ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

De camino a la Plaza del Justicia y pasando por lugar de mercado (según dice Casamayor, pues ya entonces existía el llamado Mercado Nuevo), dejamos San Juan de los Panetes a la izquierda.
En su sótano se albergó uno de los pequeños polvorines entre los que se diversificó la reserva de maestranza, para evitar otro desastre como el ocurrido el 27 de junio, al estallar el gran depósito almacenado en el Seminario de San Carlos.
Debido al enorme volumen de pólvora y munición acumulada, el accidente supuso para la ciudad una verdadera tragedia (véase 17º objetivo).

Si leemos, por otra parte, los relatos de Mosen Cadena («Relación de los Sitios de Zaragoza de 1808 a 1809». D, Ramón CADENA, Beneficiado del Pilar), desde allí, desde lo alto de la torre, enviaban aviso los espías al servicio de los intereses de Francia, para la corrección de tiro de sus baterías: … y no hubieran acertado (se refiere al Templo del Pilar) si sus apasionados, que eran muchos, no les hubieran dado seña con un volador sordo desde San Juan de los Panetes, que lo vi por mis propios ojos, por estar yo de guardia en el almacén de pólvora … así que primero tiraban largo y sin efecto alguno, y desde aquel momento se notó (su puntería).

La existencia de espías no es en absoluto una apreciación exagerada ni gratuita. Por citar un ejemplo, Casamayor cuenta que el 21 de junio, en unas escaramuzas por las inmediaciones del Castillo de la Aljafería contra tropa francesa que se había acercado mucho, se prendió al albañil Gironza, encontrándosele planos de Zaragoza y sus defensas, con minuciosas descripciones. Puesto que tales cosas se repitieron, se acabó acusando a un antiguo cocinero del ex-Capitán General Guillelmi, y sin previo juicio se le ahorcó en la vía pública, como escarmiento.

La presencia y uso de las horcas en la plaza del Mercado, menudea bastante en los relatos de los distintos testigos de los Sitios (tanto españoles como franceses). No sabemos si para escarmiento de traidores, para prevención del pillaje, o para sujetar la «moral» combatiente de los menos convencidos.

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