– Augustina de Aragón –
Casada con el artillero D. Juan Roca vivió en Barcelona hasta el principio de la Guerra de la Independencia en que, al salir a campaña su marido vino a Zaragoza a casa de una hermana. El 2 de julio, llevando víveres a la batería del Portillo, presencia un ataque de los franceses y la muerte de todos los artilleros que sirven un cañón, lo cual deja la brecha abierta por la que puede entrar la columna francesa. Agustina arranca de manos del sargento muerto el botafuego que iba aplicar a la pieza en el momento de caer y sin vacilar da fuego al cañón.
Ametrallados por el disparo vacilan los franceses y electrizados por el ejemplo de la heroína los defensores de la Puerta del Portillo hacen un vivo fuego que rechaza al invasor. La situación se ha salvado. Palafox, presente en ese momento en el Portillo, coge las jinetas del sargento muerto y las coloca en el hombro de Agustina. Posteriormente estuvo destinada como sargento «de plantilla» en la batería de la Puerta del Carmen, lugar de frecuentes combates durante ambos sitios.
Prisionera tras la capitulación el 20 de febrero es conducida a Francia, con su marido, que había llegado a Zaragoza con los refuerzos, y su hijo. El niño muere y Agustina y su marido logran evadirse. Se presenta en Tortosa que al poco tiempo es sitiada por los franceses, combate contra ellos y tras la capitulación se ve otra vez prisionera. Canjeada se incorpora al Ejército del Norte con el que asiste, encuadrada en una batería de montaña, a la batalla de Vitoria. Finalizada la guerra es recibida en Madrid por el Rey Fernando VII que le confirma el empleo de Subteniente de Infantería. En 1823 fallece su esposo el capitán Roca y ella marcha a Almería, donde más tarde se casa con D. Juan Cobos, Barón de Cobos de Belchite, médico, y pasan a residir en Valencia, de allí a Sevilla y luego a Ceuta, donde Agustina presta servicio en el Regimiento de Infantería Fijo de Ceuta como Subteniente hasta su retiro por edad. Falleció en Ceuta y fue enterrada allí.
En 1870 el Ayuntamiento de Zaragoza consigue trasladar, con todos los honores, su cadáver que es enterrado en el Pilar. El 19 de julio de 1909, entre los actos solemnes del I Centenario de los Sitios, es enterrado definitivamente en la Capilla de las Heroínas de la Iglesia de Dª. Srª. del Portillo junto con los de Manuela Sancho y Casta Alvarez.
J. P. Goñi
UN SOLDADO CATALÁN EN LA
GUERRA DE LAS NARANJAS
Colectivo Cidybuya.
Entre los soldados que han tomado parte en la breve guerra de las naranjas hay uno, Juan Roca, que esta en el servicio de las armas casi desde que era adolescente. Es catalán, natural de Masanet de Cabrenys, partido judicial de figueras, en un lugar precioso llamado como (la selva) en Gerona Había nacido cuando reinaba aún el rey Carlos IV, en 1779. El lugar de su nacimiento fue el pueblo de Masanet de Cabrenys, en aquella provincia catalana. Fueron sus padres Ferriol Roca y Rosa Vilaseca.
Ingresó muy pronto en la profesión militar: a los 16 años. Le atraía esa actividad, que ya no abandonaría nunca. Fue adscrito al primer regimiento de artillería, de guarnición en Barcelona. Se sintió orgulloso al vestir por primera vez su uniforme de soldado.
Guerra en Portugal
Fue destinado su Regimiento al acantonamiento de Portugal. Convenía tener tropas cerca de la frontera y diversas unidades militares quedaron instaladas en tierras de Extremadura. Juan Roca era un simple soldado más entre los que allí, cerca de la tierra lusitana, Montalbán la guardia.
De Francia llegaban presiones para que España se uniese en la lucha contra Inglaterra. Y Portugal era un aliado de esta última nación.
El regimiento regresa a Barcelona. Más no tardará en volver a las zonas próximas a Portugal. La presión francesa es insistente. Ya Napoleón Bonaparte ha dado su golpe de estado del 18 Brumario. El Directorio ha sido sustituido por el Consulado. Y a Francia le interesa mucho que Portugal se aparte de Inglaterra y cierr4e a esta los puertos atlánticos.
Millares de combatientes se escalonan a lo largo de la frontera portuguesa. Francia ha enviado también un ejército de 15.000 hombres. El rey Carlos IV venía trabajando hace algún tiempo para que Portugal se separase de la alianza inglesa. No lo consigue, y bajo el apremio francés declara la guerra al país frontero. Campaña rápida y victoria española.
La “guerra de las naranjas” así llamada por las que Godoy envió, cogidas en Olivenza, a los reyes de España ha durado menos de un mes. El soldado artillero Juan Roca, poco más de 20 años ha tomado parte, durante la campaña portuguesa, en la batalla de ARRONCHES, en el sitio de campo mayor, en las acciones de PUERTO ALEGRE y Casteldevi. Acabada la guerra, los regimientos regresan a sus cuarteles y regiones habituales. Juan Roca esta de nuevo en Barcelona. Es ascendido a Cabo II de su regimiento.
España esta ya plenamente en la órbita francesa, Napoleón, el primer cónsul es el dueño de Francia, y su fulgurante ascensión política y militar despierta la hostilidad de Europa. Varios estados se han unido contra él. Pero una buena estrella parece acompañar la suerte del primer cónsul. Ha triunfado en Marengo, cuando el mismo tenía la derrota. Mientras planea operaciones militares y organiza nuevos ejércitos, atiende a la vez a la restauración de Francia, al orden y el posible bienestar en un país tan castigado los últimos años. Crea un nuevo sistema administrativo en el país. Bajo su dirección, los juristas elaboran un nuevo código civil: El código Napoleón. Trata de sanear la hacienda y la economía francesas. Firma el concordato con Roma. Y en su pensamiento, junto a todo eso, la obsesión de Inglaterra. Es el gran enemigo. Allá van, hacia Bologne, piezas de artillería, municiones, víveres, para cuando llegue el momento de la invasión.
Boda en la iglesia del Pino
Juan Roca. El muchacho artillero de la Guerra de las Naranjas, ha conocido en Barcelona, donde esta de guarnición su regimiento, a una muchacha, catalana como él: Agustina Raimunda María Zaragoza Doménech. Es varios años menos que el artillero. Su familia se había trasladado desde Fulleda, en la provincia de Lérida a Barcelona. En esta ciudad nació Agustina, bautizada en la Parroquia de Santa Maria del Mar de Barcelona, el 4 de marzo de 1786.el párroco Ramón Albert y Juliana nos deja constancia de su bautismo, en el correspondiente libro de nacidos que dice:
6 de marzo 1786.En dicho día, mes y año he bautizado a Agustina Raymunda María, hija legitima de Pedro Juan Saragossa, obrero, y de Raymunda Domenech, cónyuges. Fueron sus padrinos Juan Altarriba, armero, y Agustina Vilumara, mujer del padrino. Les instruí de las obligaciones que contraen. Ramon Albert y Juliana, presbítero Subvicario. Sus padres se habían casado el 8 de agosto de 1772,se llamaban Pedro Juan Francisco Ramón Saragossa Labastida y Raimunda Domenech Gasull.
Fue creciendo, espigando en los inquietos días en que, al otro lado de la frontera, la Revolución desgranaba sus jornadas de sangre.
Cuando ella contaba 15 años, Juan Roca cumplía 22 años, comenzaba un nuevo siglo, y, acababa la Guerra de las Naranjas, llega para Agustina y Juan la hora feliz del amor. Se hicieron novios. Se casaron. Fue el 17 de abril de 1803, en la Parroquia barcelonesa De Pino (Santa María de los Reyes o del Pi por el pino que ya existía en el siglo X) les casa un capellán castrense, Don Manuel Jordana, en quién ha delegado el padre Esteve Oms, párroco de aquella iglesia del Pino. Los testigos de la ceremonia han sido Alberto Dalmau Perxer y Jaime Motas Sastre.
Juan Roca es entonces cabo II de la segunda brigada del primer regimiento de artillería.
Al mes siguiente de la boda ascenderá a cabo primero. Es un soldado respetuoso y activo, al que sus compañeros y superiores estiman muy sinceramente. El servicio militar y la vida hogareña se reparten sus horas.
En 1804 Juan Roca es promovido a sargento segundo. Ese mismo año nace el primer hijo del matrimonio.
El brigadier Palafox
El día 5 de mayo, tres jornadas después de la tragedia de Madrid, conoce Zaragoza lo ocurrido en la capital de España. Lo cuentan algunos fugitivos que han podido escapar de la tiranía napoleónica. Se aviva en todos la decisión de rebelarse en la situación en que la patria se ve. Llega la ciudad en estos días de soterrada y creciente furia popular, el brigadier Don José Rebolledo de Palafox y Melci. Llega de Bayona ha donde había sido enviado por su jefe inmediato, el marqués de Castelar, para dar cuenta a Fernando VII de que Godoy, por presión francesa había sido liberado. Palafox salió de Bayona el día 5 de mayo y, según se cree entre los zaragozanos, trae instrucciones verbales concretas del rey para organizar la resistencia contra las tropas francesas. Temía el Brigadier ser detenido por los soldados y agentes de Napoleón y cruzó, con toda suerte de cautelas, la frontera por tierras de Guipúzcoa. Llegó a Zaragoza, era oriundo de allí. La ciudad conocía ya el drama de Madrid y eran muchos los que deseaban alzarse en armas abiertamente. Se pone en relación el brigadier Palafox, con otros jefes y oficiales de la guarnición. Los pasos y reuniones del joven militar despiertan recelos en el capitán general D. Jorge Juan de Guillelmi. Ordena este a Palafox que se traslade a Madrid y se incorpore a su destino de segundo teniente en la primera compañía de los reales guardias de corps. No quiere Palafox cumplir la orden, está seguro de que llegará el momento, en que Zaragoza le necesite. No se trasladará a Madrid y se oculta en una finca de su familia, en la Torre de Alfranca, a tres leguas de la capital aragonesa, allí esperara la hora en que la ciudad se alce frente a Napoleón. En Zaragoza, la conspiración tiene raíces largas y extensas, colaboran en ella personas, de muy distintas profesiones y zonas sociales: aristócratas, militares, campesinos… Palafox y sus más inmediatos colaboradores entre ellos los hermanos Torres, jefes del regimiento de fusileros de la provincia, saben que el movimiento necesita una calidad asistencia popular. Para lograrla se ponen en relación con dos labradores: Mariano Cerezo y Jorge Ibort. El primero es de la parroquia de San Pablo, el segundo del Arrabal. Tienen los dos una gran influencia sobre los núcleos populares de la ciudad y sus inmediaciones. Hay ya una base sólida para el día en que se decida el estallido de la rebelión.
El Castillo de la Aljafería
Zaragoza, vive horas tensas desde que fueron conocida la tragedia de Madrid y la renuncia de Bayona. Acostumbran las gentes de la ciudad a reunirse ante la casa de correos, para comentar las noticias que van llegando. Hay un día, el martes 24 de mayo, en que la concurrencia ante el edificio es mucho más nutrido y numerosa que otras veces. Se dice que Napoleón ha decidido erigirse en amo y señor de la nación española, como consecuencia de la renuncia forzada, estiman los zaragozanos de la familia real. Comentarios y conversaciones suben de tono. Se grita ya abiertamente. Un practicante de cirugía Carlos González se pone en su sombrero una escarapela roja, signo de guerra y rebeldía, otros lo hacen también. Se organiza una manifestación, a cuyo frente va el practicante y un labrador, Juan José Núñez en actitud airada se dirigen hacía la Capitanía General. Dan vivas a España y al rey. Gritan contra Napoleón y los franceses. Entran en el edificio sin que la guardia les estorbe. Piden al Capitán General que de las órdenes para que se les entregue el armamento y las municiones que hay en el Castillo de la Aljafería. El General de Guillelmi trata de resistir: la actitud popular puede ser, en definitiva peligrosa para los que hoy la asumen, y puede llevar a situaciones graves. Pero los hermanos Torres, jefe del cuerpo de fusileros de Aragón, le hablan y convencen para que les acompañe al castillo. Ya en la Aljafería, son entregadas al pueblo las armas y municiones que allí se guardan: 25.000 fusiles, 80 cañones, una importante cantidad de balas… El capitán GENERAL QUEDA DETENIDO EN LA FORTALEZA: se trata, le dicen, de salvaguardar su vida en esta hora de excitación. Pasa el mando al General D. Carlos Mori. La rebeldía popular esta en marcha, pero las autoridades de la ciudad no quieren encabezarla. Campesinos armados, al mando del labrador Jorge Ibort, se dirigen a la torre de Alfranca, donde el brigadier Palafox está refugiado. Le encuentran y aclaman, y con él regresan a la ciudad. Zaragoza recibe en triunfo al brigadier.
Celebra este, reuniones urgentes con algunas autoridades de la ciudad. Mientras habla con ellas la multitud le vitorea enardecidamente. El teniente general Mori renuncia al mando militar, y el joven Palafox (cuenta solo 33 años) es proclamado Capitán General de Aragón.
A las puertas de Zaragoza
Solo una diferencia de ocho días hay entre los combates del Bruch: dos derrotas para las tropas francesas destacadas en Cataluña. El primero de ambos combates es el 6 de junio: en él resuena de arboleda en arboleda, de colina en colina, el redoble enardecido del (timbaler) de Sanpedro, aquel muchachito de 17 años, Isidro Llusa. Pocos días más tarde el 14 de junio es la segunda acción del Bruch, en la que los franceses también se ven obligados a retroceder. Un oficial que forma parte del estado mayor del general Duhesme, jefe del ejército de Cataluña reconoce lo que aquellas jornadas significaran para la rebelión, desde el primer día de las hostilidades escribe Lafaille los catalanes todo el día sin jefes y casi sin armas vieron a nuestras tropas huir delante de ellos. La noticia de un éxito tan inesperado, el primero alcanzado por los españoles en esta guerra, se extendió con la rapidez del relámpago y con toda la exageración del orgullo nacional. Ello acabo, de inflamar los espíritus demasiado predispuestos a un levantamiento, la insurrección estallo por doquier.
El artillero Juan Roca
Entre los que en ese 14 de junio han obligado a retroceder a los franceses esta un soldado catalán Juan Roca, sargento segundo de un regimiento de artillería que forma parte de la guarnición de Barcelona. Son muchos los oficiales y soldados que huyen en estos días de la capital, ocupada por el ejército francés Duhesme. La lucha en la ciudad es difícil por la absoluta superioridad numérica del enemigo, dueño de los parques de municiones. Los militares escapados van uniéndose en el campo y en la montaña, a los campesinos alzados en armas. Y visten, con estos, el traje y la barretina roja tradicionales del payés catalán.
Juan Roca lleva ya varios años en el ejército. Ha servido siempre en el cuerpo de artillería, ingreso en el cómo simple soldado, cuando tenía 16 años. Estuvo en su regimiento de Portugal y tomo parte en la guerra de las naranjas. Ha casado en Barcelona también con una muchacha catalana, Agustina Zaragoza y Doménech. Contaba ya cuando la boda 17 años, él 24. Al año siguiente 1804 les nace el primer hijo.
Ocupada Barcelona por el general Duhesme (Ocupación pacífica bajo capa de amistad), NO TARDA EN DESVANECERSE LA DESCONFIANZA CON QUE Muchos había contemplado la penetración napoleónica. Llegan noticias de lo ocurrió en Madrid el 2 de Mayo. Se va sabiendo que muchas ciudades españolas se alzan contra Napoleón. Algunas poblaciones catalanas próximas a Aragón y Valencia, Lérida y Tortosa… están en armas también. En Barcelona hay oficiales y soldados que desertan de sus unidades y acuartelamientos para reunirse, en el campo y en el monte, a los somatenes que luchan ya. Resuenan por las colinas del Bruch el tambor de Isidro Llusa y el de otros timbalers. Resuenan tocando arrebato las, campanas de las aldeas. Se extienden sobre las tierras de Cataluña un ancho grito de guerra. Juan participa en todas las escaramuzas desde Esparraguera hasta el 14 de junio de 1808 en la acción del Bruch en la defensa de Barcelona y luego en la retirada del 16 de diciembre del campo de Esplueges, y pocos días después, el día 21,en Molins de Rey.
De Barcelona a Zaragoza
Agustina Zaragoza, la esposa del artillero Juan Roca sargento segundo ya, se siente poseída de la misma alta pasión española de cuantos en estos días juran defender la patria invadida. La lucha en Barcelona, ciudad ocupada, es prácticamente imposible Agustina decide huir, unirse a los que combate en otras tierras. Pasa por el Bruch. Contempla los signos de la acción contra los franceses. Sigue camino adelante. Lleva consigo a su hijo, un chaval de 4 años. Quiere llegar a Zaragoza. Corre por los pueblos y los mesones del camino la noticia de que se combate en las cercanías de aquella ciudad. El nombre de la capital de Aragón atrae mágicamente. Soldados huidos de distintos lugares van hacia allí. Son muchos los días de caminata. No desfallece Agustina. Manos generosas le atienden en el trayecto hacia Zaragoza. Su hijo es el gran consuelo cuando la fatiga rinde a la mujer. Le contempla, acurrucado junto a ella, y su ternura se deshace en un llanto blando y dulce. Se siente, al conjunto de este sentimiento, con nuevo y reforzado ánimo para seguir adelante. Un día por fin Zaragoza, en la lejanía. Sobre el caserío más nítida cada vez las torres de La Seo y el Pilar.
Un joven General Napoleónico
Napoleón Bonaparte tiene noticia de que Zaragoza se ha rebelado. Las primeras noticias le llegan el 30 de mayo. Sabe la importancia que la capital tiene en el cuadro general de la estrategia de los ejércitos franceses en España, y toma inmediatamente medidas para reducir el alzamiento de los aragoneses. Refuerza con varias unidades importantes infantería, lanceros polacos, artillería, la guarnición de Pamplona, punto de partida para las tropas que trataran de dominar a Zaragoza.
Dispone también que la columna sea mandada por uno de los más jóvenes generales del ejército francés: Carlos Lefebvre Desnoettes. No ha cumplido este aún los 35 años. Es enérgico y valeroso, es ahora jefe de estado mayor del cuerpo de observación de los pirineos occidentales. Había combatido anteriormente a las órdenes de Napoleón en las campañas de Italia. Ascendió a Coronel en 1804, cuando el primer cónsul se proclama emperador. Fue poco después ascendido a general de brigada. Al comenzar este año de 1808, mandaba el primer regimiento de cazadores a caballo de la guardia imperial, y el 19 de marzo asciende a general de división, y es nombrado conde del imperio.
Llega Lefebvre a Pamplona. Recibe allí las órdenes de dirigirse a Tudela donde recibirá los refuerzos que le permitirán el ataque a Zaragoza.El general francés va precedido, en su camino hacía la villa Navarra de unos emisarios portadores de una proclama dirigida a los aragoneses y firmada por alguno de los diputados que se habían reunido en Bayona. En la proclama se pide a los habitantes de la ciudad de Zaragoza, desistan de su rebelde actitud.
Las adversas jornadas de Tudela y Mallen
Pero Tudela está en poder de los españoles y el puente sobre el Ebro ha sido cortado. Lefebvre y sus tropas cruzan el río sobre unas cuantas barcazas y se dirigen hacia la villa. No cuenta esta con medios próximos de defensa y ha pedido auxilio a don José Rebolledo de Palafox, capitán general de Aragón. Envía este a su hermano mayor, el marqués de Lazan con algunas fuerzas y cuatro piezas de artillería, más la defensa es apresurada y desorganizada, y los franceses aparecen por donde no se les esperaba: por la margen derecha del Ebro, envuelven la villa y los defensores, para no verse copados huyen desordenadamente perseguidos sin piedad por la caballería polaca. Hay crueldades y fusilamientos. El marqués de Lazan, con algunos jefes y oficiales embarca en el canal imperial de Aragón con intención de llegar a Zaragoza. En el camino se encuentra con las tropas que se hermano el capitán general le envía como refuerzo. Se entabla un nuevo combate junto a la villa de Mallen. El general francés no ha cesado, entre tanto dé recibir nuevas unidades. La jornada es adversa para los españoles, que se dispersan acosados por la furia de los jinetes polacos. Lazan, junto algunos jefes y oficiales se retira a Gallur, cruza el Ebro y llega a Zaragoza.
Un pueblo en armas
Se ha ocultado la marcha de Palafox. Las horas son difíciles, y la noticia de la partida podría deprimir a las gentes, entregadas febrilmente a la defensa. Se arrastran cañones hacia los emplazamientos más convenientes. Se levantan parapetos, se improvisan reductos, se amontonan obstáculos en puertas y portillos. Tejados, ventanas y balcones son convertidos en fortines. La lucha será a muerte casa por casa. Es el pueblo el que realiza todos estos trabajos sin una verdadera dirección. Son gentes civiles quienes encabezan la tarea: como el sacerdote D. Santiago Sas, y los labradores D. Mariano y D. Manuel Cerezo.
Se desconfía de los militares. Se piensan en traiciones posibles. Pero no es justa la sospecha. Un jefe de ingenieros D. Antonio San Genis cuando recorre los muros de la ciudad para estudiar los puntos más adecuados para la defensa, es detenido se le cree un espía, y se le conduce a la prisión. La realidad, muy poco después hará ver a los zaragozanos lo equivocado de sus juicios y se someterán a la dirección de los jefes militares el coronel D. Mariano Renovales, el teniente coronel D. Francisco Marco del Pont y el teniente de caballería, retirado, D. Luciano de Tornos.
Tras el fracaso intento de la mañana Lefebvre, a primera hora de la tarde, se dispone a lanzar un ataque enérgico y vigoroso e intenso con el que cuenta hacerse dueño de la ciudad. Lanzará ese ataque por el lado occidental donde la ciudad está más abierta y no tiene esa defensa natural que supone el río Huerva. Sitúa sus tropas en consecuencia, frente a los muros que por esa parte ampara a la población, en la zona llamada campo del sepulcro o eras del rey. El general francés instala su puesto de mando en la Torre de Escartín, a 1 kilómetro de Zaragoza. Frente a él, la tapia que va del Portillo hasta la puerta del Carmen.
La heroína del Portillo
Nuevas tropas llegan al ejercito de Verdier el día que primero se fijo para el asalto el 29 de junio: el conjunto de estas fuerzas sitiadoras asciende a unos 13.000 hombres. Frente a ellos los zaragozanos suman unos 8.000, en los que solo la menor parte corresponden a soldados veteranos e irregulares.
Al atardecer del siguiente día él ejercito napoleónico ha terminado la labor preparatoria del ataque, todas las baterías están a punto bien provistas de municiones, el general Verdier hace circular sus órdenes para que a media noche los cañones rompan el fuego sobre los objetivos que se señalan: la Aljafería, el convento de los Agustinos, el cuartel de caballería, el Portillo, el Carmen, Santa Engracia. Se disparará, también sobre el interior de la ciudad buscando con ello el quebrantamiento y la intimidación de los vecinos. Duerme Zaragoza. A las 12, un primer disparo cruza el aire y va a caer sobre las aguas del Ebro. Otros se unen a él. El bombardeo se generaliza y ya no cesa en toda la noche. Ha ido despertando la ciudad, un despertar de susto y de horror porque el bombardeo no conoce pausas. En la primera sorpresa contará un testigo de aquellas horas el cronista Agustín Alcaide Ibieca, abandonaron muchos sus casas, y las mujeres huían azarosas sin saber a donde dirigirse. Loas más tímidos huyeron por el puente de piedra y caminaron toda la noche hasta llegar a los pueblos circunvecinos. La batería de la bernardona y la del conejar, comenzaron a despedir bombas y granadas a hora de las 6, y donde ocurría la explosión, las madres salían con sus hijos en brazos, los esposos con sus esposas afligidas, el vigía situado en la torre nueva, divisaba cuanto obraban las baterías y se previno al público que un toque de campana manifestaría venir la bomba de la parte de Torrero y dos de la bernardona, con lo que podían los ciudadanos refugiarse. Muchas familias fijaron su habitación en las cuevas pero después de las primeras agitaciones se miro el bombardeo con una serenidad increíble. La consistencia de los edificios y él haber empleado más granadas que bombas no lo hizo formidable.
Las casas tenían bastante elevación y mucha solidez: con ese motivo las granadas reventaban en el segundo o tercer piso y no ocasionaban el mayor daño, pudiendo asegurar que perecieron muy pocas personas, sin embargo, en el espacio de 27 horas según los partes de los vigías, 1400 bombas y granadas vinieron preñadas de muerte a desgajarse sobre nuestras cabezas. No hay expresiones propias para describir la serenidad y el espíritu de mis compatriotas, lejos de arrugarse chispeaban sus ojos de cólera al ver los ardides del enemigo para introducir la confusión y el desorden. Pese a la intensidad del bombardeo no son muchos los daños. Los más graves han sido en el castillo de la Aljafería y en el Portillo. Tampoco ha sido quebrantada la moral del pueblo. Tras la primera reacción del susto, la serenidad se ha impuesto. A esta sensación de firmeza ha contribuido, además, la llegada del general Palafox, con más de 1000 hombres. Él será ahora el jefe de la resistencia frente al enemigo.
Comprende Verdier que el ataque de la artillería no ha dado el resultado que se confiaba. Más no puede intensificarlo más, porque las muchas horas de fuego cerca de 30 han agotado casi el número de sus bombas y granadas. Hay que proceder en consecuencia al asalto. Se encargaran de estas 6 columnas bien equipadas con objetivos diferentes.
Amanece un nuevo día 2 de julio. Casi toda la noche estuvieron tronando los cañones. Han callado ahora con el alba, y con su silencio hileras raudas de soldados se lanzan hacia el asalto de puertas y edificios. Los hombres de la defensa disparan intensamente contra los asaltantes. No logran avanzar los franceses, al revés se ven obligados a retroceder en algunos puntos. Fracasan también en el intento de apoderarse del castillo de la Aljafería, uno de cuyos muros había sido derribado casi totalmente por el bombardeo del día anterior. El foso que rodea al castillo resulta infranqueable y los franceses han de renunciar al ataque. Encaminan este ahora hacia la puerta del Portillo, también en esta hizo grandes destrozos el largo bombardeo de las horas precedentes. Había cayado las baterías allí emplazadas, signo seguro para los franceses de que el asalto sería fácil por aquel lugar, donde eran visibles los daños de la artillería napoleónica.
Avanzan raudamente los franceses hacia el Portillo, hacía las baterías que enmudecieron. Han ido cayendo los artilleros que defendían la entrada de la ciudad por aquella parte. Apenas falta un centenar de metros para que la columna napoleónica alcance la codiciada puerta.
Una mujer, de pronto llega ante uno de los cañones allí emplazados, y dispara contra la vanguardia de la columna que allí se acerca. Es Agustina Zaragoza y Doménech. Como otras mujeres, colaboraba a la lucha llevando refrescos y bebidas a los servidores de las baterías. En esta mañana del 2 de julio su ademán enardece a los que gemían en el suelo. Se ponen este de pie al conjuro de la actitud de la muchacha, y los repetidos disparos sobre la columna francesa a bocajarro dispersa a esta, y lo que se creyó victoria fácil se transformo por la decisión heroica de Agustina en una retirada sin orden.
La misma Agustina Zaragoza al año siguiente evocará aquella jornada. Queriendo alternar escribe con sus mayores defensores los artilleros exhorta a la firmeza, y empieza hacer este servicio sirviendo tacos y otras provisiones.
Los días primero y segundo de julio, empiezan los enemigos el bombardeo contra la ciudad y a su estrepitoso ruido adelanta sus pasos hacia la batería de la puerta del Portillo, atacada con la mayor furia pónese entre los artilleros, los socorre, los ayuda y dice: ánimo artilleros que aquí hay mujeres cuando no podáis más. No había pasado mucho rato cuando cae de un balazo en el pecho el cabo que mandaba a falta de otro jefe el cual se retiro por muerto, y caen también de una granada y abrasados de los cartuchos que voló, casi todos los artilleros, quedando por esta desgracia la batería y expuesta a ser asaltada. En efecto ya se acercaba una columna enemiga cuando tomando la exponente Agustina un botafuego, pasa por entre muertos y heridos y descarga un cañón de a 24 con bala y metralla, aprovechada de tal suerte que levantándose los pocos artilleros de la sorpresa en que yacían a vista de tan repetido azar llega un refuerzo de otra batería y obliga al enemigo a una vergonzosa y precipitada retirada entre los que acuden en auxilio se encuentra una partida del regimiento de Extremadura, su comandante el capitán don Pascual Novella da un salto hacia los atacantes y una salva de balas le hiere en una pierna y el subteniente don Antonio Sánchez en un brazo, al socorrer a su jefe que ve como se le abalanzan los franceses pero la herida no le impide rechazar al enemigo a sablazos. Al terminar la jornada el blanco traje del Extremadura es completamente rojo. En este día de gloria mediante el parte del comandante de la batería, el coronel que era de granaderos de Palafox, la condecora el general con el título de artillera y sueldo de 6 reales diarios.
Enterado el general Palafox, mando llamar a la joven cuyo marido en aquel momento se encontraba participando en las acciones de Maria y Belchite Palafox allí mismo, sobre el campo de batalla le felicito y le concedió el distintivo de subteniente con el uso de dos escudos de distinción con el lema cada uno de ellos DEFENSORA DE ZARAGOZA y el otro RECOMPENSA DEL VALOR Y PATRIOTISMO.
El general dicta y publica una proclama ese día.
«Zaragozanos el día de hoy os hará inmortales y en los fastos de vuestra historia y todas las naciones admirarais con envidia vuestro heroísmo vosotros habéis sabido despreciar gravísimos riesgos con invencible constancia, y vuestro patriotismo ha llegado en esta ocasión a tan alto punto de valor que, lejos de intimidaros la crueldad inaudita de vuestro enemigo, no se ha oído de vuestras bocas ni de las de vuestras mujeres, ni habéis permitido el triste consuelo o alivio de pronunciar un ay. Vosotros peleáis la justa causa, defendéis vuestra religión, vuestra patria y vuestro rey, seréis invencibles y triunfareis siempre de un enemigo que funda todo su derecho en la seducción, en la mentira y el engaño. El cielo protege vuestras operaciones visiblemente, el Dios de los ejércitos pelea a vuestro frente; vuestra amantísima patrona ha fijado sus piadosísimos ojos sobre vosotros; Vuestras esforzadas tropas solo aspiran al honor de dividir con vosotros la corona de laurel con que el cielo ceñirá a sus sienes en premio de sus brillantes acciones militares. ¿Qué, pues, debéis esperar con tan favorables auspicios? El completo triunfo de vuestro enemigo, la prosperidad y la deseosa paz que disfrutareis llenos de gloria en el dulce seno de vuestras familias después de haber cumplido vuestros sagrados deberes en beneficio de la religión, el rey y de la patria.»
Agustina la artillera
Agustina permanece en la ciudad en el segundo sitio, Moncey y Morthier asedian la ciudad con un numeroso ejercito es el día 20 de diciembre Las brechas van abriéndose de nuevo, Agustina como siempre esta activa en la defensa, especialmente el día 31de diciembre. Ella misma lo contara poco después pregúntese como soporto en la batería el día 31 de diciembre, que no faltara en esta ciudad quien será testigo, de que ese día el propio Palafox, le dio la cinta de honor que usa, cuyo documento perdió siendo prisionera… Pregúntese quien se puso, delante de nuestra tropa cuando, después de tener los franceses tomado entre otros puntos, el convento de la trinidad Descalza, se trato de desalojarlos, saliendo por una de las troneras de la misericordia, y puerta del Portillo, y no faltara quien le dirá que la vio avanzar la primera y que, sorprendida nuestra tropa por la salida que el enemigo hizo por un Portillo a la espalda del convento, fueron rechazados los nuestros y obligados a retroceder a toda prisa, y que no habiendo podido seguir Agustina por la demasía precipitación, viéndose ya casi a las manos de los franceses, no le quedaba mas arbitrio que tirarse al foso del cañón puesto en la Misericordia al frente de dicho convento, de donde la sacaron sus compañeros los artilleros, continuando después dentro de la Misericordia, proveyendo de cartuchos y piedras a los combatientes antes de regresarse a la batería, donde ya la creían perdida.
Entre las ruinas y desafiando las bombas esta Agustina Zaragoza. Acerca piedras y cartuchos a los combatientes, lucha ella misma, si el momento llega la mujer deteniéndose “en medio del peligro “ quito a un tambor francés la caja, cogió dos fusiles de los muertos y lo presenta todo al comandante de su batería. Este da parte de la acciona Palafox, que ofrece recompensar a Agustina “ pero dirá la mujer esto no puede tener lugar, por la ultima desgracia de esta ciudad, digna de llorarse con lagrimas de sangre”
Esta ultima desgracia a la que se refiere Agustina Zaragoza es la peste.
Los muchos muertos y heridos, el hacinamiento humano, la asistencia deficiente, ha determinado una epidemia que se une a los otros males de la guerra.
Agustina Zaragoza tiene 22 años de edad. Ella quiere seguir luchando pero esta enferma contempla la agonía de la ciudad “Solo la cruel peste de que fue acometida recordara meses mas tarde” Estaban llenos los hospitales y los puestos de socorro improvisados y fueron los artilleros” la estimaban como un camarada mas,” por su arrojo en los combates quienes prepararon para Agustina un camastro en el repuesto de un cañón, dentro del convento de San Agustín. Supo allí que la ciudad se avía rendido, tras el prolongado sufrimiento, acentuado por la peste y el hambre. Los franceses entran en la ciudad. Agustina se pone en pie, consigue que la ayuden a vestirse, y también a su hijo de 5 años que se hallaba en el mismo estado febril que Agustina.
Un denso silencio pea sobre Zaragoza. Se escuchan a los soldados que llegan. Todavía, algunos tiros dispersos de los que no quieren entregarse y que van buscando a los que han rendido ala ciudad para vengarse. Agustina trata de huir. Pero la voz de alguien la delata: ¡ Esta es la artillera!
Prisionera camino de Francia
Es detenida y conducida con otros prisioneros, al puesto de mando francés a un lugar llamado Casablanca en el que los franceses están concentrando muchas gentes de la ciudad. Dos comandantes franceses se le presentan y le comunican que esta prisionera aun que la verdad es que ella no los entendió.
Lo que si entendió y rápidamente es que le hicieron andar sin consideración a su enfermedad, coronel resto de los prisioneros y su hijo, mas tarde el ayudante de artillería don Pedro Bustamante, le cedió uno de los dos machos que llevaba, monta hasta Caparroso y allí los mercenarios de Napoleón le roban el macho, la ropa y el dinero (escaso) que llevaba.
Tenia que caminar a pie como todos los prisioneros de cuerda que formaban la espectral caravana. Apenas se sostiene en pie Agustina junto a su hijo enfermo, necesitado de casi todo. Pide clemencia al comándate francés que manda la columna temiendo la represalia de algún salvaje y solo obtiene el permiso para continuar el camino sobre una carreta. Pasan los presos de cuerda por caseríos y aldeas, y las gentes que siguen en estos, y no se han unido a la guerrilla, atienden en lo que pueden a los prisioneros desvalidos y enfermos.
Puente la Reina
Primavera de 1809 en Puente la Reina, solo se escuchan voces de soldados, lamentos de prisioneros, y peticiones de ayuda y caridad, en el hospital que siglos antes había albergado a peregrinos, camino de la tumba del apóstol Santiago apiñados todos los heridos, de otros lugares y los que llegaban, en aquel momento de Zaragoza.
Era un mundo doliente, extenuado. Eran muchos lo que lo forman, y ala hora de ponerse en marcha otra vez, hacia la frontera francesa no le resulta difícil a Agustina esconderse disimularse entre los de más enfermos del hospital, es aquí donde consigue que los soldados se olviden de ella.
Agustina convaleciente de su enfermedad reciente y de sus muchos quebrantos y sufrimientos acrecentado por la muerte de su hijo (del cual existe al aparecer en ese municipio documentos que lo acreditan por una partida de defunción atribuida al hijo de Agustina).
Poco apoco Agustina va recuperándose va serenándose su espíritu. Se escapa en la primera oportunidad esta muy cerca de la frontera y es frecuentado, por los ejércitos napoleónicos. Teme a veces, que alguna patrulla francesa venga a buscarla, sí se han dado cuenta de que falta entre el contingente de prisioneros.
De nuevo en la carretera sin medios confiada al a caridad ajena. Camina de aldea en aldea. Vive de o que le dan. Llega a Aguilar en cuyo pueblo se recupera gracias al socorro de algunas piadosas almas. Le proponen que se quede allí es una mujer sola y desvalida. Pero ella quiere seguir y ser útil a su patria combatiendo como en Zaragoza.
Sale de Aguilar y caminando llega hasta Olvega (allí se cree que murió su hijo aunque no esta confirmado) Agustina mendiga por tierras de Soria y de Aragón no quiere volver a Zaragoza que esta dominada por los franceses, es infatigable y vive pidiendo por los caminos, quiere incorporase, a los que luchan contra el invasor. Nada sabe de su esposo quizá ha muerto.
Entonces después de largos recorridos llega a Teruel. La ciudad no esta dominada por los franceses y esto Agustina lo sabe, el destino le juega a Agustina una prueba inesperada. Una mano piadosa le da unas monedas y, entre ellas una pieza de plata de dos reales. Es una valiosa limosna que la heroína aprieta contra su corazón. Cree que aquélla va a ser como un amuleto y que su vida va a cambiar.
Teruel
En Teruel Agustina se da a conocer. Hay quienes han oído ya hablar de ella, todo el mundo quiere que Agustina, les evoque las jornadas de los sitios.
En Teruel además de recuperar la salud Agustina se entera que la junta suprema del gobierno ha dictado un decreto en el que exalta las virtudes cívicas de quienes habían defendido hasta el máximo la ciudad del Ebro.
Que todos los defensores de Zaragoza “se dice en el documento”, sus vecinos y sus descendientes gocen de la nobleza personal que él haberse hallado dentro de la plaza, durante el sitio, sea un mérito para ser atendido en sus peticiones.
Se presenta al presidente de la junta local, don Luis Amat. Solicita un pasaporte para incorporarse al ejercito y le es concedido por los generales marques de Lazan y Joaquín Blake.
Se creía en España que la defensora del Portillo había ido, junto a tantos prisioneros a Francia. Pensaban que estaría allí, que acaso había muerto ya… Y, de pronto, esta noticia de que Agustina vive y de que se halla en territorio no sometido enardece a muchos. Llegan a ella así invitaciones para que se traslade a otras ciudades, libres también del dominio francés. La solicitan desde Sevilla y desde Cádiz. Quieren conocerla directamente, rendirle el homenaje que merece su heroísmo. Como dispone del pasaporte que el mando militar le ha concedido, Agustina, parte para el sur de España, para el territorio libre aun, desde los días de Bailen.
Una instancia en Sevilla
A comienzos de agosto llega a Sevilla. Los ecos de su gloria han llegado allí y la figura de Agustina esta envuelta en una aureola de leyenda. Todos tratan de conocerla la buscan, le preguntan, se vuelcan en atenciones y gentilezas. Agustina se siente feliz por lo que significa para la causa de la guerra de la independencia.
En Sevilla, apoyándose en lo dictado por la junta suprema y en las distinciones de que el general Palafox la había hecho a Agustina redactar una instancia al rey (es la junta la que a todos los efectos representa al monarca cautivo en la tierra francesa de Valencay. En esta instancia hace relación de sus acciones desde que salió de Barcelona, en junio de 1808. Relata su acción en el Portillo, en el primer Sitio. Y su comportamiento después, en el segundo asedio. A continuación, la postración bajo la epidemia y la caminata hacia suelos de Francia, junto a otros muchos prisioneros. Luego, la liberación, en Puente la Reina y la marcha penosa por tierras de Logroño y Soria, hasta alcanzar la ciudad de Teruel. Señor-termina el documento-, en vista de estos y otros hechos de que no puede menos de gloriarse la artillera Zaragoza, con toda la nación, ¿Qué no debe esperar de la generosidad con que V.M. sabe premiar el valor y el patriotismo más hacendado? Interesa a V.M., interesa a la nación, interesa a la exponente, y en vuestra majestad confía. El documento firmado por Agustina, esta fechado en Sevilla el 12 de agosto de 1809.
En la instancia no se concreta, sin embargo, lo que de un modo específico solicita Agustina. Por eso es devuelto el escrito, y en el mismo pliego con fecha del 26 de agosto, la mujer fija sus deseos. “ Atendidos los motivos que van expuestos anteriormente, y en la necesidad en que me hallo perdido todo siendo prisionera, suplico a V.M. se sirva concederme el sueldo de capitán efectivo, librándome en su virtud el correspondiente despacho”.
Días más tarde, al final del documento, puede leerse: “ S.M. concede sueldo y grado de Alférez de Infantería “ la fecha es del 30 de agosto de 1809.
En Cádiz la defensora del Portillo ha conocido al General Wellington. Ha dado este una comida en su honor. Y al termino de esta, otro General inglés, Doyle, ha ofrecido a Agustina una bandeja de oro, y le ha pedido, en cambio, los modestos zarcillos que la mujer lleva, quiere enviarlos a Inglaterra, como un bello recuerdo personal de la heroína de los Sitios. El duque de Wellington, obsequia a Agustina con un par de pistolas, adornadas con incrustaciones de oro, plata, nácar y marfil.
Se siente a gusto entre las gentes andaluzas. Pero ha tenido noticias del marido, y quiere reunirse con él. Sabe que lucha en territorio de Cataluña, y hacia ya desea ir la que es ya, oficialmente, alférez del ejército español. Embarca en Cádiz, con rumbo a su Cataluña natal tierra catalana. El barco hace alto en Gibraltar, y Agustina salta a tierra. También en el Peñón hay fiesta y agasajos a la mujer. Le son rendidos honores militares. Hay alguien que hace un retrato de ella, con compromiso de enviarlos a Londres. Cuando Agustina embarca de nuevo mar adelante camino de las tierras catalanas, donde el marido, Juan Roca combate también.
En Barcelona, se reunió con su esposo combatiente también Juan Roca. Había luchado en Aragón y Cataluña. Ahora, desde Barcelona, Agustina y Juan se despiden, con el compromiso de continuar al servicio de España por encima de la separación y el dolor.
Se combate en las tierras mediterráneas y hacia ellas marcha Agustina. Llega a Tortosa: donde muere el río, en cuyas aguas luchó ella en Zaragoza. La ciudad está sitiada por las tropas del mariscal Suchet. La mujer, sin embargo, consigue entrar en ella. El general que defiende la plaza, D. Miguel de Lili e Idiaquez, conde de Alacha, evocará, unos años después, la actuación de Agustina: Hallándome- certificará – de comandante general del cantón de Tortosa y gobernador de la plaza en comisión se presentó en ella, por el mes de noviembre del año 1810, doña Agustina Zaragoza, y suplicándome le permitiera permanecer en dicha plaza de Tortosa, pues anhelaba continuar en hacer servicios a la Patria, a cuyo fin deseaba emplearse en ella. Conviene en su solicitud, y durante el sitio estuvo empleada en una de las baterías hasta la rendición, correspondiendo con su serenidad y valor a la ventajosa opinión que había adquirido en los dos ya sitios de Zaragoza, hasta cuya ciudad siguió la suerte de los demás prisioneros.
Agustina en la guerrillas
Ya en Zaragoza, entre la masa de los combatientes que son llevados a Francia, logra quedarse en el hospital, fingiéndose enferma. Solicita y obtiene, después, un salvoconducto para trasladarse a Madrid. Pero su intención no es realmente la de dirigirse a la capital, donde la lucha no sería posible, si no incorporase alguna de las muchas guerrillas que acosan en España al ejército francés.
Se informa en las ventas del camino, en las aldeas en que hace alto. A muchos de estos lugares ha llegado su fama heroica, y las gentes se acercan emocionadamente a la heroína del Portillo. Y llega así hasta una de aquellas guerrillas que acosan a Napoleón desde rincones escondidos, que aparecen y desaparecen fulguralmente y que son la pesadilla de los mariscales franceses. Se encuentran estos ante una forma de lucha ante la que no contaban. Es, este de las guerrillas un enemigo sutil y audaz, contra el que se estrellan los métodos de la guerra clásica de la época.
Agustina se incorpora a uno de tales grupos: El que capitanea por tierra de la mancha, Francisco Abad, a quién apodan el chaleco. Agustina ayuda, favorecida por su condición femenina, a algunos golpes de manos importantes. Colabora con audacia y entusiasmo a las acciones de la guerrilla. La aventura, el arrojo y la sorpresa riman bien con su ánimo de mujer y valerosa.
La última batalla
La actividad de los guerrilleros desangra al ejército francés. Este conoce ya el áspero sabor de la derrota. Tras la batalla de los Arapiles, el rey José, huye de Madrid, va hacia el norte, en busca de la frontera. Las noticias de Rusia han contribuido a la desmoralización de las tropas napoleónicas. Y en la batalla última, la de Vitoria, el desastre del ejército en retirada es ya el réquiem definitivo de Bonaparte en España.
Allí en Vitoria se halla también Agustina de Aragón, combatiendo con la fe y la pasión de siempre. Su general, D. Pablo Morillo, dará un día testimonio del reiterado valor de la heroína. Dice que Agustina subteniente de infantería, en reconocimiento de su actuación en los Sitios de Zaragoza, “ A continuado después sus buenos servicios en el ejército que estuvo a mi mando, e hizo prodigios de valor en la también memorable batalla de Vitoria, justificando, de este modo nada común, el concepto universal y que tanto la honra “.
La guerra termina y el rey Fernando esta ya en Madrid, tras el destierro en tierra francesa. Agustina se halla de nuevo con su esposo. Viven en Zaragoza, y un día una carta del General Palafox, dice a la heroína que el rey desea conocerla. Se traslada ella a la capital donde recibe las felicitaciones del monarca, y donde conoce a Goya y a la condesa de Osuna. Regresa a Zaragoza, pasando después a Barcelona, su ciudad natal; el esposo Juan Roca, ha sido destinado allí al ascender a subteniente. Se instalan en una casa pequeña y risueña. Les nace un hijo, Juan, más su salud es endeble. No le van bien al parecer, el clima de Barcelona, y alguien habla al matrimonio de una tierra alta y seca, convendría al niño. Juan Roca consigue la permuta con un compañero de armas que esta en Segovia, y hacia esta ciudad marcha la corta familia.
Muerte en Barcelona
Desde Segovia, Juan Roca y su esposa Agustina, se han trasladado con su hijo a quién el clima de la alta ciudad castellana ha beneficiado en modo importante, a Valencia.
Juan ha sido ascendido a teniente, se les acoge bien en Valencia. Se ve Agustina junto a su marido, ir a misa con uniforme y condecoraciones. Un eco de afecto y respeto envuelve a la pareja.
Juan se siente enfermo. Quiere descansar, retirarse del servicio activo. Desea ir a Barcelona: Es, al fin y al cabo, la tierra de su nacimiento. El matrimonio con el hijo se traslada a la capital catalana. El teniente Juan Roca empeora. Una tuberculosis pulmonar va dañando irremediablemente su organismo. Es dolencia cara, y la esposa ha de acudir a todos los medios para paliar el sufrimiento del marido. Pide, contrae deudas, reza, llora, sufre en silencio.
El esposo muere: El 1 de agosto de 1823, cuando el régimen constitucional está a punto de extinguirse. La muerte llega al teniente Roca en la sala de oficiales del hospital militar del Seminario. En el testamento, Juan encarga a su albacea que cuando cobre los recibos correspondientes a sus retrasadas ultimas pagas, liquide las deudas que la enfermedad obligó a contraer. Las alhajas y muebles de la casa deberán ser entregados a Teresa Ferrando: Sin duda la prestamista que les fue facilitando dinero durante la enfermedad.
Agustina y su hijo quedan, al morir el esposo, en una difícil situación económica. Deudas, incertidumbre, pobreza casi.
El definitivo regreso a Zaragoza
Agustina se casa de nuevo. Es en marzo de 1824, hace solo siete meses que ha muerto Juan Roca. ¿ Que razón lleva a esa segunda y rápida boda? Posiblemente es una razón material. La situación en lo económico no es buena para Agustina. Cuenta únicamente con su modesta paga militar. Los gastos estos meses últimos han sido muchos, por la enfermedad del esposo. Agustina es joven todavía (NO CUMPLIÓ LOS 40 AÑOS) y su vida, en el aspecto sentimental y familiar no puede darse ya por acabada. Se traslada desde Barcelona a Valencia. Barcelona ha sido para ella, últimamente escenario de horas penosas: La dolencia del esposo, la dificultad económica, las deudas que hubo de contraer, la muerte. Valencia, en cambio, acompaño muchas horas felices de Agustina, tras él termino de la guerra y hacia Valencia va hacia ahora tras la muerte de Juan Roca.
El nuevo esposo, es un médico más joven que ella: Juan Cobos, nacido en Almería. Al año siguiente les nace una hija: Carlota. Va quedando lejos el sobresalto de la guerra. La vida de Agustina Zaragoza es tranquila, centrada hacia el nuevo esposo y los hijos Juan hijo del anterior matrimonio y Carlota del segundo.
Una difícil situación económica
Es proclamada reina Isabel II. Casa esta con su primo Francisco de Asís. Madrid vive el gozo de las bodas reales: El matrimonio de Isabel se celebra al mismo tiempo que su hermana Luisa Fernanda con el duque de Montpersier. Al año siguiente 1847, la hija de Agustina Zaragoza, Carlota Cobos se casa con Francisco Atienza. Ese mismo año el hijo del primer matrimonio Juan Roca (médico como su padrastro) se casa también. La vida continua y nacen los primeros nietos. El segundo esposo siente apasionadamente la causa carlista. El convenio logrado en Vergara por Espartero y Maroto es ya un recuerdo lejano, y otra vez la guerra entre las dos ramas borbónicas esta ya encendida en los campos de España. El doctor Cobos se halla adscrito desde su juventud al mando del pretendiente. Y dentro del campo carlista a la zona más extremada e intransigente.
La actividad política del marido de Agustina le obliga a gastos de importancia. Vive el matrimonio en Sevilla, desde donde Juan Cobos hace desplazamientos frecuentes a Madrid para gestiones en relación con la causa, descuida por esto su trabajo profesional. La economía familiar se resiente.
Agustina teme, ha conocido en los años finales de su anterior matrimonio la dificultad, casi la pobreza. Y no quisiera volver a tales zozobras. Pero ve como va empeorando paulatinamente la situación familiar. La pasión política absorbe al doctor Juan Cobos y consume su patrimonio. Hay, además, disposiciones oficiales financieras para remediar los difíciles momentos porque pasa el erario, impuestos y cargas que se juntan a las mermas que por otras razones está sufriendo la economía del matrimonio Cobos-Zaragoza.
Francisco Atienza, el yerno de Agustina es hijo de un capitán de artillería. Ha nacido en Ronda, como este y a los 16 años había ingresado como meritorio en la fundación de bronce de artillería de Sevilla. Permanece allí varios años y después es promovido a oficial tercero del ministerio de Ceuta y razón del cuerpo de artillería (Lo que más adelante se transformará en el cuerpo de administración militar. Es luego trasladado a Ceuta. Durante su estancia en Sevilla a conocido a Carlota Cobos, la hija de Agustina. Se establece entre ellos un noviazgo que no tarda en llegar al matrimonio. La boda es por poderes, en Sevilla, en la Iglesia parroquial de San Juan de la Palma. Representa al novio el que va a ser su cuñado, el joven médico Juan Roca, hijo del primer matrimonio de Agustina. Al mes siguiente 6 de junio de 1847 el matrimonio es ratificado en Ceuta, donde reside Francisco Atienza.
Ese mismo año se casa en Sevilla, también, Juan Roca, con una garbosa sevillana, Rita Jurado. Entre Sevilla donde vive casado el hijo y Ceuta Agustina Zaragoza ve transcurrir su vida.
El esposo entre tanto continua entregado por su fervor por la causa carlista: viajando, haciendo gestiones, estableciendo lazos entre grupos y personas afines a las aspiraciones del pretendiente.
En Ceuta con la hija
La heroína decide trasladarse de un modo definitivo a Ceuta, para vivir allí con Carlota el esposo de esta y los hijos del matrimonio.
Reside el matrimonio en él numero 10 de la calle de la Muralla. Pasan luego a una nueva casa: La numero 37 de la calle de la Soberanía Nacional, llamada también la calle Real. Es un edificio amplio al que llaman por sus proporciones la casa grande. A pertenecido antes a los duques de Medinacelli y al general Odonell.
De cuando en cuando viaja a Sevilla donde está el hijo y esposo, ambos son médicos, pero mientras el hijo trabaja activamente en su profesión el marido la atiende escasamente, más entregado a su entusiasmo carlista. Es, sobre todo la hija la que atrae a Agustina, y junto a ella quiere pasar los últimos años de su vida. Por que su existencia fue batida por los vientos de la lucha y de la guerra y de tal tensión queda siempre fatalmente, cicatrices en el alma.
Ese mismo año 1853 en que ella se traslada con carácter definitivo a Ceuta, se dispone por orden de la superioridad que sea dada de alta como agregada al regimiento fijo de aquella plaza. Cuenta Agustina por ahora 67 años, su salud se resiente ya. Más su ánimo tiene la firmeza de siempre, y una amiga suya la oye decir en la casa: Me quedan alientos y aún me sobra decisión para dar ejemplo disparando los cañones del monte Hacho como el mejor artillero.
Gusta en los días de fiesta o recepción militar de asistir a los actos con uniforme: Falda negra, casaca y morrión. Fuera de estas jornadas hace una vida enteramente recogida, se dedica, sobre todo, a su hija y sus nietos. Llenan a Agustina la familia y la religión.
La hora de la muerte
El paso del tiempo pasa factura a Agustina. Quiere reponer fuerzas y solicita y obtiene una licencia de dos meses para irse a Sevilla. Es acompañada en el viaje por su asistente. Pasa aquel tiempo en Sevilla junto a su hijo y esposo y regresa a Ceuta bastante repuesta.
Dos años después una grave afección pulmonar le rinde en el lecho.
Agustina siente que el final esta ceca y hace testamento (declaro –afirma en el testamento – no adeudar dinero a nadie. Es mi voluntad que de cuantos efectos papeles, muebles, ropa y alhajas de mi pertenencia se encuentran a mi fallecimiento sea recogida por mi única hija, doñas Carlota Cobos Zaragoza, en cuya compañía vivo. Se apaga su vida el día 29 de mayo de 1857.Se avía extendido por la ciudad su gravedad extrema y muchas gentes le acompañan al sacerdote que le dará los últimos sacramentos, le acompañan sus hijos y nietos. Es amortajada con el uniforme, y sobre el féretro son colocados el sable y el morrión.
Al día siguiente es el entierro. La ceremonia religiosa es la iglesia de Santa Maria de los Remedios, con asistencia de todas las autoridades y un denso gentío. Fuerzas d la guarnición rinden honores militares a los mortales restos de la heroína del Portillo. Solo el redoble de los tambores quiebra el conmovido silencio de la multitud. Todo él Pueblo Ceutí esta en la calle. Desfila ante el una gloria de España.
Es sepultado el cadáver en el cementerio de Santa Catalina: Departamento de San Cayetano, nicho núm. 1. Sobre la sepultura se coloca una placa de bronce con la inscripción de bronce: A la memoria de Dª Agustina Zaragoza. Aquí yacen los restos de la ilustre heroína de Zaragoza, cuyos hechos de valor y virtud en la guerra de la Independencia llenaron al mundo de admiración. Su vida, tipo de moral cristiana, terminó en Ceuta, el 29 de mayo de 1857, a los 71 años de edad; su esposo don Juan Cobos, su hija dª Carlota, e hijo político don Francisco Atienza, dedican este recuerdo a los restos queridos. R.I.P.
Un nieto de la heroína de Zaragoza: D. Francisco Atienza Cobos, hijo de Carlota Cobos y de D. Francisco Atienza Morillo.
Del matrimonio de la hija de Agustina de Aragón nacieron cuatro hijos. Carlos (que murió muy pronto), Francisco (el del retrato), Augusto y Agustina. Francisco y Augusto siguieron luego la carrera de las armas. Su madre Dª Carlota Cobos, había dirigido una instancia a la reina Isabel II, solicitando plazas de cadetes de menor edad para sus dos hijos en la compañía de Lanceros de Ceuta. La hija de la heroína fue atendida en su petición. Francisco, el hijo mayor, llegó a teniente coronel y Augusto, delicado de salud, pidió licencia absoluta en el servicio militar y pasó al ministerio de Hacienda.
A los cien años de los Sitios
Muy poco después de la muerte, el Ayuntamiento de Zaragoza hace saber el de Ceuta su deseo de que los restos de Agustina reposen en la ciudad de los Sitios. El traslado se verifica años más tarde. Lo hace, desde Ceuta a Cádiz un barco de guerra, el Colón. Después, Sevilla. Seguidamente, Madrid. En todas las ciudades, honores militares, palabras de recuerdo y fervor, emoción popular. En Madrid, los restos son depositados
en la Basílica de Atocha, muy cerca de donde reposan otros héroes de la Guerra de la Independencia.
Por ultimo, Zaragoza. Es el 14 de Junio de 1870. España anda buscando rey tras la revolución de septiembre, y el destronamiento de Isabel II. Zaragoza recibe con emoción a su heroína, custodiando los mortales restos desde Ceuta vienen, doce soldados de la guarnición, vestidos con trajes aragoneses: Como homenaje a las gentes del pueblo que colaboraron en la defensa de Zaragoza. Queda depositada la urna cineraria de Agustina en el Pilar.
Al cumplirse el centenario de Los Sitios los restos son trasladados sus restos a su sepultura definitiva. La iglesia parroquial de Nuestra Señora del Portillo, en su capilla dedicada a la Asunción de la Virgen. La capilla de las heroínas, de alabastro tiene dos monumentos de mármol y bronce. En el de la derecha letras de oro sobre piedra negra, los nombres de varias de las mujeres que defendieron a Zaragoza en Los Sitios. Tres nichos con los restos de Agustina Zaragoza, Casta Alvarez y Manuela Sancho.
Una lápida rememora la traslación de los restos, el 15 de junio de 1909, presidida por el rey, D. Alfonso XIII, que dice:
AQUÍ YACEN LOS RESTOS MORTALES DE Agustina ZARAGOZA, CASTA ALVAREZ Y MANUELA SANCHO. DESCANSEN EN PAZ LA HEROÍNA DEFESNSORAS DE ZARAGOZA. ESTE MONUMENTO LES CONSAGRA Y DEDICA LA JUNTA DEL CENTENARIO DE LOS SITIOS 1808 Y 1809.
En conciencia de la conmemoración del Centenario se inaugura también, por los reyes de España, D. Alfonso XIII y Dª Victoria Eugenia el monumento a la heroína. Es obra del escultor Mariano Benlliure.
Tras el fallecimiento de Agustina, su viudo, Juan Cobos y Mesperuza, recibió quizás a su solicitud expuesta ante el pretendiente Carlos VII, una Real Cédula del siguiente tenor:
Su majestad, deseando premiar los constantes servicios prestados en beneficio de Mi Patria y a favor de Mi Dinastía durante prolongados años por don Juan Cobos y Mesperuza, viudo de la invicta heroína de la Guerra de la Independencia, Agustina Zaragoza. Vengo en concederle para sí y sus descendientes legítimos, el Título de Barón de Cobos de Belchite.
La ciudad de Los Sitios afirma así su permanente recuerdo hacía Agustina y hacía quienes junto a ella lucharon por la independencia de España.
BIBLIOGRAFÍA:
– Alcaide Ibieca. Historia de los dos Sitios que pusieron a Zaragoza en los años de 1808 y 1809 las tropas de Napoleón.
– FaustinoCasamayor.Diario de Los Sitios de Zaragoza.