Programa N° 60
Emitido el 23 de Mayo de 2003
Interviene Paco Escribano
La «Revolución» del 25 de Mayo de 1808
Fragmento tomado del Diario de Los Sitios, de Faustino Casamayor. Ed. Comuniter, Zaragoza, 2000
Levantamiento de Zaragoza en 24 de mayo de 1808
Muy por la mañana acudieron varias gentes honradas del pueblo al palacio real donde habitaba el excelentísimo señor capitán general D. Jorge Juan de Guillelmi, pidiendo les entregasen las llaves del Castillo de la Aljafería, las armas y cañones que en él había por noticias que tenían que iban a venir los franceses que estaban en Madrid, y que de orden del lugarteniente de Napoleón Joaquín Murat, su cuñado, se iban sacando de noche para apoderarse de Aragón como lo habían ya hecho de Madrid, Barcelona, Pamplona y otras plazas, y viendo no podían lograr ver a S. E., empezaron a gritar y a subirse, y como no les abriesen las puertas de su habitación las rompieron, a cuya novedad salió S. E. el que, aunque quiso satisfacerles de no poder entregarles lo que pedían no hicieron caso antes lo obligaron a que fuera con ellos a la entrega, lo que no pudo evitar, siendo conducido a pie, llevándolo muy resguardado armados hasta el Castillo, donde después de muchos debates, saliendo responsable de las armas el coronel D. Antonio Torres comandante de Fusileros del Reino y su hermano el teniente coronel D. Gerónimo, comandante del Resguardo, les dio palabra de hacerlas entregar. Retirándose a su palacio, al llegar a la plaza del Portillo le hizo retroceder uno de los paisanos obligándole a volver y diciéndole no saldría del Castillo mientras no se entregaran llaves, fusiles y cañones.
El Real Acuerdo que, convocado por S.E. en su palacio, le estaba esperando con noticia del arresto, se retiró acordando ir al Castillo a la tarde. A cosa de las 3 se dejó ver por las calles un bando compuesto de algunos paisanos con fusiles los que hicieron publicar al pregonero «que todo español acudiese al Castillo a tomar las armas pena de la vida», con cuya noticia se enardeció todo el vecindario y marchó al Castillo, a cuya hora se juntó el Acuerdo con el teniente general D. Carlos Mori segundo comandante general y el ayuntamiento, los cuales reunidos con el general Guillelmi acordaron se entregasen las armas al pueblo y las llaves del Castillo el cual ocuparon inmediatamente haciendo sus guardias con el mayor celo y gritando: «Viva España y la religión». Mas no contentos con esto pidieron también los cañones, balas, y demás pertrechos de guerra, lo cual concedido, trajeron prontamente del cuartel de Convalecientes las cureñas y con ellas sacaron todos los cañones y morteros tirados por ellos mismos por estar los artilleros en su cuartel de orden de su comandante D. Rafael de Irazábal y Guillelmi (sobrino del general). Pero habiéndolo sabido fueron inmediatamente a sacarlos y con ellos adelantaron mucho. Llegada la noche se retiraron el Acuerdo y ayuntamiento habiendo hecho publicar un bando en que se encargaba la tranquilidad y sumisión a las órdenes reales que se fijó en las esquinas, quedándose el general en el Castillo custodiado de los honrados patricios.
Aquella misma noche sabiendo éstos que en el Castillo había un gran repuesto de balas y pólvora, solicitaron se les diese, pero no pudieron lograrlas, amenazaron al general con la vida y, negándoselos, rompieron las puertas del almacén y las sacaron, cuya novedad avisó S. E. al señor regente D. José de Villa, mandando pasasen allí inmediatamente el Acuerdo y ayuntamiento para deliberar sobre lo ocurrido, y que además pedían se les diese de comer y alpargatas. Y habiéndose reunido ambos cuerpos en casa de dicho señor regente, oído el dictamen del señor fiscal D. José Larrumbide fueron de parecer que no se debía ir al Castillo, porque ni las alpargatas, ni el dinero estaban allí, ni debían exponerse a sufrir la misma suerte de no poder salir de él, en cuyo caso no quedaba quien diese las providencias necesarias, que se le contestó a S.E. y que el Acuerdo con el ayuntamiento estaría formado para cuanto ocurriese en la Real Audiencia lo que verificó a las 4 de la mañana trasladándose desde la casa del regente.
Aquella noche en lo restante de la ciudad no hubo ninguna novedad, antes bien mucha quietud.
Día 25
Por la mañana se dieron las armas a los alcaldes de barrio para que las distribuyesen a los vecinos honrados que quisieran tomarlas en defensa de la patria y religión, y se sacaron los cañones al campo por los mismos paisanos. A las 5 de la mañana salió el correo de Castilla al que dejaron pasar. Esta misma mañana pasó un oficio al Real Acuerdo el general Guillelmi en que decía que en atención a estar indispuesto y sin acción pasaba el mando a su segundo el general Mori a quien inmediatamente se le avisó por el secretario de Acuerdo D. Juan Laborda, y habiendo acudido se mandó publicar un bando encargando a los cuerpos y personas pudientes ayudasen al alivio y socorro de la manutención de los honrados defensores de la patria, y el general Mori publicó un manifiesto de que por la indisposición del general Guillelmi había tomado el mando y que encargaba a todos sus deberes, que ambos se fijaron aquella misma tarde en la que recibió dicho señor Mori las ofertas de las comunidades y gremios, y el Acuerdo en la Audiencia los de los lumineros de las parroquias y particulares, que todos se ofrecieron muy gustosos.
Este día se juntó ya tanto número de paisanos con fusiles que se pusieron guardias en todos los parajes, y en la Real Audiencia una de honor de 20 hombres, no viéndose otro en las calles que escarapelas y gente armada.
En este día se aumentó notablemente el número de defensores, y teniendo noticia los del Arrabal (que fueron los primeros que levantaron la voz por la patria) de que en la torre de Alfranca, propia del señor marqués de Ayerbe, se hallaba el brigadier D. José de Palafox y Melci, hermano del marqués de Lazán, exento de la compañía ltaliana de Guardias de Corps, que estando en Bayona con nuestro soberano D. Fernando VII había logrado escaparse y venirse hasta Zaragoza su patria disfrazado de pastor a donde había llegado hacía como 15 días, y deseando tener una cabeza y jefe que fuese patricio y de los afectos al rey y a la religión, marcharon allá, y habiendo Jorge lbor labrador uno de ellos, en nombre de todos ofrecídole sus vidas, y no desampararlo jamás, lleno de amor al rey, a la patria y religión se vino con ellos y entró en Zaragoza al anochecer, cuya llegada fue notoria inmediatamente y vitoreado hasta casa del general Mori, a cuyos balcones se vio precisado a salir para satisfacer el gran número de gentes que deseaban verlo, en cuyo acto ya fue aclamado por libertador de la patria.
Este día se juntó ya tanto número de paisanos con fusiles que se pusieron guardias en todos los parajes, y en la Real Audiencia una de honor de 20 hombres, no viéndose otro en las calles que escarapelas y gente armada.
Día 26
La admirable Ascensión del Señor, cuyo día fue para Zaragoza de un admirable consuelo y gozo universal a todo buen español. De temprano avisó el general Mori al Real Acuerdo la llegada del señor Palafox, y los deseos de los honrados patricios de nombrarle caudillo para la defensa de la patria. A las 10 se tuvo extraordinario al que fue llamado el señor Palafox. Luego que supo el pueblo que estaba en el Acuerdo acudió en mucho número y deseoso de saber el éxito de la llamada o impaciente de ponerse a sus órdenes y de reconocerlo por cabeza, quisieron entrar todos, pero comisionando a cuatro y concedida la licencia, pidieron: que se nombrase capitán general de Aragón al señor Palafox sin detención alguna, pues no obedecerían a otro, a cuya petición accedió gustoso el Acuerdo, cuya deseada noticia publicada desde los balcones de la Audiencia fue universalmente aplaudida. A breve rato se deshizo el Acuerdo y apenas se supo que iba a salir el nuevo general todo se conmovió y más cuando el pueblo le vio salir acompañado de todo el Tribunal, y llevado como en triunfo a su casa nativa, haciéndole salvas y presentándole las armas, siendo generalmente aplaudida la elección.