
Durante los Sitios de 1808 y 1809, el caserío del Arrabal apenas ocupaba el espacio hoy limitado por las calles Sixto Celorrio, Valle de Zuriza y Matilde Sangüesa, con el añadido extramuros del convento de Jesús. Sin embargo, su importancia fue tal que la ciudad sólo pudo resistir dos días una vez hubo caído este arrabal, cortando toda posibilidad de llegada de refuerzos y permitiendo el bombardeo del corazón de la defensa: el Pilar.
En el Primer Sitio, los franceses no llegaron a cercar completamente la ciudad, pues no contaban con suficientes fuerzas para ocupar la margen izquierda del Ebro. Por ello se limitaron a mantener algunas fuerzas de Caballería y realizar pequeños ataques con escasas fuerzas. Eso hizo que los zaragozanos tuvieran la posibilidad de entrar y salir de la ciudad, y recibir suministros y refuerzos, a través del Puente de Piedra, lo que impidió la caída de la capital.
Episodio muy famoso fue el protagonizado por el teniente Luciano Tornos, quien frenó en el Puente la desbandada del 4 de agosto apuntando con un cañón de San Lázaro a la multitud que huía del asalto francés.
Cuando los franceses volvieron en diciembre, ya era conscientes de la importancia del arrabal para la defensa. Por ello la división Gazan comenzó el Segundo Sitio con un furioso ataque por el camino de Villanueva (calle Sobrarbe), el día 21, que estuvo a punto de alcanzar el éxito. La rápida reacción dirigida personalmente por Palafox obligó a los atacantes a retirarse hacia Juslibol, dejando más de setecientas bajas, entre muertos y heridos. Durante los dos meses siguientes, el cerco se iría estrechando progresivamente, impidiendo todo contacto de los defensores con el exterior, hasta que se produjo el definitivo asalto, el 18 de febrero de 1809. El avance provino de la carretera de Barcelona, en la que había caído días antes el convento de Jesús. La ocupación de los conventos de San Lázaro y Altabás cortó las comunicaciones con la margen derecha, obligando a rendirse a más de 2.000 defensores. Zaragoza capitulaba dos días después.

Comenzaremos nuestro paseo por el Puente de Piedra. En su arcada central encontramos una cruz, colocada en 1908, que nos recuerda que «aquí fueron vilmente asesinados el reverendo padre Basilio Boggiero y el presbítero Santiago Sas. Aquí cayó mortalmente herido el general Barón de Warsage«. Los dos sacerdotes fueron asesinados a bayonetazos el 22 de febrero de 1809, con la ciudad ya en manos francesas, en flagrante incumplimiento de la Capitulación, según la cual «la religión y sus ministros serán respetados«. Se les consideraba impulsores de la defensa: Boggiero como asesor de Palafox, de quien había sido preceptor en los Escolapios, y Sas como jefe militar, ejemplo de «cura trabucaire». Sus cadáveres fueron arrojados al río, quedando los manteos enganchados en las estacas de pilotaje, por lo que los zaragozanos tuvieron pronta noticia del crimen. El militar bilbilitano fue herido el 18 de febrero cuando intentaba llegar al arrabal para tomar el mando de su defensa.
A la izquierda del Puente podemos ver la Arboleda de Macanaz, lugar de esparcimiento de los zaragozanos desde hace siglos y que en 1809 se convirtió en un gigantesco cementerio, pues allí fueron enterrados, en una fosa común, los restos de miles de caídos del Segundo Sitio. El que fuera alcalde de Zaragoza, D. Luis Gómez Laguna, contaba que en unas obras de acondicionamiento de los accesos al Puente, realizadas en los años 50, apareció el principio del enterramiento. No deseandoperturbar el descanso de aquellos desdichados, la obra municipal volvió a cubrirlo, pero dejando, como pista para futuros estudiosos, un semáforo en su vertical. ¡Lástima que no dijo cuál!.

La calle Sixto Celorrio discurre casi exactamente por el perímetro del arrabal en 1808, por lo que fue fortificada, aprovechando como obstáculos militares los canales y aliviaderos de la zona, que terminaba en las Balsas del Ebro Viejo, hoy entrada al Parque del Tío Jorge. La defensa del arrabal se había estructurado en torno a sus tres grandes conventos. El de Nuestra Señora de Jesús se ubicaba en la actual plaza de ese nombre; nada queda de este bastión defensivo avanzado, cuyas riquezas y biblioteca causaron la admiración de los franceses tras ocuparlo el 8 de febrero de 1809.

En la postal se lee:
«En 1808 combatieron en Zaragoza defendiendo a la Patria el noble compañerismo, la voluntad firme y resuelta, la energía indomable, el espíritu de sacrificio y el valor heroico; por ello, las huestes de Napoleón solo dominaron sobre sombras humanas, montones de cadáveres y humeantes ruinas. En tan memorable ocasión el pueblo de Zaragoza, templó para la lucha el alma de la patria. A él pues la gloria del tiempo, toda nuestra gratitud, toda nuestra veneración y todo nuestro amor.» El general Polavieja – Madrid julio 1907
Frente al puente, donde ahora se construye un hotel, se encontraba el convento de Nuestra Señora de Altabás (derivado de attahabas, arrabales), que desde 1577 era Convento de Damas de Santa Isabel, regentado por las clarisas, y del que sólo queda alguna tapia y el recuerdo en la iglesia construida en 1892, en un solar distinto al original.
Con motivo del Bicentenario de la Liberación de Zaragoza 1813-2013, se inauguró el día 8 de julio de 2013 en la calle Sixto Celorrio junto al Puente de Piedra, un peirón conmemorativo de la voladura del Puente de Piedra y la caída del primitivo templo de Altabás.





Al otro lado de la avenida de Cataluña y llegando hasta el Ebro, donde ahora hay un aparcamiento de autobuses y un jardín, se alzaba el convento de San Lázaro, antiguo hospital de malautos, leprosos, a cargo de frailes mercedarios. Junto a él se encontraba un molino de aceite cuyos muros caían a pico sobre el pozo de San Lázaro, en el Ebro. Los tres fueron convertidos en formidables bastiones, fuertemente protegidos y artillados. Además, se dispusieron baterías exteriores de apoyo, con las que cruzaban sus fuegos. A la izquierda del camino de Villanueva (actual calle Sobrarbe) se levantó la batería del Rastro, el reducto de los Tejares y la batería del Macelo eclesiático; por el camino de Barcelona se dispuso una en el centro y otra en la torre del Arzobispo.

La caída de los conventos de Altabás y San Lázaro supuso la rendición de los más de dos mil defensores del arrabal, la primera que conseguían los franceses tras sesenta días de asedio. El ingeniero francés Belmas dejó constancia de lo que luego se ha conocido como «la Sublime Puerta», hecho ocurrido el 18 de febrero:
«A mediodía, cuatro brechas se encontraban abiertas en las endebles murallas que formaban el cerco del arrabal: dos en las primeras casas, cerca del muro del convento de San Lázaro, una en su iglesia y la cuarta en el convento
de Santa Isabel, situado al otro lado de la carretera de Barcelona. En éste, la batería 31 había comenzado por abatir una puerta que daba al patio. Pronto quedó destruida, pero los campesinos la reedificaron y la sostuvieron con sus brazos. Una nueva salva la destruyó y por segunda vez fue levantada. Para poner fin a esta obra, los franceses batieron sus pilares. Se encontraron un montón de cadáveres detrás de esta puerta que, cada vez que caía, sepultaba a los que la sostenían«.
Hoy podemos admirar este ejemplo de heroísmo con toda su trágica intensidad en el monumento de la Plaza de Los Sitios

Continuamos el paseo por Sobrarbe, para de inmediato sumergirnos en el tipismo de la calle Horno, que da paso a la Plaza de la Mesa (por la «mesa de contratación» de jornaleros para las tareas agrícolas) y el callejón de Mariano Lucas, lugarteniente de Jorge Ibort y su sucesor en el mando de los paisanos armados.
Este último era un anciano labrador, también conocido como Tío Jorge o Cuello Corto, que trajo a Palafox el 25 de mayo de 1808 para que se hiciera cargo de la ciudad y se distinguió durante todo el Primer Sitio.
Pronto llegamos a la Plaza de Rosario, un oasis de paz rural en medio de la gran ciudad y nos encontramos con la antigua calle Tejar, rebautizada en 1863 porque «al extremo de esta calle se levantó una batería para resistir los ataques del ejército francés en el asedio de 1809; allí, y mandando las fuerzas que la guarnecían estaba el célebre aragonés, coronel entonces, D. Pedro Villacampa. Habiéndose distinguido tanto aquel jefe antes y después de ella, ha parecido oportuno atribuir su nombre a la calle que fue teatro de algunos de sus rasgos de valor«. En esa calle queda en pie un resto de fachada en el que se aprecia un escudo de distinción concedido a los broqueleros, ciudadanos que ayudaron a sofocar el motín del pan de 1766, entre los que ya se encontraban personajes tan distinguidos en Los Sitios como Mariano Cerezo o el propio Ibor.

Nada queda en la plaza de San Gregorio de las fortificaciones y baterías que impidieron cualquier intento francés por esa zona. Pero si entramos en el Parque, sí encontraremos el recuerdo de los hechos que aquí ilustramos: su paseo central se llama «de los escopeteros del Rabal» y termina ante la muy deteriorada estatua dedicada al Tío Jorge, ejemplo de la desidia e incuria con la que los zaragozanos tratamos a nuestra propia historia.
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