ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

La pequeña calle Camón Aznar, que une Ramón y Cajal con la Avenida de César Augusto, está trazada sobre el solar del que fuera Convento de Dominicos de San Ildefonso. Del vasto edificio sólo se conserva la iglesia, llamada hoy de Santiago. Al desaparecer la primitiva parroquia de Santiago (situada en la calle del mismo nombre, esquina con D.Jaime I) por los «acuerdosparroquiales» de 1902, se determinó conceder el nombre del Apóstol a la antigua San lldefonso. Sin embargo, el arco situado bajo la torre más cercana al Coso y que abre paso a la Plaza de San Lamberto (una pequeña plazoleta interior) conserva el nombre de Arco de San lldefonso. E incluso en algunas guías artístico-turísticas actuales aparece todavía tal denominación para todo el conjunto.

Era el lugar elegido por el General Léfébvre para instalar su Cuartel General, tras su presumiblemente fácil entrada en Zaragoza. En su fachada oeste se observan claramente restos de la arquería del antiguo claustro. En la parte alta de sus muros son visibles huellas de los impactos de la artillería francesa. Casamayor refiere concretamente uno de los peores bombardeos, el del día 5 de febrero de 1809…»de donde fue preciso trasladar los Voluntarios de Aragón que estaban allí enfermos, de los claustros a la iglesia, advirtiéndose que así éste, como todos los conventos de la ciudad, estaban inundados de enfermos…».Tras la ocupación, la iglesia cuyo altar mayor preside una imagen del apóstol Santiago, patrón del Arma de Caballería española, se convirtió por ironía del destino en cuadra para albergar los corceles de Napoleón.

Incluye la Capilla de los Fieles Zaragozanos, dedicada a los defensores de Los Sitios.

Enfrente, la antigua huerta de Santa Fe, hoy Plaza de Miguel Salamero. El cambio de nombre fue un deseo de rendir homenaje al comerciante en sedas que a sus expensas armó a sus propios obreros y al frente de tan improvisada brigadilla defendió el convento de Santa Fe y la calle Azoque. Por su generosidad y heroísmo recibió el pago de la inmortalidad, que no otro, pues como muchos de los héroes anónimos acabó sus días arruinado y viviendo de caridad.

Son numerosos los ejemplos de héroes y heroínas populares, es decir, sin cargos civiles o militares, que pasaron al más ingrato de los olvidos. El caso más llamativo seguramente, María Agustín que ni siquiera pudo ser «recuperada» con ocasión del Centenario, pues se desconocía totalmente su paradero hasta que hace pocos años la investigadora Nuria Marín «la encontró» en el fosal de San Pablo. La propia Casta Alvarez retirada a Cabañas (a una veintena de kilómetros de Zaragoza), en los últimos años de su vida, tenía que desplazarse personalmente a la capital -imaginemos con qué facilidades de locomoción- no ya a cobrar la pensión concedida, sino incluso a reclamar las demoras.

Para más información, ver Boletín 10

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