De corazón noble, corteza dura y valor temerario, supo captarse el amor y el respeto del pueblo y el ejército en las dos defensas de Zaragoza, donde ilustró su nombre con hazañas de fama imperecedera. Palafox le conocía bien, y al encomendarle la guarda de la línea de Santa Engracia a Puerta del Sol, que tan gallardamente defendió el 4 de Agosto, le decía por escrito que no le advertía la necesidad de una extrema vigilancia «por constarle que no se dormiría ni dejaría dormir a los demás.»
Nacido en Arcentales, en las Encartaciones de Vizcaya, gustaba de ostentar su hidalguía por los cuatro costados, poniendo sus apellidos en cabeza de las certificaciones que expedía: Llamábase D. Mariano de Renovales y Rebollar, Santetices y Mollinedo, que son en efecto cuatro de los más ilustres linajes del solar montañés.
¿Por qué residía en Zaragoza a principios de Junio de 1808? No lo sabemos. Pero nos consta que era hombre hecho, teniente coronel de caballería, oficial de honrosa carrera, y que había servido algunos años en nuestras provincias de América del Sur, acreditando su valor en las guerras con los indios y el asalto inglés a Buenos Aires.
Su gloriosa cuanto fecunda participación en la defensa de Zaragoza sólo a modo de abreviadísimo índice puede reseñarse en esta biografía. Combatió con tesón indomable desde la primera embestidura de la plaza hasta el día de la capitulación y como los héroes de la edad caballeresca pudo decir de sí mismo:
Mis arreos son las armas.
Mi descanso el pelear.
El 15 de Junio de 1808 le vemos arrojar a los franceses del cuartel de caballería en que habían penetrado, y a los pocos momentos rechazarlos en su segundo ataque a la puerta de Santa Engracia: el 2 de Julio, después de escarmentar al enemigo en la puerta de Sancho al frente del valeroso Tercio de Tauste, corre presuroso en auxilio de los comprometidos defensores del Portillo; el 7 y el 29 de Julio efectúa vigorosas salidas por dicha puerta de Sancho para ahuyentar las avanzadas francesas que infestaban el llano de Almozara obligándolas a replegarse al collado de la Bernardona; el memorable 4 de Agosto arroja al enemigo de la huerta del Marqués de Campo Real, contigua a la iglesia de San Miguel, y combinando sus escasas fuerzas con las acaudilladas por Arnedo, Simonó y Casamayor barre de franceses la plaza de la Magdalena y las piedras del Coso, los persigue sin descanso, los desaloja de las casas del Hospital y contribuye a encerrarlos en las ruinas de la iglesia de dicho establecimiento benéfico y convento de San Francisco, en cuyos puestos no tuvieron otra salida que la de su retirada el 14 de Agosto.
Servicios tan notorios eran dignos de la recompensa con que le agració el general en jefe, ascendiéndole a coronel y encomendándole la organización de un nuevo regimiento de caballería denominado Húsares de Palafox. Dicho cuerpo, del cual fue teniente coronel el valeroso e inteligente D. Juan Lartigue, llegó a tener 346 soldados, muy pocos caballos y escaso cuadro de oficiales y clases, así que sólo en el nombre fue regimiento de caballería, y los pretendidos húsares pelearon casi siempre desmontados y, muy bravamente por cierto, en la guerra de casas de las calles del Pabostre (hoy de Manuela Sancho) y de Puerta Quemada (ahora del Heroísmo).
Las hazañas de nuestro biografiado en el segundo asedio no necesitan ponderación: para enaltecerlas basta decir que fue gobernador o comandante del convento fortificado de San José, sobre el río Huerva, principal objetivo de los esfuerzos del sitiador que le combatió con todo el poder de su artillería por ser la llave táctica del frente atacado. Once días sostuvo ese puesto de honor rechazando repetidos asaltos con firmeza incontrastable, y sólo cuando aniquilada la guarnición, arrasado el convento y desmontadas sus baterías era imposible de todo punto prolongar la resistencia, emprendió su aplaudida retirada a la plaza (11 de enero 1809), llevando a sus heridos, salvando la mayor parte de sus cañones y hasta las rejas del convento por la utilidad que pudieran reportar. Palafox, entusiasmado, le ascendió en el acto a brigadier de ejército.
Y todavía después, como segundo del general Amorós, defendió palmo a palmo la disputada y estrecha calle de Santa Engracia desde el 27 de enero al 10 de febrero: fue un luchador duro e incansable, no dormía ni dejaba dormir.
Cuando le conducían prisionero a Francia, como a todos los defensores de Zaragoza, consiguió Renovales evadirse en Pamplona. Explica el caso el Mariscal Suchet (Memoires Cap. 2º) quien al hablar de las guerrillas levantadas por algunos oficiales en los valles del Pirineo (en mayo de 1809), escribe este párrafo:
«Entre estos oficiales se distinguía Renovales, que había sido hecho prisionero en Zaragoza. Cuando se le conducía a Francia desertó en Pamplona donde, a petición suya, se le dejó en libertad bajo palabra, se fue a Lérida y obtuvo el mando de todos los valles del Oeste de Jaca. En la organización de este levantamiento desplegó toda la actividad y el celo que un oficial podía poner al servicio de una causa por la cual no había temido faltar a su palabra de honor».
Felipe Gómez de Valenzuela recoge esta fuga de manera bien distinta: «La primera vez [que se fugó] fue cerca de Tudela. Una señora de 62 años, Antonia Caparroso, ayudaba a escapar a los prisioneros, por el sistema de acudir al campamento en lo más oscuro de la noche y darle sus ropas de mujer a un cautivo. Este escapaba así a la vigilancia francesa. Antonia regresaba a su casa «confiando su pudor a la recatadora noche». Cuando lo intentó con Renovales no salió bien. La segunda ocasión, vino a través de la familia Gambra. Dos hermanos estaban con Renovales y los tres fueron liberados tras un golpe de mano llevado a cabo por el hermano mayor y los pastores de sus rebaños de la Bardena Real». (Vivir en guerra, Acqua, 2003).
De su breve campaña de 1809 hablan con elogio todos los historiadores. A principio de mayo juntó fuerzas en el valle de Roncal, con las cuales, el 21 de dicho mes, batió a un destacamento francés en la Peña de Undari, cerca de Ansó. Concentrando el enemigo fuerzas poderosas para despronunciar los valles, tuvo Renovales que abandonarlos y retirarse a la ribera del Cinca donde se pusieron bajo su mando las fuerzas del brigadier Perena y del coronel Baget. Viéndose de nuevo con soldados, contramarchó hacia Navarra donde el 15 de junio escarmentó al enemigo cerca de Lumbier, y entonces fue cuando cruzó con el general D’Agoult aquellas agrias comunicaciones en que el francés le decía que cumpliese su palabra presentándose como prisionero, y el español contestaba reclamando que antes de todo se cumpliese la capitulación de Zaragoza a que tan descaradamente faltaban los vencedores. D’Agoult terminó la polémica marchando con grandes fuerzas en persecución de Renovales, quien dejándose de retóricas retrocedió al Cinca, y comprendiendo que en sus riberas no podía sostenerse ante la formidable persecución organizada por Suchet, abandonó tierras aragonesas y marchó a Cádiz, donde fue promovido a mariscal de campo por la Junta Central con antigüedad de 9 de marzo de 1809.
En la hermosa ciudad andaluza, inexpugnable baluarte de la independencia española, fue nuestro héroe recibido con gran entusiasmo. La estimación popular, manifestada en aclamaciones y banquetes en honor del bravo soldado, de tal modo perturbó su juicio que, en 1810, publicó bajo su firma una alocución o proclama extravagante en cuya cabeza puso la caricatura del rey José cayéndose de borracho y con un jarro de vino en la mano. Este desatino y otros semejantes mermaron no poco sus prestigios en el concepto de las personas graves, dando margen a que el ilustre Alcalá Galiano (Memorias, Tomo 1, pag.258 y siguientes) le calificase de hombre de arrojo, gran presunción, pocas letras y tal cual entendimiento.
Por esa época participó en el descabellado plan del marqués de Ayerbe para liberar a Fernando VII, si bien la nueva misión recibida le impidió participar en la desgraciada operación, que terminó con la muerte del noble. Todavía más perjudicial para su fama fue la célebre expedición marítima que en 1810 le confió la Regencia para que operase contra los franceses en la costa de Cantabria. Lleno de lisonjeras esperanzas salió de Cádiz y aportó a la Coruña, de donde zarpó el 14 de octubre con 1200 soldados españoles y 800 ingleses convoyados por cuatro fragatas. Fondeó en la concha de Gijón el 17 de octubre, y después de un cañoneo tan absurdo como innecesario, porque la villa asturiana estaba libre de enemigos, desembarcó el 18. Vuelto a embarcar puso rumbo a Santoña donde rechazado por las baterías y buques franceses que le ganaron la delantera. Sufrió una galerna que hundió varios de sus barcos, alguno de ellos ya abandonado por sus fuerzas. La expedición se había retrasado varios meses debido a problemas logísticos y de celos entre jefes, haciendo que la travesía se desarrollara en una época de mar muy agitada. Tomó puerto en Vivero con dos barcos menos, perdidos en tan estéril y deslucido viaje (Conde de Toreno, Tomo 3º, pág. 82). Al haber sufrido pocas bajas entre sus hombres, se adentró en Cantabria e instauró un auténtico virreinato en Potes durante el invierno de 1810-11. Desde ese punto de los Picos de Europa hostigó constantemente a los franceses (llegó a dársele por muerto en un ataque) y se insubordinó a las autoridades españolas, por lo que fue destituido.
En 1812 mandaba las fuerzas levantadas por el Señorío de Vizcaya, reuniendo 3700 hombres organizados en tres batallones y un escuadrón. Con estas tropas constituyó la 4ª división del 7º ejército bajo el mando en jefe del general D. Gabriel de Mendizábal, y al frente de su pequeña hueste contribuyó con eficacia y fortuna a que el enemigo evacuase la provincia de Santander y a tener en continua intranquilidad las guarniciones de Bilbao, Durango y Orduña, con las que sostuvo siete acciones campales, hostilizándolas sin tregua ni descanso. En 1813 continuaba con el mismo mando, y habiendo resultado herido y prisionero. Toreno lo cuenta así: «El mando que sobre todos ellos tenía don Gabriel de Mendizábal era, más bien que real, aparente; pero bastó aun así para que amohinándose el general Renovales, en cierta manera antecesor suyo, se alejase de aquel país y fuese en busca de lord Wellington, a quien quería exponer sus quejas; lo cual puso en ejecución con tan fatal estrella, que hallándose en territorio cercano al que ocupaban los enemigos, descubriéronles éstos, y le cogieron prisionero a él y a otros seis oficiales en Carvajales de Zamora».
Conducido a los depósitos de Normandía Felipe Gómez de Valenzuela narra así su cautiverio: «Renovales no dejó de causar problemas en todo el tiempo de su cautiverio. En Joux intentó sobornar a los guardianes con 100.000 francos, provocó un intento de motín y sublevó a los demás prisioneros. El responsable de la prisión, en carta al Ministro de la Guerra, le dice que «no frecuenta más que a los prisioneros de mala reputación, a los indóciles y a los crapulosos. Trasladado de Joux a Besançon y de ahí a Pierre Chatel en diciembre de 1813 alcanza la máxima categoría a la que un prisionero de guerra podía llegar: «prisionero de Estado». […] D. Mariano no es hijo de noble cuna, y maldito lo que le importa. No se siente atado a ninguna convención particular y por eso mismo deja tan estupefactos a los franceses, a los que no les cabe en la cabeza que todo un Brigadier se comporte con tan aparente falta de honor y de dignidad. En realidad parece como si a Renovales le trajera sin cuidado la opinión que sobre él tengan sus enemigos. Es eso quizás lo que le permite actuar como lo hace. Los quebraderos de cabeza que causa a los franceses,aparentan ser su mejor recompensa y su fuente de entretenimiento y nuevas energías». Consiguió fugarse y encontró refugio en Inglaterra.
Terminada la Guerra se le involucra en la “conspiración del Triángulo”, que pretendía asesinar a Fernando VII. Interviene en varias intentonas liberales, como las dirigidas por Lazi, Mina y Porlier; intentó levantar el país vascongado contra el régimen absolutista, sin más resultado final que el de verse proscripto, sometido a un proceso criminal y exhonerado de sus grados y honores.
Huido nuevamente a Londres, encabeza desde allí una nueva conspiración liberal, en este caso para apoyar a los independentistas venezolanos. Sólo hubo proyectos y un contacto epistolar con Simón Bolívar. Parece que Mariano Renovales estaba ejerciendo el papel de doble agente, pues mientras parecía conspirar como liberal pasaba información al Rey. Quien sí estuvo en Venezuela fue su hermano Tomás, quien, formando parte del ejército español, protagonizó un audaz golpe de mano en el que estuvo a punto de capturar al citado Simón Bolívar.
Hallábase Renovales en Nueva‑Orleans, cuando supo el cambio político ocurrido en la Península a causa del pronunciamiento de Riego. Embarcando apresuradamente para volver a la Patria llegó el 15 de mayo de 1820 al puerto de la Habana, donde no sin grandes dificultades obtuvo permiso para desembarcar, siendo conducido preso y enfermo de extrema gravedad (medio muerto, según dicen algunos) al castillo de la Cabaña en cuyas casamatas falleció dos días después (21 de mayo) no sin que se haya escrito e insinuado la especie de que fue víctima de un veneno.
En los últimos años se ha investigado bastante sobre las conspiraciones liberales en apoyo a los emancipadores americanos (además de Renovales aparecen nombres tan gloriosos como Mina) y poco claro ha resultado de ello. En realidad, es un final tan novelesco como el resto de la vida del intrépido (¿insensato?) Mariano Renovales, que llegó a convertirse en personaje de varias novelas de Pío Baroja.
Basado en el Obelisco histórico en honor de los heroicos defensores de Zaragoza en sus dos Sitios (1808-1809), de Mario de la Sala Valdés y García Sala. Zaragoza, 1908. Corregido por Paco Escribano.