Enrique Bernad Royo
Conferencia impartida el 14 de junio de 2002 en el Museo de Zaragoza, dentro del programa de conmemoración del 194º aniversario de la Batalla de las Eras, organizado por la Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza”.
Nos fijamos ahora en los esfuerzos locales por superar las fronteras; no vamos a plantear otros problemas que afectaron a la situación de Zaragoza en el mundo, aunque fueran por su inexistencia: el mayor o menor atractivo a la competencia extranjera de la demanda zaragozana, la importancia de las inversiones extranjeras en la actividad económica ciudadana, el nivel de remesas enviadas por emigrantes zaragozanos a América, por ejemplo (causa consternación el nivel de abandono por parte de las autoridades españolas a nuestros emigrantes –ejemplo 50 zaragozanos a Panamá, en Bilbao cara Santander en 1907).
Si un historiador de Zaragoza dirige su mirada a la ciudad de hace cien años, a la que desarrollaba su existencia en el cambio de siglo, observará en ella muchas cosas, pero seguramente un hecho le llamará la atención sobre todos los demás: cierta euforia económica producida por la aparición de nuevas actividades productivas; industriales la mayoría, y que tenían la elaboración del azúcar remolachero como eje de todas ellas -aunque este impulso industrializador está muy vinculado a la respuesta que una parte de Aragón, el valle del Ebro, dio a la crisis agraria finisecular-. Verá que la acumulación de beneficios era tan evidente como para que aparecieran en la ciudad nuevos bancos, tal fue el caso en 1910 del Banco de Aragón. No es que se estuviera gestando en la ciudad una capacidad financiera que por sí misma pudiera impulsar esa industrialización, pero la verdad es que todas las actividades industriales del valle de Ebro aragonés -la producción eléctrica, la explotación del carbón de Utrillas, la industria remolachera, la química y la metalúrgica- tenían detrás de ellas sendas instituciones bancarias aragonesas: el Banco de Crédito de Zaragoza, el Banco de Aragón y el Banco Zaragozano. Es decir, quizá no fuera muy exagerado insinuar, no me atrevo a más, que la ciudad vivía su primera y real experiencia industrializadora sobre la base del capitalismo financiero industrial de la época.
Al lado de este fenómeno central se producían por aquellos años otros que están íntimamente vinculados al del crecimiento económico. Me refiero al impulso urbanizador que la ciudad experimentó y a la preocupación por el desarrollo educativo que fue aflorando en la opinión pública. Ricardo Magdalena, Dioniso Casañal y Miguel Ángel Navarro diseñaron el ensanche zaragozano que, además de procurar suculentos negocios, rompió el perímetro bajomedieval de la capital del Ebro. El nuevo ensanche, burgués y planificado, junto con la nueva Zaragoza obrera y no planificada del extrarradio que creció desde los inicios del siglo, tienen su origen en estas fechas a las que dirigimos ahora nuestra atención. En cualquier caso, la Zaragoza del siglo XX es, básicamente, la que diseñaron los hombres de entre siglos.
Por otro lado, la opinión pública de la ciudad se mostraba entonces muy sensibilizada por lo que los españoles de hace cien años denominaban “instrucción popular”. ¿A qué se denominaba con este término? Pues a la formación de quienes previsiblemente acudirían para su sustento y el de su familia al mercado de trabajo que la nueva economía estaba desarrollando. La nueva industria y las actividades económicas a ella asociadas requerían lo que hoy denominaríamos una formación profesional que exigía previamente una instrucción básica escolar. Las cifras cantan por sí solas: Zaragoza contaba en 1900 con un 47,5 % de población analfabeta, catorce años después esa cifra se había reducido al 36%, importante todavía el número de analfabetos sin duda pero que toma su verdadera dimensión si comparamos esa situación con el 59,3% de analfabetos existentes en esa misma fecha en España. Y es que en los primeros catorce años de siglo la nueva Zaragoza industrial hizo un esfuerzo considerable por escolarizar a sus niños y a sus niñas (también a sus mayores: las escuelas para adultos), ahí están los datos: el Ayuntamiento de la ciudad dobló el número de escuelas públicas, de 55 a 108, transformando además las viejas escuelas unitarias en escuelas graduadas. Después, una vez que el alumno sabía leer, escribir y hacer ciertas operaciones matemáticas ya podía acudir a las escuelas superiores de Artes y Oficios y de Comercio que por aquellos años habían creado las autoridades municipales impulsadas por el nuevo empresariado zaragozano.
Si me he fijado en el urbanismo y la educación como dos fenómenos que se desarrollaron en Zaragoza al lado de su industrialización, es por los planteamientos que sobre la modernidad hizo ya hace alguna década Seymur Martín Lipset. En sus trabajos sobre la democracia, Lipset afirmaba que el camino hacia la modernidad pasa necesariamente por el crecimiento económico que puede producir un proceso de industrialización, por el desarrollo urbano en detrimento de lo que pudiéramos llamar de forma amplia “cultura rural”, y también por la construcción de un sistema educativo que afecte al conjunto de la población como necesidad ineludible para el aparato económico. Bien, esos tres fenómenos se empezaron a advertir de manera clara en nuestra ciudad hace cien años. ¿Podemos entonces decir que Zaragoza estaba iniciando en esas fechas su camino hacia la modernidad? Pues seguramente sí. Es verdad que no podía hacerlo sola, desgajada de su marco nacional español, y como veremos para el tema que nos ocupa la realidad nacional era ineludible, pero en Zaragoza podemos encontrar fuerzas locales que fueron motor de ese proceso y que actuaron, y esto me interesa mucho recalcarlo, con herramientas ideológicas que puso a su disposición el movimiento regeneracionista. Otra cosa es que ese camino llevara al puerto deseado; yo creo que la definitiva modernización de nuestra ciudad, como de nuestro país se ha hecho en los últimos cuarenta años, pero no ha sido un camino nuevo, contaba con la experiencia frustrada del primer intento de modernización de nuestra sociedad, la que se vivió durante los 36 primeros años del siglo XX.
Ahora bien, hay otros aspectos que van unidos inevitablemente a los aludidos en un proceso de modernización: me refiero a los esfuerzos de toda sociedad industrial por superar lo que vamos a denominar de forma amplia como “localismo” y que implica sobrepasar no sólo los límites locales o regionales, sino también nacionales o estatales. La historia de la industrialización ha sido y es, al mismo tiempo, la historia de un proceso de mundialización. El continuo aumento de la productividad que se deriva del desarrollo industrial ha impulsado el proceso de mundialización que se inició ya en el último tercio del siglo XIX con el “imperialismo” y que hoy tiene su reflejo en lo que llamamos “globalización”. Con toda seguridad el impulso primero de ese fenómeno es la búsqueda de mercados nuevos, y la Zaragoza que se industrializaba era natural que intentara buscar mercados más allá del ámbito nacional.
Hemos dicho que era natural que nuestra ciudad intentara abrir mercados nuevos más allá de las fronteras; eso parecía más evidente si tenemos en cuenta que Zaragoza contaba con un mercado regional que originaba escasa demanda y que además existían una serie de impedimentos de todo tipo que dificultaban la penetración de sus productos en el mercado nacional (infraestructuras, tarifas ferroviarias, etc.). Bien, podría ser natural, pero ¿realmente lo intentó? Y ¿qué capacidad tenía para llevar a buen fin sus propósitos? Además, al lado de todo ello y más allá del terreno económico, ¿Zaragoza mostró vocación o interés por trascender las fronteras nacionales? No estamos hoy en disposición de responder todas estas preguntas. Quienes se han dedicado a la historia económica y social en general aragonesa de estos años no le han dedicado a estos problemas mucha atención. Consideran, y quizá no les falte razón, que la economía zaragozana no tuviera suficiente fuerza como para introducirse en los mercados extranjeros, y a partir de ahí no han indagado más, pero no debemos darnos con ello por satisfechos. Al menos una primera ojeada a la documentación de época más accesible nos indica que ciertos sectores de zaragozanos se plantearon entonces conectar con el mundo, más allá de las fronteras nacionales.
Hemos indicado, aunque de pasada, que el crecimiento industrial, el impulso a la educación y a la urbanización de Zaragoza contó con la sustentación ideológica que le ofreció el Regeneracionismo, no en balde Zaragoza y los aragoneses tuvieron un protagonismo muy destacado en el origen y desarrollo de ese movimiento en su vertiente política -Asambleas de 1898 y 1899, Costa, Basilio Paraíso y la Unión Nacional-. Pues bien, los temas vinculados con el comercio exterior, con Europa y en general con la contemplación de los problemas españoles en el conjunto del medio internacional también estuvieron presentes en el regeneracionismo y también en el regeneracionismo de algunos aragoneses en particular. El 13 de noviembre de 1898, a punto de inaugurarse en Zaragoza la Asamblea de Cámaras de Comercio, Joaquín Costa, desde la Cámara Agrícola del Alto Aragón se dirigió con un Manifiesto a lo que él llamaba “clases productoras” en general y en particular a quienes, con gran expectación, se iban a reunir ese mismo mes en el Casino Mercantil de la capital de Aragón bajo la presidencia de Basilio Paraíso. En el Manifiesto de la Cámara Agrícola del Alto Aragón Costa presentó lo que debería ser el programa de un partido político capaz de regenerar a España tras la amarga derrota frente a los EEUU en las Antillas. En ese texto se pueden ver sus conocidas ideas sobre la escuela, el gasto público o el aprovechamiento de los recursos hídricos -no sin contradicciones evidentes-, pero también dedicó un epígrafe a la posición de España en el mundo. Y no podía mostrar un ánimo más pesimista:
Con un suelo semiafricano y una población medieval, no era posible constituir una nación moderna, por el tipo de las de Europa central. Pero esto no lo vieron los fundadores de la nacionalidad, ni lo hemos visto todavía nosotros: no vieron ni hemos visto que España necesitaba una morfología especial, con instituciones a la medida, creadas por la espontaneidad; que necesitaba un plan de vida o programa político propio, acomodado a su medio y a la estructura de su espíritu y de su cuerpo; y por no haberlo visto, hemos combatido o dejado perecer lo propio, en vez de sostenerlo o de reformarlo y copiado mecánicamente las instituciones y los movimientos que observábamos en el extranjero. (Tierno Galván)
Partiendo de esa interpretación de la historia de España durante la ultima centuria y tras la derrota militar, el país debería “sobrellevar con dignidad nuestra caída, replegándonos al hogar, rehaciendo en un trabajo oscuro y paciente la patria, produciendo a Europa la impresión de un pueblo que hubiese sido tragado por el océano” (Cánovas). Tan es así, que Costa propone el cierre de todas las embajadas de España con una excepción: la de París. Y eso porque dadas las importantes inversiones francesas en la economía española y el valor que representaba para ese país el mercado español, supone Costa que Francia estará interesada en reconstruir España. Llega a decir que la política de España en relación a nuestro vecinos no debe ser cosa de la política exterior, sino de la política interior. Por otro lado, dejándose llevar por el racismo tan de moda entonces, el aragonés prevé el fin del imperio francés, pueblo latino como el español, ante el empuje de germanos y anglosajones, y por eso propone una actitud favorable del gobierno español al expansionismo francés en Marruecos.
Una de las contradicciones de este texto que más saltan a la vista y que nos plantean ciertas dudas sobre el conocimiento que Costa tenía de su mundo, de las relaciones internacionales de su tiempo, es que junto a la política de recogimiento dedica un epígrafe a lo que entonces se llamaba el “fomento de la exportación”, a la “apertura de nuevos mercados para la producción nacional” (Méjico y La Plata, una vez perdidas las Antillas). La pregunta es cómo podría conseguir España ese objetivo en pleno periodo imperialista -y de nacionalismo económico del que hablaremos después- retirándose el país del mundo, es decir en un momento de la historia de Occidente en el que los mercados se conseguían a base de cañoneras o en su defecto de una buena política de alianzas. Para Costa la clave estaba en el establecimiento de agencias de exportación en el extranjero, asistencia a exposiciones internacionales, fomento del transporte por ferrocarril y reforma de las Ordenanzas de Aduanas, medidas importantes sin duda, pero claramente insuficientes en una economía internacional dominada por el nacionalismo económico y el imperialismo.
Señalemos aunque de pasada la conexión de Costa con la tradición europeísta del krausismo y del posterior Ortega cuando en su programa planeaba un intenso esfuerzo por introducir en España el espíritu científico europeo a través de un intenso programa de becas en el extranjero para estudiantes y profesores: señalaba muy especialmente la formación en Europa de españoles en los campos de la administración pública, la enseñanza, las técnicas industriales y el periodismo. (debate sobre el europeísmo de Costa)
Con contradicciones o sin ellas, Costa dedicó bastante más atención a lo que ocurría más allá de nuestro país y a los esfuerzos por abrir mercados que la que demostró la Asamblea de Cámaras de Comercio: en este magno encuentro solo hubo breves referencias a reformas de los impuestos de Aduanas y a agilizar el tráfico de mercancías por ellas. Quizá la clave para entender esa actitud estuviera en los intereses de los miembros de la Asamblea por mantener las políticas proteccionistas del liberalismo moderado español. En ese sentido resulta muy significativo el argumento de un representante de la Cámara de Cádiz que a la hora de defender ayudas oficiales a la navegación de altura española lo hizo de la siguiente forma según la crónica de la prensa diaria:
El señor Agacino, de Cádiz, sienta la conclusión de que todos los años compra España en el extranjero 25.000 toneladas de buques de vapor, cifra que aproximadamente representa una suma de 300.000 pts., que salen de España, y el trabajo de 10.000 obreros que anualmente se nos roban… Sigue haciendo otras citas de cifras (continúa el periodista), para demostrar que nuestro comercio, con tal motivo, viene a enviar al extranjero unos 180 millones de pesetas que podrían quedar en España.
La tradición proteccionista estuvo pues muy presente en el arranque del regeneracionismo político, al fin y al cabo los allí presentes, representantes de las Cámaras de Comercio de toda España, eran industriales que habían crecido con las políticas nacionalistas de los gobiernos liberales. No deja de ser una contradicción, sino otra cosa, que quisieran impulsar una drástica reducción del gasto público -se habló de un 50% del presupuesto anual-, pero que al mismo tiempo desearan la intervención del Estado a través de una política de control y protección del mercado nacional para la salvaguardia de sus negocios (proteccionismo y escaso crecimiento versus liberalización y crecimiento y modernización en la historia española). Frente a esto: sin la protección del precio del azúcar por parte del estado quizá no hubiera crecido la industria azucarera en Zaragoza, pero ello impidió que se desarrollara y exportara una industria del dulce que no podía competir por precios en otros mercados –Chocolates Orús-).
Como ya hemos escrito en otra parte, el fruto político del regeneracionismo, la Unión Nacional, tuvo corta existencia, pero parte de sus ideas y de sus objetivos permanecieron e inspiraron programas y acciones de gobierno posteriores en el país y lo que ahora nos interesa más, permanecieron e inspiraron a sectores importantes de la ciudadanía zaragozana. Las poco estudiadas elecciones municipales de noviembre de 1901 (tras el fracaso de las elecciones generales de primavera) nos dan pistas muy importantes para conocer la identidad de quienes se identificaron con el ideario regeneracionista por una parte, pero también para saber quiénes estuvieron dispuestos a comprometerse con la Unión Nacional. La candidatura se llamó a sí misma de “coalición”, en su seno hubo presencia desde republicanos federales como Pascual Lorén hasta conservadores como Vicente Forniés, representantes de la burguesía zaragozana como Pedro Bergua, Manuel Castillón o Fernando Averly, a los más numerosos pequeños, medianos propietarios y comerciantes como Francisco Alfonso Baeta; hay también una nutrida representación de profesores universitarios como Agustín Catalán y profesionales, pero lo que más se deja ver son miembros de la Cámara de Comercio que entonces presidía Basilio Paraíso, elegido diputado unos meses antes. Es decir una candidatura formada por miembros representativos de la ascendente “clase productora” que se desarrolla con el proceso de la modernidad, de la industrialización.
No hubo concurrencia a esos comicios de los partidos turnantes, a la lista de la Unión Nacional sólo hubo candidaturas independientes como alternativa, y el triunfo de los regeneracionistas fue rotundo. A la vista de tales resultados pareciera que el objetivo de superar el turno de los partidos tradicionales fuera posible en Zaragoza (recordar elecciones generales de primavera, el triunfo de Basilio Paraíso). Vicens Vives, que se interesó por los planteamientos del regeneracionismo, llegó a escribir que en su origen hay causas muy similares a las que hicieron posible el nacimiento de la Lliga de Cataluña: realizar un esfuerzo por las clases productoras para llevar a la vida política partidos verdaderamente representativos de sus intereses en detrimento del partido conservador y liberal cuya permanencia en el poder era debido al sistema caciquil que desnaturalizaba todo proceso electoral en España. El catalanismo como alternativa a los partidos turnantes se impuso en la región vecina, el regeneracionismo, igualmente como formación verdaderamente representativa de los intereses que surgían con la industrialización en Zaragoza, no lo logró, de hecho no se volvió a presentar una candidatura como las de 1901. Todavía en 1907, durante el proceso electoral a Cortes de ese año la Revista Financiera en un editorial de corte aragonesista (lo que recuerda a la Lliga) que titulaba “Aragón sin aragoneses”, cargaba contra los diputados cuneros y los caciques que los fabrican, añorando candidaturas formadas por hombres comprometidos con intereses reales de la región. El periódico publicaba a menudo artículos sobre el tema y siguió con cuidado el triunfo de Solidaridad Catalana poniéndola como ejemplo del tipo de candidaturas electorales que querría para Zaragoza.
No creo que pueda equivocarme si afirmo que entre la Cámara de Comercio de Zaragoza y su presidente, Basilio Paraíso, existió una fácil comunión de ideas. Por eso, las memorias que anualmente publicaba la Cámara sobre su gestión son una buena guía de la actuación cotidiana de los zaragozanos impregnados de ideas regeneracionistas y dedicados al comercio y a la industria. Pues bien, en esos periódicos y regulares informes podemos percibir pistas para conocer las iniciativas de la ciudad encaminadas a abrir el mundo a la producción local. La primera batalla para abrir mercados había que librarla en los despachos ministeriales. Es verdad que nadie, o al menos yo nada he visto sobre esto, nadie digo planteó la apertura de los mercados nacionales a la producción extranjera; se solicitaba, eso sí, del Gobierno de la nación iniciativa para firmar tratados comerciales bilaterales con aquellos países a quienes previsiblemente se podían exportar los productos locales, pero siempre que eso no perjudicase la posible cota de mercado nacional que se poseía. Otras gestiones en la administración central iban dirigidas a rebajar los impedimentos prácticos que los problemas del cambio (depreciación de la peseta-plata), los depósitos en aduanas o el pago en oro producían. Y finalmente la agilización del tráfico por el territorio español era otra de las cuestiones sobre las que batallar: acabar con las tarifas ferroviarias discriminatorias para los productos aragoneses, mejorar todo lo concerniente a las guías y vendís, y sobre todo abrir nuevas líneas ferroviarias (Cariñena-Daroca) que facilitaran la llegada a los mercados de los productos de la tierra (aquí merece especial mención los esfuerzos por el ferrocarril de Canfranc).
Aparte de la disminución de las exportaciones de vino a Francia, el más importante pero ya tradicional mercado extranjero, los exportadores españoles y aragoneses en particular tuvieron que hacer frente a la desaparición del mercado asegurado que era Cuba. Por eso, cada año, aparecía en cada memoria este problema, así como su solución: la introducción de nuestros productos en los países latinoamericanos, especialmente Argentina y Méjico. Para que nos hagamos una idea de lo que quiero decir leamos lo que dice la Junta de la Cámara en la Memoria de 1901:
Perdidos los mercados antillanos para la producción peninsular ahora más que nunca se ha dejado sentir la necesidad de otros nuevos… Nos hemos adherido a las muy varidas iniciativas que se han tomado, poniendo en conocimiento de los socios y del comercio en general las más importantes por medio de nuestro Boletín y de la prensa local, hemos mantenido la necesaria relación con la Junta de exportación a fin de conseguir los antecedentes que se nos han pedido, nos hemos comunicado directamente con fabricantes y productores extranjeros, sirviendo los fines e intereses del comercio regional, hemos procurado la propaganda y concurrencia cuando se ha tratado de organizar y verificar exposiciones y concursos permanentes de productos nacionales en puntos y centros convenientes a nuestras miras e intereses (París, Buenos Aires, Filadelfia, arte decorativo de Turín, Hispano Americana de Londres, ¡¡Japón!! En 1903, Lion y Lieja. Interés en saber los resultados de esas gestiones –el Boletín-), hemos emitido dictámenes y publicado informes y hemos, finalmente, procurado extender la esfera de nuestra exportación en las Repúblicas Sur Americanas, que guardan los recuerdos de nuestra raza, de nuestra lengua, de nuestra vida y de nuestras costumbres. Por eso mismo, vimos con satisfacción que por iniciativa de Sociedad tan respetable como la Unión Ibero Americana y con el apoyo del Gobierno, se convoca en Madrid para principios de noviembre último (1900) un magno Congreso, en el que han tenido representación importantísimos elementos de España y delegados de florecientes estados americanos. La Junta tuvo su modesta intervención en dicho Congreso, de cuyos resultados mucho puede y debe esperarse en materias tan importantes como las que se refieren a tratados de comercio, de propiedad industrial e intelectual, cambios, servicios de navegación, etc.
He aquí un campo virgen para la investigación regional: verificar los resultados de tales movimientos.
El afán en Zaragoza por abrir mercados más allá de las fronteras nacionales se muestra evidente en la iniciativa de Basilio Paraíso y quienes organizaron la Exposición Hispano Francesa de 1908. En su seno se convocó un congreso dedicado a la exportación que reunió a más 398 congresistas que tuvieron ocasión de debatir en el mes de noviembre sobre las fórmulas a utilizar por la iniciativa privada y por el gobierno para aumentar la presencia de los productos españoles en el mundo (se publicó un extracto taquigráfico). Parece que la atmósfera del evento se caldeó bastante a causa de quienes defendieron el proteccionismo tradicional del Estado y quienes veían en él un obstáculo para sus exportaciones:
Disputábanse el triunfo dos clases de industrias: una… que ha tratado de conquistar los mercados extraños sin apoyo alguno oficial; otra que no ha podido buscar expansión sin el apoyo del arancel.
Como era de suponer no hubo acuerdo ni acercamiento entre ambas posturas respetándose en las conclusiones finales los votos particulares de cada una de ellas, así lo señaló Paraíso en su discurso de clausura:
No quita importancia a este Congreso el hecho de no haber logrado compenetración unánime de pareceres en todos los extremos… Nosotros, ya que no hemos logrado esa perfecta armonía, aquella perfecta concordia, que jamás pensó el Comité Ejecutivo de la Exposición pudiera lograrse, hemos logrado, por lo menos, que se establecieran verdaderas relaciones de fraternidad.
Las conclusiones últimas llamaban al sector privado para que incentivara la creación de Sociedades de Geografía Comercial, formara buenos agentes comerciales, pusiera en marcha bancos para la exportación, creara cooperativas de cooperación y venta, así como fomentara la fusión de empresas industriales para mejorar su competitividad, amén de introducir en España el gusto por conocer el mundo y moverse en él. Por otro lado, de manera general, se decía, “la función primordial del Estado en el orden económico es la de ser el supremo director y propulsor; pero respetando el libre desarrollo de las iniciativas y actividades particulares” (merecería la pena saber con exactitud qué quería decir tan pomposa declaración) Y continuaba: “La política exterior de España debe orientarse fundamentalmente en nuestros intereses económicos, teniendo muy presentes los de la exportación” (importante afirmación, hay casi de Perogrullo, pero no tanto en 1908)
Donde no hubo posibilidad de acuerdo fue en el apartado C de las conclusiones que afectaban a las iniciativas oficiales y dedicada a los tratados de comercio. Expuesto de manera escueta el acuerdo presentado por los ponentes (menos proteccionistas) se inclinó porque el Ejecutivo revisara de forma radical el arancel y adoptara acuerdos comerciales con otros países para favorecer la exportación abriendo las fronteras a los productos de aquellos como compensación. Sectores más proteccionistas lograron hacer mantener un voto particular en el que se especificaba que todo acuerdo que supusiera rebaja del arancel para productos extranjeros debiera de ser aprobado por las Cortes españolas (caciquismo). Finalmente no se votó este asunto de capital importancia. El Congreso también dedicó tiempo al problema de la emigración.
¿Qué consecuencias prácticas tuvo en la economía zaragozana todas estas preocupaciones e iniciativas? A falta de posteriores investigaciones pueden ser de utilidad las Memorias de Desarrollo del Comercio y de la Industria que la Cámara de Comercio de Zaragoza publicó en 1917 y 1922. ¿Qué exportaban los zaragozanos en esas fechas? ¿a qué mercados habían llegado?
Dejamos de lado el extraordinario periodo de la Primera Guerra Mundial: 1914-15 malos años, muy bien el 16 al 18: se exportó carbón, hierro, azufre, y sus derivados, azúcar, harina, cemento, alcohol, lonas sacos y multitud de pequeñas manufacturas. En 1915, 122 mil toneladas de carbón de Utrillas obtuvieron un valor de un millón trescientas mil pesetas; en 1918, 141 mil tms, cerca de diez millones.
Pues se exportaba regaliz a los EEUU para las pastillas de tabaco; conservas vegetales a Cuba, Argentina, Centro América y Marruecos, a veces a Inglaterra (el problema de la hoja de lata); aceites finos, a través de Reus, Tortosa y Barcelona a Italia y Francia que los envasaban, algunos fabricantes alrededor de 1920 exportaban directamente a esos dos países; galletas a Marruecos, Cuba y Argentina (muy difícil competir con Inglaterra); los vinos tintos de fuerza y las mistelas negras se llevan a Cataluña desde donde se exportaban a Inglaterra y Suiza; el calzado se empezó a exportar algo durante la guerra a Francia, Portugal y Marruecos, después se intensificó la exportación a Cuba y a algunos países latinoamericanos; lana sucia sin transformación y sacos de yute a Francia; cáñamo para alpargatas a Sudamérica; curtidos a Francia, Alemania, Dinamarca, Italia y Rusia; prendas confeccionadas a Marruecos; corsés a Sudamérica; antes de la guerra se exportaban camas de hierro a Francia, Argelia, Egipto, Grecia, Turquía asiática, sur de China, Holanda y Sudamérica, en Francia se vendían camas de lujo (Solans); alfileres a Marruecos; aparatos de precisión: material científico relacionado con la topografía, óptica militar y telegrafía principalmente a Argentina, Cuba, Méjico y Chile (Laguna de Rins); espejos y productos análogos a Portugal y Marruecos (Paraíso); los hermanos Faci exportaban medallas y bisutería a Portugal y Marruecos, en este país se vendían sortijas y pulserascomo si fueran de procedencia árabe; productos químicos a Portugal, “La Oxhídrica” a partir de 1907; pasta de trapo para fabricar papel a Portugal y América latina; a esta región también se exportaban esmaltes fotográficos; Acumuladores Tudor, en Zaragoza desde 1897, exportaba a Portugal; desde 1911, una sociedad llamada “España Musical” vendía rollos musicales para pianos eléctricos en los Estados Unidos y Alemania (música clásica). El problema del vino.
Necesitamos más datos para saber qué representaban estas exportaciones en la configuración de la renta de los zaragozanos y en el desarrollo de la ciudad (Albert Broder dice al respecto para el conjunto del país que las exportaciones españolas dejan poco dinero en España aunque éstas crecen, y ello porque las operaciones se hacían en el extranjero, los fletes alimentaban a flotas extranjeras, la maquinaria para la producción provenía de fuera de España, y los cuadros superiores eran extranjeros. De todas formas, hay que tener en cuenta la sobrevaloración que este autor hace del intercambio interno para explicar el crecimiento de los países europeos, deprecia el librecambio). Ahora bien no se puede negar la presencia de productos zaragozanos en América (Cuba, EEUU. Importancia de la Sociedad Ibero-Americana que desde 1890 fomentaba el comercio entre España y América), Marruecos (Costa, Segundo Congreso Africanista celebrado en 1908 en Zaragoza; presencia de zaragozanos a partir de 1909 en las llamadas Misiones Comerciales al Territorio de Marruecos –Centros Comerciales Hispano-Marroquíes-; Revista Financiera muestra su preocupación por la seguridad en Marruecos a partir de 1909), Portugal y Francia principalmente (Ferrocarril de Canfranc).
Mucho se ha escrito sobre la Exposición Hispano Francesa de 1908. Yo quisiera ahora dar a conocer algunos pormenores de su organización que demuestran el interés de quienes la organizaron (Paraíso) por hacer de la misma una exposición internacional y no local o nacional como quiso durante un tiempo el gobierno español, y de qué manera sus impulsores supieron sortear las dificultades que tuvieron para hacer realidad la presencia francesa en Zaragoza (Cárlos Aznar, documentación inédita del Ministerior del Exterior francés). En cualquier caso, lo primero que hay que señalar es que, más allá de declaraciones oficiales, sus organizadores concibieron la exposición como un instrumento para animar la economía de la región o ciudad, que desde 1904 sufría de cierta atonía, y pensaban que el evento podría intensificar los intercambios con Francia además de asegurar los esfuerzos españoles y franceses en la construcción del ferrocarril de Canfranc.
La idea básica que Carlos Aznar nos presenta es que frente al objetivo de Paraíso, Pellejero y demás impulsores de la Exposición, ni el Gobierno español ni el francés acogieron positivamente la idea de Zaragoza: el primero quería limitarla a un acontecimiento de carácter nacional y el segundo simplemente no quería participar dada la inhibición oficial española y porque, además, prefería centrarse en la Exposición Franco Británica que ese mismo año de 1908 se organizaba en Londres (informes positivos de la representación diplomática francesa en España tanto consular como de la embajada; buenas relaciones bilaterales: Algeciras, pero sin tratado comercial desde 1892). No se arredraron los organizadores, ante la previsible ausencia oficial de Francia el Comité ejecutivo contrató a Louis Labajauderie, un francés con experiencia en organización de exposiciones internacionales que debería gestionar la contratación de expositores franceses. Paraíso también utilizó el apoyo de Segismundo Moret para lograr, no obstante, la participación oficial francesa
Hasta noviembre de 1907, tras ser declarada la Exposición como oficial el gobierno no solicitó al ejecutivo francés su participación (a través del embajador en París León y Castillo). El Ministro de Asuntos Exteriores francés, Stephen Pichon anticipó en enero de 1908 en Madrid a Basilio Paraíso y Nicolás Escoriaza la participación oficial de Francia, que no se hizo pública por el gobierno francés hasta ¡¡marzo de 1908!! (la inauguración de la Exposición se preveía para mayo de ese año). Carlos Aznar nos informa de cómo fue determinante en el cambio de actitud francesa no sólo la invitación del ejecutivo español, sino la eficaz gestión de Louis Labajauderie ante el Comité Francés de Exposiciones en el Extranjero, que terminó por recomendar la participación gala, e igualmente su eficaz trabajo en la búsqueda de expositores franceses que se inscribieron en la muestra zaragozana antes de la presencia oficial francesa. De modo que en el caso de que el Gobierno francés hubiese decido no venir, la Exposición de Zaragoza hubiera sido igualmente internacional aunque de carácter privado, al menos la representación del país vecino, y ello gracias al tesón de esos regeneracionistas zaragozanos como Paraíso y otros. Hay que decir, que el Comité Ejecutivo apartó entonces a Labajauderie de las gestiones de la sección francesa lo que provocó un pleito de éste con los organizadores, pleito que se saldó con un acuerdo en mayo de ese año por la cantidad de 11.000 francos.
El Gobierno francés aportó 120.000 francos para la construcción de un edificio que albergaría la exposición francesa (la misma mañana de la inauguración de la Exposición todavía se trabajaba en él) y otros gastos. Resulta muy significativo que nombrara presidente de la sección francesa a un ex ministro de agricultura Albert Viger.