MEMORIA DE 1808: EL TRENQUE DEL PORTILLO
Junio de 2003
Francisco Escribano y Santiago Gonzalo
Parece que por fin llegan las obras a Conde Aranda. Es buen momento para recordar algo de la historia de su entorno. No de la inmediata, sino de la que se vivió hace dos siglos, cuando sus intrincadas calles fueron escenario de los duros combates de Los Sitios. Entonces aún no existía la actual calle, sino un complejo y espeso dédalo (un trenque), donde la arteria principal era la vía llamada de La Castellana, actual Boggiero.
La plaza del Portillo
Un buen punto para comenzar el paseo es la Plaza del Portillo. Allí, bajo la mirada de la imponente figura esculpida por Mariano Benlliure, podremos rememorar la hazaña protagonizada por la heroína Agustina Zaragoza al disparar a boca jarro contra los franceses que entraban por el Portillo (la «puerta pequeña«, en el actual cruce de Conde Aranda con María Agustín). La aguerrida apostura de la heroína vestida con sus galas militares (el propio Palafox le concedió el empleo de sargento honorario) se equilibra con el gesto galante del baturro que le ofrece la corona de laurel, símbolo de la gloria. Los bronces laterales nos ilustran sobre otras mujeres destacadas en la lucha contra el invasor. Y el conjunto es aderezado por una licencia histórica: el león zaragozano devora al águila napoleónica. Pocos monumentos consiguen un equilibrio más ajustado que éste, pues la expresividad del gran escultor queda compensada por la exquisita sencillez del pedestal.
No podemos olvidar el episodio que las «bravas mujeres zaragozanas» protagonizaron bajo los soportales de la vecina Plaza de Toros. Arrojándose al paso de los caballos y acuchillando a los jinetes caídos abortaron la peligrosa incursión de un grupo de lanceros polacos que había penetrado por Santa Engracia.
Es momento de pasar a la vecina iglesia de Nuestra Señora del Portillo, actualmente poco valorada, aunque de rica y antigua historia y de plácida belleza para el visitante. Allí podemos admirar la Capilla-Mausoleo de las Heroínas, donde se conjugan historia y arte en sus frisos y medallones. Parada obligatoria son las tumbas de Agustina de Aragón, Casta Álvarez y Manuela Sancho, tres de las mujeres que tan fieramente lucharon contra los franceses, que reconocieron asombrados estar asistiendo a una forma de combatir inusitada para ellos.
Cuartel y hospicio, campos de batalla
Saliendo hacia la Plaza de Toros podremos contemplar uno de los últimos lienzos de fachada del Cuartel de Caballería que tan feroces combates presenció en los comienzos del Primer Sitio. Y al otro lado, frente al arranque de la autopista, algunas de las ventanas por las que entraron los franceses para encontrarse a los parroquianos del padre Santiago Sas haciéndoles frente en pasillos y salas. El Paseo de María Agustín toma su nombre de una muchacha del barrio de San Pablo que se distinguió en esa zona, apoyando a los combatientes de primera línea. Resultó herida en el cuello, por lo que aparece siempre representada con una venda rodeándole la cabeza.
El espacio actualmente ocupado por la Estación del Portillo y la autopista fue el escenario de la Batalla de las Eras, el 15 de junio de 1808, cuando las columnas atacantes que pretendían entrar en la ciudad se encontraron con los fuegos cruzados de la Aljafería y las tapias y con los defensores que habían salido por las puertas Quemada (San Miguel) y de Santa Engracia.
Llegamos hasta el actual Edificio Pignatelli, sede la D.G.A., recuperación de la enorme obra levantada por Ramón de Pignatelli como Casa de Misericordia y que se mantenía con los beneficios de la vecina plaza de toros (cuyas maderas fueron empleadas para levantar barricadas contra los franceses). Las salas y pasillos en que actualmente trabajan políticos y funcionarios se vieron atestadas de heridos y enfermos durante los largos meses del invierno de 1808-9, cuando el inmisericorde bombardeo francés se alió con la epidemia de tifus para eliminar la resistencia de los defensores de la ciudad durante el Segundo Sitio.
Calles con nombres heroicos
Volvemos a las antiguas calles dirigiéndonos a la dedicada a la Madre María Rafols, fundadora de la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana. En ella encontramos su actual noviciado, con una placa recordatoria de la única participante en los Sitios que ha sido beatificada. Si llamamos al timbre, las hermanas nos acompañarán hasta las tumbas de la Madre Fundadora y del Padre Juan Bonal, nos mostrarán los cuadros que recuerdan los caritativos gestos realizados por sus antecesoras en el cuidado de enfermos y heridos y, como remate, nos enseñarán lo que las monjitas denominan “casa de recuerdos” de la Fundadora. Se trata de un auténtico museo etnológico, en el que podremos ver cómo era la vida religiosa, su dedicación a los necesitados, su abnegación. Destacan el modestísimo mobiliario (auténtico) de la celda de la Madre Rafols y los instrumentos (aterradores) para la práctica de la medicina hace doscientos años.
Impresionados aún por la sencillez con que las hermanas acogen al visitante, en cumplimiento de su cuarto Voto de Hospitalidad, salimos a la calle para dirigirnos a la plaza Forqué, presidida por la única estatua ecuestre de Zaragoza, la del general Palafox. El espectacular monumento supone el remate al duro trabajo de muchos años de la Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza”, que pretendía pagar así la deuda contraída por la ciudad con el caudillo de su defensa.
Tras pasar bajo el sable del general, la calle dedicada a Mariano Cerezo, quien tuvo a su cargo la defensa de la Aljafería durante ambos asedios. Tanto trabajó por la libertad de su ciudad que murió de agotamiento pocos días después de la Capitulación. Su imagen, de las más representadas en la iconografía de la gesta, le muestra protegido por el característico escudo redondo con el que ya había intervenido en el «motín de los broqueleros«, cuarenta años antes. Avanzamos por calles que conservan el trazado de hace siglos, con nombres que recuerdan a personajes como el agricultor José Zamoray (que protagonizó la reconquista de la Puerta del Carmen) o la propia Agustina de Aragón, junto a casas que quizá vieron aquellos combates. Tras atravesar Conde Aranda encontramos la casa de Cerezo, recordada con una sencilla placa, en el cruce de su calle con la de Boggiero.
El Padre Basilio Boggiero fue uno de los más importantes personajes de la defensa. Escolapio de origen italiano, había sido preceptor del niño José de Palafox y durante los asedios se convirtió en su principal asesor y redactor de bandos y proclamas. Tras la Capitulación fue asesinado en el Puente de Piedra, según recuerda la cruz allí levantada, como casi todo lo relacionado con la gesta, en 1908.
Y precisamente en el colegio de los Escolapios finalizamos nuestro paseo. Se lo merece, pues en sus aulas estudió Francisco de Goya y en sus patios (algunos marcados por la metralla napoleónica) jugaron los Palafox. Además sirvió de cuartel, hospital y cementerio. En el subsuelo de su iglesia de Santo Tomás se hallan inhumados más de seiscientos combatientes.
Para otra ocasión dejamos puntos de Los Sitios tan conocidos como la Aljafería, el Hospital Provincial o la Puerta del Carmen. Y es que nuestras calles guardan mucha más historia de la que podamos imaginar.
«Laudemus viros gloriosos»
Tras el Primer Sitio, la ciudad propuso levantar un monumento a José Palafox que «perpetuase el valor y la constancia de sus defensores y eternizase el nombre de su digno General». La intención quedó en el olvido hasta que la Asociación Cultural
«Los Sitios de Zaragoza» se marcó como objetivo sacarla adelante.
En 1989 se convoco un premio que permitiese disponer de un proyecto. Se eligió el de Ignacio Rodríguez, «Iñaki«: una escultura ecuestre del General. El artista comenzó a elaborar los bocetos, asesorado por Luis Sorando sobre la uniformidad; para sable, trabajó con el auténtico, conservado en el Museo del Ejército; para la postura a caballo se basó en el goya de 1814.
La financiación fue muy complicada. Se necesitaba treinte y tres millones de pesetas, finalmente aportado por quince entidades. Una vez conseguidos, el ayuntamiento formalizó el convenio que encomendaba a la Asociación los trámites y la gestión del dinero.
Fundiciones Villaguz se ofreció para realizar la escultura. Era la primera vez que en Aragón se fundía una obra de estas dimensiones y fue preciso desmontarla en unas sesenta piezas. Se hizo a la cera perdida, con 2.500 kilos de bronce. Como el caballo se apoya en dos patas, se diseñó una estructura interior que diese solidez al conjunto, con lo que soporta, según certificado oficial, un cierzo de 170 Km/hora.
El aspecto del monumento es imponente, con Palafox, sable en mano, mirando al Portillo; el pedestal está decorado con el escudo de la ciudad y con la frase de Pérez Galdós: «Entre las ruinas y los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde». Completan el monumento dos inscripciones, una con un simple PALAFOX, otra con JOSÉ DE PALAFOX Y MELCI, DUQUE DE ZARAGOZA. A pesar del esfuerzo realizado es una obra inconclusa, ya que no quedó dinero para las placas alegóricas del pedestal.
Se inauguró el 22 de diciembre de 2000. El impulsor del proyecto, Carlos Melús, afirmó que Zaragoza zanjaba ese día una deuda de 200 años y que el monumento era «la primera piedra de todos los proyectos y todas las ilusiones que tiene Zaragoza, especialmente de cara a 2008”.
La capilla de las Heroínas
Uno de los primeros proyectos para el Centenario de Los Sitios fue el de un mausoleo para las heroínas de Zaragoza. En marzo de 1907 se decidió que se levantara en el Santuario de Nuestra Señora del Portillo. La obra corrió a cargo del arquitecto Ricardo Magdalena y se situó a la derecha del presbiterio, en un amplio espacio cubierto con cúpula, cuyos adornos fueron dedicados a las valientes mujeres que se distinguieron en los asedios. Fue inaugurada por la Reina Mª Cristina el 29 de octubre de 1908.
Preside la capilla un retablo de la Anunciación, obra del escultor Carlos Palao, cuya talla corrió a cargo de Jaime Lluch y Antonio Torres. Bajo la mirada de los santos Braulio, Santiago y Valero aparece la Virgen en actitud sumisa, levantando la cabeza en busca de la mirada del ángel. Como contraste, San Gabriel ofrece una impresión de dinamismo inusitado; todo en él es movimiento y gracia, airoso y elegante mientras ofrece una azucena a María.
El tema de los relieves gira en torno a episodios de los Sitios. La talla, algo tosca, obra de Fructuoso Orduña, destaca la heroica participación de las mujeres zaragozanas, tanto las conocidas como las anónimas. Aparece el traslado de un enfermo en camilla ante la mirada del padre Consolación, de la madre María Rafols y un grupo significado de mujeres (la condesa de Bureta, Agustina de Aragón, Casta Alvarez, Manuela Sancho, María Agustín,…) en actitudes diversas. En lo alto, dos placas con los nombres de muchas más. Especialmente entrañable es la referencia a «.. y muchas otras«, como homenaje a todas las mujeres anónimas que tanto hicieron en Los Sitios.
En un anexo lateral se encuentran unos sencillos nichos con los restos de Casta Alvarez, Agustina Zaragoza y Manuela Sancho. Hay un cuarto nicho vacío, posiblemente destinado a María Agustín, cuyos restos se hallaban entonces en paradero desconocido. Hoy, la investigadora Nuria Marín ha encontrado su partida de óbito e inhumación en el fosal de San Pablo.