Siguiendo las noticias de la proximidad de tropas españolas, ofició de nuevo el general París al Ayuntamiento exponiendo se veía en la precisión de evacuar la ciudad, dejando un pequeño número de tropas en el castillo para el cuidado de los enfermos y que, con el resto de las tropas, autoridades y funcionarios saldría de la ciudad.
Por ello la ciudad debía tomar a su cargo el cuidado y gobierno del pueblo. Habiendo renunciado el corregidor don Vicente Enríquez de Perea a su mando, determinó el Ayuntamiento pasase a su regidor decano don Mariano Sardaña y que, llamados los curas párrocos, regidores antiguos y Prohombres, se tomasen las providencias más oportunas, como se ejecutó, mandando embargar todas las caballerías, carros y demás necesario para la salida del ejército.
Estas providencias, y la mucha gente que necesariamente había de salir, hicieron mucha sensación y aumentaron el bullicio, así de carruajes como baúles, maletas, sillas y demás jarcias, especialmente los del convoy, que como destituidos les incomodaba más el buscarlo. Se mandaron cesar todas las oficinas, empaquetar sus papeles y llevarlos al castillo, a donde también se condujeron dinero y muebles preciosos, no sólo de los franceses sino también de los empleados por el gobierno, administradores y comisarios de policía.
La ciudad y su heroico vecindario se mantuvo tan quieto como si no ocurriera ninguna novedad y las providencias fueron tan oportunas que, aun cuando hubiese ocurrido alguna, al golpe se hubiera cortado. Por la noche salieron de ronda los alcaldes de todos los barrios acompañados de varios señores prebendados, otros eclesiásticos y principales ciudadanos y vecinos, que todos se prestaron prontos a las insinuaciones del Ayuntamiento, para el buen gobierno y quietud de ella y no hubo más bullicio que el preciso e indispensable para el equipaje de tanta gente como había de salir, siendo siempre los que más incomodaban los del convoy.