ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

Francisco Escribano Bernal
Artículo publicado en la revista 
FUNDACIÓN 2008, N° 3.  ENERO 2005

La Revolución Francesa supuso una notable transformación en múltiples aspectos de la vida europea. Especialmente destacable fue el salto en las formas de hacer la guerra, pues confluyeron en esos años las mejoras técnicas en el armamento y el “descubrimiento” de la leva masiva (“el pueblo en armas”) con el genio de Napoleón para la conducción de las operaciones estratégicas. 

Durante el siglo XVIII, los ejércitos mercenarios habían generalizado un modelo de guerra en el que predominaban los movimientos para conseguir una posición favorable frente al enemigo, que aceptaba su inferioridad y pactaba una capitulación, sin llegar al choque más que en contadas ocasiones. Además, en el Antiguo Régimen había una acusada distancia entre la Infantería y la Caballería, que muchas veces actuaban de forma casi independiente, causa de algunas grandes derrotas; la Artillería y los Ingenieros tenían un papel secundario y casi circunscrito a los asedios a plazas.

Sin embargo, el ejército revolucionario francés actuó desde el comienzo con una agresividad mucho mayor, como resultado del desprecio por las bajas propias, fácilmente reemplazables con la leva forzosa. Especialmente con Napoleón se adoptaron procedimientos muy agresivos, basados en movimientos que permitieran obtener la ventaja en un punto concreto del campo, aunque en el conjunto existiera inferioridad de medios. Para ello la Infantería debía moverse rápidamente en columnas bajo la protección de vanguardias y flanqueos de Caballería. Una vez frente al enemigo se lanzaba un violento ataque sobre su punto más débil, tras realizar una preparación artillera que en algunos casos se limitaba a algunos disparos de dislocación de las formaciones contrarias; mientras tanto, los zapadores preparaban el terreno tanto para favorecer el avance como para proteger los flancos o un eventual repliegue. Estamos, por tanto, ante una forma de combate interarmas revolucionaria para la época y muy difícil de conseguir con los medios de enlace existentes, pero que bien ejecutada (y los franceses llevaban varios años aplicándola) aseguraba la superioridad táctica, y por tanto la victoria, en gran número de ocasiones. Esa forma de hacer la guerra fue la que se abalanzó sobre Zaragoza el 21 de diciembre de 1808.

Un día de sangre

Tras la victoria francesa en Tudela (23 de noviembre), el Ejército de Aragón se había replegado sobre Zaragoza y mejorado las fortificaciones de la ciudad. Mientras tanto, los franceses se habían agrupado en torno a Alagón, acumulando fuerzas y abastecimientos para lo que preveían un largo y duro asedio. Iban a protagonizarlo el 3º Cuerpo (mariscal Moncey) y el 5º (Mortier). Tras la experiencia del Primer Sitio, comprendieron que era fundamental cerrar el cerco de la ciudad por la orilla izquierda del Ebro para impedir la llegada de refuerzos y suministros a los sitiados. Por ello organizaron tres columnas, dos avanzando por la margen derecha y una por la izquierda. Esta última estaba formada por la veterana división del general Gazan, que el 19 de diciembre cruzó el Ebro por Tauste para dirigirse por Zuera hasta Villanueva de Gállego, donde pernoctó el día 20. El 21 por la mañana se lanzó el ataque, que pretendía ser simultáneo en ambas orillas. El triunfo fue rápido y absoluto en Torrero, pero no así en el Arrabal.

VILLACAMPA. Uno de los más destacados defensores fue el teniente coronel Pedro Villacampa, al mando de los Voluntarios de Huesca. Cuadro de Alejandro Cañada, donado en 1947 por el Arma de Infantería a la Academia General Militar.

Gazan avanzó llevando en vanguardia al 10º de húsares, cuyos exploradores encontraron pronto a las avanzadas españolas, que se retiraron rápidamente. En palabras del oficial francés Daudevard de Ferussac, «pronto se percibieron los campanarios de la ciudad; su vista produjo en nuestros soldados el efecto de las torres de Jerusalén en el ejército santo de Godofredo de Bouillon [..] los leones del Norte avanzaban y Zaragoza debía caer al aproximarnos. Los soldados ardían en deseos de atacar; de antemano se repartían los tesoros de N.S. del Pilar. Cuanto más próximos estábamos, más fácil presumían la entrada». Pero no iba a ser así. Otro francés, Belmas, nos aclara que «este ataque no tuvo lugar hasta la una de la tarde, dos horas después de la toma del Monte de Torrero y antes de que se hubiesen podido reconocer completamente las obras del enemigo».  

La división hizo alto en una línea entre Juslibol y San Gregorio y se lanzó al ataque en columna por regimientos. Dejemos que lo narre el mismo Belmas:

Dos batallones de la segunda brigada precedidos por un destacamento de zapadores se adueñaron a viva fuerza de una gran fábrica situada en la carretera de Villamayor, a seiscientos metros del arrabal [la Torre del Arzobispo o de Lapuyade]. Quinientos suizos que allí se defendían fueron muertos o hechos prisioneros; pronto el enemigo retiró los puestos que tenía en el puente del Gállego para no exponerlos a ser cortados. La primera brigada del general Gazan avanzó por la carretera de Villanueva y, a favor de los olivos y de los jardines que cubrían el terreno, llegó hasta las trincheras del arrabal. Pero, cogido en flanco por la metralla del gran reducto contiguo al recinto, cerca del canal de desbordamiento del Ebro, sufrió mucho. Se volvió entonces sobre la izquierda, donde los cazadores ocuparon una casa que se encontraba cerca de la carretera de Barcelona, a cien pasos de los baluartes, amenazando de esta manera con cortar la comunicación del convento de Jesús con el arrabal. Súbitamente, un terror pánico se apoderó de los españoles que abandonaron la batería del convento de San Lázaro y se precipitaron en masa hacia el puente para entrar en la ciudad. A la vista de esta derrota, Palafox, que estaba en observación en una torre de la orilla derecha [el palacio arzobispal] acudió con refuerzos, ordenó reocupar la batería de San Lázaro por un batallón de guardias valonas y restableció el orden. Si en este momento crítico el general Gazan hubiese hecho atacar el convento de Jesús por la segunda brigada que permanecía en reserva, infaliblemente se hubiese adueñado de él y probablemente también del arrabal. El coronel de ingenieros Rogniat, que había sido enviado cerca de él para dirigir las columnas, le presionaba vivamente; pero el general Gazan [..], que temía una salida de todas las tropas españolas, no quiso arriesgar la única reserva que le quedaba y se retiró a las cuatro de la tarde. Puso su cuartel general en Villanueva; y como no se creía lo bastante fuerte para hacer el cerco del arrabal, dejó libre todo el terreno más allá del río Gállego.

El ataque del 21 de diciembre.

Daudevard da algunos detalles adicionales sobre la magnitud de la derrota:

Los nuevos fosos, las nuevas murallas que era preciso franquear, la noche que se aproximaba, el camino que llevábamos recorrido y las primeras trincheras llenas de cadáveres, las fuerzas del enemigo que parecían considerables, una nueva línea de reductos, y después el conjunto del barrio, del que cada casa hubiera sido una fortaleza en caso de que hubiéramos entrado, todo esto decidió al general a abandonar la empresa [..] Lleváronse los heridos a Juslibol donde se estableció una ambulancia y todos volvimos a acampar a la posición donde por la mañana habíamos hecho alto. Abandonamos así las primeras conquistas y de vuelta del combate calculamos las pérdidas. Esta jornada nos costó seiscientos cincuenta soldados y suboficiales, veintiocho oficiales y dos jefes de batallón, entre muertos y heridos. [..] Hemos aprovechado malecones y acequias para que nos sirvan de parapetos, y sangrías hechas en las mismas acequias inundan el frente de nuestras obras. En dos ó tres días el terreno fuerte y embebido de agua no permitirá al enemigo acercarse sin encontrar la muerte bajo el fuego de nuestras trincheras.

Es decir, no sólo se había fracasado en la ocupación del aparentemente indefenso barrio, sino que los atacantes terminaban la jornada adoptando una actitud defensiva al amparo de las obstrucciones llevadas a cabo por sus zapadores. Otro oficial francés, el barón de Lejeune, llegó en los últimos momentos de la batalla y narra muy expresivamente el resultado de la jornada:

Atravesé el pueblo de Juslibol, en medio de los heridos; me hablaron de muchos compañeros que habían sido muertos; no era un principio muy halagüeño, y tuve siniestros presentimientos. 

De nada había valido la pericia en campo abierto del mejor ejército del momento. Comenzaba el terrible Segundo Sitio de Zaragoza.

Bibliografía:

  • BELMAS, J. Zaragoza, 1808 y 1809. Los Sitios vistos por un francés. Ed. Comuniter, 2003
  • CASAMAYOR, F. Diario de Los Sitios de Zaragoza (1808‑1809). Ed. Comuniter, 2000. 
  • DAUDEVARD DE FERUSSAC, J. Diario histórico de Los Sitios de Zaragoza. Zaragoza, 1908. 
  • LEJEUNE, barón. Los Sitios de Zaragoza. Zaragoza, 1908. Edición de Carlos Riba y García. 
  • ROGNIAT, barón. Relation des Siéges de Saragosse et de Tortose. París, 1814. 

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