LOS SITIOS DE ZARAGOZA
Paco Escribano
2. LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
En 1807, Napoleón dominaba toda Europa y había decretado el bloqueo comercial contra Inglaterra, único enemigo que se le enfrentaba. Ante la desobediencia de Portugal, tradicional aliado de los ingleses, el francés decide su invasión, contando con el apoyo del Gobierno español, que permitía a los soldados napoleónicos cruzar España. El 18 de Octubre de 1807 entran en nuestro territorio las primeras tropas y comienzan a actuar más como fuerzas de ocupación que como aliadas, comportándose de forma orgullosa y ganando la enemistad del pueblo. Al mismo tiempo, la Familia Real española es obligada a marchar a Bayona, en el Sur de Francia, donde Fernando VII abdica en favor de Napoleón, que nombra nuevo Rey de España a su hermano José, conocido despectivamente por el pueblo como «Pepe Botella».
El Ejército español no podía hacer frente al francés, pues sólo contaba con 86.000 soldados regulares (de ellos 15.000 extranjeros y otros tantos luchando en Dinamarca, junto al «aliado» francés). Por ello será el pueblo el que lleve el protagonismo de la lucha que comienza el Dos de Mayo en Madrid, con sangrientos combates callejeros duramente reprimidos por las tropas napoleónicas. Rápidamente se extiende la rebelión por toda España, siguiendo el llamamiento del Alcalde de Móstoles. En cada ciudad se forma una Junta encargada de dirigir la resistencia y los invasores pronto se dan cuenta de que en España habrán de hacer frente a nuevas formas de guerra, en las que el pueblo entero lleva la batuta (guerrilla, sitios y combates urbanos) que, combinados con las tradicionales en campo abierto, muy pronto darán lugar a los reveses de Bailén y El Bruch, primeros de importancia sufridos por las tropas napoleónicas en más de diez años de guerras casi ininterrumpidas en toda Europa.
En 1807, Napoleón dominaba toda Europa y había decretado el bloqueo comercial contra Inglaterra, único enemigo que se le enfrentaba. Ante la desobediencia de Portugal, tradicional aliado de los ingleses, el francés decide su invasión, contando con el apoyo del Gobierno español, que permitía a los soldados napoleónicos cruzar España. El 18 de Octubre de 1807 entran en nuestro territorio las primeras tropas y comienzan a actuar más como fuerzas de ocupación que como aliadas, comportándose de forma orgullosa y ganando la enemistad del pueblo. Al mismo tiempo, la Familia Real española es obligada a marchar a Bayona, en el Sur de Francia, donde Fernando VII abdica en favor de Napoleón, que nombra nuevo Rey de España a su hermano José, conocido despectivamente por el pueblo como «Pepe Botella».
El Ejército español no podía hacer frente al francés, pues sólo contaba con 86.000 soldados regulares (de ellos 15.000 extranjeros y otros tantos luchando en Dinamarca, junto al «aliado» francés). Por ello será el pueblo el que lleve el protagonismo de la lucha que comienza el Dos de Mayo en Madrid, con sangrientos combates callejeros duramente reprimidos por las tropas napoleónicas. Rápidamente se extiende la rebelión por toda España, siguiendo el llamamiento del Alcalde de Móstoles. En cada ciudad se forma una Junta encargada de dirigir la resistencia y los invasores pronto se dan cuenta de que en España habrán de hacer frente a nuevas formas de guerra, en las que el pueblo entero lleva la batuta (guerrilla, sitios y combates urbanos) que, combinados con las tradicionales en campo abierto, muy pronto darán lugar a los reveses de Bailén y El Bruch, primeros de importancia sufridos por las tropas napoleónicas en más de diez años de guerras casi ininterrumpidas en toda Europa.
3. EL PRIMER SITIO
Zaragoza en 1808 apenas contaba con unos 50.000 habitantes, en un pequeño casco urbano delimitado por las tapias de varios grandes conventos y cuarteles, pero carente casi por completo de murallas y fortificaciones, si exceptuamos el viejo castillo de la Aljafería. La guarnición militar era apenas de 1.463 hombres.
Inmediatamente comienzan a llegar noticias de lo ocurrido en Madrid el Dos de Mayo y se empieza a preparar el levantamiento popular, bajo la dirección de algunos notables de la ciudad y de agricultores destacados. Se pide al Capitán General Guillelmi la entrega de armas, pero éste se niega. Pocos días después llega a la ciudad el Brigadier de la Guardia Real José Palafox, noble zaragozano que venía huyendo de Bayona, hasta donde había ido acompañando al Rey Fernando VII.
Los instigadores le consideran el mejor jefe posible y le nombran nuevo Capitán General, haciendo su entrada triunfal en la ciudad el día 26, escoltado por labradores armados dirigidos por Jorge Ibor (el «tío Jorge»), del Arrabal, y Mariano Cerezo, del barrio de San Pablo.
El nuevo jefe comienza a preparar la defensa, decretando la movilización, organizando unidades y fortificaciones, reuniendo aprovisionamientos y municiones, y dictando intensas proclamas que extienden la rebelión por todo el Valle del Ebro y se hacen famosas en toda Europa.
Entre los zaragozanos existe el convencimiento de poder derrotar al invasor en campo abierto y se envían fuerzas a intentar detenerlo en su marcha desde Pamplona, pero los hombres del General Lefebvre derrotan a los del Marqués de Lazán hermano mayor de Palafox, en los primeros días de Junio, en Tudela (8 de junio) y Mallén (13 de Junio). El propio Palafox hace un intento de detención en Alagón el 14 de Junio con una columna salida de la capital ese mismo día. El desorden e indisciplina de la fuerza, escasamente instruida y armada, hace que sea derrotado y se produzca un inmenso éxodo de refugiados hacia la ciudad.
Los franceses se presentan ante la ciudad en la mañana del 15 de Junio. Tras exigir la rendición de la plaza, que les es denegada, preparan un ataque sobre la marcha, única posibilidad con la que contaban, pues la escasez de efectivos no permitía el establecimiento de un asedio tradicional. Frente a ellos, los defensores (que habían confiado en la victoria fuera de la ciudad) tenían escasos medios de defensa: no se habían ocupado los monasterios de extramuros; no se habían despejado campos de tiro (todo el Sur de la ciudad era un espeso olivar); no se habían preparado líneas de retardo en las numerosas huertas, lindes y acequias; el despliegue de las fuerzas en las «murallas» era casi espontáneo y escasamente organizado, … Tras algunos escarceos en el barrio de Casablanca y en los puentes sobre el Canal Imperial, los franceses lanzan un gran asalto simultáneo contra tres puntos:
- El Cuartel de Caballería del Portillo, donde son rechazados por dos veces en los mismos pasillos y salas, distinguiéndose el sacerdote Santiago Sas, párroco de S. Pablo, al frente de dos Compañías de escopeteros de su barrio
- Puerta del Carmen, donde no consiguen penetrar
- Santa Engracia, que queda desguarnecida ante el desorden de los defensores, permitiendo la entrada de la Caballería polaca, que penetra hasta la Plaza del Portillo, de donde es expulsada por la reacción popular, que lanza tejas y ladrillos y acuchilla a los caballos, en una escena similar a la pintada por Goya en «La carga de los mamelucos». El agricultor José Zamoray impide que la Infantería enemiga ocupe la puerta.
El Coronel de Caballería D. Mariano Renovales lanza dos contraataques junto al Huerva, consiguiendo hacer retroceder las avanzadillas enemigas, que abandonan 4 banderas y 5 cañones (en la llamada Batalla de las Eras). En los primeros momentos del combate en las murallas, Palafox abandona la ciudad y entrega el mando a Vicente Bustamante, lugarteniente del rey en Aragón.
Los franceses se reorganizan y lanzan nuevos ataques contra la Aljafería, el Portillo (donde por tercera vez son rechazados en los pasillos del cuartel de Caballería), Puerta del Carmen (donde ocupan temporalmente algunas casas) y Santa Engracia (donde vuelven a penetrar los lanceros polacos), siendo finalmente rechazados en todos los puntos por el entusiasmo popular y la llegada de los 1.100 hombres traídos por el Coronel Marcó del Pont desde el pueblo de San Gregorio. Al final de la jornada, los franceses montan su campamento en lo que ahora es Carretera de Logroño, y allí intentan reponerse tras haber sufrido 700 muertos (sobre un total de 6.000 hombres), frente a los 300 de los defensores.
Durante toda la segunda quincena de Junio, ambos bandos van acumulando medios y organizándose para la lucha, al tiempo que se suceden las escaramuzas y duelos artilleros. En la ciudad se hace acopio de tejas, piedras y ladrillos para emplearlos como armas arrojadizas, se montan barricadas en los accesos y calles y se fabrican municiones a partir de toda clase de metales (especialmente de las rejas de las casas) bajo la dirección del hombre de negocios Lorenzo Calvo de Rozas, que lleva a cabo una gran labor de intendencia. Mientras tanto, Napoleón se muestra inquieto por la rebelión zaragozana, que teme pueda extenderse a toda España e, incluso, Europa, e insta a sus generales a ocupar la ciudad. A final de mes, los franceses, mandados por el Gral. Verdier, suman unos 14.000 infantes, 1.000 jinetes y más de 20 piezas de Artillería pesada, y se preparan para lanzar un nuevo ataque. Palafox es derrotado el día 21 en Épila, cuando intentaba cortar las líneas de abastecimiento enemigas.
El 1 de Julio de madrugada comienza una gran preparación artillera, que hace caer sobre la ciudad más de 1.400 granadas de todo tipo en sólo 27 horas, abriendo grandes brechas en los muros de la Aljafería y toda la zona del Portillo. Palafox vuelve a la ciudad con 1.300 hombres de refuerzo y se hace cargo de la defensa.
El 2 de Julio se produce el esperado ataque sobre Puerta Sancho (rechazado por Renovales), Agustinos (mandado por Sas) y Portillo, donde mueren gran número de defensores y huyen los restantes, por lo que Agustina Zaragoza Domenech (Agustina de Aragón) ha de frenar la incursión enemiga disparando una carga de metralla con un cañón en el que habían muerto todos sus sirvientes. Se producen ataques secundarios en todas las puertas de la ciudad, pero todos son rechazados. En conjunto, los franceses han sufrido ese día 200 muertos y 300 heridos sin conseguir nada positivo, por lo que su General se resigna a establecer un asedio tradicional en base a trincheras y acumulación de artillería. En la victoria española fue fundamental la dirección de Palafox desde su Cuartel General en el Convento de San Francisco (actual Plaza España), desde donde rápidamente podía acudir o enviar refuerzos allá donde se precisaran.
Durante todo el mes de Julio, los franceses avanzan en sus trabajos de sitio siguiendo las instrucciones del propio Napoleón, quien marca las prioridades de asalto en torno a la Puerta de Santa Engracia y la Torre del Pino (una torre es una casa de campo aragonesa), por considerarlo punto débil de la defensa, al encontrarse en un saliente y frente a terreno elevado al otro lado del río Huerva, desde donde se podía hacer fuego con las baterías de asedio. Tal zona corresponde actualmente con las Plazas de Aragón y Basilio Paraíso, por las que pasa el río canalizado subterráneamente. Al mismo tiempo, se suceden pequeños ataques de diversión y ocupación de puntos de apoyo (días 9, 10, 11, 17 y 20), todos ellos con escaso resultado. Consiguen cruzar el Ebro a través de un puente construido en una noche, con lo que establecen un ligero bloque o del Arrabal y saquean los huertos, molinos y fábricas que aprovisionan a los sitiados.
Los zaragozanos continúan con los trabajos de fortificación, talando los olivares que ocultaban el avance francés y efectuando continuas salidas con pocos efectivos, un tanto desorganizadas y de escaso provecho. Ante el bloqueo en la margen izquierda comienza la escasez en la ciudad, por lo que se comienza a fabricar pólvora en su interior, aprovechando el salitre de las paredes y la mano de obra de mujeres y niños. Se producen casos de indisciplina y choques entre paisanos (ansiosos de efectuar salidas y «excesivamente patriotas») y soldados (más conscientes de la inferioridad militar en campo abierto). Al mismo tiempo van llegando las primeras noticias de la victoria de Bailén (19 de Julio), primera rendición de un ejército napoleónico en combate.
El 1 de Agosto comienza una nueva y más intensa preparación artillera y los 15.000 franceses se preparan para el gran asalto. Durante tres días continúa el bombardeo, causando gran pánico en la ciudad e inmensos daños en las murallas. Por fin, el Cuatrode Agosto al mediodía se produce el ataque a través de las brechas de Santa Engracia, Torre del Pino y Puerta del Carmen. Consiguen ocupar algunas casas en los inicios de las calles Azoque y Santa Engracia, pero son detenidos por las piezas ligeras enfiladas en el otro extremo. De acuerdo a las reglas de la guerra, Verdier exige la rendición una vez dentro de la ciudad, con un lacónico mensaje («Cuartel General Santa Engracia: Paz y Capitulación»), pero Calvo la rechaza de forma no menos cortante («Cuartel General Zaragoza: Guerra a cuchillo»). Finalmente consiguen alcanzar el Coso por Santa Engracia, donde hoy en día se encuentra el Banco de España, provocando el pánico entre los defensores, que abandonan masivamente la lucha. El propio Palafox deja la ciudad, dándola por perdida, contribuyendo a aumentar aún más la desbandada. La infantería francesa avanza ordenada y cautelosamente por el Coso en dirección al Mercado, San Gil y la Magdalena cuando se producen varios hechos clave:
- En el Puente de Piedra, el Teniente de Caballería D. Luciano Tornos frena la huida plantándose en el centro con un cañón ligero con el que amenaza a los que huyen, consiguiendo que vuelvan a la ciudad.
- En la Magdalena, la vanguardia francesa es atacada a pecho descubierto por un grupo de monjes, que la frena y causa algunas bajas.
- La columna que se dirigía al Puente de Piedra entra por la Puerta Cinegia (actual calle Mártires, en el Tubo) en lugar de por S. Gil (calle D. Jaime), siendo detenidos en las callejas del Tubo.
- La columna dirigida al Mercado comienza a saquear algunas casas y es detenida por los habitantes, que combaten casa por casa.
Se reinicia en ese momento la lucha generalizada y los invasores deben retroceder a la zona de San Francisco. Paisanos españoles se infiltran en la retaguardia enemiga por los tejados, llevando el combate cuerpo a cuerpo a zonas ya ocupadas y a las puertas de la ciudad. Al final del día, los franceses tienen 462 muertos y 1.505 heridos (un 15% del total), habiendo conseguido introducir una estrecha cuña en el centro del recinto, pero encontrándose completamente rodeados por los defensores.
Los días siguientes, la situación continúa estabilizada, con escasos avances franceses hacia los conventos de Jerusalén y Santa Catalina y el Jardín Botánico (junto a la actual Plaza de los Sitios) y San Francisco , debiendo ocupar las habitaciones una por una, a través de agujeros abiertos en paredes y techos. La lucha es agotadora, en medio de un calor agobiante, y desanima a los franceses, no acostumbrados a este tipo de combate.
El 9 de Agosto vuelve Palafox con 200 carros de armas y municiones y 4.000 hombres (entre ellos, grupos de voluntarios catalanes). Comienza de inmediato el avance español, con contraataques en Santa Catalina (calle San Miguel) dirigidos por Renovales, y los franceses van replegándose dejando franco-tiradores para cubrir sus líneas. El 14 de Agosto se produce la rápida marcha de los ocupantes, tras hacer estallar una gran mina en Santa Engracia e incendiar el convento de San Francisco, abandonando numerosos víveres, municiones e incluso armamento pesado (hundiendo los cañones de sitio en el Canal). Verdier se dirige a Tudela para asegurar el flanco izquierdo del repliegue general francés hacia el Norte, consecuencia de la derrota de Bailén y el desembarco de Wellington en Portugal.
4. CONCLUSIONES DEL PRIMER SITIO
El ejército francés se retiró debido al repliegue general tras la batalla de Bailén, que les llevó a reorganizar sus fuerzas en torno a Burgos y Pamplona. En cualquier caso, antes de recibirse la orden de retirada, la situación en Zaragoza había llegado a un punto muerto, en el que incluso estaban cediendo terreno, por la confluencia de varias circunstancias:
- No haber completado el asedio en la margen izquierda del Ebro, pues el Puente de Piedra permitía la continua llegada de refuerzos y abastecimientos a los sitiados, que además contaban con una magnífica administración a cargo de Calvo de Rozas.
- Heroísmo de la población ante el escaso número de soldados regulares españoles, con lo que los franceses debían ocupar casa por casa, encontrando enemigos incluso a retaguardia, en zonas ya ocupadas. En la lucha participaban mujeres e incluso niños, bien combatiendo bien en tareas logísticas.
- Importante caída de la moral de los sitiadores, que, en medio de un calor agobiante, veían que la lucha se recrudecía cuando debería haber concluido (de acuerdo con las reglas tradicionales de la guerra) tras la apertura de brechas en las murallas.
5. EL SEGUNDO SITIO
Tras el repliegue francés de Agosto, los aragoneses tienen la seguridad de que un día volverán, por lo que en Zaragoza comienzan de inmediato los preparativos para sufrir un nuevo asedio, mejorando las fortificaciones y la concentración de tropas, se recuperan los cañones hundidos en el Canal y el Coronel de Ingenieros D. Antonio Sangenis (a quien se le dedicó un vértice en la zona restringida de San Gregorio) dirige los trabajos de acondicionamiento de las murallas. En Noviembre, Napoleón en persona dirige el avance francés al frente de las Unidades selectas de su Gran Ejército, batiendo a cuantas fuerzas españolas se encuentra en su camino hacia Madrid. El mariscal Lannes derrota el 23 de Noviembre entre Tudela y Tarazona a Castaños y Palafox (que mandaban 45.000 hombres, fundamentalmente andaluces, levantinos y aragoneses) ante la descoordinación y mala dirección de los generales españoles . La vanguardia gala llega a las proximidades de Zaragoza el día 30, pero se retira a Alagón, tras algunas escaramuzas, a fin de acumular medios y reforzarse para el nuevo asedio.
Durante las siguientes tres semanas, ambos ejércitos se preparan a distancia:
- Se cierra el perímetro defensivo de la ciudad, en una nueva línea de murallas que engloba los monasterios anteriormente aislados, se fortifican los puentes sobre el Huerva con la construcción del Reducto del Pilar (recordado hoy por un pequeño monumento erigido sobre su emplazamiento, en la puerta de El Corte Inglés) y los trabajos en el monasterio de San José (junto al actual puente de San Miguel), se convierte el Arrabal en una ciudadela y se patrulla el Ebro con cañoneras tripuladas por cartageneros.
- Las fuerzas españolas cuentan con unos 32.000 soldados regulares, con abundante Caballería y unas 160 piezas de artillería, además de miles de paisanos voluntarios, hasta un total de unos 45.000 hombres.
- Los franceses, mandados por Moncey, cuentan con el V Cuerpo (Mariscal Mortier, compuesto por veteranos de Alemania, con las divisiones de Suchet y Gazan) en la margen izquierda del Ebro, y el III Cuerpo (Mariscal Moncey, con veteranos del primer sitio) en la derecha, hasta un total de unos 50.000 hombres (40.000 infantes, 3.500 jinetes, 1.100 zapadores, 48 cañones de sitio y 84 piezas ligeras).
Tal acumulación de medios, durante un invierno particularmente duro, causará a ambos bandos (pero especialmente a los sitiados) graves problemas logísticos, de alojamiento, higiénicos y, como resultado de todo ello, de disciplina.
El 21 de Diciembre vuelven los franceses, con un ataque contra el monte de Torrero, que es abandonado rápidamente, y el Arrabal, donde, tras unos momentos de pánico controlados por el propio Palafox, se produce un contraataque español que expulsa a los asaltantes, que sufren unas 700 bajas. Inmediatamente comienzan los trabajos de asedio, de forma mucho más sistemática que en el Primer Sitio, conectando ambas márgenes del Ebro y logrando un bloqueo efectivo de la ciudad. Sin embargo, Moncey debe distraer fuerzas para hacer frente a las partidas campesinas y la aproximación de pequeñas fuerzas levantadas en las ciudades aragonesas, con lo que las fuerzas sitiadoras están muy mermadas. Por contra, Palafox contaba con una gran fuerza y abundante caballería, pero no se decidió a efectuar grandes salidas para desbaratar los trabajos de los galos. Sólo son destacables las efectuadas el 31 de Diciembre y el 23 de Enero, pero en ambos casos con esfuerzos muy dispersos y pocos efectivos, con lo que apenas consiguen algo más que levantar la moral y derribar algunos metros de trinchera.
Ya desde el principio se propagan las enfermedades, causadas por el frío y la carencia de alimentos frescos. Tales problemas afectan a ambos bandos, pero más a los sitiados, por las facilidades que daba el hacinamiento a la propagación de las epidemias.
Las líneas de trincheras se dirigen inicialmente a la Aljafería, el Reducto del Pilar y S. José, puntos avanzados de la defensa. A pesar de la heroica defensa de Renovales, el monasterio de S. José es ocupado el 11 de Enero, tras una cruenta lucha entre las ruinas. El 15 de Enero cae el Reducto del Pilar y los franceses quedan dueños de toda la margen derecha del Huerva, con lo que pueden hacer avanzar sus trincheras contra la muralla de la ciudad en los sectores marcados por el propio Napoleón: Santa Engracia y Puerta Quemada, salientes que no permitían los fuegos defensivos de flanco. El 27 de Enero se produce el gran ataque, que es rechazado en Santa Mónica y apenas consigue ocupar algunas casas en la calle Pabostre, pero sí tiene éxito en Santa Engracia, donde la infantería polaca consigue ocupar el monasterio, algunas casas cercanas y giran hacia la Puerta del Carmen, ocupando el monasterio de los Trinitarios. Sin embargo, una vez dentro de la ciudad, los franceses se encuentran con todas las calles bloqueadas con barricadas y las casas convertidas en fortines, y la masiva participación popular, que había sido un tanto dejada de lado hasta ese momento. El mariscal Lannes, que ha tomado el mando, prohíbe el avance a descubierto y decide el empleo masivo de minas para destruir la resistencia. Aun así, la lucha se desarrolla lenta y penosamente, entre las ruinas provocadas por los explosivos, a través de troneras abiertas en las paredes, escalando hasta los techos, atacando a retaguardia a través de los tejados,..
El 29 de Enero se produce el ataque al monasterio de Santa Mónica, que es ocupado al día siguiente, a pesar de la resistencia de los Voluntarios de Huesca mandados por el Teniente Coronel D. Pedro Villacampa. Desde esa posición comienza la preparación para ocupar el vecino Convento de San Agustín, que daría paso a las calles Palomar y San Agustín, vías rectas hacia el Coso en la Magdalena. La lucha tiene lugar el 1 de Febrero y termina con la ocupación del convento, a pesar de la terrible resistencia dirigida por el «Tío Garcés», agricultor de Garrapinillos que se hace fuerte en la torre con varios hombres, resistiendo varios días. Ese mismo día se produce un rápido avance francés a lo largo de la calle Quemada, pero cuando alcanzan el Coso, todas las campanas de la ciudad tocan a rebato y una gran muchedumbre, con numerosas mujeres, expulsa a los invasores de toda la calle y les hace perder varias casas de Pabostre, ocupadas días antes. Por ese motivo, tal calle se denomina actualmente Heroísmo.
En días siguientes continúa el penoso avance francés en los dos sectores ocupados, en su intento de llegar al Coso, desde donde podrían extender sus esfuerzos en varias direcciones. El día 6 ocupan el Hospital de Gracia y puede iniciar el avance a ambos lados. El 8 consiguen ocupar el monasterio de Jesús en el Arrabal, lo que permite acercar las trincheras al centro del barrio. El 10 de Febrero se produce el ataque al monasterio de San Francisco, precedido por una gran mina de 1.000 kilos, con una dura lucha que dura dos días, al término de los cuales por las gárgolas de desagüe caía sangre como si lloviera …. Queda estabilizada la situación en torno a dicho convento y a la Magdalena, en el Coso Bajo. Comienzan a preparar minas contra la Universidad, protegida lateralmente por una Casa-baluarte junto a la Puerta del Sol. Durante seis días se resiste en esas posiciones, que finalmente caen el 18, tras el empleo de grandes cantidades de pólvora y diez ataques contra la casa. Ese mismo 18 de Febrero cae el Arrabal, en un combate en el que por primera vez los franceses capturan un número apreciable de prisioneros (unos 2.500).
La situación vuelve a estabilizarse nuevamente en el Coso central y la Magdalena, donde los defensores resisten en la estrecha calle que la separaba de la Universidad gracias a los incendios de las casas aledañas. Entretanto, las condiciones de vida son penosas dentro de la ciudad, donde las enfermedades (especialmente tifus y disentería) se cobran hasta 700 víctimas diarias. Es imposible enterrar todos los cadáveres, que se convierten en nuevos focos de transmisión. Cada vez había menos fuerzas disponibles, y la mayor parte de los combatientes se encontraban sin fuerzas, derribándose en sus posiciones. Mientras tanto, Palafox dictaba encendidas proclamas diarias, en las que exhortaba a continuar la lucha y se quejaba de traiciones y falta de disciplina, alimentando una «caza de brujas» que llevó a numerosos habitantes a la horca, por faltas reales o imaginarias. Los franceses achacaban el fanatismo del caudillo a los consejos de eclesiásticos, aunque es más probable que se debiera a los efectos de la enfermedad. El día 19, el enfermo jefe cede sus poderes a una Junta presidida por Pedro Mª Ric, que, tras evaluar pesimistamente la situación, pide la rendición de la ciudad, firmada al día siguiente. Los defensores salen de la ciudad el 21 a través del Portillo, sorprendiendo a los sitiadores el pésimo aspecto de los sitiados, y a éstos el escaso número de aquellos.
6. CONCLUSIONES DEL SEGUNDO SITIO
La dirección militar de Palafox fue bastante defectuosa, pues concentró una cantidad excesiva de tropas dentro del perímetro defensivo, provocando graves problemas logísticos y facilitando la propagación de enfermedades, causa principal de la enorme mortandad. Condujo la lucha de forma excesivamente defensiva, pues llegó a tener superioridad numérica frente a los sitiadores, pero no la aprovechó para efectuar salidas concentradas ni para intentar romper el bloqueo, establecido de forma muy
ligera por los galos ante la gran longitud a cubrir y el enorme número de bajas y enfermos que también ellos debían afrontar.
- Falló la organización logística de la ciudad, quizás por la ausencia de Calvo de Rozas, pieza fundamental en la administración del Primer Sitio.
- El protagonismo de la lucha recayó inicialmente en el ejército regular, con un cierto despego de la población, que tan importante había sido el verano anterior, produciéndose choques y enfrentamientos entre ambos grupos y debilitando la moral, ya de por sí afectada por las duras condiciones meteorológicas y la generalizada sensación de espionaje, en parte provocada por el propio Palafox y sus colaboradores, con proclamas en que aludía a supuestas cobardías y traiciones.
- Los franceses organizaron desde el principio un asedio mucho más técnico y eficiente que el primero, cerrando el Arrabal y batiendo en campo abierto a las columnas que se dirigían a abastecer o reforzar a los sitiados. Tenían asumido que iba a ser una lucha dura, similar a la entablada casa por casa en Agosto, y decidieron emplear su superioridad de medios para disminuir el número de bajas.
- En cualquier caso, se repitieron los gestos heroicos, agudizados por las masivas destrucciones causadas por las minas, los bombardeos y los incendios provocados por los defensores, lo cual no impedía a éstos luchar hasta la extenuación entre las ruinas.
- En total, los franceses tuvieron unas 10.000 bajas y emplearon casi 80.000 kg.de pólvora para ocupar la ciudad. Los defensores sufrieron unos 54.000 muertos, a los que seguirían otros 8-10.000 en días posteriores, casi todos a causa de las epidemias
Los Sitios de Zaragoza, junto con la resistencia del resto del pueblo español al invasor francés, supusieron una prueba exacerbada del orgullo patriótico de unas gentes que defendían lo propio frente a lo impuesto. En España, Napoleón hubo de hacer frente a un nuevo concepto de guerra total, contra todo un pueblo, al que tuvo que dedicar cientos de miles de sus mejores soldados en una lucha dura y poco habitual para ellos, acostumbrados a las brillantes victorias en campo abierto. España y su pueblo fueron el inicio del fin de la carrera del ambicioso emperador francés.
Desgraciadamente, tan importante hecho apenas es recordado en la ciudad y sus Unidades militares por los nombres de algunas angostas callejas del Casco Antiguo (Agustina de Aragón, Zamoray, Cerezo, Palafox, Ibort…), o por paseos que nadie sabe que estén dedicados a sus héroes o a sus hechos (María Agustín, Renovales, Asalto, La Mina…). Unas cuantas pequeñas placas recuerdan actos memorables pero están cayendo bajo la piqueta de la especulación inmobiliaria. No existe un museo ni actos conmemorativos de esta gesta: la llama de su recuerdo sólo se mantiene viva gracias a la Asociación Cultural Los Sitios, organización privada y con escasos medios.
BIBLIOGRAFÍA:
Historia de los dos Sitios que pusieron a Zaragoza en los años de 1808 y 1809 las tropas de Napoleón. Alcalde Ibieca, Agustín Madrid 1830, ed. facsímil Zaragoza 1988.
Los Sitios de Zaragoza 1808-1809: Guerra a muerte Rudorff, Raymond Barcelona 1976.
El Alto Aragón en la Guerra de la Independencia Guirao, Ramón y Sorando, Luis Zaragoza 1995
Zaragoza Episodio Nacional 6 Pérez Galdós, Benito