ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

Eloy Fernández Clemente

Charla impartida el 15 de febrero de 2002 en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, dentro del acto anual de entrega de premios y medallas de la Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza”.

0. Introducción

Agradezco mucho a los organizadores de esta sesión, tan entusiastas estudiosos y promotores de cuanto se relaciona con Los Sitios de Zaragoza, su invitación a participar en ella, como historiador interesado en las cosas de Aragón. Lo haré en esa condición, procurando enmarcar lo que significó la fecha, tan emblemática, de 1908, en que tuvo lugar la por tantos motivos celebérrima Exposición Hispano‑Francesa de 1908, verdadero quicio entre dos tiempos bien definidos de nuestra historia, tanto que con frecuencia he señalado con ella la verdadera división entre el siglo XIX y el XX, entre el fin de una sociedad regida por una burguesía progresista y el comienzo de una etapa convulsa por la lucha de clases y el aferramiento a viejos privilegios y prácticas políticas egoístas. Culmina con tan magna manifestación un tiempo de fe en la industria y el progreso, una era aún romántica en muchas cosas, una sociedad bastante tradicional, con clases sociales instaladas y alejadas unas de otras. Acercarse, pues, a 1908, con el ánimo de comprender qué significó en el ir y venir de los aragoneses, puede tener, pienso, y por eso estoy aquí, alguna utilidad para cuantos, además, soñamos con el año 2008 como un nuevo hito de empuje y desarrollo para la ciudad y el territorio de que es capital.

1. Las grandes exposiciones internacionales.

Aunque tuvo aspectos muy específicos y singulares, no cabe duda de que la Exposición Hispano‑Francesa de 1908 representa la culminación, para Zaragoza, de una línea de emulación a escala internacional, frustrada por dos veces en 1868 y 1885, en que sendas exposiciones aragonesas fueron casi abortadas, la primera por los acontecimientos políticos de la Revolución «Gloriosa» o septembrina, que terminó con el reinado de Isabel II, y la segunda por la tremenda epidemia de cólera que acabaría ese mismo año con la vida de su hijo Alfonso XII.

Las grandes exposiciones internacionales o universales del siglo XIX fueron manifestaciones que querían mostrar a grandes públicos, propios y extranjeros, el éxito de la industrialización para, por sus realizaciones, convencer a los faltos de fe en el nuevo sistema. Pero no sólo eso. Además, fueron «escenarios de la historia social interdisciplinaria. Pusieron de manifiesto la complejidad de los fenómenos socioculturales, ya que en las exposiciones se hallaban en una estrecha interconexión informaciones industriales, formación técnica, comunicaciones, congresos y movimientos internacionales, artes plásticas, así como también manifestaciones del colonialismo. Las exposiciones mundiales fueron piezas didácticas de la historia cultural».

En muchos países de Europa se fueron haciendo exposiciones de interés con ámbito estatal y, en algunas ocasiones, alcance internacional. En el caso de España se había promulgado un decreto en fecha tan temprana como la de 1827, por el cual cada tres años debería realizarse una exposición industrial. Se hizo, sí, en 1828, pero ya no hasta las de 1841, 1845 y 1850, y aun entonces con relativamente escasa importancia. Ya no habrá otra exposición en Madrid hasta 1871, pero sí, en esas dos décadas, en ciudades como Barcelona, Valencia, Valladolid o la citada de Zaragoza en 1868. Y en 1865 se celebra en Oporto la que es considerada por algunos autores como, en realidad, la primera gran exposición industrial de la Península.

Nada comparable, desde luego, con la magna exposición que, recién doblado el siglo, el 1 de mayo de 1851, se inaugurará en Londres, «taller del mundo» y capital del Imperio Británico. En el Palacio de Cristal se exhibieron las nuevas maravillas tecnológicas de toda Europa. Patrocinada por la realeza, esta exposición londinense simbolizó el optimismo de los gobernantes y de los industriales de vanguardia» y su confianza en el progreso material, y se presentó como la culminación de la técnica empírica, dando a conocer los métodos de producir gas para el alumbrado, amoníaco o benzol y preparar el caucho, la gutapercha y el cemento hidráulico.

Los ecos de esta exposición no se hicieron esperar, pues en 1853 Nueva York tuvo la suya propia con su correspondiente Palacio de Cristal. Por su parte, Napoleón III no se quedó atrás. La exposición de París de 1855 que siguió a la del Palacio de Cristal fue la más espléndida y opulenta nunca vista. Todavía hubo otra gran exposición parisina, en 1862, casi simultánea con una celebrada en Londres. Sin embargo, la más grande del mundo hasta la fecha y la más esplendorosa fue la Exposición de París de 1867. La ciudad tiene por entonces un millón de habitantes, y es una de las más hermosas del mundo. Tenemos la suerte de que el joven Joaquín Costa fuera becado por la Diputación de Huesca para trabajar en la construcción del Pabellón Español y luego como portero en el recinto y relatase en unos textos muy interesantes esa extraordinaria experiencia.

Otras muchas exposiciones se realizaron en años sucesivos, hasta nuestros días, en América del Norte y en otros continentes, siguiendo ese espíritu y ese entusiasmo por el progreso. En esa línea debe insertarse, sin duda, la zaragozana de 1908, y, por supuesto, la que todos confiamos llegue, de 2008.

2. La Zaragoza del cambio de siglo

Zaragoza en torno a fines del siglo XIX y comienzos del XX, es todavía un gran poblachón monegrino, aunque no tan despectivamente tratable como esa vieja y chusca expresión quiere significar. La ciudad alcanza los cien mil habitantes, cota entonces de lo que se entiende por «una gran ciudad», poco después de comenzar el siglo XX.

Si se llega a ella por tren, ‑esa reciente maravilla‑, procedentes de Barcelona, desde el otro lado del Ebro se ve cómo alrededor del Pilar se agolpan casas y callejas, en el Arrabal que se pisa hay apenas unas pocas industrias importantes, y lo común es ver transitar algún que otro carro o carreta, o tranvías de tracción animal. Un gran hueco, desde 1893 ya no está en su sitio la Torre Nueva, la más esbelta y señorial de todas las torres que vigían la ciudad. Si, por el contrario, el tren llega a la estación del Campo del Sepulcro, desde Madrid o Logroño y Pamplona, se está prácticamente en el extra‑radio urbano, justo en las afueras de la segunda muralla, aunque apenas reflejada en la Puerta del Carmen junto a la que se alza el nuevo café de Levante, hermano menor de una auténtica leyenda ciudadana: el Ambos Mundos, tenido por el más grande de Europa, y ubicado casi también en la linde municipal, donde viene a terminar el Salón de Independencia, gran paseo con sus arcadas y sus paseantes de toda clase y condición.

Si, desde el sur, se contempla el paisaje urbano desde los altos de Torrero hay una vista totalizadora sobre el conjunto, rodeado en esa linde sur por la Huerva, el pequeño río que al llegar a su término acaricia la Huerta de Santa Engracia y San Miguel y la Puerta del Duque, la torre de Bruil y algún viejo cuartel extramuros.

Avenida abajo, muy cerca de la plaza de la Constitución, están el viejo y magnífico Teatro Principal, y su rival, el Teatro Circo. Es la zona del Coso Bajo, que con la calle de San Miguel y sus aledañas forman nuestro pequeño Wall Street y nuestra peculiar calle de los periódicos londinense. Allí se agrupan casi todos los diarios, los despachos de abogados, los bancos aún escasos e incipientes… Y todavía, en su fachada izquierda según se sube, ocupa Independencia una serie de servicios benéficos y algún salón de baile, hasta llegar a la gran iglesia de Santa Engracia, destruida en buena parte durante los Sitios.

En fin, la ciudad guarda sus joyas arquitectónicas con respeto y orgullo, aunque la Aljafería sea un cuartel. La “Zaragoza artística, monumental e histórica» de los hermanos Gascón de Gotor, publicada en 1890, refleja la calidad de sus edificios. Basta asomarse a ese primoroso libro, hace poco reeditado, para descubrir ese paisaje y esos recuerdos. Además, será ocasión de comprobar cómo en ese fin de siglo están a punto de llegar las grandes transformaciones urbanas: la plaza de Aragón y la calle de Canfranc se habían modificado en torno a la primera Exposición Aragonesa, de 1868, mientras que la de 1885 permitió urbanizar el llamado barrio del Bajo Aragón, en tomo a Miguel Servet. Y las viejas puertas, salvo la del Carmen, han desaparecido, aunque por el momento se construyeron de nuevo las de Santa Engracia (más al norte de la anterior, subiste hasta 1904) o la del Duque (junto a San Miguel). Otros proyectos habrán de esperar mucho, como la apertura de la futura calle de Conde de Aranda (que no se inicia hasta 1914 ni acaba hasta 1931), o la de la Yedra (luego de San Vicente de Paúl, terminada ya en la posguerra).

Pero la principal, la gran reforma del barrio de Santa Engracia (planteada ya por el alcalde Cantín y Gamboa en el Ateneo, el 31 de diciembre de 1898, mediante la prolongación de las calles de San Miguel, Zurita y Sanclemente, la adquisición del convento de Jerusalén y el cuartel de Santa Engracia y la parcelación en solares de toda esa zona), no se logrará sino diez años después, con motivo de la Exposición que nos ocupa. Es uno de sus grandes legados.

3. El progreso de una ciudad

Zaragoza es, desde luego, una ciudad ya industrial, …pero todavía muy agraria: en el Arrabal (y en los barrios rurales), se encuentran aún las huertas y los campos de cultivo, ricos y abundosos, que surten el mercado local. Puede decirse que salvo unos cinco mil obreros de todo tipo, la mayoría de la población tiene, aún, lazos rurales, incluyendo a los ricos propietarios que se reúnen en el Casino Principal, la Asociación de Agricultores de Zaragoza, que agrupa a arrendatarios, colonos y jornaleros de la huerta, en general exitosos supervivientes de una crisis que a ellos no afectó mucho. Gracias a la Granja Agrícola, que desde fines del siglo introduce la semilla de la remolacha y a sus grandes campañas de promoción, se inician en la vega del Ebro los nuevos cultivos, como el maíz ya desarrollado a la europea, el trébol y la alfalfa, y, sobre todo, ese preciado tubérculo que, molturado, se convierte en azúcar.

Se alzan ya, en el entorno de Zaragoza varias azucareras. La gran tradición metalúrgica, que aprovecha la ubicación en una situación privilegiada por la red ferroviaria, da trabajo y vida a fábricas como Averly, Mercier, Maquinista Aragonesa, Montaut y García, Laguna de Rins, o la primera fábrica española de espejos, La Veneciana.

El entramado urbano, y la moderna visión de sus plutócratas, se enorgullecen de una notable expansión industrial, cuajará en tomo a 1900, cuando ya han surgido las compañías que están articulando la propiedad carbonífera en Utrillas, la Industrial Química, la Tudor, la papelera La Montañanesa y otras muchas. Un nuevo puente sobre el Ebro, el del Pilar, cuyos hierros recuerdan la torre Eiffel, conecta las nuevas zonas industriales con el centro urbano. Y funcionan ya modernas hidroeléctricas como la Compañía Aragonesa de Electricidad y Electra Peral. Y toda esa trama de negocios disfruta ya de la posibilidad de telefonear, y cuenta con un sistema financiero todavía pequeño, en el que destacan el Banco de Crédito de Zaragoza, y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, pero están a punto de aparecer ‑será en 1910‑ el Banco de Aragón y el Zaragozano. Por su parte, el veterano comercio, agrupado en la calle de Alfonso I el Batallador y en la de Don Jaime I, se agrupa para su defensa en la muy activa Cámara de Comercio, que preside desde 1893 Basilio Paraíso.

También debemos reseñar que, desde 1895, aparece en Zaragoza Heraldo de Aragón, pronto en solitario al desaparecer los más veteranos salvo, por un breve tiempo, el Diario de Avisos, y de nuevo con rival desde 1901: El Noticiero. Fueron magníficas las grandes campañas del Heraldo abogando por la Exposición de 1908 y por otros muchos asuntos. La prensa tiene ya un gran predicamento social, y su diaria aparición suscita todo tipo de comentarios en las nutridas tertulias en cafés, tiendas y reboticas.

La educación, desde que, en 1902, Romanones ha decidido la adscripción de la enseñanza primaria al presupuesto general del Estado, y contando con un Ayuntamiento que tiene a gala atender más que mínimamente este servicio ciudadano, cuenta con ilustres maestros como Marcelino López Omat, Andresa Recarte, María Díaz, Pedro Joaquín Soler… En enseñanza media, junto al único Instituto (ubicado en el Coso Bajo, junto a la Universidad Literaria ‑Derecho y Letras‑), destacan los colegios de Jesuitas (en el que es profesor de Ciencias Naturales el P. Longinos Navás), y Escolapios y los femeninos de Santa Rosa y La Enseñanza, a los que se van uniendo otros de diversas órdenes de procedencia extranjera. Hay, además, otros centros de nivel medio como la Escuela de Artes y Oficios, las Normales de Maestros y Maestras, la Escuela de Comercio, y diversos colegios privados y academias.

En cuanto a la Universidad, que posee un nuevo y muy flamante edificio desde 1893 para las Facultades de Ciencias y de Medicina al sur de la ciudad, fuera del recinto de Santa Engracia, cuenta con profesores eminentes como el matemático Zoel García de Galdeano, los químicos Bruno Solano, Savirón y Calamita, el veterinario Pedro Moyano y los historiadores Julián Ribera y Eduardo Ibarra, que encabezan una renovación que tiene su seña en la «Extensión Universitaria», en que Zaragoza es pionera.

En cuanto a la vida cultural, los melómanos mantienen una Sociedad de Conciertos y una Escuela Municipal de Música; una escasa pero interesante actividad en el Ateneo y los Casinos y centros políticos; una interesante página artística en manos del arquitecto Ricardo Magdalena, los pintores Unceta, Barbasán, H. Estevan, Pradilla, etc., mientras que ya lejos de Aragón, aunque sin olvidar su tierra y escribiendo en su recuerdo, nombres tan ilustres como los de Marcos Zapata, Mariano de Cavia, Eusebio Blasco, Julio Cejador, Joaquín Dicenta.

Mientras tanto, el sistema iniciado con la Restauración continúa y se desarrolla y, en cierto sentido, perfecciona. Ya hay sufragio universal, aunque sólo votan los varones mayores de edad. Pero apenas han cambiado las cosas, y siguen mandando mucho el liberal Segismundo Moret, los conservadores Tomás Castellano Villarroya y Luis Franco y López, y los republicanos Joaquín Gil Berges, Marceliano Isábal, Gil y Gil, y los ya citados Costa y Paraíso.

Este movimiento obrero está aún bastante poco organizado, no lo estará hasta bien entrado el siglo XX. Por el momento, destacan el anarquismo, doctrina radical contra la sociedad fuertemente clasista y desigual, y el socialismo (el PSOE y la UGT, que congregan a unos pocos cientos de obreros) y celebran, desde fines del siglo anterior el 1 de mayo reivindicando para todos una jornada laboral de no más de ocho horas, mayores cuidados en los trabajos de riesgo o insanos, ciertas ventajas a las mujeres embarazadas y a los niños menores de doce años…

4. El Regeneracionismo

La pérdida de las últimas colonias había provocado, no sólo un profundo cambio literario, la consecuencia más conocida popularmente, bajo la discutida denominación de «generación del 98», grupo de enorme importancia en nuestra cultura, pero en el que no se suelen incluir a los grandes reformadores sociales como Lucas Mallada, Ganivet, Picavea, Isern, Sánchez de Toca, y gentes de la Institución Libre de Enseñanza como Altamira, Azcárate, Giner y, sobre todo, claro es, a Joaquín Costa, quien, con sus mensajes a las Cámaras Agrarias aragonesas había logrado la creación de una Asamblea Nacional de Productores, y tras el Desastre y sus duros ataques al sistema corrupto de la Restauración, junto a las Cámaras de Comercio y a los propietarios agrarios castellanos de Santiago Alba formaría la Unión Nacional, especie de nuevo tipo de partido político populista y muy crítico con el sistema de la Restauración.

El Regeneracionismo tuvo un importante eco en Aragón; hubo en él un claro componente de resurgir aragonesista, pero se trataba de un aragonesismo crítico, nada autocomplaciente y con proyección de futuro, más en lo cultural que en lo político. Hubo también un claro contenido regnícola, un deseo de recuperar y dar brillo a una tradición más o menos mítica, como base para la reafirmación de los aragoneses en el presente y su proyección hacia el futuro.

En ese sentido habríamos de citar a los impulsores de la «Biblioteca de Autores Aragoneses» que, entre 1876 y 1915 «rescató para la cultura aragonesa» numerosas obras fundamentales de nuestra historia y cultura. Y a la arquitectura, que evoca tiempos pasados con el neomudejarismo, o retorna al estilo aragonés, y cuyo mayor representante es Ricardo Magdalena; o la pintura, dominada igualmente por el historicismo. 0 revistas culturales como la Miscelánea Turolense (1891‑1901), la Revista de Aragón» (1900‑1905), la Revista de Huesca» (1903‑1905), el Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón (desde 1907), todas ellas aparecidas en los años inmediatamente precedentes a la Exposición de 1908.

En cuanto a la producción literaria el viejo y ya agotado costumbrismo típico de la segunda mitad del XIX da paso a otro que rechaza los chistes fáciles, los tópicos baturros, los estereotipos denigrantes, y en el que destacan Romualdo Nogués, Polo y Peyrolón, Cosme Blasco, José María Matheu y el de mayor vuelo, el que con más propiedad podríamos adscribir al regeneracionismo, Luis López Allué. Y, en una segunda fila, por su frecuente desmesura o su menor calidad, los M. Baselga, Pamplona Escudero, Casañal, Sixto Celorrio, García Arista, Peiró («Antón Pitaco»), etc. Junto a ellos, otro tipo de escritores plenamente regeneracionistas como Pascual Queral y los grandes científicos: el ya citado geólogo y paleontólogo Lucas Mallada, el criminólogo Rafael Salillas, y el médico Santiago Ramón y Cajal.

5. La generación de 1908

He llamado hace más de un cuarto de siglo «generación de 1908» no sólo a los organizadores del Certamen sino también a sus beneficiarios. Los más importantes, quizá, aparecen en un célebre cuadro de Juan José Gárate. De izquierda a derecha aparecen el propio pintor; el periodista Jerónimo Vicent, el pintor Francisco Pradilla, Santiago Ramón y Cajal, el dramaturgo Marcos Zapata, el político Segismundo moret, el escritor costumbrista José María Matheu, el industrial Basilio Paraíso, el periodista Mariano de Cavia, el sacerdote Florencio Jardiel. ¿Por qué falta Costa?. Quizá porque fue hecho tras su muerte, en 1911, quizá porque esta generación, más joven, tiene otros afanes…

Una pista más: la «Revista Aragonesa», en su nº 8 (noviembre de 1907) da cuenta del banquete celebrado el 7 de ese mes en el Hotel Europa, en gratitud a cuantos han colaborado en el nº extraordinario de preparación del Centenario de los Sitios. A la cena asistió la plana mayor de esta generación, muchos de ellos, claro, ya los hemos visto en el cuadro de Gárate: anotamos los más conocidos, los industriales Paraíso y Portolés; los juristas Marceliano Isábal y José Gascón y Marín; los médicos Gimeno Riera, Félix Cerrada y Marín Corralé; el banquero Juan Enrique Iranzo; los profesores Moneva, Giménez Soler, Ripollés, Vicén, Ibarra; el arquitecto Félix Navarro; el escultor Lasuén, el pintor Gárate; el abogado Valenzuela; los escritores Pamplona Escudero y García Arista; los periodistas José García Mercadal y Aznar Navarro; el fotógrafo Freudhental…

Precisamente este último obtuvo una placa memorable de la reunión, que pude estudiar hace muchos años con detalle gracias a la ayuda de uno de los presentes, don José García Mercadal, y a don Genaro Poza, algo más joven, pero que me confirmó uno por uno los nombres de los asistentes.

Al acto se adhirieron, además, por carta, otros muchos, como el catedrático y médico Royo Villanova, el erudito Mariano de Pano, los escritores Casañal y Sixto Celorrio, etc. Por otra parte, hay muchos otros que escriben en la revista y no se excusan ni adhieren, ni falta que les hace: entresacamos a Cavia, Blas y Ubide, Costa, Gil Berges, Dicenta, Domingo Gascón…

Y hay más, aunque no todos con el aliento intelectual y científico de muchos de los nombrados, citemos a algunos ilustres católicos, seguidores desde 1891 del mensaje modernizador y de mayor compromiso social del Papa León XIII, la encíclica «Rerum Novarum», como los clérigos Florencio Jardiel, Juan Buj, Pedro Dosset, Santiago Guallar y, sobre todo, una de las grandes cumbres de la ciencia española, Miguel Asín Palacios, gran arabista y filólogo; los catedráticos de la Universidad Hernández Fajarnés, Iranzo, La Figuera; aristócratas como los marqueses del Valle Ameno y Montemuzo y el conde de la Viñaza; el hombre de negocios y crítico de arte Mariano de Pano; el novelista Pamplona Escudero, el jurista La Sala Valdés, el canonista y pulsador cívico Juan Moneva y Puyol, el médico Félix Cerrada, el librero Cecilio Gasca, el industrial Izuzquiza, el banquero y escritor M. Baselga, los maestros Cándido Domingo y Ezequiel Solana, el director de la Escuela de Comercio Juan Cancio Mena, el abogado Eduardo de No, el terrateniente Gaspar Castellano.

Es precisamente a la altura de 1908, fecha en que va a tener lugar la Exposición Hispano‑Francesa, cuando puede decirse que culmina una gran generación de esforzados científicos, escritores, artistas, periodistas, gentes de negocios, profesores, y un largo etcétera, que creyeron en su patria chica y lucharon por ella denodadamente: Aragón ha vuelto a encontrar su camino, por mucho que quede por recorrer. Y, lo que es muy importante, nunca un acontecimiento, hasta entonces, había convocado en Aragón tal serie de personas, por su calidad, por su cantidad y variedad ideológica.

6. Los preparativos.

Debemos a la pluma de Enrique Bernad la indagación sobre cómo se fue organizando la Exposición. Con suficiente antelación, en 1902, el Ayuntamiento decidió «crear una Junta Magna para organizar tal celebración, y llamar a colaborar a todas las fuerzas vivas zaragozanas, así como a representaciones de todas las cabezas de partido aragonesas. La junta organizadora preparó festejos y actos tradicionales; también se pensó en una exposición industrial, sin poder especificar su magnitud, ya que se desconocían los fondos económicos con los que se podía contar.

«Pero en diciembre de 1906, el gobierno comunicó a la junta su decisión de subvencionar el Centenario con dos millones y medio de pesetas. Inmediatamente se creó en el seno de aquélla el comité ejecutivo de la Exposición, presidido por Basilio Paraíso, quien se dedicaría intensamente a planificar y realizar el magno certamen. Paraíso planteó la Exposición como un acontecimiento económico y social moderno, acorde con las ideas que él mismo defendiera años antes desde la Unión Nacional; como una muestra de la moderna industrialización aragonesa (aunque concentrada en Zaragoza), así como un proyecto de futuro para la economía regional, es decir, planteó la Exposición también como un acontecimiento aragonés, de significado regionalista; y, además, concibió el certamen como un acto de acercamiento y reconciliación con Francia, país representante del progreso europeo al que la burguesía regionalista aragonesa representada por Paraíso, aspiraba a alcanzar algún día».

En efecto, si con la Exposición, como es lógico, se trataba de rememorar heroicas gestas zaragozanas pasadas y aprovecharse de la gloriosa efemérides para un reforzamiento de la conciencia regional, de la preocupación ciudadana, había el claro propósito de superar (¡había pasado un siglo!) los lejanos enfrentamientos con Francia. Por una parte, realizando un esfuerzo de comprensión histórica y un acercamiento internacional por encima de viejos estereotipos; pero por otra, ese acercamiento al país vecino no olvidaba que éste era un natural mercado para futuras transacciones comerciales, que se deseaban fortalecer.

7. La Exposición Hispano ‑ Francesa

El Certamen, ubicado en la vieja Huerta de Santa Engracia e inaugurado el 1 de mayo de 1908, servirá, como ya hemos adelantado, para remodelar todo el sector urbanísticamente y abrir más allá del Huerva la nueva ciudad. Los magníficos edificios, según puede verse en las preciosas fotografías de la época, se debieron en buena parte al arquitecto Magdalena, otros a Lafiguera, Yarza, Navarro o Bravo, y fueron decorados por escultores como Palao, Lasuén Benlliure… Muchos todavía permanecen en pie en parte, cobijando los futuros Museo de Bellas Artes, La Caridad, la Escuela de Artes y Oficios y de Comercio, configurando la que primero se llamará plaza de Castelar, que años después se completa con el grupo escolar Gascón y Marín, la Cruz Roja, y otros emblemáticos edificios, alguno diseñado por Fernando García Mercadal. La plaza, hoy precisamente llamada de Los Sitios, la más hermosa de la ciudad, conserva en su centro el bello grupo escultórico diseñado para la ocasión por Querol.

Pero es que, además, como acaba de recordarnos Concha Lomba, no sólo esta zona, sino que toda «la fisonomía de Zaragoza cambió sustancialmente al erigirse el kiosko de la música, la fuente central, los monumentos… a Agustina de Aragón [en la plaza del Portillo] y a la propia Exposición [en el inicio del entonces paseo de Pamplona, hoy en el Parque Grande], la Cruz del Puente de Piedra, el Obelisco del reducto del pilar y el Mausoleo de las Heroínas».

La Exposición, magníficamente glosada en su «Libro de Oro», contó con numerosas secciones, sitas en diversos edificios: el Pabellón Central, el Gran Casino, el Pabellón Agrícola de la Casa Real, la sección del Ministerio de Fomento (Agricultura, Montes, Caminos, el Canal de Aragón y Cataluña, recientemente inaugurado); la Exposición Mariana, las de Arte (retrospectivo y contemporáneo), la Sala Catalana, la de Pedagogía, Libros y Planos; la de las Escuelas de Artes y Oficios; la de Patología; la de Economía Social; las dedicadas a las industrias (de alimentación, mecánicas y manufactureras).

De nuevo recurrimos a Enrique Bernad, que da cuenta de cómo «el problema del agua fue tratado especialmente en la sección dedicada al Canal de Aragón y Cataluña [que se había inaugurado hacía poco]. [También] «se instaló un magnífico y amplio pabellón francés en el que hubo secciones de agricultura, alimentación, varias industrias, arquitectura, pedagogía, economía social, etc. y la muy llamativa para los zaragozanos de entonces dedicada a presentar la industria automovilística francesa».

Además, se celebraron por aquellas fechas una serie de congresos: el de la Exportación Agrícola Nacional, el Internacional de Turismo, el de las Cámaras de Comercio, el de las Sociedades Económicas de Amigos del País, el Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia, el Pedagógico, el católico de la Buena Prensa, el Congreso Mariano Nacional … los del Progreso de las Ciencias, de Naturalistas, sobre la Tuberculosis… Zaragoza sonó en toda España, y sonó bien.

Las repetidas visitas de Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, la presencia en otras ocasiones de la reina Madre María Cristina de Habsburgo, del líder Antonio Maura, de otras muchas personalidades de toda España y muchas de Francia y otros países, de numerosísimo público, hacen de Zaragoza un foco de atracción y prestigio. Bernad estima que «el certamen fue un éxito, se prolongó dos meses más de lo previsto; recibió a medio millón de visitantes, entre los que hubo representantes de las ciencias, las artes, la economía, la política, etc. Debe destacarse la presencia… de numerosos extranjeros, de más de 36.500 obreros, así como la importante participación de Cataluña».

También fue ocasión de edición de numerosos estudios sobre Los Sitios por Allué, Borobio, Lasala Valdés, Herrera Cerdá, G. Mercadal, etc., y de ediciones de fuentes como la de la parte relativa a esos años del célebre diario manuscrito de Faustino Casamayor… constituyen, sin duda, una manifestación de primer orden, que sirve de «puesta de largo» de esta ciudad que avanza en su industrialización, en sus proyectos y esperanzas.

Así lo entiende Mariano de Pano, cronista oficial del Centenario de los Sitios, al presentar el precioso volumen catálogo de la Exposición retrospectiva de Arte: «Renace por momentos Aragón a la vida moderna; el espíritu de asociación multiplica en él los esfuerzos y las aptitudes; cunden por todas partes saludables iniciativas».

Precisamente sobre la otra sección de Arte, la de arte contemporáneo, ha dicho Concha Lomba, a la que me complace citar de nuevo: «Gracias a esta última, los ciudadanos tuvieron la oportunidad de admirar una selección de artistas contemporáneos, franceses y españoles sobre todo; si bien es cierto que la participación española no fue todo lo multitudinaria que habría cabido esperar y que los aragoneses no estuvieron a la altura de los acontecimientos. Entre los franceses destacó la presencia de figuras como Rodin y Corot; entre los españoles, los vascos, y especialmente los catalanes (Llimona, Blay, Fuxá, Mir, Ramón Casas, Masriera, Rusiñol … ); entre los aragoneses se contaron Unceta, Marín Bagüés, Gárate, García Condoy, Torres Clavero, Bueno, los fotógrafos Coyne, Escolá y Méndez León… y Acevedo, que logró la medalla de oro en Artes Decorativas».

8. Una consideración final

No querría cansar más su atención, que agradezco mucho. Acaso únicamente algunas consideraciones al hilo de la preparación para dentro de seis años de un nuevo certamen conmemorativo de ambas fechas: la de 1808, porque Zaragoza no debe olvidar nunca esos episodios de valor y entrega de sus ciudadanos, uno de sus hechos históricos principales; la de 1908, porque es muestra de una buena manera de conmemorar, un siglo después, la primera efemérides. Hubo, incluso, un sesquicentenario en 1958, con bastantes actos y publicaciones.

Aprendamos de 1908 muchas cosas: la preparación con tiempo y tiento; el logro de ayudas oficiales; la convocatoria de todas las fuerzas vivas de la sociedad, la economía y la cultura… y lo menos implicada posible la política partidista. Y cuando he dicho todas esas fuerzas, no me he quedado en Zaragoza ni en Aragón, sino, claro es, en toda España y en Francia y en otros países de Europa y del mundo. La amplitud de miras, la variedad de temas, incluyendo sin excluir. La mirada historicista, erudita, rigurosamente científica hacia el pasado, editora de estudios y fuentes; pero también la mirada hacia el futuro, que ha de deparar cuanto sepamos lograr desde ahora mismo. Nada más, y muchas gracias.

Bibliografía del autor sobre el tema

1975, Aragón Contemporáneo. Siglo XXI, Madrid, 204 pp.

1978, «Aragón contemporáneo: élites y grupos de presión», en I Congreso de Estudios Aragoneses, Zaragoza, pp. 107‑280.

1989, «El regeneracionismo aragonés en AAVV. Historia de Aragón, t.I, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, pp. 263‑70.

1992, (con C. Forcadell), Crecimiento económico, diversificación social y expansión urbana en Zaragoza, 1900‑1930″, en J.L. García Delgado (ed.) y M. Tuñón de Lara (dr.) Las ciudades en la modernización de España. Los decenios interseculares, Madrid, Siglo XXI, pp. 433‑457.

1995 Zaragoza en torno a 1895″, en C. Giménez y M.P. Poblador (eds.) Centenario de la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza, 1895‑1995, Zaragoza, Ministerio de Educación y Escuela de Arte, pp. 15‑21.

1996 «La transformación de la ciudad en el siglo XIX», en Historia de Aragón, Il. Economía y Sociedad, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, pp, 431‑444.

1998, «El regeneracionismo aragonés en el entorno de Costa», en Anales de la Fundación Joaquín Costa, 15, pp. 21‑36.

1999, Introducción a la reed. facsímile de Joaquín Costa, Instituciones económicas para obreros. Las habitaciones de alquiler barato en la Exposición Universal de París en 1867, Zaragoza, IFC.

1999, Zaragoza en el siglo XX, t. XIII de la Historia general ed. por el Ayuntamiento.

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[1] Esta conferencia es una reelaboración de diversos textos ya publicados por su autor, fundamentalmente los que se señalan en la Bibliografía al final. Tomo también algunos datos de Enrique Bemad, voz «Exposición Hispano‑Francesa» en la GEA, tomo V, pag. 1309, y de Concha Lomba, artículo sobre 1908 en el tomo IV Apéndice de la GEA (2001), pag. 239.

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