ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

La antigua Plaza de San Francisco (luego de la Constitución y hoy Plaza de España) ha sido ya frecuentemente mencionada en comentarios anteriores. Punto de máxima penetración en el Primer Sitio (días 3 y 4 de agosto), corrió idéntica suerte durante el Segundo: la relativamente débil defensa de la Puerta de Santa Engracia (una vez eliminados los bastiones exteriores) y el rápido progreso de los minadores franceses, permitió a sus tropas de asalto volver a ocupar las ruinas que ya habían sido suyas meses antes.

En efecto, el ataque por el centro, una vez rebasado el monasterio de los Jerónimos (Santa Engracia), progresó imparablemente. Tomado a fuego y bayoneta el Convento de Jerusalén (aproximadamente en el Coliseo Equitativa) a primeros de febrero, el invasor dirigió desde allí dos galerías hacia los grandes edificios que a izquierda y derecha conformaban la Plaza, en una disposición muy similar a la actual: el Convento de San Francisco (donde hoy se levanta la Diputación Provincial) y el Real Hospital de Nuestra Señora de Gracia (en la esquina del Banco de España).

Y decimos que el avance se hacía «a fuego», pues vista la forma en que los asaltantes se abrían paso, edificio tras edificio, se desarrolló por parte de los defensores una forma de frenar su avance: antes de permitir que cayese en manos del enemigo un nuevo objetivo, perforado ya por la correspondiente mina y por lo tanto al alcance de sus bayonetas, éste era incendiado. Aquí en Jerusalén, viendo ya perdido el convento, el Coronel de Ingenieros Carlos Simonó ordenó se le diese fuego. Pero el francés Prost que mandaba las tropas de asalto, conocedor de que las incipientes llamas que empezaban a hacerse visibles indicaban que el edificio iba a ser abandonado, se lanzó valientemente a una carga y aún trabó encarnizado combate con sus ocupantes, consiguiendo recuperar para sí el convento. (LEJEUNE, Baron Luis Fco. de. Los Sitios de Zaragoza. Versión, prólogo y notas de Riba y García, C. Tipografía M. Escar, Zaragoza, 1908).

La voladura de las dos cargas apostadas, de 1.500 libras cada una, se llevó a efecto el día 6 de febrero. El Hospital, muy quebrantado ya durante las vicisitudes del Primer Sitio, se derrumbó por completo (aunque no por ello dejó expedito el camino hacia el Coso; muy al contrario, se convirtió en una magnífica trinchera). Hospital de locos es el nombre que le da el Barón de Lejeune, impresionado sin duda, por la suerte de tan desgraciados enfermos, a los que dedica sus comentarios en distintas ocasiones.

Ciertamente, de entre la gran variedad de refugiados y heridos que el Hospital albergaba, los dementes por su particular desvalimiento, por sus gritos de espantada incomprensión, y por su correr de un lado para otro sin rumbo, hasta caer despedazados por las explosiones -literalmente- o aplastados por los escombros, debían componer una escena de horror tan dramática, que por fuerza debió conmoverse la sensibilidad del minador francés.

El sólido convento franciscano en cambio, apenas si sufrió algunos agrietamientos. Una segunda carga de 3.000 libras, colocada merced a nuevas galerías abiertas desde las ruinas del Hospital, y que estalló el día 10, acabó por abrir sus muros al invasor que poco a poco fue adueñándose del edificio en su totalidad, no sin arduo esfuerzo. Del vandalismo que se desató en su interior y de la demoníaca vesanía con que los rabiosos ejércitos imperiales acometieron contra vivos y muertos, existen espeluznantes descripciones de testigos directos, recopilados por Lejeune en su «Diario». Además de los efectos «de superficie» causados por las minas, la descripción de la guerra subterránea -librada bajo las calles de Zaragoza entre los días 3 y10 de febrero- que nos ha transmitido el Barón de Lejeune, es realmente estremecedora. 
Recordemos que por su cometido de oficial minador, debió supervisar personalmente las labores de zapa en múltiples ocasiones, circunstancia que confiere a su testimonio un valor excepcional. Como excepcional debió ser, sin duda la angustia de los protagonistas de tan «sucia» forma de combate, exenta de gloria -que no de valor- sumergidos en la oscuridad y en la asfixia, tratando siempre de adelantarse al contrario, paralelamente a veces (en excavaciones simultáneas), luchando cuerpo a cuerpo otras, con desesperada ferocidad en todas ellas.

Zaragoza estaba ya sentenciada. Con los franceses adentrándose por las Tenerías, con el Coso amenazado a todo lo largo por una presión sin tregua, desprotegidas las retaguardias del Portillo y del Carmen, y con el Arrabal a punto de derrumbarse, la ciudad tan heroicamente defendida, no tardaría en sucumbir.

Es de justicia traer aquí las palabras del historiador militar Marvá (Excmo.Sr.D.José MARVÁ Y MAYER,General de Brigada y Jefe de la Sección de Ingenieros del Ministerio de la Guerra: Conferencia en el Círculo Aragonés de Madrid, el día 22 de junio de 1907. Cit. en LÓPEZ DOMÍNGUEZ, PRIMO DE RIVERA, BONNAL y otros Generales del Ejército y de l’Armée. Los Sitios de Zaragoza. Homenaje de los Generales Franceses y Españoles a los Héroes de la Independencia. Bibl. Ateneo, Madrid, 1908):

Son contados los ejemplos de asedios en los que haya sido necesario recurrir a la guerra de minas, y en todo caso, para atacar sus poderosas fortificaciones, inexpugnables por otros procedimientos. Y entre profesionales, decir «guerra de ruina» equivale a decir sitio porfiado, sangriento y memorable. Por consiguiente, es ya un colmo de bravura forzar el enemigo a valerse de la mina para penetrar… Pero verse obligado a llevar esa clase de guerra a las calles, al interior de una ciudad, y además defendida por población civil, ESO NO SE HABÍA VISTO JAMÁS!.

En el centro de la actual Plaza de España estaba ubicada la legendaria Cruz de Coso, que fue destruida por un disparo de cañón francés el 10 de agosto de 1808. La célebre Cruz del Coso había sido levantada en el siglo XV en recuerdo de los «innumerables» mártires cristianos que, durante la persecución de Daciano, habían sido sacados extramuros del perímetro romano (por la Puerta Cineja, hoy Arco Cinegio) y allí mismo sacrificados por su fe. Sus cenizas constituyen las llamadas Santas Masas (conservadas en Santa Engracia, junto a otras preciadas reliquias) muy populares en la memoria procesional zaragozana. El monumento original consistía en realidad en un templete con columnas, que sostenía la cruz en la parte superior de su cúpula. Reconstruido en 1826, fue definitivamente demolido por los vientos de liberalismo, en 1835.

En ese mismo punto se alza el Monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria. Obra de Agustín Querol en el bronce, y sobre pedestal almenado en piedra de Ricardo Magdalena (véase el objetivo 20º), representa la Fe sosteniendo a un defensor herido, sin fuerzas ya para empuñar el fusil caído a sus pies. Alrededor del torreón alto del basamento, entre palmas de victoria y martirio, la inscripción proclama:

VICTRIX CAESARAUGUSTAE PIETAS INNUMERIS MARTIRIBUS PROFIDE ET PATRIA.

(La Piedad victoriosa de Zaragoza, a los innumerables mártires por la Fe y por la Patria).

La ciudad quiso así rendir un doble tributo: recuperando la memoria de los mártires por la fe cristiana, y exaltando a los heroicos combatientes de los Sitios en tan sangriento escenario de batalla. Las crónicas nos refieren la solemnidad de la inauguración (BLASCO IJAZO, José. «Aquí Zaragoza», tomo 4, pp.21-23, Zaragoza, 1953).

Al pie del monumento, una dama (¿Zaragoza, la Historia, la Patria..?) sostiene en su mano un pergamino en el que puede leerse: Gloria a los Mártires. En su escabel, una placa en bronce proclama:

La Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País / el día 20 de marzo del año 1897 / acordó levantar por suscripción pública este monumento / en sustitución de la antiquísima y venerada Cruz del Coso / destruida por los proyectiles franceses. / Fue colocada la primera piedra el 21 de octubre de 1899. / Se inauguró solemnemente el 23 de octubre de 1904. / Al acto de descubrir esta lápida, el día 3 de octubre de 1908, / asistieron las parroquias del Salvador, San Gil, San Miguel / y Santa María Magdalena, unidas para celebrar / el Primer Centenario de los Sitios.

Es digno de mención que el monumento copia la composición y las figuras del Mausoleo erigido en La Habana en honor de las veintiocho víctimas de un incendio ocurrido en aquella ciudad el 17 de mayo de 1890. Eso sí, era obra del propio Agustín Querol y del arquitecto Julio Zapata, que obtuvieron el primer premio en el reñido concurso verificado en dicha capital.

Nada queda del antiguo Convento de San Francisco. Unos meses después de la Capitulación, las ruinas que aún se conservaban en pie tras las voladuras, hubieron de ser derribadas. Quedó utilizable no obstante, parte del claustro. De hecho no sería definitivamente abandonado por los religiosos franciscanos hasta el año 1818. (GARCÍA DE PASO REMON, A. y RINCÓN GARCÍA, W. La Semana Santa en Zaragoza. Ed. Unali, Zaragoza, 1981). En una parte de su solar se construyó entre 1854 y 1857 la actual Diputación Provincial. Una placa en su fachada es el único recordatorio; en ella puede leerse:

Aquí fue / desde el mismo siglo XIII / el Convento de / Frailes Menores / que dio nombre / a esta / Plaza de / SAN FRANCISCO. / La Piedad / Franciscana / en el VII Centenario / de / la muerte del Santo / consigna / esta Memoria.

Dentro del edificio de la Diputación Provincial se nos presenta la oportunidad de admirar diferentes motivos relacionados con el tema que nos ocupa.
En el vestíbuloa izquierda y derecha de las puertas de entrada, tres importantes lienzos:
El Juramento de los defensores de Zaragoza en la Plazuela del Carmen de Nicolás Ruiz de Valdivia, la Agustina de Aragón de Marcos Hiráldez de Acosta y una dinámica Manuela Sancho, de E Jiménez Nicanor, joven y aguerrida. En la Gran Enciclopedia Aragonesa, en la voz Sancho Bonafonte, Manuela, la semblanza de la heroína viene acompañada por un verdadero retrato, una fototipia firmada por «Thomas y f., Barcelona». Es un documento excepcional, pues es el único personaje de los Sitios que vivió lo suficiente para ser «fotografiado». Manuela Sancho murió en 1863 en Zaragoza, siendo Agustina la de más próxima longevidad, pues murió en 1857, pero en Ceuta, lejos del invento de Poitevin puesto a punto en 1855. La fototipia corresponde a una anciana de casi 80 años, de graves facciones.

Sobre el primero de ellos, el Juramento… y su significación histórica, hemos hablado ya largamente en el Objetivo 23ºSin embargo, a la vista material del cuadro, hay todavía un detalle interesante que resaltar: tras el patriótico grupo, se ve perfectamente el tapial que constituía la formidable muralla de Zaragoza, y que tan optimistas pretensiones hizo concebir al General Léfèbvre. Qué lejos estaba él de sospechar que la verdadera defensa la constituían el ardor y el coraje de los zaragozanos.

El segundo lienzo, una enardecedora Agustina de Aragón se comenta por sí solo: brava y desafiante su figura central, con los cadáveres de los artilleros a su alrededor y la porfía del resto de los defensores, se compone así el clásico cuadro de heroico patetismo. Se distingue al fondo a Mariano Cerezo, llevando el característico escudo con el que suele aparecer representado, el mismo seguramente con el que había participado en el motín de los broqueleros en 1766.

Las recientes remodelaciones del interior del Palacio de los Condes de Sástago, y la habilitación de ciertos sectores del mismo para administración pública, han traído como consecuencia su unión con el edificio de la Diputación. Pues bien, en el pasillo interior de acceso nos encontramos con algunos grabados de Gálvez y Brambilla, tales como la Explosión de la iglesia de Santa Engracia o el Combate de las zaragozanas con los dragones franceses (al que ya hicimos referencia en el Objetivo 20º).

Foto realizada por Mariano Júdez y Ortiz.
Colección. Mariano Martín.

En el interior del Palacio de Sástago, un magnífico retrato expuesto en un descansillo de escalera: El tío Jorge de M. Alonso, de gran tamaño, expectante y armado de escopeta.

En el salón principal del piso superior, podemos admirar un óleo representando a la Condesa de Bureta (de A. Aramburo) en actitud cortesana, pacífica, sin armas ni cadáveres alrededor. Paralelo a éste, y flanqueando con él la puerta, encontramos una magnífica reproducción del Palafox de Unceta (el original -recuérdese- se halla expuesto en el Ayuntamiento)

En el techo del Salón Principal o de Tapices del Palacio se puede ver la Alegoría de Zaragoza de Alejandro Ferrant Fischermans (1889), en la que aparecen Palafox y Agustina junto a otros importantes personajes aragoneses.

Más detalles sobre «Las pinturas de la Diputación» en Boletín 15 

En el Palacio de Sástago se gestó la defensa de Zaragoza durante los Sitios. Fue casa de Palafox hasta 1815.
El palacio sufrió serios daños en los ataques del ejército francés y el vecino Convento de San Francisco quedó totalmente destruido.

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