencia, Fernando VII y partidas de Húsares de Aragón” (Alcaide, II, p.71)- intervinieron en el ataque, consiguiendo sólo capturar algunos prisioneros y destruir unas líneas de trincheras. Sin embargo, Palafox publicó un altisonante y hermoso bando:
“(…) obedeciendo mi orden con más velocidad que pude darla, os arrojásteis sobre ellos, destrozando con vuestra bizarra caballería los famosos guerreros del Norte (…). Sonó el clarín, y a un tiempo mismo los filos de vuestras espadas arrojaban al suelo las altaneras cabezas, humilladas al valor y al patriotismo. ¡Numancia, Olivenza!, estoy satisfecho de vuestra bizarría: ya he visto que vuestros ligeros caballos sabrán conservar el honor de este ejército y el entusiasmo de estos sagrados muros. (…) he dispuesto que, en testimonio de vuestra bizarría, llevéis al pecho una cinta encarnada (…) Ceñid esas espadas ensangrentadas, que son el vínculo de vuestra felicidad, el apoyo de la patria, el cimiento del trono de Fernando y la gloria de vuestro general” (Alcaide, II, p.79).
Durante el resto del Sitio, nuestros hombres se desangran en posiciones estáticas, en una lucha callejera que hace que en el momento de la rendición sólo quedaran 260 jinetes disponibles dentro de la plaza. Los Dragones del Rey “perecen casi todos en derredor de las piezas de la batería del puente de Tablas; los pocos que quedaban al sucumbir Zaragoza no eran más que espectros, que fueron a morir en su mayor parte a orillas del Saona, cubiertos de laurel y de ciprés” (Clonard, p.238). Por su parte, Numancia no estaba mejor, pues “todos los dragones que quedaban de este Regimiento estaban enfermos, habiendo muerto los demás peleando como héroes, de forma que sólo pudieron salir para Francia ocho oficiales y setenta y tres hombres en estado de convalecencia” (Clonard, p.468), de los cuatrocientos que habían comenzado la lucha dos meses antes. Los numantinos se habían batido con coraje en torno a Puerta Quemada y la Universidad. Ambos Regimientos procederían a reorganizarse en tierras valencianas.
3. Conclusión
“La imprudente decisión de Palafox al encerrar al ejército en la ciudad, había privado a las fuerzas españolas de un contingente importante que, si bien es cierto combatió con heroísmo dentro de los muros de la plaza, hubiera sido más eficaz fuera de ellos. En el caso concreto de la Caballería, esta medida se nos presenta como aún más criticable. Hubo Regimientos de este Arma -cuya utilidad en una ciudad sitiada es nula- que capitularon con el resto de las fuerzas españolas. Este fue el caso de los Regimientos de Dragones del Rey y de Numancia” (Albi, p.129)
BIBLIOGRAFÍA
Albi J., Stampa L. Campañas de la Caballería española en el siglo XIX. Servicio Histórico Militar, Madrid, 1985, Tomo I.
Conde de Clonard. Historia Orgánica de las Armas de Infantería y Caballería. Madrid, 1859. Libro III, sección 1ª, tomo XV.
Alcaide Ibieca, Agustín. Historia de los dos Sitios que pusieron a Zaragoza en los años de 1808 y 1809 las tropas de Napoleón. Madrid, 1831. Ed. facsímil, DGA, Zaragoza, 1988. Tomos I y II.
Stampa L., Albi J., Silvela J. La Caballería española. Un eco de clarines. Madrid, 1992.
Pérez Galdós, Benito. Zaragoza. Episodio Nacional 6.
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