“ASALTO AL MONASTERIO DE SANTA ENGRACIA”
Por Javier Cañada Sauras
26 de febrero de 2012
Para Zaragoza, es importante la personalidad del General Barón Lejeune por haber reflejado con sus pinceles el ataque al Monasterio de Santa Engracia, primer hito en la rendición de la ciudad ante los ejércitos franceses. Lo titula Asalto al Convento de Santa Engracia, año 1809, cuya visión pictórica nos debe emocionar a los zaragozanos que hemos conmemorado recientemente el segundo Centenario de estos hechos históricos tan dramáticos.
Aportamos en este trabajo la traducción de la descripción de este cuadro según figura en el librito que poseemos titulado “Notices sur les tableaux de bataille peints par le Général Baron Lejeune”, Impr. de Marc Ducloux, París, año 1850, 45 páginas, en el que se incluyen el relato biográfico del Barón, el Discurso necrológico ante su tumba pronunciado por Mr. Flavien D’Aldeguier el 29 de febrero de 1848, en Toulouse, y las Notices sur les tableaux de bataille pintados por el Barón, con la descripción general y detalles de sus principales 14 cuadros de batallas, conservados en el Castillo de Versalles. El numerado como 7 corresponde al SIÈGE DE SARAGOSSE – ASSAUT DE SAINT-ENGRACIA, FÉVRIER 1809, y ocupa su descripción las páginas 24 al 27 del citado folleto.
Se encuentra en el Museo de Versalles y se expuso la primera vez en el Salón de 1827. Aquí Lejeune expresa el carácter terrible de la guerra de España. A los dos lados de una “Mater dolorosa”, los franceses entran al asalto contra guerrilleros y frailes españoles fanáticos.
SITIO DE ZARAGOZA – ASALTO DE SANTA ENGRACIA – Febrero 1809
La defensa heroica de esta ciudad ha recordado los prodigios de valor de los antiguos habitantes de Numancia y del campamento de Sagunto. Todos los recursos del arte de la guerra se han empleado con una tenacidad admirable para retrasar la caída de una ciudad sin murallas, que no tenía otras fortificaciones que los obstáculos colocados día a día en las calles para retrasar el avance de los asaltantes.
Con la mitad de soldados que los sitiados, los franceses ocupados del asedio y los que estaban encargados de cubrir las operaciones, tuvieron que sufrir muchas enfermedades y privaciones de toda clase. Su perseverancia en emplear el medio de la explosión de minas, seguida del asalto sobre los edificios derruídos, ha agotado de tal modo el físico y la moral de los habitantes de Zaragoza que en poco tiempo los ha reducido a un muy pequeño número en estado de defenderse.
Entonces no han tenido más remedio que someterse y abrirnos la mitad de la ciudad que nos quedaba por conquistar. Estos desgraciados, que esperaban de nosotros un comportamiento cruel, recibieron toda clase de socorros y de atenciones por parte de aquellos contra los que habían combatido como desesperados durante cuarenta días con una pérdida de cincuenta y siete mil personas, arrebatadas por el hambre, la epidemia y los peligros de la guerra.
El convento de Santa Engracia, notable por su arquitectura morisca, fue uno de los lugares más difíciles que tuvimos que tomar para penetrar en la ciudad, y su asalto ha quedado representado por el autor en este cuadro.
DETALLES
Desde hacía varios días, nuestra artillería batía en brecha esta iglesia y la de San Agustín. Cuando las brechas fueron practicables, las tropas, dirigidas por los oficiales de ingenieros, atravesaron en pleno día una amplia explanada que les separaba de la ciudad y se apoderaron de las dos iglesias, situadas a doscientos pasos una de la otra. Los habitantes, los frailes, las mujeres, los soldados, todos animados por el ejemplo de Palafox, se defendían paso a paso en los claustros, los pasillos, las celdas, en los tejados e incluso en el campanario de Santa Engracia, en parte ya destruído por nuestros cañones. Era preciso a cada paso librar nuevos asaltos. En uno de estos momentos, al atravesar el patio de Santa Engracia, el autor del cuadro cayó herido a los pies del general de ingenieros Lacoste y del coronel Valazé, que le ayudó a levantarse. Una hora antes, ya había recibido una primera herida en el asalto a San Agustín. Entre nuestros soldados, destacaron los polacos del Vístula que ofrecieron su mayor entrega durante el asedio. La arquitectura del convento está fielmente representada.
Esta jornada nos hizo dueños de varios puntos muy importantes en el interior de la ciudad, pero nos costó la vida de varios oficiales de ingenieros de gran mérito. En total, durante el asedio, perdimos veintiocho, entre ellos el general Lacoste. Nunca el asedio de una ciudad fortificada había costado tanto a este arma.
El autor del cuadro aprovechó aquí la ocasión para expresar al cuerpo de Ingenieros todo su pesar por unas circunstancias que debían haberle parecido favorables a pesar suyo. Y reivindicará siempre el honor que él ha tenido durante veinte años de haber sido el hermano de arma de tantos oficiales que no son menos distinguidos por los altos conocimientos que ellos cultivan con éxito como por el buen espíritu que los anima. Esta calma tan modesta, sobre todo con la que se les ve emplear todos los recursos de su talento militar en medio de los mayores peligros, le parece tan digna de elogios, en razón de su utilidad, que él ya se cuidaría de omitir hablar de ella.
NOTA
El General Barón Lejeune, no contento con los elogios que le mereció su gran e inagotable valor durante todo el tiempo que duraron los ataques del asedio, ha querido consagrar algunas bellas páginas a este memorable hecho de armas. Su libro: “Siéges de Saragosse. Histoire et peinture des événements qui ont eu lieu dans cette ville ouverte pendant les deux siéges qu’elle a soutenus en 1808 et 1809…”, presenta un doble interés: el del acontecimiento tan célebre en los anales del Imperio, y el de la narración.
Las obras que se refieren a la estrategia no se leen ordinariamente más que por los hombres del arte militar: el “Siége de Saragosse”, por el General Lejeune, -se encuentra en las librerías Firmin Didot en París, y Delboy y Jougla en Toulouse-, encontrará lectores en todas las clases de la sociedad.
Su relato es real, conmovedor; su estilo puro, elegante, cálido, a menudo galante, y siempre muy correcto. Su narración es sencilla, novelesca incluso, rápida, detallista, según las exigencias de las diversas peripecias que tenía que contar.
Los hechos se exponen con claridad, precisión, y los menores detalles se describen con una gracia totalmente poética. Se diría que estas páginas fueron escritas en medio de una Zaragoza en ruinas bajo el bello cielo de España.
Algunos episodios despiertan de vez en cuando la atención del lector, y son de un interés más conmovedor.
La instrucción avanzada que poseía el general Lejeune, su bella carrera militar, no dejan ninguna duda sobre el mérito estratégico de su obra.
Sobre este honorable guerrero del Imperio, decía un periodista al dar cuenta de esta preciosa obra cuando apareció: “El general Lejeune descansa de sus largos trabajos refugiándose en el seno de las bellas artes; después de haber tomado parte gloriosa en nuestras victorias, describe los grandes acontecimientos en sus numerosos cuadros, que han enriquecido varias veces las exposiciones del Louvre, de Lille, de Douai, de Toulouse y de Londres”.
Lejeune no había olvidado sus pinceles en el campo de batalla, y el amor por las artes no le había abandonado. Se poseen de él un gran número de cuadros de historia muy valorados. Sobre todos, destacan el cuadro de la Batalla de Guisando, que apareció en 1819 y tuvo un éxito prodigioso, y el cuadro de la Batalla de la Moskowa, su obra cumbre. Principalmente será conocido por sus cuadros de escenas de batallas, plenos de vigor que aúnan verdad histórica y calidad artística, realizados con ayuda de croquis tomados en vivo durante los mismos combates.
Según Vandal, “Lejeune es un pintor de talento que posee en un grado poco frecuente el don del colorido y compone sus descripciones con una minuciosidad de artista”. Por lo demás, él sabe muy bien, porque es militar, captar el ambiente y la acción de los soldados. Pintor de la epopeya, él lo fue con la visión de un soldado.
Según Valérie Bajou, Comisaria de la Exposición de Lejeune que visitaremos el próximo día 4 de marzo en Versalles: “Por todas partes, el espectáculo que le rodea le interesa tanto como la acción a realizar; en el corazón de la batalla, él piensa en el episodio que sus pinceles van a describir”.
CUADROS DE BATALLAS PINTADOS POR EL BARÓN LEJEUNE
En el texto del año 1850, se citan los siguientes:
Nº 1.- Batalla del monte Tabor, en Siria.- 16 de abril de 1798.
Nº 2.- Batalla de las Pirámides, en Egipto.- 21 de julio de 1798.
Nº 3.- Batalla de Aboukir, en Egipto.- 25 de julio de 1799.
Nº 4.- Batalla de Marengo, en Italia.- 14 de junio de 1800.
Nº 5.- La tarde de la batalla de Austerlitz.- 1º de diciembre de 1805.
Nº 6.- Batalla de Somosierra.- 30 de noviembre de 1808.
Nº 7.- Sitio de Zaragoza (Asalto de Santa Engracia).- Febrero de 1809.
Nº 8.- Escaramuza con las guerrillas en Guisando, en las montañas de Guadarrama de Castilla.- 11 de abril de 1811.
Nº 9.- Ataque de un gran convoy durante su marcha de Vitoria a Bayona, cerca de Salinas, en la provincia de Vizcaya.- 25 de mayo de 1812.
Nº 10.- Primer paso del Rin.- 6 de septiembre de 1795.
Nº 11.- Batalla de Chiclana.- 5 de marzo de 1811.
Nº 12.- Batalla de la Moskowa, a cuarenta millas de Moscú.- 7 de septiembre de 1812.
Nº 13.- Recibimiento del general Lejeune en los acantonamientos del ejército inglés, en Mérida.- 1º de mayo de 1811.
Nº 14.- Batalla de Lodi.- 10 de mayo de 1796.
DIBUJOS DE LEJEUNE SOBRE LA CIUDAD DE ZARAGOZA
A Lejeune le impresionó la ciudad de Zaragoza durante el tiempo que estuvo en ella, y tomó del natural abundantes croquis que luego plasmó en unos dibujos muy detallados y minuciosos. Así conocemos lo que nuestra Zaragoza de los Sitios significó para este militar-pintor francés, que, a la vez que tomaba las armas con que tenía que enfrentarse en dura lucha a nuestros conciudadanos de 1809, no olvidaba el ambiente dramático existente, que luego reflejaría con sus pinceles.
Nº 1.- Tomado de Ensemble de 255 dessins originaux á la mine de plomb, à la plume avec lavis ayant servi à illustrer le Voyage pittoresque et historique de l’Espagne, par Alexandre de Laborde (1773-1842):
Nº 2.- Tomado de Wikimedia Commons, Colección Alejandro Rincón, Zaragoza:
Nº 3.- Tomado de Armillas Vicente, José Antonio, La Guerra de la Independencia y los Sitios, Col. “Historia de Zaragoza”, Vol. 11, Ayuntamiento de Zaragoza y Caja de Ahorros de la Inmaculada, año 1998:
LA EXPOSICIÓN DEL CASTILLO DE VERSALLES
Lleva el título de: Las Guerras de Napoleón.- Louis François Lejeune, general y pintor.
Su duración está prevista desde el 14 de febrero al 13 de mayo de 2012.
Su CATÁLOGO es una maravilla, pues en sus 280 bien ilustradas páginas se relatan y recogen en profundidad todas las referencias posibles a la vida y obra del General Barón Lejeune, así como todas aquellas aportaciones relacionadas con su persona, sus actividades militares, bibliográficas y sociales, y la época en que vivió.
Así dice el texto en su página de presentación:
“A la vez soldado, espía, pintor, diplomático a sus horas, Louis-François Lejeune (1775-1848) es un caso único en la historia de su tiempo: como militar, participa en todas las guerras de la Revolución y del Imperio, antes de alcanzar el grado de general de brigada.
Pero eso no le es suficiente: en los mismos combates, representa las principales batallas en una docena de pinturas (El Paso del Rin por el ejército francés en Dusseldorf, el 6 de septiembre de 1795; Bonaparte en el puente de Lodi, el 10 de mayo de 1796; la Batalla de las Pirámides, el 21 de julio de 1798; la Batalla de Marengo, el 14 de junio de 1800, etc…), para, después, describir ampliamente las campañas napoleónicas en sus SOUVENIRS.
La Exposición se propone presentar la valoración de esta alta personalidad en color. Ella aporta a la vez sus dibujos y sus cuadros, confrontados a los de los artistas de su tiempo, pero también los recuerdos personales de su vida militar y de su vida civil bajo el Imperio, la Restauración y la Monarquía de Julio.
Seis secciones presentan la elaboración de las pinturas de batallas, desde la observación del teatro de las operaciones hasta la exposición en los Salones parisinos. A través de la vida y las obras de Louis François Lejeune, el visitante descubre un relato de las guerras de Napoleón.
Se aportan ciento veinte obras -entre cuadros, dibujos, planos e instrumentos científicos- presentadas en este Catálogo. Trece cuadros de batallas realizados por Louis François Lejeune (1775-1848), se conservan en el Castillo de Versalles y revelan una figura única del siglo XIX, que siguió al mismo tiempo varias carreras: artística, militar y política.
Después de un aprendizaje junto al pintor Pierre-Henri de Valenciennes, Lejeune participa en diecisiete campañas militares, recorriendo Europa como Ayudante de campo infatigable, en calidad de oficial de ingenieros obligado por la precisión matemática, después como oficial de reconocimiento dotado de un ojo que hace de él un perfecto espía.
Durante veinte años, Louis François Lejeune va a combatir y pintar, convirtiéndose así en el reportero de la epopeya napoleónica. Sus obras son, a la vez, documentos históricos de las guerras de la Revolución y del Imperio, e instrumentos de propaganda a favor del Emperador. El Catálogo de la Exposición muestra igualmente cómo, con ayuda de los levantamientos topográficos de los planos, se elabora un cuadro de batallas.
Por primera vez, en fin, cuadros conservados por los descendientes del artista son aquí desvelados, retratos y paisajes que aportan una visión más íntima de este artista fuera de lo común”.
Felicitamos a VALÉRIE BAJOU, Conservadora en el Castillo de Versalles, por su espléndida labor realizada como Comisaria de esta Exposición, así como a todos aquellos que han colaborado en el texto de este magnífico CATÁLOGO de la Exposición, destacando las líneas del prólogo que el actual Barón Lejeune dedica al recuerdo de su brillante antecesor que se conmemora, así como al entrañable y cálido recibimiento que nuestra Asociación Cultural Los Sitios de Zaragoza le tributó el pasado 21 de mayo de 2011.
TRADUCCIÓN DEL TEXTO DE LA FICHA DEL MUSEO DEL VERSALLES
SOBRE EL CUADRO
EPISODIO DEL SITIO DE ZARAGOZA: ASALTO DE SANTA ENGRACIA, 8 FEBRERO 1809
Nº de inventario: MV 6859
Dominio: Pinturas
Persona representada: Jesucristo
Autor: Lejeune, Louis-François
Fecha de creación: 1827
Dimensiones y obra: 162 x 129 cm
Materia y técnica: óleo sobre tela
COMENTARIO
Lejeune no fue el primero ni el único que escribió sobre los Sitios de Zaragoza. La obra del coronel de ingenieros Rogniat, que se editó al final del Imperio, es más técnica y más concisa que la de Lejeune. Él describe las fortificaciones de la ciudad que utilizaban los recintos de los conventos en numerosos lugares, como lo muestra también el mapa de Zaragoza.
A fines de enero de 1809, el asalto se concentró en los conventos de San José, San Agustín y Santa Mónica. Los bombardeos se apoyaban sobre las minas que se habían colocado hasta en el corazón de la ciudad. Pero, gracias a un puñado de hombres, animados por los frailes del convento de los Agustinos hasta los de Santa Engracia y por las mujeres de Zaragoza, el general Palafox defendió uno de los últimos bastiones de la ciudad en poder de los sitiados. Era el símbolo de la resistencia de la ciudad.
La batalla fue un cuerpo a cuerpo llevado por los lanceros polacos que los franceses habían situado en primera línea. Lejeune ha contado cómo fue herido de un culatazo en el rostro poco tiempo después del inicio del ataque. Él continuó batiéndose, pero debió renunciar a ello después de haber sido alcanzado en el hombro por una bala de cañón. Fue evacuado al claustro de Santa Engracia: “Mientras me retiraba a través de los escombros de este claustro arrasado, en el lugar en que los que me sostenían hicieron una pausa en este matadero, ví una cruz blanca que se elevaba sobre un grupo de mármol que representaba a Cristo en su sudario al borde de la tumba; estaba postrado en la rodillas de su Madre en oración al pie de la Cruz. Las miradas de la Virgen vueltas hacia el Cielo, sus manos abiertas y extendidas hacia la tierra, su expresión de dolor y su boca suplicante parecían decir: “Dios todopoderoso, éste no es lugar para destruirse entre sí unos a otros cuando tú das la vida a los hombres; calma su rabia homicida, y perdónales su funesto error, como mi hijo los ha perdonado…!”.
Una aureola divina se había formado en una nube espesa de polvo y de humo, que el viento hacía arremolinarse alrededor de la estatua que parecía estar animada. Este vapor no me dejaba ver más que en parte los muertos y los moribundos cuya sangre caía a chorros sobre los escalones del pedestal; y las tristes realidades de este cuadro no aparecían a mis ojos más que como una visión sublime cuyo aspecto imprevisto me impresionaba de admiración. Mi cabeza debilitada creyó ver salir de esta nube la mano que me tendía la Providencia”.
Lejeune se ha representado así, en diálogo directo con la Pietà. Todo parece verdadero, menos un detalle: ningún grupo esculpido decoraba el claustro.
CUANDO EL PRÓXIMO 4 DE MARZO VISITEMOS IN SITU LA EXPOSICIÓN, NOS SENTIREMOS PRIVILEGIADOS Y AFORTUNADOS AL RECORDAR LA PERSONALIDAD DE ESTE MILITAR-PINTOR QUE PARTICIPÓ EN DURA LUCHA CON NUESTROS CONCIUDADANOS DE LA ZARAGOZA DE LOS SITIOS, Y QUE SIN DUDA DEBIÓ IMPACTARLE PROFUNDAMENTE, EL GENERAL BARÓN LOUIS FRANÇOIS LEJEUNE.