⦁ A continuación se reproducen dos documentos publicados en Cádiz en 1813. En el primero un redactor anónimo “impugna” un texto anterior de Lorenzo Calvo de Rozas. En el segundo es éste quien refuta tal impugnación, aportando interesantes datos sobre su persona y actuación durante los asedios en la capital aragonesa.
⦁ Se ha actualizado y corregido parte de la ortografía y la puntuación, a fin de facilitar la lectura. Sin embargo, se aportan enlaces a ubicaciones donde se pueden consultar los documentos originales. Además se indica entre corchetes la paginación original.
⦁ Se han corregido las erratas que aparecen en la correspondiente fe del segundo documento.
⦁ Se ha resaltado en negrita lo que se considera como información de más interés.
⦁ Cuando hace mención a su propio apellido, Lorenzo Calvo de Rozas lo hace como “Calbo”, incluso cuando transcribe otros documentos en los que se escribe con “v”. Se ha homogeneizado siguiendo esta última versión.
IMPUGNACION AL MANIFIESTO DE DON LORENZO CALVO DE ROZAS CON EL TITULO DE Aviso a los Representantes de la Nación Española, en la que se aclaran varios acontecimientos del primer Sitio de Zaragoza
Cádiz: Imprenta de Figueroa: 1813
Google Books: Impugnación al manifiesto de D. Lorenzo Calvo de Rozas con el título de Aviso a los Representantes de la Nación Española, en la que se aclaran varios acontecimientos del 1er sitio de Zaragoza
A la buena memoria del Marqués de Ayerbe.
[3] Que D. Lorenzo Calvo de Rozas hable continuamente de sí, y de sus proezas, aun cuando en todo haya más de bulla y exageración que de verdad, y que al oír rumores de mudanza de Regencia, trate de imprimir y presentar al público la relación de sus méritos para que no se le pierda de la memoria, es cosa que se debe dejar correr, y engáñese el que se engañare, si es que todavía hay alguno tan atrasado en el mundo que no conozca bien el valor y patriotismo de este perpetuo aspirante a cosas mayores, para las que ciertamente no había nacido: pero que por ensalzarse a sí mismo, y darse vanagloriosa importancia se desencadene contra hombres verdaderamente beneméritos de la Patria, atribuyéndoles ideas de sedición y conspiración que no pudieron abrigar, y cebando en su respetable memoria la rabiosa maledicencia que le trae siempre inquieto en busca de víctimas en que pueda ejercitarla; esto no hay cómo llevarlo en paciencia , ni sería justo que lo tolerase quien como yo deba tomar interés por el honor de las personas ofendidas. Yo tengo muy poderosos motivos para vindicar la memoria del Marqués de Ayerbe, de los ultrajes que le hace D. Lorenzo Calvo en el papel que ha publicado últimamente intitulado Aviso a los Representantes de la Nación Española; y el deseo de cumplir con este oficio de gratitud me impele a toma r la pluma para deshacer algunas de las imposturas que en el tal papel se contienen; porque este nombre, y no el de equivocaciones es el que conviene a las faltas de verdad que son tan frecuentes en las monstruosas producciones de este energúmeno escritor.
No se llevará a mal que antes haga un rápido recuerdo de los sucesos del Marqués de Ayerbe en estos años de turbación hasta que falleció víctima de su acendrada lealtad y de su ardiente amor a Fernando VII. Sabido es que fue comprehendido en la memorable causa del Escorial, y que no obstante que aquellos integérrimos jueces le absolvieron, el [4] despotismo de su siempre odiado Godoy le desterró, y confinó a Calatayud. Volvió a Madrid cuando Fernando VII ascendió al trono, y le acompañó en el desgraciado viaje a Francia, donde por espacio de un año sufrió la misma confinación que S.M en el Castillo de Valencey, tomando gran parte en sus aflicciones y desconsuelos. Obligósele por fin a dejar tan grata compañía, y por no encontrarle los Franceses dócil a lo que de su fidelidad querían exigir, le detuvieron en Pamplona. Al cabo de poco tiempo pudo el Marqués fugarse disfrazado de esta Plaza, y después de mil rodeos por los confines de Aragón, dominado en aquella parte por los enemigos, consiguió salvar su vida, y se trasladó a Sevilla a presentarse al Gobierno legítimo que allí residía; y toda la ambición que entonces manifestó se redujo a solicitar que se le permitiera ir a servir en los Ejércitos con cualquiera graduación, en lo que se accedió a su deseo, y partió al Ejército en calidad de Capitán, si bien autorizado además para realizar cierta empresa a que se ofreció de su motivo, y que sobre no ser ya un misterio para muchos, no creo que es conveniente manifestarla en un impreso.
Como quiera, ciertas ocurrencias originadas del indicado proyecto por una parte , y por otra los sucesos de la guerra que obligaron a variar la forma del Gobierno legítimo de España, trajeron al Marqués de Ayerbe a Cádiz en el año de 1810 , y enterados los nuevos Gobernantes de la osada y arriesgada empresa de que se ha hecho mención, condescendieron en que el Marqués la llevase a cabo, si era tan feliz que no pereciese en ella, y esto exactamente fue lo que le acaeció, porque dio a los primeros pasos en uno de los infinitos peligros que podían sobrevenirle, y fue robado y asesinado en medio de un camino, cosa que ha sido bien notoria y pública. Pues con las cenizas de este verdadero patriota que debiera respetar se encruelece D. Lorenzo Calvo, y le pone en el número de los que ningún servicio han hecho a la Patria ¡Santo Dios! ¡A un hombre que ha dado la vida y derramado su sangre por ella! Este lenguaje no podía ser de otro sino de tan descarado impostor. Se dirá que estaba resentido del Marqués; mas esto no le autorizaba para dar ideas trocadas de las cosas, y ajar así la reputación de quien por todos respetos valía más que él. Pero veamos ahora [5] la causa del resentimiento que el mismo Calvo ha hecho pública.
El Marqués de Ayerbe confiaba (luego se verá que hacía muy mal) en la amistad que por muchos motivos debía profesarle Don Valentín Solanot, que había tenido maña para hacerse nombrar Presidente de una junta de Aragón formada después de la perdida de Zaragoza, porque antes nunca la había habido. Llegado pues el Marqués a Sevilla después de su fuga de Pamplona en Junio de 1809, le escribió a Solanot recomendándole a un sujeto a quien deseaba favorecer: por una esquelita separada le excitaba a que se tomasen medidas para que se le acudiera con alguna parte de sus rentas, del producto de sus propiedades, porque de algo habían de vivir él mismo o y su numerosa familia; y en otra segunda esquela reservada, en que le encargaba la prontitud y el silencio, le hablaba de que se mudase el representante de Aragón en la Junta Central D. Lorenzo Calvo, diciendo que era persona que deshonraba el Reyno representado, de quien había sospechas de ser traidor, y que a lo menos no podía tener interés alguno por la causa pública. Así manifestaba el Marqués de Ayerbe su opinión particular, fundada o infundadas, acerca de Calvo, y hacia el depósito de esta confianza en el seno de un amigo que debía serlo de su persona y casa por obligación, y de quien no había motivo para recelar que abusase de ella: pero al tal amigo por mal nombre le importó más estar bien con un Central de manejo, que cumplir con los sagrados deberes de la amistad, y ser fiel a1 depósito que se le había encargado; y al punto comunicó a Calvo todo el secreto , remitiéndole por lo visto las esquelas del Marqués originales. Sépase pues, que por más que medien respetos de amistad, no es D. Valentín Solanot hombre de quien se puede hacer confianza. Como quiera, este buen amigo no tardó mucho tiempo a coger el premio de aquella alevosía, pues en agosto, dice Calvo, que ya tenía aquellos papeles en su poder, y en noviembre siguiente se dio a Solanot la Cruz supernumeraria de la Orden de Carlos III, con opción a la primera pensión que vacase. En verdad que el Marqués de Ayerbe no hubiera podido premiar así su fidelidad. ¡Cómo conocía Solanot el partido que le convenía escoger! [6] Si todos calcularan por su estilo, pronto estarían desterradas las virtudes del mundo. A bien que reveló el arcano a quien ha sabido callarlo: a cual mejor son los dos: estampado está en letras de molde para que todo el mundo lo sepa: ándese usted a secretitos con esta familia. Lo gracioso es que a nadie le convenía menos que a Calvo el publicarlo, porque al cabo semper aliquid haeret; pero es tal su prurito de maldecir que ni aun a sí propio se perdona. En efecto, si el mismo no lo hubiera dicho, nadie sabría que el Marqués de Ayer ve se fue al otro mundo con barruntos de que era traidor; porque esto es lo que se saca en limpio.
Con motivo de dar a luz esta interesante anécdota, se propuso D. Lorenzo Calvo pavonearse otra vez un poco, refiriendo sus grandes hazañas para que en una ocasión en que parece que se anda a la rebusca de hombres de provecho no se le pierda de la memoria: pero váyase con tiento con eso, porque puede suceder que no le dejen trasonear impunemente. Lo primero pues que hace es darse por objeto de conspiraciones. Asco da oír semejante arrogancia. ¡Conspirar nadie contra un pobre trompeta, que en la época a que se refiere no podía ser conocido sino por aquellos a quienes hubiese perjudicado el mal estado de su comercio! El Marqués de Ayerbe era uno de los conspiradores: y ¿por qué? Porque aconsejaba que el Reyno de Aragón enviase otro representante a la Junta Central. ¡Hola! ¡Con que era conspirar el pedir una cosa que el mismo Calvo dice se pedía con razón, puesto que en una nota del papel expresa haber votado por la amovilidad de los Centrales! Pero el mal estaría en que se tiraba a la amovilidad personal de su Excelencia, y esto ciertamente no debía acomodarle. Por lo demás, prescindiendo del fundamento que hubiese para las sospechas que tenía el Marqués de Ayerbe, en lo que no hay duda es en que con éste todo el Reyno de Aragón deseaba ver su representación en otra persona que la de D. Lorenzo Calvo, a excepción de un cortísimo número de aduladores, que de luego a luego se le arrimaron; porque suponían que podía servirles para sus miras. Ni ¿qué motivo tenía el Reyno de Aragón para otra cosa? Calvo no era Aragonés, ni respecto a la universalidad de aquella [7] Provincia había hecho señalados servicios que le hicieran recomendable en ella; era una persona desconocida que se apareció en Zaragoza en los días inmediatos a su insurrección como por arte de encantamiento, y a quien el General Palafox elevó a la intendencia de aquel ejército, y le dio toda su confianza por los motivos particulares y muy personales que los dos se sabrán. [Refutación de Calvo de Rozas]
Así es que durante el primer sitio de Zaragoza, que es la época de las hazañas de Calvo, nadie rebullía sino los dos, ni dejaban que se hablara de otros, como no fuera de algún hombre insignificante, de quien no recayera obscuridad y sombra sobre ellos: las gazetas estaban exclusivamente consagradas a referir sus loores. ¡Válgame Dios! ¡Y cómo fascinaron al mundo atribuyéndose cosas que no les pertenecían! Napoleón a porfía con ellos no había de haber podido igualarlos. [Refutación de Calvo de Rozas]
Aunque el objeto principal de este escrito haya sido, como se indicó al principio, vindicar la buena memoria del Marqués de Ayerbe, de unas imputaciones, que se le pudieron hacer, pero no se le hicieron en vida por los motivos que son bien obvios, no es posible ya dejar la pluma sin hacer ver la falsedad con que D. Lorenzo Calvo sienta como positivos algunos hechos relativos a las ocurrencias de Zaragoza en la gloriosa época de su primer sitio; reservando para días mejores en que aquella ciudad esté libre, el presentar al público los documentos (que hasta de ahora no están perdidos) con que se acreditará cuál fue la conducta y singulares servicios que tanto decanta Calvo con respecto al Reyno de Aragón. Se ha indicado ya que los Aragoneses no querían a Calvo por su representante en la Junta Central: porque efectivamente en Junio de 1809, aquellos habitantes enseñados por la adversidad y las desgracias velan las cosas de muy distinta manera que las habían visto en otro tiempo, habían ya vuelto de la fascinación y embelecamiento en que ciertos embaucadores los tuvieron, y sabían quienes habían servido a la Patria, y quienes se habían servido a sí mismos y a sus pasiones, y con este desengaño no se avenía el querer a D. Lorenzo Calvo. [Refutación de Calvo de Rozas] Esto quiere decir que en tal caso habrían mudado de sentimientos los mismos que antes le aclamaron, porque ello es que el Señor Calvo sienta en su modestísimo [8] papel pagina 7, lin. 37, que el Reyno de Aragón le honró con su confianza nombrándole para representarle en la Junta Central; lo que significa que alguna corporación que llevaba la voz de toda la provincia le dio tan importante comisión. Pero sépase que ésta es una de las farsas Napoleónicas representadas en Zaragoza: sépase que allí no hubo junta como en otras provincias, sino que Palafox lo hacia todo, y bien sabido es a instancia de qué personas. Y sino vamos a referir con verdad el hecho. [Refutación de Calvo de Rozas]
Llegado el caso de hacer el nombramiento de diputados para la Junta Central, Palafox fue el que por sí, y ante sí lo hizo, nombrando por fin a su hermano D. Francisco, y al D. Lorenzo Calvo de quien tratamos, sin que me detenga a referir, por no ser el caso, los motivos de haber revocado el nombramiento del Conde de Sástago, a quien había nombrado primero. Hechos pues los referidos nombramientos, y para darles cierta apariencia de popularidad que no tuvieron, convocó Palafox en su casa al anochecer a los mayordomos de parroquias, conocidos en Zaragoza con el nombre de lumineros, y a tal cual empleado, o alguna persona de carácter del pueblo, para manifestarles los nombramientos que había hecho, y para que firmasen los poderes; lo que se ejecutó en seguida, sin que nadie se atreviese a replicar, pues la clase de mando que Palafox ejercía en Zaragoza no dejaba mucho ensanche para discusiones libres, y se puede asegurar que en días más serenos, en que el pueblo hubiera podido manifestar francamente su voluntad, ninguno de los dos nombrados hubiera sido elegido. Aparte de que, aunque se quisiera decir que los que firmaron los poderes habían hecho la elección por sí, y con la libertad necesaria (que no la hubo) a lo sumo podría Calvo llamarse representante de Zaragoza, mas de ningún modo del Reyno de Aragón, pues todos los que asistieron al acto eran vecinos de aquella ciudad, y muchos de ellos no naturales del Reyno.
Con la misma verdad se atribuye D. Lorenzo Calvo en la pag. 6, lin. 27, haber sido quien en el día 15 de junio de 1808, hallándose, de jefe político y ejerciendo el mando militar por voluntad del pueblo de Zaragoza, defendió la ciudad y no la entregó a los enemigos. Poco a poco, Señor D. Lorenzo, y valga la verdad, porque todavía hay [9] en el mundo muchos testigos oculares de los sucesos memorables de aquel día en Zaragoza, tengo muy presente, que el día 15 de junio no se había celebrado junta alguna del pueblo, por la que se le hubiese conferido a usted el mando militar que usted se atribuye; antes por el contrario me acuerdo como si ahora estuviera sucediendo, que en la mañana del referido día 15 a cosa como de diez a once de ella, pasó Palafox un oficio al Ayuntamiento de Zaragoza, haciéndole saber que el mal estado de su salud no le permitía continuar en el mando de aquella plaza, y que lo había encargado interinamente al teniente de Rey de ella D. Vicente Bustamante; y sin aguardar contestación ni reparar en el mal estado de su salud se marchó bien escoltado a Belchite, de donde se pasó a Épila y Calatayud, en que le dejaremos descansar por ahora, y nos volveremos a Zaragoza. [Refutación de Calvo de Rozas] En esta ciudad ni se vieron los efectos del mando interino de Bustamante (de que quizá no tuvo noticia el interesado) ni se ha podido todavía averiguar a quién se debe la defensa de aquel día, que bien considerada fue un prodigio, pues se ejecutó por aquellos nunca bien alabados habitantes sin dirección de persona alguna acudiendo en pelotones de un punto a otro de la circunferencia de la ciudad , y a las puertas indefensas por donde amenazaban los franceses para entrar, que en todas fueron rechazados; suceso admirable y singular que se puede fijar como el origen de las glorias de Zaragoza. En prueba de lo dicho, concluida la acción a las siete de la tarde, ausente el General, y no viéndose jefe conocido, andaban todos los vecinos por el mercado y otros parajes públicos, preguntándose unos a otros quién era la cabeza que mandaba en el pueblo para lo que se había de hacer; y solo se sabe que aquella noche acordó algunas providencias el referido teniente de Rey Bustamante, que después fue perseguido, y aquella persecución acaso le ocasionó su desgraciada muerte por mano de asesinos en un pueblo que no quiero nombrar, del partido de Alcañiz. Véase pues por esta relación, que nada tiene de curioso romance, con que poco fundamento se jacta Calvo de una defensa en que no tuvo la menor parte.
Pero el bueno del Señor la hecha de alentado, y queriendo zaherir a otros, dice con arrogancia en la pág. 7 [10] que no se fugó de Zaragoza, lo que podrá ser cierto con referencia al día 15 de junio: más bien procuró ponerse en salvo la mañana del 4 de Agosto abandonando su destino y el pueblo en aquellos momentos de consternación y abatimiento, cuando a las diez de la mañana lograron los enemigos romper por la puerta de Santa Engracia , ocupando en seguida casi una tercera parte de la ciudad, la que sin duda hubiera sido presa de ellos en el discurso de aquel día si una porción de patriotas de la parroquia de la Magdalena no se hubieran presentado en la plaza del mismo nombre a contener con el mayor valor a los franceses, cuyo comandante mataron in mediatamente , y si por otra parte los beneméritos militares Marqués de Lazán, D. Antonio Torres y D. José Obispo, que aún viven y vivirán eternamente en la memoria de los Zaragozanos, no hubiesen contenido el desorden que se había introducido, y arrostrado toda clase de peligros no hubiesen reunido y animado al paisanaje para continuar una defensa que tuvo el éxito más glorioso, y que proporcionó momentos más serenos, para que pudiera volver el Sr. Calvo, aparentando que había salido para traer socorros, como si en los momentos apurados de una plaza fuesen estas gestiones de los jefes principales de ella; bien es verdad que solo a unas pocas gentes sencillas pudo hacer creer que había sido patriotismo lo que fue en realidad amor a su existencia que no la veía muy segura en la mañana del 4 de agosto. [Refutación de Calvo de Rozas]
En la pág. 8 lin. 17 y por todo aquel párrafo ¡Válgame Dios! ¡Qué pintura hace D. Lorenzo Calvo de conspiraciones y tramas contra su persona! Cualquiera la creería sobre su palabra, y estará viendo los puñales asestados a su importante pecho. [Refutación de Calvo de Rozas] Pero vamos despacio. En primer lugar vaya una preguntilla de paso: ¿no nos dirá el Sr. Calvo por que calla, pues lo sabe también como yo, que el propio a quien se ocuparon en Almazán las cartas que llevaba para D. Rafael Pesino traía otras de igual contenido para otro personaje? [Refutación de Calvo de Rozas] Pues la razón era la misma; sino que si lo hubiera dicho, se acababa la ilusión: harto me he explicado Sr. D. Lorenzo, mas lo que no puedo llevar en paciencia es que haya memoria del horroroso asesinato del infeliz Pesino, que sin la menor culpa, sin [11] formación de causa y solo por una orden arbitraria, firmada a media noche, fue arrancado de su cama para quitarle la vida a las cuatro o cinco horas de la notificación. El hecho es horroroso, pero las insufribles jactancias de D. Lorenzo Calvo me precisan a referirlo, para que se vea que ni es cierto que los papeles interceptados contenían lo que aquel supone, ni es cierto que Pesino fue juzgado según las leyes, ni es cierto por último que fue sentenciado a ser pasado por las armas por una Junta militar.
Luego que fue proclamado Palafox Capitán general de Aragón por el pueblo de Zaragoza el día de la Ascensión 26 de Mayo de 1808, hizo una proclama que se dirigió a todas las autoridades del reino, ignorantes todavía de lo que pasaba en la Capital. D. Rafael Pesino que se hallaba a la sazón de Gobernador de Sos, una de las llamadas cinco Villas en Aragón, recibió aquella proclama, y viendo por una parte, que en ella indicaba Palafox que había tomado por fuerza el mando, y observando por otra parte que aquel papel se le comunicaba por uno de los dos tenientes Corregidores o Alcaldes mayores de Zaragoza, que jamás habían sido conducto conocido para obedecer las órdenes del Gobernador del reino, temió que pudiera haber alguna superchería , y de acuerdo de las personas más caracterizadas de aquella Villa a quienes consultó sobre el particular, dio cuenta al Gobernador del Consejo, preguntando cómo debía conducirse en el cumplimiento de aquella circular; sin que por eso dejase de presentarse luego en Zaragoza a ofrecer sus servicios a Palafox, para la defensa del reino, apenas en los días siguiente tuvo noticia circunstanciada de su nombramiento de Capitán general, y del espíritu público de la Capital.
Los papeles pues interceptados en Almazán nada contenían de lo que Calvo dice, puesto que únicamente se reducían por lo respectivo a Pesino a dos contestaciones insignificantes, la una del Decano del Consejo, y la otra del secretario D. Sebastián de Piñuela, que acusándole el recibo de la representación de que se ha hablado, le exhortaban con palabras generales, y de ningún misterio a que procurase mantener en tranquilidad el país de que era gobernador. Sin embargo inmediatamente y por pronta providencia del General Palafox se arrestó a Pesino, y se [12] pasaron los papeles a la Junta militar para que procediese a la formación de la sumaria. Bien conoció la Junta el ningún fundamento que había para tratar a Pesino con tanto rigor, mas era preciso contemporizar con el general Palafox, y aguardando a que las circunstancias fuesen más favorables y que en el transcurso de algunos días se entibiase la animosidad concebida contra Pesino, nombró a un Fiscal militar, hombre de juicio para que formase la causa y oyese al reo sus excepciones. El Fiscal pasó a recibir la primera y única declaración a Pesino y como éste en ella hiciese varias citas de sujetos de Sos con quienes había ·consultado sobre su representación al Decano del Consejo, se extendió un interrogatorio para evacuarlas cuando hubiese oportunidad, pues ya entonces algunas partidas de franceses de Navarra andaban haciendo correrías por las cinco villas de Aragón.
Este era el estado del negocio cuando sin haberse evacuado las enunciadas citas, sin haber hecho el Fiscal otra gestión judicial, ni haber vuelto a tomar conocimiento del asunto la Junta militar, mandó el General Palafox a toda priesa una noche que se le llevase el proceso de Pesino lo que ejecutó inmediatamente el Fiscal a quien se detuvo por espacio de tres o cuatro horas en la antesala. Al cabo de este tiempo salió el primer edecán de Palafox con el proceso y en él firmada por éste la sentencia de muerte contra el infeliz Pesino, acto continuo se trasladó dicho edecán con el Fiscal, y alguna escolta, a la casa de la Inquisición, donde aquél se hallaba arrestado; entran en la prisión a media noche, encuentran a Pesino en la cama entregado al sueño, y descansando sobre el testimonio consolador de su conciencia, le intiman la terrible sentencia, y para que le auxiliara espiritualmente en aquellos últimos momentos sin que se propagase la noticia de lo que iba a ejecutarse sacan también de la cama, y hacen venir al inquisidor D. Bernardo Alonso, que tenía su habitación en la misma casa. Llega en esto la mañana, condúcese a Pesino fuera de la Archivo municipal de Zaragoza ciudad por la puerta llamada de Sancho, y es pasado por las armas en sus inmediaciones. Pesino ve la muerte con semblante sereno; únicamente le atormenta la memoria de su numerosa familia. “No siento el morir, repetía a cada paso desde que se le notificó la sentencia [13]: solo siento dejar diez hijos cubiertos de la ignominia y el oprobio que les debe resultar de mi afrentosa muerte”.
Todavía pudiera extenderme más sobre este suceso; pero lo dicho es más que suficiente para que cotejado con lo que Don Lorenzo Calvo sienta en su folleto, se convenza el público de la verdad con que este escritor dice que Pesino conspiró contra su persona; que fue juzgado según las leyes, y que le condenó la Junta militar. No creo que Calvo se atreva a tachar en lo más mínimo la relación que acabo de hacer; pero si lo ejecutare, sepa que todavía entiendo que viven el Fiscal comisionado para la formación de la causa de Pesino, viven algunos de los que asistieron al acto de la notificación, viven asimismo en país libre tres o cuatro de los vocales de la Junta militar de Zaragoza, y acaso alguno en esta plaza, y no será difícil acreditar el hecho relacionado con pruebas más convincentes que las que Calvo presenta para sus asertos. Por último tenga entendido ese hombre audaz que con la pérdida de Zaragoza no se perdió la memoria de lo que allí sucedió, y que quien le da ahora esta diminuta respuesta, no descansará hasta presentar al público en días más tranquilos la historia verdadera de los acontecimientos de aquella memorable, pero desgraciada ciudad, o por mejor decir la farsa de primer sitio de Zaragoza, en la que cada uno de los actores hablará en su lugar, y hará el papel que realmente representó. Entonces se sabrán otras diferentes anécdotas interesantes, y entre ellas no se quedará en el tintero la de aquel eclesiástico, que por disposición de cierto personaje andaba reuniendo paisanos para levantar un alboroto, y asesinar a todos los franceses avecindados en dicha ciudad, con quienes el pueblo no había tomado otra providencia que la de recogerlos en varios depósitos: se sabrá el motivo de haberse sobreseído en la causa de dicho eclesiástico, y que para que así se verificase sin oposición no solo se disolvió cierta junta de vecinos que se había formado para atender a la policía de la ciudad, sino que arrestó y persiguió a tres de sus individuos que opinaban se llevase adelante la averiguación. Todo esto será un misterio para el común de los lectores; pero D. Lorenzo Calvo que es con quien hablo principalmente, ya me [14] entiende, y no le quedará duda de que yo también le entiendo. [Refutación de Calvo de Rozas]
En fin, si las verdades que este papel contiene pueden ser amargas a D. Lorenzo Calvo en cuanto desbaraten sus proyectos de engrandecimiento, quéjese a sí propio que me ha puesto en la necesidad de contestarle para vindicar la buena memoria de un hombre tan benemérito como el Marqués de Ayerbe, de quien se puede decir por conclusión, que si hubiera tenido la felicidad de realizar su empresa, otra seguramente sería la suerte de la Nación Española , y no se vería la infeliz patria en un estado tan deplorable.
Cádiz 14 de marzo de 1813 == El Amigo de la verdad.
EL IMPUGNADOR IMPUGNADO, O SEA, CONTESTACION AL FOLLETO ANONIMO PUBLICADO EN CATORCE DE MARZO ULTIMO POR EL QUE SE FIRMA (SIN SERLO) EL AMIGO DE LA VERDAD Y LE TITULA IMPUGNACION AL MANIFIESTO DE DON LORENZO CALBO DE ROZAS CON EL TITULO DE AVISO A LOS REPRESENTANTES DE LA NACION ESPAÑOLA &c
Cádiz: Imprenta de Figueroa: 1813
Archivo Municipal de Zaragoza, Código de referencia ES. 50297. AM 03.01 Caja 007348 Signatura 1-6/9
[3] Señor embozado: Sírvale a V. de satisfacción ante todas cosas, que no tengo la menor curiosidad en saber quién es V. que oculta su nombre tendrá motivos para ello o el tejado de vidrio. Sea V. mayor o menor, de alta o baja esfera me es igual. De cualquier modo cedo a V. la gloria del vencimiento en cuanto a grosero, insolente y mentiroso. Confieso a V. que como no he frecuentado las tabernas, ni me he criado en antesalas, estoy poco versado en esto que llaman desvergüenza, y no acostumbro atacar a mis enemigos con las armas de la calumnia. Así pues, me abstendré de responder a los dictados de impostor, energúmeno, descarado, maldiciente, audaz, pobre trompeta &c. &c. con que V. me honra, y me limitaré a probar a V. que no le está bien apropiarse el dictado de Amigo de la verdad. Disimule V. que no me extienda más porque un anónimo despreciable no lo merece.
V. se propone impugnar el aviso a los Representantes de la Nación &c. y lejos de desempeñar este objeto primario, confirma V. cuanto en él dije. El objeto de V. (página 1ª) es persuadir que la publicación de aquel impreso fue, como si dijéramos, una relación de méritos de las que hacen los pretendientes; porque V. cree que aunque no he nacido para ello ambiciono mandos. ¡Ya se ve! V. lo cree así porque su lógica se lo persuade, y tal vez porque V. ha reflexionado sobre las ventajas que he sacado de mandar veinte meses; los muchos parientes y amigos que he colocado &c. &c…. V. por otra parte, que conoce no es para todos el mandar, se figura que ignoro, que la falta de los conocimientos que se requieren no me hacen capaz de ello.
Los sucesos desagradables, y repetidos en las provincias, [4] y el que motivó el decreto del día 8 de Marzo, me excusan decir más, acerca de si debí o no publicar aquel aviso, y de si existían las causas y la tempestad que felizmente se disipó. No obstante, quiero hacer a V. algunas preguntas. Quien en 1808 rehusó admitir el cargo de Intendente de Aragón y Corregidor de Zaragoza por no considerarse con los necesarios conocimientos para su desempeño; quien lo renunció no una sino cuatro veces, de una de las cuales se hablará después; quien nombrado para la junta Central a presencia de Diputados de la Ciudad, del Cabildo y de las Parroquias, también rehusó la admisión, según resulta de certificación original que obra en mi poder fecha en Zaragoza a 3 de septiembre de 1808; quien propuso a la Junta Central en el día 24 del mismo septiembre, víspera de su instalación, “el nombramiento de un gobierno de pocos, y la reunión de representantes de toda la nación para formar y sancionar una Constitución que nos pusiese a cubierto para muchos siglos de todos los males que hemos experimentado de algunos años a esta parte”; quien insistió en ello el día 28 del mismo septiembre [Nota de Calvo: léase la proposición, en el Redactor general de 16 de Marzo de 1812]; quien propuso en Sevilla en 15 de abril de 1809 la convocación de las Cortes, que se decretaron en consecuencia el 22 de mayo siguiente; quien en 7, 14 [Nota de Calvo: Inserta en el Redactor general de 27 de abril de 1812] y 29 de setiembre y 22 de octubre insistió sobre lo mismo y sobre la fijación del día en que cesase su mando; quien pidió a la Junta Central el permiso de retirarse y cesar en sus funciones, y lo escribió así a Aragón, de donde se le contestó que continuase hasta sacrificarse en bien de aquella Provincia; quien finalmente propuso en 27 de enero de 1810 que la Junta abdicase como abdicó en efecto el mando, nombrando una Regencia, ¿es aspirante a mandar? Tranquilícese V. señor Amigo de la verdad, por mal nombre: [5] yo estoy enfermo, merced a los buenos ratos que me han proporcionado la malignidad del Mecenas de V. y de otros, y a la injusta persecución que sufro ha más de tres años: estoy bien convencido de mi inutilidad y de que no nací para ello: tengo aversión a los empleos y amor a la independencia en que vivía a expensas de un patrimonio adquirido con el sudor de mi frente.
Desde el fin de la pág. 1ª hasta la 6ª se olvida V. de que es impugnador, y se propone hacer un recuerdo de los sucesos del Sr Marqués, de la causa del Escorial, de su ida a Francia, de su vuelta y acendrada lealtad, y de su ardiente amor a Fernando VII: añade V. se le hizo capitán, sin decir de qué regimiento; que fue al ejército, sin decir a cuál ni cuándo, con cierta comisión o proyecto suyo y que por ciertas ocurrencias del proyecto vino a Cádiz en 1810, que enterado el nuevo Gobierno de su osadía y empresa condescendió en que la llevase al cabo, y que fue robado y asesinado. Ignoraba esta última desgracia que me es sensible, también ignoraba lo de la capitanía &c., pero sabía el favor que me dispensó sin conocerme; sabía el laudable fin con que me honró tanto, y fui bastante generoso entonces para compadecerle y despreciarle. Supe guardar secreto mientras debí guardarle, y mientras mi silencio ni podía comprometer ni dejar en dudas mi honor que no trueco por el del Marqués.
Luego que se disolvió la Junta Central y se verificó mi arresto por orden de la memorable Regencia primera, se hizo cundir en Aragón la especie anunciada por el Marqués y otros sus satélites; y en 1812 se anunció, con otro motivo, a la Regencia. Creí no era tiempo ya de guardar respetos, sino de cumplir con lo que me debo a mí mismo: contribuyó a ello la memoria del motín de Sevilla de 24 de enero de 1810, su origen que no me es desconocido y las tristes consecuencias que produjo a la nación y a mí. Sea lo que V. quiera su Mecenas, su amo, o su Señor (si V. ha sido criado y vasallo suyo) jamás un calumniador podrá merecer el aprecio de los hombres de bien, [6] y el Marqués de Ayerbe fue lo primero. El modo indecoroso con que V. habla de Don Valentín Solanot, y de la Presidencia de la Junta de Aragón, me obliga a dar, no a V. sino a los que hubiesen leído su llamada impugnación, las siguientes explicaciones. Una sola vez había hablado a Don Valentín Solanot, que fue en los primeros días del mes de junio cuando le comisionó el General Palafox para que pasase a Cataluña, las Islas Baleares, e Inglaterra, a los fines que expresa el documento número 1. Por consiguiente no tenía otra relación con él, que aquella buena opinión que formé entonces de su patriotismo) probidad, noble desinterés y su juicioso discernimiento, calidades que V. ni ningún otro podrán disputarle. D. Valentín Solanot, individuo del Ayuntamiento de Zaragoza, fue uno de aquellos Españoles virtuosos que en unión con los demás Regidores, despreciando las órdenes de Napoleón que les encargaba nombrasen un Diputado para Bayona, acordó en 22 de Mayo no reconocer para nada su autoridad ni la de Murat. D. Valentín Solanot no tiene la menor parte en la publicación de las Cartas de Ayerbe; y todos los denuestos con que V. insulta su respetable nombre son infundados, y solo se atrevería a decirlos uno que oculta el suyo y habla a escondidas.
Ocupada Zaragoza por el enemigo en 21 de Febrero de 1809, quedó Aragón sin ejército y sin autoridades inmediatas, por haber sido hecho prisionero el General y quedado bajo la dominación Francesa la Audiencia e Intendente. En tal estado creí conveniente entre otras medidas proponer en Marzo de 1809 a la Suprema Junta Central la formación de una Superior en Aragón, compuesta de un Diputado de cada partido elegido libremente por los pueblos, y como Zaragoza debía tener también el suyo, manifesté que podría serlo D. Valentín Solanot, que se hallaba en país libre, le correspondía ser Vocal en la Junta nombrada por las Cortes, y era además individuo de su Ayuntamiento. S.M. decretó la formación de la junta superior en los términos que propuse, declarando la presidiese el Diputado [7] que representaba la capital. Vea V. el por qué fue nombrado Presidente el Sr. Solanot, y la parcialidad que yo mostré en su elección. Otros de aquellos que nacieron para mandar según V. y que a lo menos lo desean, solicitaron después del Gobierno la Presidencia, pero no hubo lugar a ello.
V., que no habla de la gran cruz solicitada por Ayerbe y obtenida en 4 de julio de 1809, desentendiéndose V. de la Excelencia que por este medio logró tener S. Señoría, hace gran misterio de la que la Junta Central concedió a Solanot. No es tan malo el Gobierno que premia el verdadero mérito ni criminal el individuo que lo propone: para que V. no lo ignore, sepa ahora el por qué se le dio la cruz chica al Sr. Solanot (documento número 1) y dígame si todos cuantos la llevan desde que se creó hay alguno que sea más acreedor a ella, o que la haya obtenido con más justicia. Compare V. ese premio tan costoso para la nación con otros que se han adjudicado sin motivos ni mérito, incluso el del Marqués, y antes de graduar el gravamen pregunte V. cuándo vacará la pensión, cuánto vale y cuánto se cobrará si llega el caso de entrar en goce. Sin salir de Cádiz, el sin número de Covachuelistas que llevan esa misma cruz adquirida por antigüedad o dotación de las plazas sacarán a V. de la duda.
La lectura de cuanto dice V. desde la línea 13 de la página 6ª hasta el principio de la 7ª acerca de pavoneos, trasoncos y ascos, ha producido en mí un efecto enteramente contrario del que causó a V. el saber (si lo ignoraba) que haya podido ser objeto de conspiraciones un pobre trompeta o un Comerciante que para V. serán sinónimos. Sepa V. señor embozado que yo como Comerciante supe adquirir con el sudor de mi frente una subsistencia cómoda, respetando la buena fe, conduciéndome con probidad y con honor sin haber perjudicado a nadie: sepa V. (si lo ignora) que mi nombre y mi fama han merecido en España y en todas las plazas Comerciantes de Europa una confianza ilimitada de que no abusé jamás, y un crédito que [8] no he mancillado y que V. ni sus Mecenas han tenido; y sepa V. en fin, que si he perdido en la revolución y por ser español una gran parte de mi fortuna, no debe esto autorizar a V. para calumniarme e insultar con grosería mi actual estado de pobreza. Sepa V. también, que a pesar de la confiscación que de mis fincas hicieron los franceses, y de la ocupación y pérdida del dinero, créditos, alhajas y efectos existentes en mi casa de Madrid, si menos celoso del bien de mi patria me hubiera dedicado en Sevilla a recoger los intereses que me quedaban en el País libre, esto es, en Málaga, Cádiz, Lisboa, la Mancha y Alicante, podría tener en el día 1.329.000 rs. vn. de que disponer, además de los 445.592 que me debe el reino de Aragón. Ocupado sólo en el cumplimiento de mis deberes, y aun desatendiendo las insinuaciones de mi mujer y de algunos amigos, miré con demasiado abandono mis intereses particulares, y lo que entonces pudo y debió ser efectivo, con el tiempo, las circunstancias y mi persecución, una gran parte ha desaparecido, y el resto está muy difícil en su cobro. Pobre y muy pobre estoy en la actualidad, Señor embozado, pero con mucho honor.
El raciocinio de V. es convincente en cuanto a no poder haber sido yo objeto de conspiraciones. ¡Éstas he creído hasta aquí que se fraguaban en el silencio por la ambición, la envidia, la perversidad, la venganza y otras pasiones mezquinas! Y por eso no extrañaba que los ambiciosos como Bonaparte, los vengativos como él mismo y sus satélites; los egoístas cuyas miras de orgullo e intereses particulares estuviesen en contradicción con la heroica insurrección Española, y los perversos a quienes la envidia consume el corazón, eran capaces de conspirar; creía que el objeto de sus conspiraciones sería siempre aquél que les impidiese llevar a cabo sus ruines proyectos: es decir, las autoridades constituidas, v.g., Bonaparte, sus Ministros y Mariscales en Francia, las Cortes, la Regencia, sus Ministros y Generales en España en la actualidad y en Aragón al principio de nuestra revolución, su General y [9] Gobernador Palafox, y el Intendente del ejército y Provincia, únicos jefes cuyas órdenes se circulaban y obedecían en todos los Pueblos. Quiero decir, por si V. no lo había entendido, que cuando ni V. ni su Mecenas podían ni debían excitar el odio del gobierno intruso y sus satélites, yo me hallaba en este caso.
Como la lógica de V. es muy singular y nueva para mí, no creo lograré convencerle de que haya podido ser objeto de conspiraciones, porque V. tiene una política peculiar suya; pero citaré algunos hechos que son públicos ya del tiempo que estuve en Aragón y ya de cuando me hallaba en el Gobierno Supremo de la Nación. En la gaceta extraordinaria de Zaragoza de 17 de julio, que V. no habrá leído (porque V. no estaría allí), se insertaron tres cartas fechas en Madrid y Almagro, escrita una en 8 de julio a la Junta Suprema de Valencia y las otras dos el 5 al general Conde de Cerbellón, que se remitieron por extraordinario en 14 del mismo al general Palafox. Avisaban en ellas la salida de diferentes espías muy condecorados, que iban a Aragón con comisión de los franceses, y con el fin de inventar o forjar correspondencia con las juntas y generales, para que haciendo desconfiar por medio de esta invención a los pueblos, asesinasen como traidores a los generales e individuos de las juntas. La brevedad, y el deseo de no comprometer a las personas señaladas que se mencionan, me obliga a no copiar aquí literalmente dichas tres cartas, pero a lo que va insinuado añadiré algunas expresiones más de las que contenían, como es por ejemplo «han marchado desde Madrid en clase de espías a Aragón algunos :::::::: con pretexto de ir a servir en nuestro ejército contra los franceses ::::::: El gobierno de Madrid por medio de oficiales, postas o correos ha determinado con mucho sigilo y reserva, el remitir al Sr. Palafox, a los demás generales, a las Juntas, jefes de tropas &c, varios pliegos manifestándoles el agradecimiento que Napoleón, Murat y demás generales franceses tienen de sus servicios, que serán premiados y que continúen en ellos hasta que venga el rey José y se [10] les prevenga el día y el medio de entregar las Provincias». Esto lo hacen con la idea de que abriéndose los pliegos por los paisanos o cualquiera otro individuo de los ejércitos tengan por traidores a los Generales y demás jefes de las provincias, se revuelvan contra ellos, les quiten la vida y se pongan los pueblos en inquietud y desorden, pudiendo por este medio inicuo sacar los franceses el partido que ahora no pueden conseguir.
«La junta de Gobierno de Madrid ha tratado de enviar Correos a Aragón con correspondencia para Palafox diciéndole que siga observando el mismo sistema, que ha aprobado Napoleón; que tenga así engañados a los Aragoneses, hasta el día convenido para entregarlos, a fin de que se logren los deseos del Emperador. El objeto que en esto se propone la Junta de Gobierno (la que presidía Murat en Madrid) es el que la correspondencia caiga en manos de los Aragoneses, a fin de hacer sospechoso a Palafox para que le quiten la vida».
En la Gazeta ya citada de Zaragoza, donde por otros conductos se sabía esto mismo y algo más que se calló, se añadió solamente lo siguiente:
“Estos medios (los de conspiración) empleados por el Gobierno francés son tan ciertos que el Excmo. Sr. Capitán General de Aragón ha interceptado algunos pliegos de Madrid que se dirigían por medio de espías y en los que resulta que las autoridades de aquella Corte, confabuladas con algunos traidores por orden y acuerdo con Murat, disponían introducir la anarquía en Aragón, cortar la cabeza a su General y seducir con sobornos a algunas personas de las que pudieran influir para ello, llegando el descaro y la iniquidad hasta el extremo de encargar a los traidores que no se detuvieran en gastar dinero con tal que se lograse el fin y por este medio mandase Bonaparte, pues la España lo pagaría. No tardará en verificarse en Zaragoza el bien merecido castigo de algunos delincuentes».
Pregúntese a los individuos que compusieron la junta militar en Zaragoza, de que hay algunos en país libre, por qué [11] sentenciaron a muerte el día 30 de junio ó 1 de Julio a un espía procedente de Madrid, que habiéndose introducido allí pocos días antes se había alistado ya en los Soldados de mi guardia. Pregúnteseles también por qué fue sentenciado a muerte, que sufrió en la misma época, el conocido en Zaragoza con el nombre de Burdeos, cogido en la frontera de Navarra.
Si en la Junta Central al resolverse el punto de la amovilidad de sus Vocales opiné en favor de ésta, fue por que creí conveniente dejar de mandar, y que nos sucediesen otros más capaces y más afortunados; y fue porque calmasen ciertas agitaciones fraguadas en el silencio por la ambición y la envidia, y no por el deseo del bien de la Patria.
V., cual si fuese otro Procurador General de Aragón (sin poderes) afirma con gravedad 1º Que todo el reino (esto es el Marqués y V.) no me quería por su representante, y sí a otra persona (como V. el Marqués y otros que lo apetecían), 2º Que Aragón no tenía motivo para quererme, que no era Aragonés (como V. y el Marqués), 3º Que no había hecho servicios señalados (como los del Marqués y V.) porque era una persona desconocida, 4º Y aparecida por arte de encantamiento (como el Marqués cuando volvió de Francia de orden de Napoleón, y V. cuando sepamos si volvió a Zaragoza o estuvo en ella a la sombra de algún cañón), 5º Que fui elevado a la Intendencia (como el Marqués a Capitán honorario, a gran Cruz, a la Excelencia, y V. a…) por motivos de confianza personales que Palafox y yo sabremos (como V. y el Marqués sabrán…), 6º Que me rodeaban aduladores (es decir, hombres como V. y el Marqués que contra lo que sienten y saben calumnian de palabra y por escrito, pero con pureza de intenciones y con grandeza de alma).
Escuche V. la respuesta punto por punto o sea el desenlace o la razón de sus sinrazones, y avise V. si le queda alguna duda.
1º El General Palafox que ejercía legítimamente [12] la autoridad Soberana en Aragón, como lo han reconocido después el Gobierno y la Nación, y como ya lo reconocieron en Zaragoza el 9 de junio de 1808 las Cortes, me nombró en 17 de Agosto por representante de aquel reino en la Junta Central, y aunque no tuvo necesidad de ello lo hizo presente en una Junta de Diputados del Cabildo, del Ayuntamiento de las Parroquias, y Gremios que convocó al efecto, y que lo aprobaron no solo entonces sino que lo ratificaron en 3, 14 y 27 del mismo septiembre, declarando solemnemente que querían fuese yo quien los representara. Así resulta de las actas que existen en mi poder, unas certificadas, y otras originales firmadas por individuos de la Junta nombrada por las Cortes, por Diputados del Cabildo eclesiástico, del Ayuntamiento, de la Audiencia, y de todos los Gremios y Parroquias de la Ciudad.
Resulta pues, que el reino de Aragón me quiso por representante suyo y no a otro, y resulta además por oficios de su Junta superior, que en 1809 y 1810, cuando no existía ya la capital ni otra autoridad superior representativa, quería también el mismo reino de Aragón que continuase yo representándole en el gobierno y no otro alguno. Si tuvo o no fundados motivos para ello la Junta, pregúnteselo V. a los señores D. Valentín Solanot, D. Francisco López Pelegrín, D. Salvador Campillo, D. José Miguel Foncillas, D. Andrés Núñez de Aro, D. Mateo Cortés y D. Cosme Laredo que la componían, y a quienes di parte de mis opiniones en la Junta Central, y de cuanto podía interesarle tener conocimiento y de quienes tengo la aprobación; como también a los señores D. Vicente Pascual, D. Luis Amat de Terán, Conde de la Florida, Frei D. Jerónimo Dolz , D. Jaime Gonzalo, D. Pedro Calza, D. Ignacio Julián, D. Juan Bautista, D. Francisco Monleón, D. Baltasar López Cuevas y D. Francisco Feced, individuos de la Junta de Teruel.
2º Si Aragón tiene o no motivos para apreciarme lo ha dicho ya, lo repetirán las autoridades que lo representan, y lo dirá la opinión pública cuando sepan sus [13] habitantes muchas cosas que aún se ignoran, y de que se dará noticia para que puedan libremente expresar su voluntad. Si el no ser Aragonés cree V. que es una cualidad esencial para que no me aprecie su provincia, créalo enhorabuena. Yo estoy muy contento con ser español y haber nacido en Vizcaya, esto es, en un país libre, y que no ha dejado de gozar jamás las ventajas de su Constitución.
3° En efecto, yo era una persona desconocida en Zaragoza donde solo había estado ocho días en 1806 (ésta es la única verdad que V. ha dicho en su papel) y ésta fue una desgracia no pequeña para mí, porque no conocía a muchos sujetos que hubieran podido ayudarme en mis tareas (ni tampoco a V.), mas no por ser desconocido dejó de obedecérseme una sola vez, ni dejaron de dispensarme sus habitantes (menos V. según parece) más consideración y aprecio del que pude merecer.
4º Mi aparición allí fue, no por arte de encantamiento (como V. dice) ni en virtud de orden de Napoleón (como la vuelta del Marqués a España), sino casual, y muy sencilla. Oiga V. el cómo, el cuándo y el por qué. El día 2 de Mayo, a pesar de que tenía en mi casa hospedado por orden del gobierno al Sr. Bardol, primer Médico del Ejército francés, y a su criado; a pesar de hallarse en aquel momento en su habitación con un oficial y otros dos profesores franceses, testigos presenciales de lo que yo hiciese, mostré que era español, y no dudé exponerme a morir en defensa de mis conciudadanos y de la libertad. En Cádiz se hallan personas que me acompañaron en aquella escena lamentable. El sobresalto de aquel día y el temor de que se repitiesen determinó a mi mujer ausentarse de Madrid por algún tiempo, y en efecto, el 8 de mayo lo verificó dirigiéndose con preferencia a Aragón, tan solo por ser una provincia que no había visto, y por no haber en ella ni en su tránsito franceses. El día 20 de mayo se publicó en la Gazeta de Madrid la abdicación de la Corona de España en el [14] Emperador de los Franceses, y en este mismo día resolví ausentarme yo también, y al efecto tomé una licencia de posta en blanco. No habiendo llegado a Madrid el día 23 el Correo de Aragón y careciendo de noticias de mi mujer sin saber a qué atribuir su falta, salí el día 25 a pie por no pedir pasaporte francés, despidiéndome de mi huésped por 8 ó 15 días que le dije iba a una cacería según acostumbraba. Dormí aquel día en Guadalajara habiendo tomado la posta en Torrejón: el siguiente día 26 en Arcos, y el día 27 en Calatayud; allí supe las ocurrencias de Zaragoza, que desde Cetina me habían anunciado el mismo día aunque vagamente los paisanos alborotados que creyéndome francés o portador de pliegos de Murat se agolpaban en los pueblos, y con amenazas lo averiguaban. En la mañana del día 28 llegué a Zaragoza y fui presentado por una escolta de gente armada al General Palafox que desde el día 26 mandaba allí y de quien no tenía la menor noticia desde el mes de Abril en que pasó a Irún.
5º Dice V. que fui nombrado Intendente del Ejército y Reyno. Verdad es, pero es preciso decir algo más. ¿Por qué lo fui? Porque el que lo había sido D. Ignacio Garcini se hallaba ausente y no se esperaba que volviese más a Zaragoza ni aún a Aragón desde que tuvo que abandonar aquel país en donde le obsequiaron con salva de pedradas en la Puerta Quemada. ¿Y en qué momentos? Cuando no había 20.000 rs. en la Tesorería por haberse enviado el dinero a Madrid: cuando no había más tropa que dos compañías de Miñones: cuando no había víveres acopiados: cuando no había armas en suficiente número para levantar un ejército: cuando faltaba pólvora por haberse enviado a Madrid: cuando no había caballos ni vestuarios: en una provincia cuyos recursos me eran desconocidos, que no tenía una sola plaza fuerte donde el nuevo gobierno pudiese situarse; que estaba rodeada de 120.000 enemigos que podían penetrar libremente y llegar en ocho días a Zaragoza desde Navarra, Cataluña o Madrid; de una provincia que no contaba entonces en su heroico alzamiento con otro [15] auxilio que el Reyno de Valencia, pues se ignoraba lo que pasaba en las demás provincias. ¿Y cuál fue mi conducta como intendente? No hay un solo Aragonés que la ignore, y para que V. (que no debe serlo) tenga una idea de ella, lea el apéndice número 2 que es la instrucción que dejé al sustituto que nombré durante mi ausencia D. Mariano Domínguez y de que pasé copia a la Junta Suprema de Hacienda. El servir, y servir con honor y con noble desinterés a mi patria, fue el fin que me propuse cuando se exigió de mí que sirviese la Intendencia de Aragón. El que movió a Palafox a nombrarme lo hizo presente a las Cortes el día 9 de junio diciéndoles
«Para dirigir el ramo de Hacienda con la rectitud, energía y acierto que exige tan digna causa, y velar sobre las rentas y fondos públicos, he nombrado por Intendente a D. Lorenzo Calbo de Rozas, cuyos conocimientos en este ramo y cuya probidad incorruptible me son notorias, y me hacen esperar los más felices resultados. La casualidad de haber enviado aquí a principios de mayo su familia para librarla del peligro, y el temor de permanecer él mismo en Madrid en circunstancias tan críticas, lo trajo a Zaragoza el día 28 del pasado, lo hice detener, y lo he precisado a admitir este cargo a pesar de que sus negocios y la conservación de su patrimonio reclamaban imperiosamente su vuelta a Madrid. Fiado este importante ramo a un sujeto de sus circunstancias, presentaré a su tiempo a la Nación el estado de Rentas, su procedencia e inversión, y en ellas un testimonio público de la pureza con que se manejarán».
Si llené o no mis deberes hasta donde alcanzaron mis fuerzas y la cortedad de mis luces se deducirá de mis providencias y sus resultados. Y ¿V. que se atreve a suponer fines particulares en Palafox y en mí, por más privilegiado que V. sea, cree V. estar dotado de un alma más elevada, o ha dado pruebas de abrigar sentimientos más nobles, puros y honrados?
6º ¿Dónde están esos aduladores que me rodeaban? [16] En Zaragoza, ocupado día y noche sin haber disfrutado uno solo de descanso durante tres meses y medio, mal podía estar rodeado de aduladores. Casi siempre se me vio solo, y cuando más acompañado de algún oficial. ¿Y cómo podría rodearse de aduladores quien no confirió ni creó en Aragón un solo empleo, ni aun ascendió a sus subalternos? La única gracia que se concedió por mí fue la de honores de Contador de Ejército a D. Martín Rueda, Secretario de la Intendencia con cuarenta años de servicio. Es verdad que me propuse atender después a todos los que se distinguieron por su laboriosidad y buena conducta, pero me reservaba hacerlo con conocimiento de su verdadero mérito.
Igual conducta seguí después en la Junta Central: no conocí otra recomendación que el mérito de los individuos, y aunque tenía hermanos, sobrinos y muchos parientes y amigos con mérito y aptitud para ser ascendidos los unos y colocados los otros, no se me citará un solo ejemplar de haber hablado a mis compañeros, ni a los Ministros para hacerles la menor insinuación en favor de los parientes o de mis amigos. Conozco que he hecho tal vez un mal en ello a los interesados y aun al Estado a quien habrían sido útiles, pero mi modo de pensar no me permitía proceder de otra manera. El 8 de Noviembre de 1808 fue propuesto para tesorero de ejército con 15 mil rs. un pariente mío que murió por defender su Patria, y pareciéndome demasiado excesivo el premio con respeto a su disposición y a que disfrutaba antes solo seis mil rs., suspendí dar curso a la propuesta que aún tengo original en mi poder, y así se lo avisé al Intendente que le proponía.
Página 7 desde la línea 8 a 15, dice V., que las Gazetas de Zaragoza durante el primer sitio estaban consagradas exclusivamente a referir los loores de Palafox y míos; que fascinamos al mundo atribuyéndonos cosas que no nos pertenecían, de modo que ni Napoleón podría igualarnos. Y ¿quién al leer esto podrá escuchar con indiferencia tan insultantes mentiras que solo podría estampar un ignorante malicioso y un impostor grosero? [17] En mi poder se hallan todas las Gazetas de Zaragoza desde Mayo a Septiembre de 1808; no hay una sola que hable de nosotros ni contenga esos loores que V. inventa. Yo convido a todos los que gusten leerlas a ver el descaro con que V. falta a la verdad; tan solo se insertaron en ellas, como era indispensable, las órdenes y decretos que debían hacerse notorios y circularse en la provincia; y el nombre de Palafox o el mío aparecían como era consiguiente, porque éramos los que firmaban: espero que V. me cite una o un solo caso en apoyo de su impostura. Debe saberse que la Gazeta de Zaragoza se reducía a reimprimir la de Madrid a beneficio del Hospital General, sin añadir cosa alguna. El Diario corría al cuidado y bajo la dirección del maestro de postas que apenas sabía leer. Convencido el General Palafox de la necesidad de dirigir la opinión pública hacia el bien, y de hacer desaparecer en su origen la desconfianza y animosidad que eran consiguientes en momentos de un entusiasmo que sin dirección hubiera podido sacrificar muchas víctimas inocentes, trató de encargar la redacción de la Gazeta a uno ó más sujetos de luces y probidad, y deseoso del acierto ofició a la Audiencia cometiéndole este encargo y con él la obligación de dirigir y sostener el entusiasmo y opinión de los pueblos. La Audiencia se excusó, y así me lo hizo saber verbalmente su Regente, devolviéndome la orden u oficio del general Palafox, en cuya consecuencia le dije contestase por escrito y expusiese los motivos que la Audiencia tenía para no admitir aquel encargo. Contestó en efecto por escrito, y en su vista se le autorizó para que eligiese entre los letrados y demás personas de instrucción uno que se encargase de la redacción. Fuimos tan poco afortunados en esta segunda como en la primera tentativa, pues respondió la Audiencia que no conocía persona alguna a quien confiar su desempeño. Los señores D. Pedro María Ric, y D. José Larrumbide y D. Diego María Badillos, Oidor Fiscal y Alcaide del Crimen entonces, que residen en Cádiz, [18] y se hallaban en Zaragoza en la época que cito, deben ser sabedores de este hecho y lo testificarán. Viendo que por medio de la Audiencia no se había conseguido el objeto, se ofició por el General Palafox al Cabildo de la Santa iglesia Catedral, indicándole la necesidad de que alguno de sus individuos u otra persona de capacidad, que les sería fácil elegir, se encargase de la redacción de la Gazeta que ya no debía ni podía reducirse a reimprimir la de Madrid, y que manejada por un sujeto de ilustración y patriotismo podía considerarse como uno de los medios más eficaces para mantener el orden y dirigir con acierto la heroica resolución del pueblo hacia el objeto que se había propuesto al declarar la guerra al tirano. Tampoco el Cabildo tuvo a bien encargarse de ello ni nombrar persona que lo tomase a su cuidado: y en consecuencia la Gazeta y Diario de Zaragoza se redujeron a copiar las noticias de las de otras provincias, y las que de oficio se pasaban a la imprenta para su inserción, sin que el General Palafox ni yo interviniésemos en ello, bien que faltándonos tiempo para el preciso descanso (como es demasiado notorio) mal podíamos ser redactores de Gazetas. El Sr. D. Tomás Arias, Canónigo de Zaragoza residente en Cádiz y el Sr. D. N. Pueyo, Arcipreste de la misma residente en Mallorca, podrán también testificar este hecho en que nuestro deseo fue el acertar.
Desde la línea 17 hasta el fin de la página octava sigue V. elogiando a su Mecenas, quiero decir, al Marqués de Ayerbe, a cuya protección y méritos acaso debería V. en Sevilla algún empleíto descansado (cosa muy posible pues le sucedió así a un criado suyo) y sienta V. como cosa segura que los Aragoneses en junio de 1809, desengañados y vueltos de la fascinación y embaucamiento de los embaucadores, no me querían. Yo siento que V. no se explique más claro para saber si eran esos Aragoneses el Marqués, entonces pretendiente de la gran Cruz y Capitanía honoraria, el mismo que escribió la esquela, V. si le sirvió de amanuense, o algún otro embaucador; o si eran el Gacetero de Suchet [19] en Zaragoza que en la misma fecha forjó o recibió un artículo comunicado diciendo que yo era quien nombraba los Generales como Perena y otros, que yo había robado en Zaragoza 5 millones de reales: y ya que el asunto era desahogarse contra el bizarro Perena y contra mí, pudo haber dicho este Gacetero que en lugar de 5 millones fueron cincuenta, y no se hubiera extrañado cuando un Contador o Maestre de Fragata y un Escribano de la Isla de León dijeron en febrero de 1810, que los Centrales que iban en la Fragata Cornelia llevaban 300 baúles llenos de oro (por supuesto robado) que cuando menos debían contener si estaban llenos mil y doscientos millones de reales, y aunque yo no iba a bordo de aquella Fragata algo me habría tocado de la presa.
Añade V. en la misma página 8 que mis poderes y representación es una farsa Napoleónica; que en Zaragoza no hubo junta; que Palafox lo hacía todo a instancia de otras personas; que yo a lo sumo sería representante de Zaragoza en el Gobierno, no de Aragón. Dichoso V. que ha encontrado en esto de representantes y representados el camino del atajo y se ha excusado ojear los autores que han escrito de lógica y de derecho público: y ¿a qué consultar a Condillac, Montesquieu, Filangieri ni otros cuando en la España vindicada de D. José Colon, en el Manifiesto de D. Miguel de Lardizábal, en el de D. Gregorio de la Cuesta, en el llamado voto de Romana de 14 de octubre de 1809, en el cuadro de España de D. Ignacio Garcini, y en el Procurador general, se desenvuelven todos los principios que V. profesa, sin otra diferencia que a lo que V. llama farsa, Garcini le llamó rondalla grande? Es la lástima, que mientras el desgraciado Palafox, otros muchos y yo, representábamos aquellas farsas de Zaragoza, todos esos autores nuevos que V. ha leído, u a lo menos cuya doctrina profesa, si todos no servían a Napoleón estaban muchos a lo que viniere y a la sombra. Aunque los ya citados autores clásicos están en contradicción con lo que la Nación Española ha reconocido solemnemente, [20] que es la legítima autoridad que ejerció en Aragón el general Palafox, quiero presentar al público una idea de las ocurrencias que precedieron allí a su nombramiento y de su conducta hasta la instalación de la Junta Central. El 24 de mayo de 1808, desconfiado el pueblo Zaragozano del General que mandaba la provincia nombró una diputación para hablarle, y no habiendo sido admitida penetró hasta su habitación y le condujo preso al castillo: se dirigió en seguida al Teniente general D. Antonio Cornel, para que tomase el mando, y habiéndose excusado éste pasaron comisionados a la ciudad de Borja en solicitud del General D. Eugenio Navarro, que igualmente rehusó admitir el mando. En este estado, habiéndose divulgado que el Brigadier D. José Palafox se hallaba en una casa de campo distante dos leguas de Zaragoza, se encaminó allá una diputación del pueblo y una escolta de paisanos que le expresaron sus deseos de que fuese su caudillo para hacer la guerra a los franceses. Palafox, que ya había manifestado sus sentimientos, y aun la voluntad del Sr. Don Fernando VII, al General Guillelmi que por esta razón le hizo salir de la ciudad, y aun le amenazó con que daría parte a Murat, no dudó un momento en prestarse a los deseos de los habitantes de Zaragoza adonde se presentó con la diputación y escolta que fue a sacarle del retiro en que se hallaba algo quebrantado de salud. El día 26 de mayo tomó posesión del mando, que le dio la Real Audiencia presidida por el 2º Comandante General Don Carlos Mori, y concluido este acto con las formalidades de estilo pasaron a cumplimentar y reconocer a S. E. el mismo acuerdo, el M.I. Ayuntamiento, el Cabildo eclesiástico, y las demás Corporaciones; se declaró el Reyno de Aragón constituido en Gobierno militar, y por único jefe Supremo a Don José Palafox y Melzi. Luego que empezó a ejercer su mando convocó a las Cortes Generales, que se reunieron el día 9 de junio siguiente, y fueron presididas por él mismo. En ellas dio cuenta el General Palafox de cuantas disposiciones [21] había tomado, y de las que creía conveniente tomar: entre éstas fue la primera «que se nombrase una Junta para proponerle y deliberar todo lo conveniente al bien de la patria». Después de enteradas las Cortes de todo cuanto se había ejecutado y dispuesto hacer por el General Palafox, lo aprobaron, le manifestaron su satisfacción y gratitud, y le aclamaron y reconocieron unánimemente por Capitán General y por Gobernador político y militar del Reyno. Nombraron en seguida la Junta Suprema de gobierno que había propuesto y debía presidir Palafox, y eligieron para ella a los señores D. Antonio Cornel, Obispo de Huesca, D. José Villa y Torre, Conde de Sástago, D. Pedro María Ric y Marqués de Fuente Olivar, y nombró su Excelencia a instancias de las mismas Cortes que lo dejaron a su arbitrio, por Secretarios a los señores D. Vicente Lisa y Barón de Castiel. Esta Junta no llegó a ejercer sus funciones, porque una gran parte de sus individuos se fugó antes de acercarse los franceses a la Capital, sin dar noticia de su paradero ni haber vuelto a presentarse para ejercer sus funciones, hasta que pasado el riesgo lo hicieron algunos de resultas de un decreto en que se declaraban por bienes nacionales los de aquéllos que debiendo concurrir más que otro alguno a la defensa de la patria y de sus propiedades, se habían fugado dejando al cuidado de los demás la conservación de su patrimonio. He aquí el motivo de no haber habido Junta en Aragón, y el gran mérito de Palafox y de los que tuvieron el honor de trabajar a su lado, en resistir solos al tirano sin desmayar con el funesto ejemplo de los que huyeron. No debo pasar aquí en silencio ya que V. indica de que Palafox lo hacía todo a instancias de otras personas; que esas personas supieron contrarrestar el influjo y extravío de opiniones de algunos hombres de gran reputación y Aragoneses, que atacando los sagrados derechos del pueblo aconsejaron con vehemencia a aquel general Patriota que no reuniese las Cortes convocadas y que hiciese salir de la capital a los Diputados que se hallaban ya en ella. El Sr. Arcipreste Pueyo [22] que se halla en Mallorca y en quien concurren, según mi modo de pensar, la probidad y el patriotismo unidos al discernimiento e ilustración, y el Mariscal de Campo D. Fernando Butrón, podrán decir cuánto trabajé el día 8 de junio y en los anteriores para evitar aquel funesto influjo y aquellas opiniones equivocadas; y los Señores D. Pedro Silves, y D. Miguel Villava, oidor jubilado, que llamados a conferenciar conmigo a presencia del General oyeron mi modo de pensar y la pureza de intenciones que a este respeto animaban al General Palafox, podrán decir algo sobre este particular.
Si fue nombrado por tercer representante de Aragón para la Junta Central el Sr. Conde de Sástago y no tuvo efecto, después en la gazeta de Zaragoza del 5 de septiembre se expresaron los motivos en la forma siguiente.
«En el día 3 fueron convocados a casa del Sr Capitán General, para que prestase en manos de S.E. el juramento de diputado D. Lorenzo Calvo, los señores Regente de esta Real Audiencia, dos individuos del ilustre Ayuntamiento, dos del mui ilustre Cabildo de la santa Iglesia Metropolitana, los lumineros de las parroquias, y varios oficiales del ejército vecinos de esta ciudad, y congregados recibió S.E. el juramento de esta forma: (sigue el juramento). Concluido el juramento que antecede, manifestó S.E. a la Junta, que para evitar todo motivo de dilación por si las demás provincias habiendo nombrado solo dos diputados se oponían a que por parte de Aragón fuesen tres sin embargo de que no se había fijado entre ellas número determinado, creía conveniente ocurrir a esta dificultad que tal vez no habrá por las razones que S.E. indicó; y en consecuencia declaró que si el número de diputados de Aragón hubiese de reducirse a solo dos lo serían D. Francisco de Palafox y Melzi y D. Lorenzo Calvo de Rozas, a quienes nombró solos desde un principio como ya indicó en la Junta celebrada en 17 del próximo agosto; pues aunque gustoso lo hizo también del Excmo. Sr. Conde de Sástago [23] fue porque S. E. manifestó los deseos más vivos de emplearse y trabajar a beneficio de la patria en esta comisión, a lo que condescendió el Sr. Capitán general apreciando la sinceridad y buenos sentimientos del Sr. Conde.
EI Intendente oída esta indicación pidió a S.E. que tuviese a bien exonerarle del cargo de Diputado en el caso de que hubiesen de ser solo dos los que concurriesen a la suprema junta Central, quedando el Señor Conde de Sástago; mas sin embargo sosteniendo su primera elección insistió el Excmo. Sr. Capitán general en lo que ya había declarado y quedó elegido así por S.E. como por los demás señores concurrentes el expresado D. Lorenzo Calvo, para uno de los dos Diputados de Aragón en caso de que no hubiesen de concurrir y votar los tres.»
Si esto no bastase a satisfacer a V., a V. u a otros que con razones que lo sean, me lo manifiesten, podré responderles con otros documentos posteriores que conservo.
Continúa V. desde el fin de la página octava pretendiendo que el 15 de junio no ejercí mando, y, como si V. se hubiese hallado allí, habla de un oficio pasado por el General al Ayuntamiento a las 10 de la mañana. Ese oficio con otro que incluía para el Teniente de Rey Bustamante lo recibí yo el día 17 de junio, y se leyó en una junta compuesta de individuos de la Real Audiencia, del Ayuntamiento, y del mismo Teniente de Rey. Los señores D. Pedro María Ric y D. José Larrumbide, Oidor el 1º y Fiscal el 2º de la Audiencia, residentes en Cádiz, y D. Ángel Morel de Solanilla, Teniente Corregidor entonces y hoy Ministro de la Audiencia de Sevilla, podrán informar a V. de lo ocurrido en aquella junta a que concurrí yo sin haber sido llamado y también de los motivos que tuvo para exigir que constasen la opinión de la Audiencia manifestada por su Regente, y las de algún otro de los concurrentes a ella: y entretanto que V. presenta ese oficio de que habla le convido, para no hacer más larga esta contestación, a que lea lo que ya publiqué en 6 de Agosto de 1811 respondiendo al Señor Marqués de Lazán [24]. Allí verá V quién mandaba y quién acordó las providencias para la defensa de la Ciudad en la noche del15, si Bustamante o yo. Si V. estaba como supone en Zaragoza, si no estaba a la sombra de algún caño o subterráneo, o si no se ausentó acompañando algún señorito, pudo y aun debió saberlo y verme en la tarde y en la noche del día 15 de junio recorriendo las puertas y los puntos atacados de la ciudad, como se hará más notorio cuando tengamos la fortuna de ver libre de enemigos aquella ciudad, y de descubrir verdades que se ignoran o se callan. Habla V. de haber sido después perseguido el teniente de Rey Bustamante, y atribuye su desgraciada muerte a aquélla que V. llama persecución. Ha debido V decir que murió en 1809 en el partido de Alcañiz después de rendida Zaragoza, sin atribuir su desgracia a quien le libertó de otra igual.
Desde el fin de la página 9 hasta la línea 27 de la 10, dice V. que si podrá ser cierto no me fugué el día 15 de Junio, lo hice a las 10 de la mañana del 4 de Agosto abandonando mi destino y el pueblo, y con este motivo trae V. a la memoria “los beneméritos militares Marqués de Lazán, D. Antonio Torres, y D. José Obispo que viven y vivirán eternamente en la memoria de los Zaragozanos que contuvieron el desorden, reunieron y animaron el paisanaje para continuar la defensa que proporcionó con gloria, para que yo que había salido en la apariencia para traer socorros pudiera volver a la ciudad». V. no apreciará más que yo el mérito verdadero de aquellos tres individuos, quiero decir, del Marqués de Lazán, D. Antonio Torres y D. José Obispo, todos tres Aragoneses y todos tres vivos, pero esto no impide que yo atestiguando con los mismos y con algunos centenares más, no me desvíe de la verdad que V. insulta. Díganse las cosas tales como fueron, a fin de que cuando se desocupe Zaragoza, o antes se tenga una idea cierta de lo ocurrido allí. Si me equivoco en referirlo o si he olvidado los acontecimientos de los días 3, 4 y 5 de agosto que tienen íntima relación [25] entre sí, V. u otro cualquiera podrá impugnarme.
El día 3 de Agosto se propusieron los franceses inspirar el terror en la ciudad para realizar el asalto formal del día siguiente: a este fin además de atacar las puertas del Carmen y Santa Engracia, dirigieron sus balas de cañón y bombas sin intermisión todo el día, al hospital general y sus inmediaciones.
Aunque no era obligación de mi empleo acudí desde el amanecer a aquellos puntos, y convencido del inminente riesgo que amenazaba a los heridos y enfermos de ambos sexos que había en el Hospital dispuse desde la madrugada su traslación a un punto más seguro y desviado del alcance de las bombas, señalando para el efecto la casa de la audiencia, en que se colocaron los hombres, y la Lonja de la ciudad que sirvió para las mujeres. Oficié al regente de la audiencia indicándole la necesidad de destinar aquel edificio para hospital, y se negó a franquearle; mas como los fuegos del enemigo dirigidos expresamente contra él, me hacían temer por momentos su ruina, y los gritos y las lágrimas de 700 y más heridos y enfermos que me pedían los librase de la muerte exigían de mí el prescindir de toda contemplación, hice trasladar desde luego a la audiencia y Lonja las camas que tenía de repuesto para el ejército de campaña, con el fin de que los dolientes las hallasen preparadas de antemano, y reuniendo todos los carros y parihuelas que había en la ciudad se comenzó a hacer la traslación a las 10 de la mañana, auxiliándome algunos dependientes de la secretaría de la Intendencia; hice ocupar las bocacalles inmediatas al hospital, y exhorté y obligué a cuantos militares y paisanos transitaban por ellas a que acudiesen a ayudarnos en la operación y no abandoné aquel puesto un solo momento, a pesar de la lluvia de bombas que constantemente estuvieron cayendo a las puertas mismas del hospital y que destruyeron algunos carros, disparándose sus mulas hasta que conseguí poner en seguridad 750 militares y paisanos heridos y enfermos, las enfermas y los niños expósitos que habrían sido víctimas si se hubiese dilatado pocas horas [26] más su traslación por haber arruinado en el mismo día las bombas el hospital.
Mientras me ocupaba en aquel objeto con no pequeño riesgo de morir, otros cuya obligación era más estrecha, descansaban muy tranquilos. La necesidad de tomar alimento a las 5 de la tarde en que se concluyó la operación me hizo pasar al alojamiento de un amigo, y esta casualidad me proporcionó una habitación en la que podría sin riesgo de las bombas descansar en aquella noche, como necesitaba ya después de tanto tiempo que no había podido lograrlo, y en efecto a las 12 de la noche del mismo día 3 en que concluí el despacho de los negocios pasé a la casa del Sr. Arcipreste Pueyo en que debía dormir. Apenas me entregué al descanso cuando una porción de paisanos vinieron a avisarme que los enemigos empezaban a atacar por todos los puntos de la ciudad, y que era preciso acudiese a ellos. No sé si irían también a despertar a los señores Marqués de Lazán, Torres y Obispo, pero V. sabrá tal vez por qué razón, sin ser yo militar ni Aragonés, se reclamaba mi asistencia en ésta como en otras muchas ocasiones. Acudí en efecto donde el riesgo lo exigía, y lo mismo hizo el General Palafox. Pudiera ahora preguntar a V. Sr. impugnador por ironía, quiénes fueron los que desalojaron del Jardín Botánico a los primeros franceses que penetraron por aquel punto. Pudiera extender la pregunta a saber quiénes se expusieron más en la mañana de aquel memorable día que el General Palafox, y los que le acompañaban, pero me limitaré a lo que tiene relación con los mismos que V. cita en su papel. D. Antonio Torres, luego que penetraron los franceses en la ciudad se retiraba con algunos fusileros a las 10 de la mañana por la calle de Santa Engracia y yo mismo le hice detener y volver hacia el enemigo en mi compañía, a pesar de que pretextó la necesidad de desayunarse; yo evité su retirada y la de algunos otros que le seguían. Se hizo frente así al enemigo y se le contuvo largo tiempo sin poder adelantar un paso, sufriendo el fuego de cañón y fusil en la calle de Santa Engracia hasta que, [27] habiéndosenos volado el repuesto de cartuchos, penetró hasta la calle del Coso. Allí me mantuve, y allí vi muy de cerca la infantería enemiga que encarándome el fusil desde la puerta de San Francisco y el hospital me obligó a entrar en la calle de S. Gil acompañado del Teniente Coronel D. Justo San Martín, residente en Cádiz. Allí excité a algunos clérigos, religiosos y paisanos para que acudiesen a rechazar al enemigo, puesto que de otro modo serían infaliblemente víctimas de la ferocidad enemiga. Me dirigí después a la casa del General, cuyo paradero ignoraba, y se me dijo en ella que estaba con los demás Generales y su Estado-mayor en S. Lázaro, adonde pasé para informarle del estado y progresos del enemigo. Al llegar al puente advertí el desorden con que se retiraban por él muchos que podían hacer frente al enemigo. Di orden al artillero para no permitir la retirada sino a las mujeres, ancianos y niños, y en efecto así se verificó, colocando a la entrada del puente un cañón. Informado de no hallarse en S. Lázaro el General, hice entrar en la ciudad todos los paisanos y tropa que había en el arrabal como en número de 600 hombres, que ya no eran necesarios a la izquierda del Ebro, y después de anunciar solemne y públicamente que iba en alcance del General en jefe, de los demás Generales, Jefes de Estado-mayor y oficiales que le acompañaban, prometí que en la mañana del siguiente día vendríamos en auxilio de la ciudad con las tropas de línea que estaban detenidas en Pina. Con esta promesa, que se cumplió, partí del arrabal a las 4 ½ ó 5 de la tarde en toda diligencia; me reuní con el General en las inmediaciones del Barranco de Osera, y enterado de la situación en que dejaba la ciudad, de la obstinación con que se defendía, y de mi promesa de socorrerla en la mañana siguiente, despachó en el momento dos Ayudantes con orden a los comandantes de las tropas detenidas en Pina, que lo eran el capitán de guardias Españolas D. N. Manso, y el Coronel del 2º Batallón [28] de voluntarios de Aragón D. Luis Amat y Terán para que en el instante mismo de recibirla se pusiesen en marcha hacia Osera. Llegamos a esta Villa a las 8 ½ ó 9 de aquella misma noche: propuse al General y se acordó desde luego dar en aquella misma noche aviso a Zaragoza de que en efecto sería socorrida en la mañana siguiente: se ofrecieron para ello dificultades que en concepto de algunos eran insuperables como podrán testificarlo el Brigadier D. Francisco Xavier Osuna, Jefe del estado mayor, el General D. Fernando Butrón primer Edecán de Palafox, y otros muchos oficiales que se hallaron presentes: mas se allanaron todas, porque D. Emeterio Celedonio Barreda que pocos días antes, y abriéndose paso por medio la línea enemiga había salido en busca de aquellas tropas, se ofreció voluntariamente a entrar en la Ciudad aquella noche, venciendo cualquiera dificultad si se le daba un guía que conociese bien el camino. En efecto, habiéndole acompañado en calidad de tal el tío Jorge, capitán de la Guardia de Palafox, salió de Osera a la una de la madrugada y entró en Zaragoza antes de las 4 ½ de la misma mañana del día 5 habiendo causado su entrada un jubilo y entusiasmo extraordinario en el pueblo, y evitándose con ella que los señores D. Antonio Torres y D. José Obispo, y otros tuviesen la molestia de reunirse en junta a las 9 de la mañana como acordaron en la celebrada en la noche del 4 para asuntos de la mayor importancia, que yo sé, y que si V. ignora podrán explicarle el comisario de Guerra D. Vicente Camacho residente en Cádiz y el Ministro de la audiencia de Sevilla D. Ángel Morell de Solanilla, vocales de aquella junta Nocturna. Al propio tiempo que el coronel Barreda (residente en Cádiz y Brigadier de los Ejércitos nacionales) se pusieron en marcha las tropas que llegaron de Pina a Osera en la misma noche del 4 y también el General en Jefe con los Generales Lazán, Butler y demás jefes y oficiales. Yo, que en la noche del 4 pasé orden a todos los pueblos de la inmediación de Osera para que concurriesen con víveres, carros y acémilas [29] en que conducir los que había reunidos allí, me puse en camino a las 8 de la mañana del día 5 luego que empezó a caminar el convoy con la escolta que reservé de solos 12 soldados y aquellos que en corto numero pude reunir de los atrasados en la marcha. Al llegar a la Puebla de Alfindén fui avisado por un paisano de que un cuerpo de cien lanceros Polacos y 300 infantes se hallaban emboscados en las inmediaciones para atacar el convoy; me añadió que sólo 600 hombres habían entrado en Zaragoza al mando del Gobernador Marqués de Lazán, y los 1400 restantes se habían dirigido con el General a Villa-mayor. En tal situación, distante dos leguas de Villa-mayor, y con 400 franceses a la vista que no solo podían ponernos en desordenada fuga si nos atacaban con su caballería, sino que era forzoso se apoderasen del convoy de víveres que ocupaba un 4º de legua, y cuya entrada era tan necesaria ya en la Ciudad como 50 sacos de pólvora que venían en él; tomé el partido único que podía adaptarse; y aunque muy arriesgado, se logró con él, imponer y burlar al enemigo, cuya caballería cuando lo advirtió por más esfuerzos que hizo no pudo alcanzarnos ni apoderarse del convoy, que entró en Villa-mayor casi al mismo tiempo que los lanceros Polacos que nos perseguían, y fueron ahuyentados por las tropas que se hallaban allí con el General en jefe y su estado mayor. El teniente Coronel D. Justo S. Martín y el Comisario de Guerra D. Vicente Noval y Camino, residentes en Cádiz, y los Oficiales de la Secretaría de la Intendencia que me acompañaban podrán decir a V., si lo ignora, las fatigas y los riesgos que superamos en aquel memorable día y en los dos siguientes que nos detuvimos en Villa-mayor para reunir las tropas de Perena y los víveres y ganados que se requirieron del partido de Huesca y pueblos inmediatos y entraron con nosotros en la capital en la mañana del 8.
Desde la línea 28 de la página 10 hasta la 13 reduce V su impugnación a dos puntos, el 1º de persuadir que no han existido conspiraciones ni he podido ser objeto de ellas, [30] y el 2º a hacer la defensa del coronel D. Rafael Pesino, gobernador de las Cinco Villas, que fue pasado por las armas en Zaragoza. Responderé a V. sobre los dos puntos. Queda demostrado ya que hubo conspiraciones durante el primer sitio de Zaragoza, y si fuese conforme a mis sentimientos el descubrir cosas de cuya publicación ningún bien resulta al Estado, señalaría aquí los documentos originales que existen en el gobierno y lo acreditan. Haría mención también de otros que tuve en mis manos en Zaragoza y que ni V. ni cuantos le han suministrado noticias han leído, pero para que el público se penetre de que el general Palafox y yo no solo tuvimos noticia de cuanto proyectaban y hacían respecto a Aragón los franceses, y los españoles degradados que los servían por la correspondencia publica de Madrid, de Bayona y de las Provincias de Castilla, Vizcaya, Aragón, Navarra y Cataluña que se interceptó, sino también por avisos directos de patriotas y confidentes que nos lo avisaban desde Madrid, citaré un solo caso fácil de averiguar en Cádiz. Los individuos que eran de la junta Suprema de Valencia, a saber D. José Canga Argüelles, D. Vicente Cano Manuel, el Barón de Antella, D. Manuel de Villafañe, D. Vicente Tomás Traver, D. José Antonio Sumbiela, el Padre Rico y D. Narciso Rubio que se hallan en Cádiz, podrán decir si se acuerdan de haber recibido en el mes de junio un extraordinario de Palafox remitiéndoles copia de un aviso confidencial de Madrid en que se le participaba la salida de aquella Corte a Valencia de algunas personas condecoradas con comisión de Murat y oficios de sus ministros expresando el objeto de la comisión, el día y la hora de la salida y aun el traje y ruta que debían llevar. Podrán decir también si se acuerdan de que en virtud de aquel aviso exacto en todas sus partes fueron presos los Emisarios. Sepa V. para su satisfacción que además de otros muchos papeles que tal vez existirán originales en Zaragoza, tengo en mi poder uno, también original, que me escribió en fines del mismo mes de Junio cierto Satélite de los franceses, principal ministro de Murat y de José en que [31] (aunque pobre trompeta y no Aragonés) trató de seducirme y de exhortarme de oficio y reservadamente a abrazar su infame partido. Sepa V. también que cuando me hallaba en la Junta Central, y ésta en Aranjuez, aún me prodigaba el tirano Bonaparte sus favores, y en uno de los Monitores insertó para engañar al mundo según su política peculiar la siguiente noticia. «La Junta, decía (hablando de la Central) aunque compuesta de muchos individuos, está dominada como toda corporación numerosa por muy pocos. Entre estos se cuenta D. Lorenzo Calvo que de mercader de especias de Zaragoza, ha sido elevado al tratamiento de Excelencia y a un sueldo de 60.000 pesetas anuales. Cuando sus compañeros se resisten a hacer lo que les propone se asoma a los balcones del Palacio, grita llamándoles traidores; se amotina el pueblo y todos sus compañeros firman por temor». La gazeta de Londres contestó a esta farsa Napoleónica, haciéndole ver que yo no era Aragonés, ni había estado en Zaragoza, y sí un negociante de Madrid bien acreditado y conocido en Francia y en Inglaterra. Sepa V. también, Señor impugnador por mal nombre, que nada ha incomodado a Bonaparte ni trastornado más sus planes de conquista, que la heroica defensa de Zaragoza, y el artículo 2º del manifiesto de Palafox de 31 de Mayo de 1808, que el Almirante Collingwood, Comandante en jefe de la escuadra Inglesa del Mediterráneo, remitió al Archiduque Carlos. Lea V. en el ambigú de 20 de Mayo de 1809, la nota que el conde de Meternich, Embajador de Austria en París pasó en 22 de julio al Ministro Champagni y fue el principio de las desavenencias que produjeron la guerra de Austria. Lea V. el boletín 33 del ejército de España que se copió de la gazeta francesa de Madrid de 16 de Marzo de 1809, y decía: «Zaragoza ha sido el centro de la sublevación de España y en ella existía el partido que pretendía llamar a un Príncipe de la casa de Austria para que reinase en el Tajo. Los secuaces de este partido habían heredado de sus mayores esta opinión desde el tiempo de la guerra de Sucesión; pero desde ahora queda sofocada para siempre».
[32] V. olvidado de que es impugnador a fuerza de presentar como una farsa el primer sitio de Zaragoza, emplea cerca de tres páginas en defender a Pesino porque según V. no era delincuente por consultar a Murat si debía ser español o francés, ni por brindarse a servirle y poner en ejecución sus proyectos auxiliado de otros que eran también afectos a Murat, ni por no querer reconocer lo que la voluntad general del pueblo Aragonés y el de toda la nación Española habían declarado solemnemente, lo que las leyes patrias y el honor individual exigen de cualquier ciudadano, porque dejó de hacer lo que de los 26 millones de individuos que componen la nación española tal vez no hubo uno solo que resistiese, si se exceptúan aquéllos que se venden al que mejor les paga, y en fin porque no se sintió animado de un deseo ardiente de defender la libertad y la dignidad Nacional tan vilmente atacadas por el tirano. Bien se infiere del modo con que V. se produce, que si V. debiese juzgar a los 28 que por decreto del 2 de mayo de 1809 fueron declarados reos de alta traición les absolvería; y ciertamente yo no sé quién sería más delincuente si estos 28 que no se hallaban en país libre, o Pesino que vivía en medio de los patriotas Aragoneses. No vi su proceso ni tuve la menor intervención en él; sé que se formó y substanció por la comisión militar; sé que Palafox es hombre que a su notoria probidad une la cualidad de indulgente, como lo acreditó bien en dos causas célebres que omito nombrar por consideración a las familias de los reos; sé que el General Palafox no tomó por fuerza el mando como V. tiene la osadía de suponer; sino buscado y rogado por el pueblo y en los términos que quedan referidos, y sé en fin lo que contenían los oficios y las cartas del Decano del Consejo D. Arias Mon y Velarde y D. Sebastián Piñuela, a quienes V. saca a lucir habiéndolo yo omitido; lo sé porque las leí antes de que pasasen a la comisión o Junta militar y en prueba de ello pregunte V. a los mismos individuos que la componían si se acuerdan de las quejas amistosas que uno de ellos daba a Pesino porque no había [33] dirigido por su conducto y con preferencia al otro el espía propio o conductor de sus cartas y oficios para Murat que le dispensaba protección y a quien el tal benemérito Señor merecía la mayor confianza, añadiendo que en vez de haberse detenido el espía tres o cuatro días, si se hubiese presentado a él con preferencia, habría sido despachado al momento con la respuesta a S.A. I. y R. Recuerde V. esta especie a alguno o a todos los individuos de la comisión militar, si V. los conoce, por si se les vienen a la memoria estas especies y no se aflija V. que si el proceso original y estos documentos no parecen, con el tiempo acaso se encontrarán en Zaragoza otros documentos que tengan relación con ellos y acrediten la circunspección y la benignidad con que en éste y otros negocios criminales se condujo el General Palafox. En Cádiz se hallan los señores D. Diego María Badillos y D. José Miguel Serrano, sus auditores de guerra, y D. Pedro María Ric, a quien comisionó para ver y terminar las causas de los presos de la Cárcel, y podrán decir cuál era el modo de pensar y el espíritu benéfico y excesivamente compasivo del General D. José Palafox. En 14 de septiembre estableció un Tribunal de seguridad pública para conocer y juzgar los delitos «de traición contra la patria, sublevación contra las autoridades, adhesión calificada al gobierno francés y cuanto se dirigiese a turbar la tranquilidad pública», nombró para él al mismo D. Diego María Badillos, a D. Rafael José Amandi y D. José Ruiz de Celada, Ministros de aquella Audiencia «que debían substanciar y fallar los procesos con arreglo a las leyes sin omitir todos los trámites de esencia del juicio para que no peligrase la inocencia» ¿Y quién sabiendo esto podrá oír con indiferencia la imputación escandalosa que V. intenta hacer al desgraciado Palafox? ¿A aquel benemérito español que tuvo la moderación de no admitir el mando de Cataluña, Castilla y Alcarria, que se le ofreció por oficios y por medio de diputaciones en los primeros días de nuestra gloriosa revolución? ¿A aquél que lejos de aspirar a la independencia en el gobierno militar [34] y supremo del Reyno de Aragón que ejercía, y lejos de dar mayor extensión a su mando, fue el primero en España que convidó el 31 de mayo a todas las provincias a reunirse y organizar un gobierno general y supremo? ¿A aquél que aun antes de estar admitido este gobierno le reconoció y le obedeció y a una sola insinuación suya envió en socorro de Cataluña seis mil hombres a las órdenes del Marqués de Lazán en septiembre de 1808? ¿A aquel Palafox que habiendo sido uno de las víctimas comprehendidas en la causa del Escorial fue acaso el único que exigió por ello una satisfacción de Carlos IV y no quiso sin ella admitir los papeles que le fueron interceptados? ¿A aquel que hace 5 años gime en una prisión en Francia y es víctima de su amor a la patria y de su heroica fidelidad? ¿Y a aquel Aragonés en fin que promulgó en Zaragoza el día 20 de septiembre de 1808 un decreto que le hará honor en todos los tiempos y que no debe borrarse de la memoria de sus paisanos?
Dice V. magistralmente en las líneas 32 a 39 lo siguiente: «Pero vamos despacio. En primer lugar vaya una preguntilla de paso. ¿No nos dirá el Sr. Calvo por qué calla, pues lo sabe tan bien como yo, que el propio a quien se ocuparon en Almazán las cartas que llevaba para D. Rafael Pesino, traía otras de igual contenido para otro personaje? Pues la razón era la misma sino que si lo hubiera dicho se acababa la ilusión. Harto me he explicado Sr. D. Lorenzo». Yo respondo de paso. Se equivoca V., falta V a la verdad; el propio no llevaba cartas ni oficios para otro personaje, a lo menos la Junta de Almazán y la de Soria no los interceptaron ni remitieron a Zaragoza. Haga V. otra pregunta suelta también de paso al que le ha ilustrado con noticias tan frescas como ajenas de verdad. Dígale si residía en Sos el personaje y si sabe que el espía o propio salió de Sos, fue a Madrid y volvía de Madrid a Sos. Si no quedan Vds. convencidos de su equivocación, cuando gusten impugnen Vds. sin ocultar su nombre esta verdad, y veremos quién sabe lo que dice.
Concluye V. la página 13 manifestando «que con la pérdida de Zaragoza no se ha perdido la memoria de lo que allí sucedió; que V. no descansará hasta presentar la historia verdadera de los acontecimientos de aquella memorable, pero desgraciada ciudad, o por mejor decir la farsa de su primer sitio, farsa en que cada uno de los actores hablará en su lugar». Aunque esto de farsa y farsantes no me parece aplicable a la heroica defensa de Zaragoza, sin embargo admito muy gustoso el convite, y ofrezco desde ahora oír a V. y a todos los farsantes que se le parecen, anunciar al público sus proezas y grandes servicios, y por mi parte enmudecer y dejar que los que vivan de los 50 mil habitantes de la ciudad, en unión con los de todo el reino de Aragón califiquen mi conducta, analicen mis providencias y digan con la imparcialidad que suele juzgar siempre el público si contribuí tanto como el primero a su defensa y a hacer menos amarga su situación. Entonces que no será necesario, para probar o acreditar lo que conviene apelar a certificaciones de testigos que no fueron, se sabrá por los mismos interesados y cuantos más fueron testigos presenciales, que un clérigo fue quien sin orden para ello excitó al pueblo a que prendiese a todos los franceses sin exceptuar los naturalizados, casados con españolas y con hijos, y aun nietos. Se sabrá por los que lo ignoran que en la tarde del mismo día que fue el 8 u 10 de Junio, informado del desorden que asomaba ya con este motivo, pasé al castillo en compañía del coronel Don Fernando Butrón y de otro oficial y hallamos en el tránsito algunos franceses que los paisanos conducían a la prisión maltratados y aun heridos a causa del tono imprudente y altivo con que se resistían y se explicaban. Se sabrá, sin necesidad de certificaciones, el compromiso en que me vi, y las razones que hube de exponer al pueblo enfurecido contra ellos para evitar que fuesen victimas del encono que ellos mismos provocaron en algún modo, no queriendo ir ni entrar en el castillo. Entonces se sabrá también que al salir de mi casa en fines de Junio acompañado [36] de dos personas que viven en país libre se me presentó un paisano con chaqueta fusil y canana, y en presencia de los que me acompañaban y aun de los soldados de la guardia, me dijo a la puerta, que venía a darme noticia de que iba a matar una porción de traidores que había en una casa entre los cuales se hallaban dos generales franceses escondidos. Me sorprendió la novedad, y acordándome de que durante quince días había estado recibiendo traidores que el pueblo prendía y me llevaba para que los castigase, y de que semejantes prisiones a mejor diré acusaciones eran producidas muchas por resentimientos personales, por la envidia y otras pasiones ruines, al paso que otras eran efecto de la ignorancia pero dictadas por la buena fe: acordándome también que habían sido presos y me habían presentado como traidores hombres beneméritos y patriotas los más decididos, a quienes felizmente pude salvar del furor del pueblo y sus mal entendidas traiciones, contesté al paisano, que me era desconocido, que él no tenía derecho de matar a otro aun cuando fuese traidor, pues que para ello estaban establecidas las leyes y las autoridades. Le pregunté quién era, y quiénes los traidores y los generales franceses para asegurar sus personas, averiguar la verdad y castigarlos si fuese cierta sus sospecha. Me contestó que él era un clérigo; que el traidor era D. Pedro Lapuyade y que en su casa estaban escondidos varios traidores y generales franceses, a lo que le repuse que no creía fuese verdad ni lo uno ni lo otro, y que su cabeza sería responsable si se cometiese el asesinato de que hablaba. Apenas oyó esta intimación se despidió sobrecogido, diciéndome iba presuroso por si llegaba a tiempo de evitarlo pues que había enviado ya su gente a realizar la matanza, y temía no poder ya impedirla, como en efecto habría sucedido si hubiese llegado algunos minutos después, puesto que ya su gente había asaltado la casa.
Entonces se sabrá que ese mismo clérigo en el siguiente mes de julio trató en una noche de sacar gente de la que guarnecía las tapias y baterías y de alborotarla contra los franceses y que en el acto de intentarlo fue arrestado y puesto en prisión [37], y entonces el proceso mismo, o los individuos del tribunal que actuó en él harán notoria la causa de haberse sobreseído. Entre tanto los auditores Badillo y Serrano, residentes en Cádiz, y los ministros de la audiencia, Amandi y Celada que en unión del primero componían el tribunal podrán decirlo también.
Yo quisiera, Señor embozado, saber qué junta de vecinos encargada de la policía de la ciudad se disolvió en Zaragoza arrestando y persiguiendo a tres de sus individuos, pues en mi tiempo no conocí semejante junta de Policía, ni después de mi salida de Zaragoza tengo noticia de que se hubiese formado otra que la que se anunció por carteles en 26 de octubre, compuesta de los Señores Curas y diputados de las Parroquias presidida por el canónigo D. Domingo Izquierdo, cuyo cargo se reducía a examinar las solicitudes para obtener los Escudos de distinción y los de honor que conforme al decreto publicado en la Gazeta del 16 de Agosto debían adjudicarse a los que los mereciesen, por acciones distinguidas los primeros, y por haber concurrido constantemente y con las armas a la defensa de la ciudad los segundos, o de honor que llevan la inscripción de defensores de Zaragoza. Este objeto nada tiene que ver con la policía ni yo tengo noticia de que se disolviese aquella junta creada por Palafox, ni por consiguiente que se arrestase y persiguiese a tres de sus individuos porque opinaban no se sobreyese, según V dice, en la causa del clérigo tan enemigo de los franceses establecidos en Zaragoza.
V. trocando los frenos ha entendido mal sin duda lo que le han dicho acerca de juntas, a la manera que se equivoca de buena o mala fe en cuantas materias toca en su panegírico. No es V. el primero que con imposturas ha pretendido fascinar en esto de Juntas de Aragón, y quiero desengañar al público sobre este particular. Queda dicho ya que la junta que nombraron las Cortes el día 9 de junio a propuesta del General Palafox no llegó a ejercer sus funciones por haberse dispersado y puesto en fuga muchos de sus constituyentes antes de celebrar la primera sesión [38]. Así es que en Aragón no hubo más junta Suprema que la de Hacienda formada en el mes de julio, de que fui Presidente, compuesta del Canónigo D. Elías Xabier Lanza, a quien sucedió D. Pelayo de Uriarte: el M.R.P.M. Fr Felipe Andrés, el Contador de Ejército D. Ventura Elorduy, el tesorero D. Tomas La-Madrid, el Administrador General de Rentas D. Pedro Cornel, los señores Marticorena, Pescador, Goicochea, Comerciantes, y D. Vicente Lisa individuo del Ayuntamiento, siendo su Secretario D. Eusebio Ximenez que lo es en la actualidad de la junta Superior de Aragón: esta junta y la militar son las únicas que conocí y ejercieron sus funciones y no hubo otra alguna hasta la instalación de la Central.
El día 25 de junio se agregaron a la junta militar 6 u 7 individuos no militares, para que ayudándola en sus tareas le comunicasen sus luces. Los individuos agregados lo fueron en virtud de propuesta mía hecha en Junta General a que concurrieron todas las clases del pueblo, quien dejó a mi arbitrio la elección de sujetos, y a pesar de mi resistencia a nombrarlos porque no conocía las personas que podrían ser más a propósito, condescendiendo con los deseos de los concurrentes hube de nombrar tres o cuatro de los vocales agregados que fueron (si no me equivoco) el Oidor D. Sebastián Piñuela, el Cura de San Felipe D. N. Laporte, D. Felipe de San-Clemente y otro Sacerdote de cuyo nombre no me acuerdo, que junto con el Canónigo D. Tomás Arias y otros dos más fueron agregados a la Junta militar para los fines indicados. Estos mismos Señores, de los cuales se hallan en Cádiz y Mallorca según noticias tres, Arias, San Clemente, y Laporte, podrán testificar la dimisión que hice de mi destino de Intendente y aun de las causas en que la fundaba. El General Palafox separó en el mes de julio siguiente de la Junta militar a los individuos agregados el 25 de Junio y aun creo arrestó en su casa, pero no persiguió, a tres de ellos. Las causas que para ello tendría, no me sería difícil atinarlas, pero los interesados no creo hayan tenido el más leve motivo [39] de queja del General Palafox. Lea V. la Gazeta extraordinaria de Zaragoza de 5 de septiembre que le convencerá de esto mismo, y que poniendo en claro el honor de los arrestados indica bastantemente lo que influyó en aquella medida política y necesaria.
V. concluye su papel vindicando1 según dice, la buena memoria de su Mecenas, y desbaratando mis proyectos de engrandecimiento. Puede V. remitir su llamada impugnación a Zaragoza, que no le faltarán medios de hacerlo con seguridad, para que tengan sus amigos y la Señora Marquesa esa satisfacción, y encargue V. de paso, acompañando esta respuesta mía, que se hagan cuantas averiguaciones sean posibles en comprobación de las verdades que llevo dichas, para desmentir las imposturas y desvergüenzas de V.
Para cuando llegue el caso de hablar cada uno en su lugar, no será malo que proponga V. también los seis problemas siguientes, cuya decisión podrá servir de fin a la farsa en que V., y otros como V. harán su papel de farsantes.
1º: A quién se debió la abundancia de comestibles y la equidad en sus precios durante el primer sitio de Zaragoza.
2º. Quién influyó más, directa e indirectamente a prolongar y sostener la heroica resistencia que hicieron sus naturales.
3º. Quién proyectó o dispuso los medios de adquirir fondos para la subsistencia y equipo de las tropas que se levantaron, y para pagar con puntualidad los sueldos de empleados, y viudas, con expresión de los planes presentados al efecto.
4º. Quién en lo más apurado de todos los ataques o asaltos del enemigo se presentó voluntariamente y de los primeros al riesgo, e hizo volver cara a algunos de los que se retiraban en el momento más crítico, principalmente en los días 1, 2 y 10 de julio, 3 y 4 de agosto.
5º. Quién fue el que el día 29 de junio hizo retroceder nuestra artillería y tropa que se retiraba desde las inmediaciones del puente de la Huerva, al Monte Torrero y situándola allí, y haciendo de artillero, desalojó y ahuyentó los enemigos que iban a posesionarse de aquel importante punto.
6º. Quién fue el que en [40] medio de las delaciones más atroces, dictadas por el furor, la ignorancia y los resentimientos personales, no hizo sufrir a la inocencia, y preservó de los males consiguientes en el principio de una revolución, a un sin número de ciudadanos apreciables.
Cádiz 8 de Abril de 1813. Lorenzo Calvo de Rozas.
[41] NÚMERO PRIMERO.
SEÑOR= Constan ya a VM. los esfuerzos que de un tiempo a esta parte está haciendo la junta de Valencia con las demás del Reino para inclinarlas a que se opongan, ya a la convocación de Cortes y ya también a que tengan efecto las determinaciones de V M. con el fin de ejercer funciones que son propias de la Soberanía. La junta de Aragón atenta solo al bien de la Monarquía y celosa del cumplimiento de las órdenes expedidas por VM. se ha separado del dictamen de la de Valencia, a lo que ha contribuido eficazmente el buen juicio, discernimiento, y sanidad de intenciones de su Presidente D. Valentín Solanot, como advertirá VM. por la copia que incluyo del voto que con este motivo dio en aquella junta superior con fecha 6 del presente mes, voto que han seguido sus dignos compañeros [Nota de Calvo: Léanse en el primer cuaderno del manifiesto de la Junta Central, donde se insertaron desde el folio 40 al 47, así el voto de Solanot como el oficio de la Junta superior, de 16 de noviembre]. No puedo menos con este motivo de exponer a VM. que el expresado Solanot es el Regidor más antiguo de la ciudad de Zaragoza, que desde el principio de nuestra revolución manifestó el más ardiente patriotismo; que en principios de Junio del año fue comisionado a la Provincia de Cataluña y encargado de es tender allí la proclama y decreto de 31 de Mayo, de conferenciar con los ingleses y entregarles cantidad de ejemplares para que los circulasen en Europa, que en seguida pasó a las Islas Baleares para hacer venir las tropas que allí había, como en efecto lo logró habiendo trabajado extraordinariamente para el éxito de esta comisión; en seguida fue comisionado a Inglaterra para establecer y estrechar nuestras relaciones con aquella potencia, y solicitar de ella auxilios de armas y municiones, como lo verificó permaneciendo en aquel reino hasta principios de este año, y que todos estos servicios [42] los ha hecho sin otro interés, ni recompensa que el servir a su patria habiendo tenido la desgracia de que los enemigos le hayan ocupado por esta razón todos sus bienes en Bujaraloz reduciéndole a un estado deplorable en vez del de comodidades y riqueza que disfrutaba. Por todas estas consideraciones y por la probidad y conocimientos de que está adornado, pido a VM. tenga a bien concederle honores del Consejo de Hacienda o la Cruz pensionada de Carlos III, que además de ser una pequeña muestra del aprecio con que VM. mira sus buenos servicios, servirá de estímulo a !os demás y de mucha satisfacción a aquella provincia en donde es mirado con la mayor consideración.
= Sevilla 27 de Noviembre de 1809. = Sr.= Lorenzo Calvo de Rozas.
NUMERO SEGUNDO
Copia de los oficios de la Junta Suprema de Hacienda y del Intendente Interino D. Mariano Domínguez al avisar a D. Lorenzo Calvo el recibo de la instrucción que dejó a éste, fiando el sistema adoptado que debía seguir durante su ausencia.
Con el mayor aprecio ha recibido, y visto la junta Suprema de Hacienda el atento oficio, que con esta fecha se ha servido VS. dirigirle acompañado de la sabia instrucción, que le ha parecido dejar a la misma, para su mejor y más acertado manejo en la expedición de negocios que ocurran durante la precisa ausencia de VS.
Al paso que la Junta siente la temporal separación de VS. para el importante encargo, que lleva, y de que puede resultar tanto bien a este Reyno, le debe asegurar, que tendrá por regla invariable de sus operaciones el plan y sistema, que le deja minutado y apreciando como debe las expresiones, que le merece, desea a V S. el viaje más feliz, y que prosperen sus benéficos designios.
[43] = Dios guarde a VS. muchos años. Zaragoza 5 de septiembre de 1808. = M.I.S. Por la Junta Suprema de Hacienda del Reyno. = Mariano Domínguez = M.I.S. D. Lorenzo Calvo, Intendente de este Ejército y Reyno. =
OTRO. He examinado el sistema adoptado por V. S. en el ramo de Intendencia, que por copia se ha servido V. S. pasarme con su oficio de hoy, y hallo en sus artículos todas las prevenciones necesarias para mi gobierno en la continuación de su despacho. Las seguiré religiosamente, como dictadas por V.S. que tiene tan acreditado su talento, celo y acierto en las graves e importantes dependencias que han estado a su cuidado; tendré la mayor satisfacción en poder corresponder a la confianza que se ha servido dispensarme, y acudiré al Excmo. Sr. Capitán General en los casos que sea necesaria su autoridad, como a las luces de V.S. durante su ausencia, bien seguro de hallar el acierto a que aspiro, que será mi principal cuidado.
Dios guarde a V. S. muchos años como deseo. Zaragoza 5 de Septiembre de 1808 = Mariano Domínguez. = Sr. D. Lorenzo Calvo de Rozas.
Sistema que durante mi ausencia deberá observarse en la Intendencia de Aragón.
ARTICULO lº Se atenderá con especial cuidado a que tengan su efecto las disposiciones de los decretos de 7 de julio y de 23 de agosto para recoger fondos, y organizar los ramos de Administración.
2º Con igual cuidado se debe atender al cobro de la contribución acordada por la Junta Suprema de Hacienda y publicada con fecha de 30 de agosto.
3º En los empleos que vacasen en el ramo de rentas, se hará que suplan los sujetos más beneméritos o aquéllos a quienes corresponda, sin conferir ninguno en propiedad, con dos objetos; el 1º el de no proveer empleos que tal vez podrían suprimirse, y el 2º el atender a que estos empleos pueden a la conclusión de la guerra servir para premio de los que se han distinguido en ella o quedado imposibilitados de continuar el servicio militar; [44] o el de sus respectivos ejercicios.
4º Igual método deberá observarse en todos los ramos de la Intendencia, para los que podrán suplir sujetos de conocimiento y probidad nombrados ya sin otro comprometimiento que el de contraer mérito o recibir por sus servicios una gratificación que se propondrá después al Sr. Capitán general.
5º Se continuará con la mayor actividad, el acopio de paños y lienzos para el vestuario, cuidando de auxiliar a los que faciliten dichos géneros con algunas sumas capaces de proporcionarles medios de continuar la fabricación y subministro de ellos, sin que resulte el desembolso o total pago de su importe por no permitirlo las circunstancias. Para acelerar la construcción del vestuario se distribuirán cortadas ya algunas prendas a los Lumineros, a fin de que se hagan por los vecinos que se prestaren a ello y se economicen gastos.
6º Las prendas o efectos que no hubiere en Aragón y pudieren traerse de Madrid o de las demás Provincias que no tuvieren comunicación directa ni indirecta con Zaragoza, se me avisará enviándome nota de ellos para proporcionarlos.
7º Se cuidará de acopiar víveres para la tropa y vecindario, y se exigirá de los pueblos ya inmediatos y ya distantes (si fuere menester por medio de comisionados) el apronto de ellos, a fin de que el ejército esté bien asistido, y que recibiendo su ración el soldado sean menos los desembolsos pecuniarios.
8º Como uno de los objetos a que atenderé en Madrid será el de procurarme a préstamo dinero para Aragón, ya de las demás Provincias, ya sobre los caudales de América pertenecientes al Reyno, o bien tratando con el Ministro inglés, se cuidará de mantener el buen crédito y la confianza, contando con estos recursos que tendrán en alguna parte su efecto [Nota de Calvo: En efecto, apenas llegué a Madrid, franqueé de mi dinero propio 173.304 rs. 2 mrs.vn., que se me deben aún, y obtuve del general inglés Doyle 400.000 rs más, que remití a Zaragoza].
9º Si los cuños pedidos para la fabricación [45] de moneda llegan presto a Zaragoza se reducirán a pesos fuertes todas las alhajas de plata de las iglesias, y mucha de los particulares, bajo los competentes resguardos que se darán tanto a las iglesias como a las personas que no la entregasen en clase de donativo. Igual destino se dará a la plata y alhajas existentes en el depósito, que se han ocupado de los ausentes y de las demás personas que han dado motivos a semejantes embargos.
10º Se celará muchísimo la conducta de los comisionados a los partidos para el acopio de fondos y demás objetos, y al paso que se tenga consideración con los que fuesen activos y celosos, se castigará a los que cometieren abusos u otro género de falta grave, suspendiéndolos de sus funciones para que no perjudiquen con su continuación al Estado.
11º Para la revista de Comisario se habilitarán dos o tres individuos más, que con D. Santiago Therreros, las pasen ínterin yo hago venir de Madrid tres o cuatro Comisarios de guerra de los muchos que hay, eligiendo los más inteligentes y honrados.
12º Aunque todos los ramos de la Intendencia sean atendibles, y deberá cuidarse de que no haya atraso en ninguno de ellos, los del pago y provisión del Ejército deben ser a los que se atienda con preferencia. A los oficiales de la Secretaría en quienes estén distribuidos los trabajos de cada ramo, les hago responsables de su buen desempeño, y espero que no excusarán fatiga para llenar este importante objeto, con el celo que hasta aquí lo han hecho.
13º Para todas las disposiciones de entidad y trascendencia, si no fueren de naturaleza de resolverse con prontitud, deberá procederse con noticia y acuerdo del Sr. Capitán general y con conocimiento de la Junta de Hacienda, cuyos individuos están animados del mayor celo y han mostrado siempre un vivo interés en los asuntos que se han deliberado.
En la Aduana existen porción de algodones y otros efectos de contrabando que deben confiscarse; se cuidará de su venta.
Zaragoza 5 de septiembre de 1808. = Lorenzo Calvo de Rozas.
Editado por Paco Escribano
Zaragoza, 10 de julio de 2016