Francisco Escribano
Artículo publicado en la revista Armas y Cuerpos, de la Academia General Militar, nº 103 (marzo de 2004)
Sin duda, uno de los acontecimientos más importantes de la Historia de Zaragoza lo constituyen los dos Sitios sufridos en 1808 y 1809 frente al ejército de Napoleón. Y ello es así tanto por la resonancia que tuvieron y su impronta sobre la forma en que son vistos los aragoneses, como por el impulso urbanístico y económico que la conmemoración de su Primer Centenario, en 1908, supuso para la ciudad.
Sin embargo, la ciudad vive bastante de espaldas a esta gesta, que es uno de sus activos más conocidos internacionalmente, junto con el Pilar y el Ebro. Ahora está creciendo un cierto interés por el tema, aunque sea como elemento accesorio al impulso que se quiere dar a la ciudad en 2008 con la exposición internacional sobre el agua. Pero no debemos olvidar que el auge actual se basa en un hecho histórico, militar, de tanta importancia como la Guerra de la Independencia. En esta revista pretendemos recordarlo con una serie de artículos en los que se aborden aspectos parciales de la lucha que un pueblo pobre y atrasado, con gobernantes incapaces y abandonado por sus reyes llevó a cabo contra el más poderoso imperio de su época.
La imagen de tales Sitios se ha visto condicionada por factores historiográficos y políticos que pueden llevarnos a una visión distorsionada. A lo largo de un siglo XIX volcado al nacimiento y afianzamiento del estado liberal, en pleno auge de los nacionalismos en toda Europa, interesaba resaltar los aspectos más populistas de la vida de los pueblos. Y así, las primeras grandes obras de recopilación histórica españolas, y su paralela iconografía pictórica y escultórica, dieron gran importancia a los personajes y hechos de la Guerra de la Independencia que más sintonizaban con los nuevos aires de la sociedad. Por ello se novelaron y representaron con profusión gestas individuales y colectivas como las de Agustina, el Tío Jorge o Manuela Sancho, de indudable valor simbólico pero de escasa eficacia militar real. Por el contrario, otros aspectos, sin duda más importantes en el día a día de los combates, quedaban en la oscuridad, quizá por ser protagonizados por personas y unidades de una institución como el Ejército, en parte vista como un elemento del Antiguo Régimen, en parte porque se consideraba que simplemente había cumplido con su deber.
La técnica militar
Los Sitios de Zaragoza constituyen una de las últimas expresiones de una forma de hacer la guerra fundamental durante siglos: el asedio. Los posteriores avances tecnológicos aumentaron el alcance y precisión de las armas y la movilidad estratégica de los ejércitos, de una forma que hacía imposible o innecesaria esta costosa forma de expugnar ciudades como medio para controlar el territorio.
En 1808 el ejército francés no tenía otra alternativa que ocupar la ciudad. Y de hecho lo intentó aplicando los procedimientos habituales: primero con asaltos en fuerza, después con intentos de infiltración y sorpresa, finalmente con las técnicas desarrolladas por Vauban dos siglos antes (trincheras de sitio, empleo masivo de artillería y trabajo de zapadores). Y esta forma de hacer la guerra precisa no sólo del valor de los combatientes, sino también de unos conocimientos técnicos reservados a militares profesionales. De ahí el fundamental papel desempeñado por oficiales de Ingenieros como Antonio Sangenís y Manuel Caballero; o el prestigio alcanzado por los artilleros profesionales, tanto del Ejército como de la Armada (marinos llegados formando parte de la División valenciana del general Saint-March), cuyas órdenes era fundamentales para asegurar la protección y precisión de las baterías.
Por el contrario, normalmente se obvia el papel de los 30.000 soldados que llegó a haber en el Segundo Sitio, ya que en la lucha callejera la importancia de los procedimientos tácticos propios de la Infantería o la Caballería se ve menguada por la estrechez de las calles y la imposibilidad de desplegar. Sólo se podía hacer en las salidas y combates en campo abierto, donde la superioridad napoleónica era evidente. De ahí que adquiriera mayor importancia el valor demostrado por algunos combatientes civiles, pronto convertidos en héroes populares.
Aun así se destacaron unidades regulares con tanta historia como los ya desaparecidos regimientos de Guardias Walonas y Españolas, Valencia, Voluntarios de Aragón y Dragones del Rey, o los aún supervivientes Saboya, Extremadura y, sobre todo, los Dragones de Numancia, ahora mismo de guarnición en Zaragoza como Regimiento de Caballería Ligero Acorazado. Y tampoco es de olvidar que las numerosas unidades creadas precipitadamente con voluntarios llegados de todo Aragón eran encuadradas, instruidas y mandadas por militares profesionales, tanto en activo como de la reserva.
Los jefes
El gran caudillo de la defensa fue sin duda José Palafox. Y se trató de un personaje popular más por provenir de una importante familia de la nobleza aragonesa que por su pericia militar. De hecho, su imagen actual oscila entre su indudable valor como icono de la resistencia y las críticas a ciertas decisiones tomadas durante la defensa. En paralelo, el callejero zaragozano recuerda a héroes como el padre Basilio Boggiero, Casta Álvarez, Mariano Cerezo, Miguel Salamero o María Agustín, provenientes de todos los estamentos de la sociedad.
Menos representados, y casi siempre omitiendo su condición de militares, encontramos a miembros de las unidades que llevaron el peso de los combates, especialmente en el cruel Segundo Sitio. También ha caído en el olvido la labor de los miembros del Estado Mayor de Palafox, corresponsables de cuanto bueno y malo hubo en la conducción de las operaciones. No encontraremos calle alguna y apenas información dedicada a Saint-March, Butrón, O´Neille, Fleury, Cuadros, Marcó del Pont o Simonó. Sólo se han salvado de este relativo olvido algunos como Mariano Renovales (posterior guerrillero y conspirador, pero que llegó a Zaragoza ya como teniente coronel de Caballería), Domingo Larripa o Pedro Villacampa (más por su condición de oscense que por su larga y ortodoxa carrera militar).
Parte de tal importancia del elemento militar se puede entrever en las placas expuestas en la fachada de la Escuela de Artes Aplicadas (en la Plaza de Los Sitios) y la Capilla de los Fieles Zaragozanos, en la iglesia de Santiago. Esperemos que en el futuro se recuperen del olvido personajes y hechos que den más luz sobre la poco estudiada participación del Ejército en la gesta zaragozana. Desde las páginas de esta revista académica pretendemos poner nuestro granito de arena para ello. No en vano, uno de los motivos fundamentales del establecimiento de la Academia en tierras aragonesas fue el influjo que sobre el espíritu de los cadetes podía tener el recuerdo de las gestas patrióticas aquí vividas. Por algo nuestro propio himno nos recuerda que:
Honor y gloria para España
Zaragoza con sangre ganó
y en el solar zaragozano
mi alma el temple recibió.
Para saber más: Arcarazo, L. “El Museo de Los Sitios en la A.G.M. de Zaragoza”, en Armas y Cuerpos nº 76 (junio 1995).