Todo el día de ayer fue un clamor por la escasez de pan porque, de resultas de haber pedido el general Clauzel 50.000 raciones para su ejército, no se vendió nada ya que, como la tropa era tan perversa, la gente no quiso sacar a vender a la plaza cosa alguna.
Así en las casas como en los cuarteles donde estuvieron alojados, lo robaban todo, y aun sucedió en San Juan de los Panetes, que no contentos con romper puertas y ventanas para quemarlas, se llevaron toda la plata de la sacristía, hasta el mismo copón. En Torrero también hicieron mil destrozos, llevándose los muebles y enseres de los asalariados del Canal, e igualmente en el colegio de San Vicente.
Todo ello lo hizo presente el barón de París al general Clauzel, afeándole la mala conducta de su tropa y que daría cuenta al mariscal Suchet y al emperador de su mal proceder, así en esto como en el daño causado a los labradores en la siega de sus campos, sobre cuyo particular estuvieron para sacar las espadas. El general Clauzel quiso ordenar un registro de las casas, o más bien un saqueo por su tropa, lo que no permitió París, que con su firmeza y valor evitó a Zaragoza un grande apuro, pero todo se contuvo y se dispuso a marchar en el día de hoy.
Sin embargo, no ha podido verificarse este día la salida de las tropas por no estar arregladas las raciones ni prevenidas las caballerías necesarias para tanta gente como debía salir, a cuyo fin se embargaron todas las que había en la ciudad de los vecinos y de los forasteros.
El general París hizo salir tropa a los lugares inmediatos para aliviar al vecindario y mandó publicar por pregón para que todos los labradores que hubieren recibido daño en sus mieses con motivo de la entrada del ejército lo manifestasen para abonarlo.
Toda esta tarde y noche fue un clamor y alboroto en las calles con el cambalache, bulla y embargo de carruajes y caballerías.