ASOCIACIÓN CULTURAL LOS SITIOS DE ZARAGOZA

Oficial de Ingenieros en el ejército de España (1809-1810)

Desde el 22 de Febrero al 27 de Junio de 1809

Por el VIZCONDE DE GROUCHY

1880

Por JAVIER CAÑADA SAURAS
Abril 2013

Bicentenario de la Liberación de Zaragoza (1813-2013)

Aportamos a la Web de la “Asociación Los Sitios” unos textos literales que consideramos importantes para el conocimiento de los hechos y acontecimientos bélicos que tuvieron lugar en la ciudad de Zaragoza durante los dos Sitios a que se vio sometida por los ejércitos franceses de Napoleón.

Y los hemos traducido de las cartas que un oficial francés escribía regularmente a su madre en los días posteriores a la capitulación del segundo sitio de Zaragoza. En concreto, de las 13  enviadas, 9 están fechadas en la ciudad de Zaragoza y 4 en la de Huesca, la primera el día  22 de febrero hasta la última el 27 de junio de 1809.

Toda esta correspondencia, escrita en un lenguaje familiar y afectivo, incluye una gran cantidad de noticias e informaciones muy interesantes y hasta curiosas, describiendo fielmente la realidad de aquellos días posteriores a la toma por los franceses de la ciudad de Zaragoza, ya totalmente destruída y en una situación límite.

La tomamos del libro titulado CORRESPONDANCE INÉDITE DU BARON MAURICE DE MALTZEN, officier du Génie à l’armée d’Espagne, (1809-1810), par le Vicomte DE GROUCHY, premier secrétaire de la légation de France en Belgique. (Extrait de la Révue Générale), Braine-Le-Comte, Imprimerie Veuve Ch. Lelong, 1880.

Este Vizconde DE GROUCHY (1841-1898), sobrino nieto del Barón, las recogió y publicó el año 1880. Unas estaban dirigidas a su madre, la baronesa de Maltzen, nacida de Taubenheim, y otras a su hermana, Henriette de Maltzen, condesa de Razoumowski, y fueron escritas desde el ejército de España, cuyos elevados hechos históricos nos son todavía tan poco conocidos, según afirma el propio Vizconde.

Esta familia, procedente de una “vieja nobleza normanda”, tiene su origen en Malzum en Gueldre, su más antigua propiedad en los Países Bajos. Ya en 1099, aparece citado un tal Roger de Maltzen que “forma parte de la nobleza más distinguida de Gueldre”.

MAURICE DE MALTZEN (1784-1810) descendía de Louis, tercer hijo de Jean Lambert y de Marianne Joséphine, baronesa de Seydt de Taubenheim. Louis de Maltzen vivió con su familia en Thann en Alsacia hasta su muerte, en 1790. Su viuda volvió luego con sus hijos a Munich, donde Maurice fue alumno de la Escuela militar varios años. La familia regresó después a Francia. Mauricie entró en la Escuela politécnica en 1804 y fue admitido como subteniente alumno de Ingenieros en la Escuela de aplicación de Metz en 1806. En 1809, fue destinado al ejército de España como teniente; en 1810 fue ascendido a capitán y el 10 de julio de 1810 recibió la Cruz de caballero de la Legión de Honor. El 29 de agosto siguiente murió en el hospital de Salamanca como consecuencia de las tres heridas que recibió al mismo tiempo  en el sitio de Ciudad Rodrigo, en la noche del 23 al 24 de junio de 1810, formando parte del 6º ejército. Murió sin saber que se moría, a las 3 de la tarde. El coronel Valazé se quedó a su lado y le cerró los ojos. Acababa de ser nombrado jefe de batallón y apenas tenía 25 años.

La última carta escrita a su madre lleva fecha de 8 de agosto de 1810, y en ella anuncia que está muy mal de salud y que la estancia en España es tan fastidiosa, sobre todo, cuando no tengo otra cosa que hacer aquí más que morirme, pienso, de disgusto por no poder regresar a Francia.

Consta que con fecha en París el 15 de febrero de 1811, se acordó, por excepción, conceder una pensión vitalicia de trescientos francos a la madre del sieur de MALTZEN, jefe de batallón de Ingenieros, muerto en Valladolid (sic), como consecuencia de las heridas que había recibido en el sitio de Ciudad Rodrigo.

  Una compañía de infantería acompañó su cuerpo hasta la catedral, donde fue enterrado cerca de la capilla mayor, el 30 de agosto al atardecer. Al día siguiente, se cantó en su honor una misa de requiem, la tropa le rindió los honores militares y se colocó sobre su ataúd cubierto de negro y blanco su sombrero, su espada y su condecoración de la Legión de Honor.

Para cumplir las intenciones de su madre se ha grabado sobre su tumba este epitafio:

Aquí yace MAURICE DE MALTZEN, jefe de batallón, miembro de la Legión de Honor, el cual como consecuencia de una herida recibida en el sitio de Ciudad Rodrigo murió en Salamanca el 29 de agosto de 1810.

Tenía 25 años.

Su madre le erigió esta tumba.

CORRESPONDENCIA DEL BARÓN MAURICE VAN MALTZEN

A su madre.

En el MONTE TORRERO, 22 de febrero de 1809.

Al fin somos dueños de Zaragoza, querida mamá. No soy el primero en anunciarte esta noticia,  probablemente ya la sabrán en París tres semanas antes de la recepción de mi carta. Los cañones de los Inválidos os anunciarán en unos días que este horroroso asedio ha terminado. Esperamos de un día a otro órdenes para abandonar Aragón. No sé a dónde nos enviarán, suponemos que a Valencia, si esta ciudad no se ha rendido todavía,  pero es probable que su toma desanimará a todos los fieles servidores de Fernando VII. Zaragoza era la palabra que siempre nos echaban en cara cuando se les hablaba de los asuntos de España. Hemos entrado en la parte de la ciudad que no habíamos conquistado, después de haber visto desfilar a más de 20.000 hombres, tanto tropas regulares como campesinos. Todas las calles están desiertas y llenas de cadáveres. En cada puerta se veían mujeres y niños sin asilo, llorando, muertos de hambre, con la muerte en el rostro. Las casas están reventadas por las bombas. No se sabe en qué se han convertido los 60.000 habitantes de una de las más florecientes ciudades de España.

No han puesto mucho orden en la manera en que se han distribuído los puestos militares en los diferentes cuarteles. Muchos soldados se han dedicado al pillaje. Me han ofrecido mulos de 25 luises por 30 francos. No he podido comprar por no encontrar forraje por ninguna parte. Los soldados cometen excesos que les enriquecen. Las órdenes más severas, dadas para impedírselo, no producen efecto. Las casas que hemos tomado antes de la rendición de la plaza estaban llenas de bellos muebles de toda clase. Poseo un piano de gran belleza, si pudiera enviároslo, mis queridas señoras, estoy persuadido de que Henriette llegaría a ser una “música” perfecta. Si me quedo de guarnición en Zaragoza, iré al mercado con mi mesonero.

Esta mañana he entrado en el palacio de Palafox, este miserable acaba de morir (sic) en un sótano, en los brazos de Don Basilio, fraile fanático que merecería mil veces la muerte. Pero se ha acordado conceder el perdón a los mayores criminales. Esta medida, aunque molesta, ha sido dictada, sin embargo, por la política.

Es imposible hacer la descripción de este horrible sitio y de los peligros que hemos corrido; al comienzo éramos 35 oficiales de ingenieros, 27 están ahora fuera de combate, tanto muertos como heridos. Todos los días se subía al asalto por la brecha de algunos edificios, y era raro que uno de los nuestros no derramara su sangre. Lo más cruel era verse herido en lugares en que uno se creía estar a salvo. Yo me he quedado a menudo en habitaciones cuyas ventanas estaban atrancadas, las balas silbaban en mis oídos al pasar por pequeñas aspilleras y llenaban mi cara de astillas y de polvo. En fin, el sitio de Zaragoza ofrecerá materia a la historia.

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El 25 de febrero.

Corren algunos rumores aquí sobre nuestro regreso a Francia, y otros sobre nuestra partida para Valencia. Esta última ciudad sólo esperaba la rendición de Zaragoza para someterse y, después de lo que ha pasado, no creemos que vayamos a hacer este nuevo asedio.

El de Tortosa lo tenemos pendiente. Pero al menos será un asedio humano, según lo que podemos suponer; en todo caso, te informaré de lo que pueda sucederme de nuevo.

Perdóname si te hablo tan ampliamente de asuntos de guerra pero tengo la cabeza llena de ellos. No creas que tenemos un instante de reposo desde la rendición de la ciudad. Todos los días nos emplean en trabajos que nos hacen echar de menos los días de trinchera. No nos recogen más que por la fatiga y el fastidio.

Estoy extrañado de que tus cartas lleguen sanas y salvas: las carreteras están infestadas de bandidos. Para que pudiéramos tener noticias nuestras recíprocamente, es necesario escribirnos a menudo.

Te había anunciado la muerte de Palafox, está vivo todavía, pero su amigo Don Basilio fue fusilado ayer. Yo vuelvo todavía a Zaragoza para decirte que allí habrá muchas recompensas acordadas ya para los ingenieros empleados en este sitio. Todos los que hubieran sido heridos aquí obtendrán probablemente la Cruz. Muchos otros, no alcanzados por las balas enemigas, serán condecorados también, pues sus peticiones se apoyan en asedios y batallas en Alemania y por dos meses de trinchera en Zaragoza; yo no tengo nada de todo eso que ofrecer, pero espero obtener de mi jefe de ataque un certificado que me ha sido prometido de que me he comportado con celo, inteligencia y bravura ¡en todas las operaciones que me han encargado! Esta nota me servirá en tiempo y lugar.

Desearía ver Madrid antes de abandonar España, y hacer otros asedios que me pongan en condiciones de regresar a Francia sin adornos en la botonadura. Por lo que concierne al tema de “los dineros”, todos nosotros nos arruinamos en España. Eso lo comprendo en nosotros, que somos gentes honradas, porque hay ladrones que vuelven completamente repletos de oro y que no se han puesto colorados al pedir la bolsa y los caballos a oficiales españoles prisioneros de guerra. No podemos vivir con las malas raciones que nos dan, de manera que estamos obligados a dirigirnos a cantineros que venden, por ejemplo, por 24 sueldos una vela, por 7 francos la libra de queso, por 8 francos la de jamón, por 9 francos la de azúcar, por 1 franco la botella de vino, por 6 sueldos la hoja de papel, etc…, etc… ¡Qué diferencia de estos precios con los de los muebles y ropajes cogidos en las casas conquistadas en Zaragoza! He visto vender por 3 francos espejos de 25 a 30 libras. Los cantineros revenden ahora estos objetos a los desgraciados habitantes de la ciudad, de modo que ganan lo imposible.

No he visto todavía al general Junot, vive a una legua española del monte Torrero. He ido a visitarle tres veces sin haberlo podido encontrar. Ha venido alguna vez a la trinchera manteniendo la cabeza baja en todo instante y estando preocupado por todas partes por donde se le llevaba. Eso me ha extrañado, porque se dice de él que es  un valiente. Ha venido ya hace algún tiempo a mi ataque; yo estaba de servicio, me preguntó y me ordenó enseñarle donde estábamos por allí; para llevarle a las casas más avanzadas de las que éramos dueños, era preciso atravesar un patio dominado por un campanario enemigo y donde se le tiraban más de 50 granadas por hora; le advertí del pequeño peligro que iba a correr por allí, invitándole a que se apresurara. Yo tomé la delantera, se excusó de seguirme diciéndome que ya veía bien hasta donde se extendían nuestras posiciones. Por lo demás, es brutal como un granadero y muy altanero con todo lo que le rodea. Anteayer, ha atravesado la ciudad a caballo a la cabeza de su estado mayor. El vino de Burdeos había sido demasiado abundante en su almuerzo, por lo que terminó dando bastonazos, intempestivamente, a todos los soldados y suboficiales que le entorpecían su paso.

Desde que estoy en España, incluso en los Pirineos, no ha hecho frío ni un solo día, el calor es insoportable desde el comienzo de este mes. He encontrado violetas en Tolosa el 28 de enero.

 Adiós.

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A su madre.

ZARAGOZA, el 4 de marzo.

….. Parto para una expedición, no tengo para mí más que algunos instantes…

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A su madre.

13 de marzo de 1809. MONTE TORRERO, ante Zaragoza

(el sello de llegada lleva la fecha del 31).

….. No creas que desde que ha acabado el asedio nos dejan tiempo para respirar. Diariamente estoy expuesto a las molestias del servicio. Todo depende en lo que estoy empleado en mi compañía; todos mis compañeros empleados en el estado mayor gozan del más perfecto descanso hasta nueva orden; y esta orden tarda mucho en llegar. He aquí las conjeturas que se hacen sobre el destino de una gran parte de nuestra brigada de ingenieros. Se supone que nos emplearán para hacer el sitio de Lérida, Tortosa, Jaca o Gerona, lo que nos llevará hasta finales de mayo, y que entonces atravesaremos Francia para regresar al campamento de Valence, si no está disuelto ya en esta época, y en este caso a Alemania. No estoy todavía desde hace mucho tiempo en España para desear encaminar mis pasos a otro teatro de la guerra, de modo que vería con disgusto quizás nuestro regreso precipitado a Francia. Sin embargo, es posible que algunas compañías de zapadores se dirijan a Bayona o Perpignan si las proclamas del rey José causan su efecto sobre los guerrilleros.

El señor duque de Abrantes no está visible nunca, me he presentado en casa de Su Excelencia diez veces sin haberle podido entregar mis cartas. Como vive a una gran distancia de aquí, ya me he cansado de mis recorridos  tanto porque no pueden servirme de ninguna utilidad como porque estaré unido a mi compañía. Sin embargo, guardaré las cartas en mi cartera.

Adiós, querida mamá, las cosas más tiernas a mi querida Henriette, y a todas las personas que me son queridas, incluído el señor de Grouchy, el mejor en este número.

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A su madre.

ZARAGOZA, 19 de marzo de 1809.

Vamos a acercarnos a Francia, querida mamá, mañana partimos para hacer el sitio de Jaca; no tengo más que un instante para comunicarte esta noticia. Es de suponer que este fuerte no nos hará esperar tanto tiempo como Zaragoza. El mariscal Lannes no nos da más que 10 días para apoderarnos de él. Este tiempo es demasiado corto.

Cuando recibas esta carta, la plaza estará ya tomada e inmediatamente después de su rendición nos llevarán a otra parte. Así que no sé dónde podrás dirigirme tus cartas, escríbeme siempre a Zaragoza. Si la guerra con Austria se declara efectivamente, podremos, creo, abandonar Aragón. En poco tiempo sabremos a qué atenernos.

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A su madre.

HUESCA,  15 de abril de 1809. 

De las quince cartas que dices que me has escrito, querida mamá, ésta es la décima que recibo, la fechada el 18 de marzo. No recibo más que la mitad de las cartas que me escriben.

Vuelvo de una expedición que acabamos de hacer con 200 zapadores y 100 coraceros contra 1.200 a 1.500 bandidos mandados por Perena. No se ha atrevido a conservar la llanura. Le hemos perseguido en las montañas donde una parte de su tropa le ha abandonado. Se habla de nuestra próxima marcha de aquí; si es para correr los campos de España o hacer sitios, me voy a fastidiar, porque estamos en la ciudad más rica de Aragón y en un bonito país fértil donde nada nos falta con nuestro dinero. Hacer la guerra en España es una triste cosa para nuestros “dineros”; por todas partes nos dan raciones, lo que hace que para vivir un poco mejor que el soldado, hay que gastar.

Esperamos con la más viva impaciencia algo decisivo sobre nuestro próximo destino; los asuntos de España marchan con la mayor lentitud. Ningún general tiene carta blanca, de modo que todo lo dirige el gabinete de St. Cloud. Quedan todavía Lérida, Mequinenza y Tortosa por tomar en Cataluña, y el Cuerpo del mariscal Mortier no ha hecho más que dar vueltas alrededor de la plaza durante dos meses sin hacer nada.

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A su hermana.

HUESCA, 17 de abril de 1809.

Uno de mis compañeros, que acaba de recibir la orden de regresar en su puesto a Alemania, quiere  encargarse de llevar esta carta… Te comprometo a acabar lo más pronto posible con tus asuntos de Rusia. Es de una prudencia extrema terminar en las circunstancias actuales todas las relaciones que se pueden tener con un país cuyo gobierno puede ser derribado y contra el que la guerra puede declararse de un momento a otro.

La que ahora tiene lugar entre Austria y Francia es la causa de la marcha de gran parte de mis compañeros. No sé en qué se emplearán las compañías de zapadores y minadores acantonadas ahora en Aragón. Probablemente a acabar de destruir los muros de Zaragoza. Piensa, querida amiga, cuán desagradable es estar encargado de una tarea tan pesada. Sólo puede convertirse para mí en el fastidio de quedarme en un país donde todas las hostilidades han cesado para todo el que lleva el uniforme de ingeniero, y donde la enfermedad epidémica de Zaragoza siega todos los días ante nuestros ojos nuevas víctimas. No quedarán ya, después de la partida del mariscal Mortier que marcha a Francia, bastantes tropas para hacer el asedio de las tres ciudades que no se han rendido todavía; el ejército del general St. Cyr, extremadamente debilitado, tiene en jaque los restos del de Reding, y ocupa la parte de Cataluña de la que somos dueños. El Cuerpo del duque de Abrantes está enteramente disperso  y protege Aragón. Yo estoy por consiguiente condenado a aprender el español en casa de mis mesoneros y a leer en los periódicos todo lo que va a pasar en Alemania y en Italia. Tal es mi posición, querida Henriette. Sientes que tengo necesidad de consuelo; para colmo de desgracias, estoy olvidado de todo el mundo.

P. S. Estoy muy contento de no haber dado mis cartas al duque de Abrantes, él me hubiera unido quizás a su Cuerpo de ejército sacándome de mi compañía, y estaría condenado ahora a ver enterrar todos los días 400 muertos en Zaragoza, a revocar de nuevo los muros de su vivienda y a pagar por una gallina 13 francos.

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A su madre.

HUESCA, 25 de abril.

He regresado esta mañana de una expedición contra Teobaldo, fraile y coronel de una tropa de campesinos armados. Hemos estado en Monzón, Barbastro, etc… Pero no nos estaba reservado a nosotros derrotarle; el 14º Regimiento de Línea que ha hecho marchas forzadas ha tenido este honor. Hemos marchado durante 8 días. Estas expediciones son muy fatigosas.

Perdemos diariamente a nuestros compañeros. Esta enfermedad de Zaragoza causa estragos terribles. España me da horror. Mi compañía no ha recibido todavía ningún destino. Yo creo que nos van a emplear en fortificar Tudela. La guerra con Austria parece declarada. ¡Qué campaña más brillante para hacer!

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A la señora condesa de Razoumowski, en Evêquemont, cerca de Meulan, S.- y- O.

HUESCA, 19 de mayo de 1809.

… Tengo fiebre como tú, querida Henriette; no tengo ataques desde hace 2 días, pero han sido reemplazados por males de estómago.

 Esperamos ser atacados todos estos días, pero el enemigo no se ha considerado bastante fuerte para combatir con sus 12.000 hombres a 2.500 de los nuestros.  Con coraje y algunas marchas forzadas y hábiles, podría apoderarse de una gran parte de Aragón y cortar la retirada a varias de nuestras columnas móviles.

Si no deciden hacer el sitio de Lérida, aprovecharé la buena voluntad del señor de Grouchy rogándole me haga abandonar este país, aquí sólo puedo perder mi salud y arriesgarme a ser degollado en medio de gentes de las que no puedo desconfiar.

Alemania me ofrecerá mil ventajas. Podré entonces pasar algunas semanas con vos.

Adiós, querida amiga.

P. S. No pienses, Henriette, que las cartas se abren de aquí a Francia; desde hace 6 meses no ha habido ningún ejemplo de ello.

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A su madre.

ZARAGOZA, 30 de mayo de 1809.

Hemos regresado de nuevo a esta ciudad que, como dice el general Suchet, que manda ahora el 3º Cuerpo, ha sido el teatro de nuestra gloria y la tumba de nuestros oficiales. La inactividad en la que ha quedado el duque de Abrantes le ha dado tiempo a la parte no conquistada de Cataluña a formar un ejército bastante bien disciplinado de 25.000 hombres, cuya tercera parte es inglesa a las órdenes del general Doice. Con estas fuerzas, unidas a 10.000 campesinos armados por Perena, los españoles han entrado en Aragón y han conseguido derrotar a algunos de nuestros regimientos en Alcañiz. El general Laval ha tenido incluso cortada su comunicación con Zaragoza, pero ha sabido salir del paso. Todas nuestras fuerzas, que consisten en 15.000 bayonetas y 1.000 hombres de caballería, están concentradas y han tomado posición a una o dos leguas de aquí. Esta noche se ha tocado generala, los zapadores y minadores en número de 600 protegían el castillo y formaban la reserva. Nos esperábamos una batalla, nuestra posición era excelente. Ya llega la vanguardia enemiga, pero no se le deja tiempo para formarse. El 4º de húsares la derrota en un cuarto de hora y el Cuerpo de ejército de Doice se repliega al instante, considerando que sería imprudente atacarnos en nuestra posición. Construímos muchos reductos delante del Monte Torrero, no somos lo bastante fuertes para tomar la ofensiva, pero Zaragoza nos ofrece todavía medios de defensa.

Nos enteramos aquí de los éxitos de nuestro ejército en Alemania; los periódicos nos llegan puntualmente.

Estoy encargado de un trabajo que me obliga a recorrer las ruinas del sitio desde la mañana a la tarde. El calor es tal que los cuerpos muertos, mal enterrados en los sótanos, apestan. Todo está muy caro aquí, o se niegan raciones de forraje a los oficiales de zapadores, de modo que alimento mis caballos a mi costa y el país está agotado en cebada, avena  y paja; nos hemos reunido varios compañeros para vivir juntos, nuestras raciones no consisten más que en un mal cordero, pan de munición y vino que puede servir para la ensalada. Gastamos por dos comidas 3 libras por día no comiendo más que lo estrictamente necesario, con todo eso, nosotros, los ingenieros, no tenemos la menor gratificación ni la tendremos. Todo el que pertenece al duque de Abrantes se ha ido de aquí cubierto de oro. Los ayudantes de campo han recibido cada uno más de 1.000 escudos. Los fardos de lana con los que hemos protegido la infantería de las balas enemigas a costa de nuestra vida debían pertenecernos de pleno derecho. Sólo nos han dejado algunos para que el soldado no pusiera el grito en el cielo. Todo esto, encima, son campos de rosas.

Todos los días esperamos al enemigo; a las 2 de la mañana ya estamos en posición. La fiebre me ha abandonado, la fatiga me viene.

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A su madre.

ZARAGOZA, 13 junio de 1809.

Apenas tengo tiempo, querida mamá, de decirte que la brigada de asedio parte mañana para Burgos y de allí irá a Ciudad Rodrigo, Castilla la Vieja, para hacer el sitio de esta plaza. Pasaré con mi compañía por Pamplona para tomar aprovisionamientos para el sitio. Te escribiré desde esta última ciudad, donde nos quedaremos algunos días.

De aquí a un mes no recibiré noticias vuestras ya que mis cartas me serán dirigidas a Zaragoza, de donde irán a Madrid y de allí solamente a Burgos, porque no hay comunicación directa establecida de aquí a Burgos o a Ciudad Rodrigo, brigada de asedio.

Adiós, querida mamá.

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A su madre.

ZARAGOZA, 14 de junio de 1809.

Nuestra partida se ha diferido hasta nueva orden. Eso lo atribuímos a los refuerzos que el enemigo recibió ayer de Valencia y a sus disposiciones para atacarnos. Ya ha comenzado ayer por la tarde a 3 leguas de aquí. Era una simple acción de vanguardia. No me escribas, querida mamá, hasta que te diga lo que voy a hacer. El correo va a partir, adiós.

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A su madre.

ZARAGOZA, 27 de junio de 1809.

Los periódicos hablarán probablemente de las hazañas de nuestro general Suchet en las batallas de Zaragoza y de Belchite que está a 6 leguas de aquí  —3.000 españoles habían venido a cercarnos a 3 leguas de nuestros muros. El general se ha puesto muy contento de que hicieran este movimiento porque así han abandonado una posición que habíamos atacado en vano y con vivas pérdidas. El pequeño fracaso que hemos sufrido en Alcañiz había hinchado su orgullo hasta el punto de que el día de la batalla ya habían encargado su cena en Zaragoza.

La brigada de asedio parte mañana con toda seguridad para Burgos y desde allí iremos a Ciudad Rodrigo cuyo sitio haremos. La plaza es bastante fuerte, edificada sobre una roca y está bien abastecida. Es una ruta muy penosa de hacer; atravesaremos un país donde no hay ya ni un habitante.

Desde hace 4 días me ocupo de los aprovisionamientos de sitio y de los medios de transporte, estoy rendido de fatiga.

Yo creo que después del sitio que vamos a hacer, nos dejarán impunemente en las fronteras de Portugal.  Nos enviarán probablemente a tomar Almeida y otras plazas. Pienso que en el mes de julio toda mi promoción  abandonará sus compañías para ingresar en el estado mayor de ingenieros. Espero ser capitán en el mes de enero próximo.

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