Cadena Cope Zaragoza, 3ª época, programa nº 24
Emitido el miércoles 25 de marzo de 2009
Interviene: Juan Carlos Cortés
El museo (radiofónico) de Los Sitios
LA SALA DE LA PÓLVORA
Artillería, minas subterráneas que explotan, fusiles que disparan… La pólvora,alma negra que sustentaba el fuego de las armas, fue objeto de una especial necesidad para ambos bandos.
Durante el Primer Sitio, el pueblo de Villafeliche, como sede de las Reales Fábricas, fue objeto de fuertes combates. La actuación de las fuerzas del Barón de Warsage evitó su captura, a la vez que permitió proveer a la capital de tan importante recurso. Sin embargo un hecho atroz vino a complicarlo todo: la explosión del polvorín situado en el Real Seminario de San Carlos de Zaragoza, la tarde del 27 de junio de 1808. El hundimiento del edificio, de las casas colindantes, el horror provocado por el elevadísimo número de víctimas y el asalto de los franceses, aprovechando el caos, pusieron a la ciudad al borde del colapso. Sin embargo, la moral de los defensores consiguió superar el trance. El culpable había sido un cigarro; ¡ya entonces el tabaco era peligroso!
En el Segundo Sitio, con la lección aprendida, se colocaron pequeños polvorines y maestranzas, como la de la iglesia de San Juan de los Panetes. La producción de pólvora se hizo en el interior de la ciudad, aprovechando los almacenes de la Real Salitrería (que perduró hasta hace pocos años como Parque de Artillería) y el material acumulado. Fue fundamental la labor de los artesanos de Villafeliche refugiados en la capital. Los franceses por su parte consumieron ingentes cantidades de pólvora, traída por un tren logístico que comenzaba en Bayona y pasaba por Pamplona, Tudela y Alagón.
Villafeliche y la pólvora
(Resumen del artículo de Luis Negro Marco en Viajar por Aragón, nº 32, noviembre de 2003)
La fabricación de pólvora en Villafeliche comienza en el siglo XVI. La localidad contaba con minas de salitre y abundante cáñamo para hacer carbón vegetal y fibra. Además, se encuentra en un valle cerrado, a resguardo del viento y relativamente cerca (170 kilómetros) de las minas de azufre de la localidad turolense de Libros. Con esas facilidades, en 1764 Villafeliche contaba con 165 molinos de pólvora, que llegaron a ser más de 200. El conjunto formaba las Reales Fábricas de Pólvora.
Estos molinos poseían en su interior una maquinaria similar a la de los martinetes y batanes. Cada molino era un edificio independiente, con techumbre frágil, de cañizos, vigas finas y tejas árabes, a fin de que en caso de explosión la onda expansiva no encontrara resistencia. Así se evitaba la posibilidad de que fuesen lanzados al aire grandes bloques, con el consiguiente peligro para la población.
La fabricación de pólvora comenzaba moliendo en unos molinos de piedra la mezcla de salitre, carbón y azufre, ligeramente humedecida, y se batía en las mazas de los molinos (salitre a una velocidad de un golpe por segundo) durante un período aproximado de ocho días. Superado este tiempo se tomaba una muestra con la que se restregaba un papel. Si el resultado era una mancha sinuosa en la celulosa, se debía añadir un poco más de agua a la pólvora y batirla durante ocho días más. Una vez que el resultado era satisfactorio, se cribaba la pólvora producida y se obtenían bolitas menudas que se secaban al sol extendidas en mantas. Cuando hacía viento, el aire esparcía por el terreno granos de pólvora en suspensión. Hoy, en cortes naturales del terreno aún es posible discernir estas líneas, que marcan (como los círculos concéntricos en el tronco de un árbol) los años en que fue fabricada.
La pólvora negra de Villafeliche manchaba mucho las manos, de modo que para reducir su potencial de manchado, en muchas ocasiones se le echaba parafina al preparado, con lo que perdía potencia. El modo de venta era encapsular la pólvora en vasijas de barro. Ambas industrias se complementaban perfectamente, de manera que Villafeliche llegó a tener los mismos alfares (200) que molinos.